Nosferatu: Meritoria primera adaptación

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«Ven, que te curo el dedito.»

Nosferatu, eine symphonie des grauens – F.W. Murnau – Alemania, 1922

La industria cinematográfica alemana fue muy importante durante las primeras décadas del siglo XX, y de ella surgieron varios de los films más importantes de la época. En 1921, Friedich Wilhelm Murnau (nacido Plumpe), uno de los directores fundamentales del momento, acometía la primera adaptación de la novela Drácula, de Bram Stoker. La temática del libro se amoldaba perfectamente a la corriente del expresionismo alemán, cultivada por el gigantesco director (2, 06 metros). Este estilo buscaba alejarse de lo convencional mediante técnicas de fotografía e historias inusuales, a menudo relacionadas con lo fantástico.

La productora, Prana Film, no pudo hacerse con los derechos de la novela, por lo que se optó por hacer una adaptación no oficial, con el título Nosferatu, eine symphonie des grauens (Nosferatu: Una sinfonía de terror). En la novela de Stoker se asegura que «Nosferatu» era uno de los nombres tradicionales con los que se designa al vampiro en Rumanía. El término fue tomado de un trabajo de Emily Gerard fechado en 1885, pero no se ha podido rastrear la palabra en ninguna fuente anterior, por lo que se cree que o bien la autora malinterpretó un término rumano preexistente o bien lo tomó de algún dialecto gitano carente de fuentes escritas. En cualquier caso, ha acabado integrándose en el vocabulario del género fantástico. Aparte del título, el guión de Henrik Galeen cambiaría también los nombres de los personajes, y la acción posterior al segmento transilvano transcurriría en Alemania, no en Inglaterra.

El papel protagonista recayó en Max Schreck, actor bastante célebre en la época que, lo creais o no, debutó con una adaptación alemana de El alcalde de Zalamea, de nuestro Calderón de la Barca. Schreck fue sometido a un intensísimo trabajo de caracterización, cuyo resultado salta a la vista en el film. A día de hoy resulta difícil encontrar fotos de Schreck sin este maquillaje icónico, e incluso existe una película, La sombra del vampiro, que juguetea con la idea de que el actor fuera un verdadero vampiro contratado por el director (Schreck y Murnau son interpretados por Willem Dafoe y John Malkovich).

El metraje es de una hora y 34 minutos, a todas luces insuficiente para sintetizar toda la novela. Por ello, se eliminan casi todas las subtramas, centrando la historia en unos pocos personajes básicos. El film está dividido en varios actos, al estilo teatral, y para los diálogos se utilizan unos cuidados rótulos que simulan la escritura a mano. También se nos muestran páginas de un diario personal que hacen incisos narrativos, recurso seguramente inspirado en los diarios y cartas de la novela. El subtítulo «Una sinfonía de terror» no es casual, ya que la cinta cuenta con una excelente banda sonora orquestal que realza notablemente la acción, si bien cabe reprocharle que a veces el tono de la música no se corresponde con lo que está ocurriendo en pantalla.

Existe una versión acortada de la película que arranca en Transilvania, y de la que hablaremos luego, pero por ahora nos centraremos en la película íntegra. La acción comienza en un pueblo portuario alemán ficticio llamado Wisborg, donde conocemos a Thomas Hutter, el equivalente al Jonathan Harker de Stoker. Al igual que en la novela, Hutter se dedica a los temas legales, y está despidiéndose de su mujer debido a un viaje que le llevará a Transilvania, donde deberá tramitar la compra de un inmueble por parte del conde Orlok, residente en un castillo de la zona. El joven ha recibido el encargo de su jefe, Knock, un anciano peculiar que oculta unos extraños documentos y parece conocer algún aspecto oscuro de la transacción.

Hutter deja a su esposa en casa de unos amigos y parte hacia Hungría de muy buen humor. Una vez en el país magiar, solicita una diligencia para acudir al lugar de su cita. Al igual que en el libro, los lugareños tratan de disuadirle, pues está anocheciendo y la zona a la que debe viajar está plagada de malos espíritus, aunque no hay alusiones a la noche de Valpurgis. Pese a su escepticismo, y al contrario de lo que ocurre en la novela, el joven acepta el consejo y hace noche en la posada. En su dormitorio encontrará un pequeño libro sobre los vampiros que jugará un papel fundamental en el film. Gracias a él adquirirá las primeras nociones sobre estas terribles criaturas, pero las considerará pura superstición, tomándose todo a risa. Como curiosidad, decir que en esta parte del film Murnau nos muestra pululando por Transilvania a las muy africanas hienas, probablemente por no poder conseguir ningún lobo para el rodaje.

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«¡Paparruchas!»

Las interpretaciones son bastante típicas de la era del cine mudo, alejadas del cuasi-naturalismo de la actualidad, y a veces resultan muy gesticulantes e histriónicas. El peor parado en este aspecto es el actor que interpreta a Hutter, Gustav von Wangenheim, que no parece encontrar otro modo de expresar satisfacción o alegría que mediante grandes carcajadas o sonrisotas exageradas. Tras el amanecer, Hutter parte en un carruaje alquilado, pero ya cerca de su destino es abandonado por los aterrados conductores, por lo que debe seguir a pie, hasta que por fin encuentra el coche enviado por el conde. Se supone que toda esta secuencia transcurre de noche, pero resulta totalmente obvio que se filmó de día, lo cual es un tanto chocante. Esta situación se repite en otros pasajes de la película, donde el único indicativo de que estamos viendo escenas nocturnas es el uso de filtros azules, pero como estos también se usan en secuencias diurnas la confusión sigue ahí. Es de suponer que por las limitaciones técnicas de la época resultaba muy difícil filmar por la noche en exteriores.

El carruaje deja a Hutter en el castillo, y allí vemos por primera vez al Conde Orlok, el Nosferatu, que gracias al trabajo de maquillaje ciertamente se acerca a un aspecto sobrenatural. La interpretación de Schreck es bastante acertada a lo largo del film, con un trabajo mucho más sobrio que el de Wangenheim, si bien esto es lo que su personaje requiere: se trata de una criatura de movimientos lentos y parsimoniosos, que usa sus poderes para paralizar a sus víctimas. Murnau y su equipo optaron por redefinir el aspecto del conde respecto al de la novela, haciéndolo completamente calvo a excepción de sus pobladas cejas, muy enjuto, de piel totalmente blanca y unas manos enormes con uñas puntuiagudas. Orlok posee una pareja de dientes muy afilados, pero no se trata de los caninos, sino que están situados a la altura de los incisivos, como si se tratara de un roedor siniestro.

Las escenas que transcurren en el castillo están muy logradas y crean una lúgubre atmósfera, gracias especialmente a la fotografía, la cual es muy acertada a lo largo de todo el film. Sus interesantes composiciones visuales le han valido a la película buena parte de su reputación, y el ser considerada uno de los exponentes principales del expresionismo alemán, siendo quizá las imágenes más meritorias y de mayor impacto los planos frontales del conde, con su aspecto extraviado y amenazador. A lo largo de todo el metraje se usan tintes coloreados para darle distintos matices a las escenas, por lo que no podríamos hablar puramente de «cine en blanco y negro». El uso de estos tintes resulta sorprendentemente eficaz, y logra conderirle una mayor riqueza a las escenas.

A diferencia de la novela, Hutter es libre de salir del castillo durante el día y de escribir a su esposa lo que desee, ignorando la terrible amenaza que supone el conde, si bien su aspecto le resulta repulsivo. Sin embargo pronto saldrá de su error, al ser atacado esa misma noche. En ese momento volvemos a ver a Ellen, su mujer, que de algún modo siente el peligro que acecha a su marido y es presa de un ataque. Desde ese momento, la esposa quedará bajo la influencia del conde pese a la gran distancia que los separa, variante argumental exclusiva de esta versión. También se introducen poderes del conde ausentes en la novela, como la telequinesia: Orlok es capaz de mover objetos a voluntad -normalmente puertas-, volverse invisible y atravesar superficies sólidas. Estos poderes se muestran mediante unos efectos especiales obviamente muy básicos, pero bien resueltos. El conde también mantiene la influencia sobre los animales que aparece en el original, si bien sólo se le ve con ratas; sin embargo, desaparece la posibilidad de transformarse en otras criaturas. En cuanto a sus debilidades, Orlok necesita, igual que Drácula, dormir en la misma tierra donde lo enterraron, y también evita la luz del sol, pero con un importante matiz: ésta no se limita a debilitarlo, sino que en caso de alcanzarle puede provocarle la muerte.

Tras una escena de transición en el barco que transporta al conde volvemos a Wisborg, donde vemos que Knock, el patrón de Hutter, ha enloquecido y ha sido encerrado en un sanatorio mental. Esto le convierte en el equivalente al Renfield de la novela, incluyendo su pasión por la ingesta de moscas y otros bichos. Con la llegada del conde al pueblo, su agitación aumenta notablemente, y acapara unos minutos de metraje pcoo comprensibles, al tratarse de un personaje casi instrascendente para la historia. Como ocurre en la novela, no se explica el modo en que el conde adquirió su influencia sobre él. En esta parte de la historia cobra más importancia el personaje de Ellen -interpretada por la atractiva Greta Schroeder-, quien ahora tiene frecuentes episodios de sonambulismo, trastorno que en la novela era sufrido por su amiga Lucy Westenra. Se trata de un personaje interesante, una mujer dulce y temerosa ante la amenaza del conde, pero también serena y valiente. La relación entre los dos esposos Hutter es muy importante en la película, y recuerda a parejas de otras obras firmadas por Murnau, como la célebre Amanecer. El personaje de Van Helsing, fundamental en la novela original, tiene su equivalente en la figura del profesor Bulwer, pero su papel resulta prácticamente testimonial, siendo poco más que un médico e investigador local sin habilidades como «cazavampiros».

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«Soy muy lánguida.»

El Orlok de Murnau es mucho más agresivo que el Drácula de Stoker: en lugar de empezar atacando a un puñado de víctimas y hacer planes a largo plazo, golpea duro a Wisborg desde su llegada. Para empezar, trae consigo una plaga de ratas y con ella una epidemia de peste, la cual aprovecha para enmascarar los síntomas que provoca con sus mordeduras. Estas son peligrosísimas, porque aunque no vampirizan a las víctimas, pueden provocarles la muerte con gran rapidez. Así, en un interesante plano vemos toda una fila de ataúdes portados por las calles del pueblo, ante la mirada desolada de Ellen. Pero no será ése su único temor: El edificio que adquirió Orlok está justo frente a su propia casa, y cada noche el vampiro pasa largo tiempo observándola desde su ventana, anunciándole que muy pronto irá a por ella, lo cual vemos en un plano muy conseguido. El libro de los vampiros traído desde Transilvania ayudará Ellen a conocer mejor a su enemigo, pero también aumentará su miedo. La única esperanza de salvación exigirá grandes dosis de valor y sacrificio, como no puede ser menos con una criatura tan terrible. El clímax de la película, sorpresivo y diferente al urdido por Stoker, es eficaz aunque algo apresurado.

Tras el estreno de la película, la viuda del escritor se querelló contra Pruna Films, por haber producido el film sin los correspondientes derechos. La demandante ganó el juicio, la productora tuvo que declararse en bancarrota (ésta fue su única película) y se ordenó la destrucción de todas las copias, medida que sería inconcebible en nuestro días (hoy se habrían conformado con pagar un buen dinero a la buena señora). Afortunadamente sobrevivieron muchos negativos, pero el pleito dificultó la buena conservación del film. En la actualidad, los derechos son de dominio público en los EEUU, lo que ha propiciado la aparición de versiones en DVD y de descarga libre de escasa calidad. En ellas se han eliminado los filtros de color, los elaborados rótulos y las páginas del diario. También ha renombrado a todos los personajes, poniéndoles los nombres de Stoker, se ha cambiado la banda sonora por otra mucho peor y más estridente y para colmo se han mutilado varias escenas, reduciendo el metraje total en unos 20 minutos. Ni que decir tiene que esta versión está totalmente desaconsejada: si la copia que ves no lleva al principio el sello de la Fundación Murnau -autora de la última restauración- ni los filtros de colores, ni te molestes. La única ventaja de las versiones bastardas es que contienen una buena traducción de los textos, ya que no es fácil encontrar subtítulos para esta película.

Nosferatu tiene muchos méritos, aunque desaprovecha buena parte del potencial de la novela, como por ejemplo la rica interacción entre los personajes, el gradual descubrimiento de la amenaza del conde y sobre todo la figura de Van Helsing. Como mencioné antes, quizá al mayor fallo sea la incapacidad de la fotografía para mostrar la diferencia entre el día y la noche, matiz fundamental en esta historia. En el apartado de las fortalezas, están sus hallazgos visuales y el armar una pequeña historia vampírica que funciona bien y de un estimable valor artístico. Éste seguramente se ha sobredimensionado con el paso del tiempo, aunque no es de extrañar, ya que el film es poco menos que una pieza de arqueología cinematográfica.

Este excelente artículo de Wikipedia nos cuenta muchas más cosas interesantes sobre el film, como por ejemplo que la casa que adquiere Orlok, pese a su aspecto de decorado, es un inmueble real que aún existe hoy en día, y otros datos interesantes sobre la producción; lo recomiendo encarecidamente. Diez años después del film de Murnau llegaría la siguiente adaptación, ya en la era del cine sonoro: sería la célebre versión protagonizada por Bela Lugosi.

Drácula, la novela: Cuestión de fe

DraculaBram Stoker – Reino Unido, 1897

Éste es el primero de varios artículos que irán dedicados a una conocidísima figura de la cultura popular del siglo XX: el Conde Drácula. En esta serie nos adentraremos en las múltiples encarnaciones del personaje, tanto en la novela en la que nació como en sus posteriores versiones cinematográficas. Vamos con unos breves antecedentes:

La figura del vampiro, en distintas variedades, forma parte desde hace siglos del folclore de buena parte de Europa. A finales del siglo XIX, este tradición había pasado ya a la ficción literaria, cosechando un gran éxito gracias sobre todo a dos obras, The Vampire, de John Polidori, y el serial Varney the Vampire (atribuido a dos posibles autores distintos). Como curiosidad, decir que la obra de Polidori tuvo su origen en la misma reunión literaria veraniega durante la cual Mary Shelley escribió su Frankenstein. The Vampire el primer texto en la que se retrata al vampiro como una figura aristocrática, a diferencia de la tradición popular, donde por lo general se trataba de un muerto viviente de cualquier condición social y desprovisto de glamour.

Abraham Stoker, de nombre literario Bram, aprovecharía conceptos vertidos en estas obras, así como la tradición preexistente, para producir una novela cuya influencia ha ido creciendo de forma exponencial y llega hasta nuestros días. Stoker, sin embargo, no era ni mucho menos una de las estrellas literarias de la época. Nacido en Irlanda, comenzó como crítico de teatro y escribiendo relatos cortos. Después de trabar relación con el célebre actor Henry Irving se mudaría a Inglaterra, donde se convertiría en el administrador del Teatro Lyceum durante casi tres décadas, usando la escritura como medio para complementar sus ingresos. Como anécdota, decir que su esposa era una celebrada belleza de la época, a la que pretendió Oscar Wilde antes de pasarse «al lado oscuro».

Alrededor de 1890, Stoker empieza a documentarse para una novela centrada en el vampirismo, y siete años después aparece Drácula, cuyo manuscrito se titulaba hasta una semanas antes de su publicación El No-Muerto. La novela adopta un formato epistolar, es decir que no se nos narra nada directamente, sino que conocemos la historia mediante una compilación ficticia de cartas, documentos y anotaciones de diario. Esta peculiaridad desconcierta al principio, pero después de unos pocos capítulos deja de ser una distracción; Stoker manipula lo suficiente el texto como para que la narrativa sea prácticamente idéntica a la de una novela convencional.

La historia comienza siguiendo el viaje de Jonathan Harker, un ayudante de abogado londinense que ha de desplazarse hasta la remota región de Transilvania -perteneciente en la época a Hungría- para tramitar la compra de una propiedad por parte de un aristócrata local, el conde Drácula. Es en esta parte de la novela donde más sale a relucir la completa documentación realizada por Stoker, describiendo con detalle costumbres, localizaciones y atuendos genuínos de la región (aunque hay que decir que el autor nunca viajó físicamente allí). Con ello se pretende alejar la novela de la narrativa fantástica convencional, creando, por el contrario, un mundo muy creíble en el que irrumpen elementos sobrenaturales que lo perturban por completo. Estos primeros capítulos, que abarcan la llegada de Harker a Transilvania y su estancia en el castillo del conde, conforman una de las partes más logradas del libro, y son una excelente introducción para la extensa historia que se nos narrará posteriormente.

La descripción física del conde es especialmente interesante, por las comparaciones que podemos realizar con sus versiones cinematográficas. El Drácula de Stoker tiene un aspecto avejentado y luce bigote, detalle obviado por casi todas las películas. Otro atributo poco conocido es el intenso y abrumador olor que desprende, el cual es captado por cualquier persona que se encuentre cerca de él. Nunca se menciona que lleve capa, aunque este detalle de vestuario es justificable en los films por su espectacularidad y por ser una prenda típicamente aristocrática. Se dice que la figura del conde tuvo una fuerte inspiración en la apariencia y ademanes de Henry Irving, quien ejercía una enorme influencia sobre Stoker.

Tras esta primera primera parte, la acción se traslada a Inglaterra, donde conoceremos al resto de personajes. La novela se enmarca en la corriente romántica del terror gótico, y el rol de la mujer virtuosa adorada por el varón jugará un papel preponderante. Esta figura está representada por dos personajes: Mina Murray, prometida de Harker, y Lucy Westenra, amiga íntima de la primera. En los primeros pasajes ingleses Stoker vuelve a entretenerse en el costumbrismo, describiendo con precisión el verano en la localidad costera de Whitby. Las detalladas descripciones del autor a lo largo de la novela han propiciado la creación, en tiempos modernos, de «Tours Drácula» para entusiastas del libro, aunque algunos de los lugares que recorren no son exactamente los mismos de la obra (sobre todo los situados en Rumanía). A través de la correspondencia entre Mina y Lucy, descubrimos que ésta última tiene nada menos que tres pretendientes: El Dr. John Seward, el aristócrata Arthur Holmwood y el emprendedor americano Quincey Morris. No sólo eso, sino que los tres se le declaran el mismo día, para desmayo y deleite de la chica.

Cuando Lucy cae enferma, aquejada de una gran palidez y debilidad, esta bucólica postal empieza a romperse, y la presencia del conde vuelve a hacerse sentir, pero siempre desde las sombras. El Dr. Seward, desesperado y superado por los síntomas de su amiga, convocará al que seguramente es el personaje más logrado de la novela, y el más conocido aparte del propio conde: su antiguo profesor Abraham Van Helsing, natural de Holanda. En Van Helsing se combinan de forma fascinante la creencia en la ciencia y en el espíritu; el profesor no duda en usar cualquier recurso a su alcance con tal de salvar vidas… y almas. De hecho, la primera técnica que prueba en la chica es la transfusión, método novedosísimo en la época y que podía acabar con el fallecimiento del paciente, pues aún se desconocían los grupos sanguíneos. Pero cuando el estado de la paciente empeora, Van Helsing va dándose cuenta de la verdadera naturaleza de su mal, y pasa a otros métodos aparentemente alejados de la ciencia. Así, aparecen las rosas, los ajos y los crucifijos como método de protección, todos ellos tomados de la tradición vampírica.

Pero entre estos objetos Stoker le dará una importancia especial al crucifijo y a otros objetos de la liturgia religiosa, como las hostias consagradas. Pronto quedará claro que el efrentamiento con Drácula no se libra contra un simple monstruo o demonio folclórico, sino que es un combate entre las fuerzas de Dios y el diablo. Drácula se alejó de Dios en su vida de mortal aprendiendo las artes oscuras, y su incapacidad de morir se debe precisamente a que su alma no puede pasar a la otra vida. Al contagiar la condición vampírica a sus víctimas, sus almas quedan también en una especie de limbo, mucho más cerca del infierno que del cielo, y no pueden descansar en paz hasta ser liberadas del influjo vampírico. Para Van Helsing, incluso si alguien muere es fundamental salvar su alma, entendiendo esta tarea como la extensión y culminación de su oficio de médico.

Para resaltar la dicotomía Dios-Diablo, Stoker otorga una infabilidad científica a los objetos religiosos: un crucifijo o un ajo son siempre eficaces contra el monstruo, y una hostia consagrada quema la piel de la persona vampirizada. Este elemento narrativo se ha hecho muy popular, y está presente en toda la ficción vampírica posterior, ya sea para confirmar la eficacia de estos objetos o para presentarnos vampiros que por un motivo u otro son inmunes a ellos. Independientemente de si se es creyente o no, el poder espiritual y la iconografía religiosa usados de este modo confieren un gran atractivo a la historia, parecido al que se consigue en la leyenda artúrica con la introducción del Santo Grial y las maravillosas propiedades que le acompañan.


Representación influida por las versiones fílmicas.

Pero pese al saber del profesor, Drácula posee una amplia gama de poderes y resulta muy difícil de detener: su fuerza es equivalente a la de siete hombres, y tiene puede cambiar de forma, convirtiéndose en cualquier criatura de la noche o incluso en simple niebla. Así, aunque en las películas escoge casi siempre la forma de murciélago, también puede transformarse por ejemplo en lobo, además de tener control sobre las verdaderas criaturas noturnas. El consumo de sangre es capaz de rejuvenecerle. Los desdichados (por lo general, mujeres) que son vampirizados por él han de buscar sustento por su cuenta, pero están en todo momento sometidos a su voluntad. Sin embargo, el conde también tiene sus limitaciones: no puede cruzar por ríos ni por el mar, excepto en los cambios de marea, y tan sólo puede puede cambiar de forma durante la noche. No puede entrar en ninguna casa a menos que se le invite al menos una vez, y la luz del sol no le destruye, pero merma sus facultades; por ello suele dormir durante el día. Este sueño tiene una importante limitación: el vampiro ha de dormir necesariamente en la tierra en la que fue sepultado tras fallecer como mortal, pereciendo definitivamente si no se cumple esta condición. Según Van Helsing, esto indica la imposibilidad del vampiro de desvincularse completamente del poder de Dios, denotando también la incapacidad del vampiro de encontrar verdadera paz a no ser que su alma se libere. Así pues, la típica representación del conde durmiendo en un ataúd es inexacta, pues lo que describe Stoker son cajones de tierra que Drácula ha traído desde Transilvania para descansar en ellos. Abundando en esto, es llamativo que Drácula escoja una abadía abandonada como residencia en Londres; es como si el monstruo necesitara la presencia de lo sagrado, pero en un estado atenuado o degenerado, más acorde con su naturaleza oscura.

La forma de destruir al vampiro no es tan simple como clavarle una estaca en el corazón: no sólo ha de ser ésta de un gran tamaño, superior a un metro, sino que además es necesario decapitarle y llenarle la boca de ajo, detalles quizá demasiado truculentos como para representarlos en las películas. También morirá si su cajón es arrojado al agua durante el sueño, o si no consigue dormir en la tierra donde le enterraron; en estos dos casos, su alma no quedaría liberada.

Como todo el mundo sabe, para ser vampirizado es necesario ser mordido por el vampiro en el cuello, aunque no se especifica cuántas veces son necesarias. El afectado puede vivir muchos años con estas mordeduras sin transformarse en vampiro: la metamorfosis sólo llega cuando sobreviene la muerte, si bien esta suele ser prematura debido a la pérdida de sangre. Van Helsing asegura que para el paciente la diferencia entre morir despierto o durante el sueño es fundamental, pero no queda muy claro el motivo. En caso de que el vampiro original muera antes que su víctima, ésta queda liberada de su mal.

Además de los personajes a los que muerde, encontramos otro, Renfield, sobre el cual Drácula tiene un poderoso influjo. Se trata de un enfermo recluído en el sanatorio mental del Dr. Seward, poseído por la obsesión de consumir todas las vidas posibles, por lo que ingiere moscas, arañas, pájaros y toda pequeña criatura que cae en sus manos. Es pues un cuasi-vampiro, muy sensitivo a la proximidad de Drácula y sometido a su órdenes, aunque ateniéndonos a los hechos descritos en el libro no ha tenido nunca contacto físico con él. Es un personaje más bien de poca trascendencia, pese a lo cual tiene una participación extensa en la novela. Curiosamente, en varias de las películas se le da también un papel preponderante, incluso expandiendo su participación en la historia.

Cuando por fin todos los personajes se reúnen y contrastan sus datos y experiencias, no queda ninguna duda: desde ese momento su principal misión será acabar con el conde, bajo el liderazgo de Van Helsing. Esta etapa es la más intensa y emocionante de la historia, y entre los protagonistas se crea un vínculo con sólidas y variadas bases: la amistad, la solidaridad, el miedo ante lo poderoso y lo desconocido y por supuesto la fe. El libro pasa entonces al género de la aventura, embarcándonos en una fascinante caza del vampiro. Una de las escenas más memorables se produce  cuando tienen que penetrar en una cripta y ver con sus propios ojos como el que fue un ser querido se ha convertido en una espantosa criatura de la noche, que sólo podrá ser exorcizada mediante el terrible procedimiento descrito antes. Van Helsing, actuando en todo momento como líder y figura paterna, será fundamental para infundirles el valor necesario, resultando muy creíble y emotivo gracias a la excelente caracterización del autor. Tengo verdadera curiosidad por ver cómo lo encarnó Anthony Hopkins en la versión de Coppola, ya que me parece un actor muy adecuado para el papel.

Las apariciones del propio conde están muy dosificadas, y se producen sólo cuando es necesario para el avance de la historia, contribuyendo al aura de misterio que le rodea. Aun cuando el grupo se siente cada vez más fuerte y resuelto, y cada vez conocen más debilidades del conde, Drácula siempre se las arreglará para seguir golpeándoles y para ser terriblemente escurridizo. El temible vampiro nunca deja de emitir un halo de astucia, poder e intangibilidad, siendo necesarias todas las habilidades combinadas del grupo de perseguidores para poder combatirlo.

Estamos en definitiva ante una novela muy absorbente, de fácil lectura y buena construcción. En su época no pasó de ser un éxito moderado, pero cuando se adaptó al cine la gran fuerza de la historia y de sus personajes empezó a expandirse de forma imparable por el mundo. El increíble auge actual del género vampírico se debe sin duda a la obra de Stoker, al cual han de estar muy agradecidos autores como Anne Rice, Stephenie Meyer, el cineasta Josh Whedon y tantos que han hecho fortuna con la temática. De hecho, tal es el éxito de la ficción vampírica que ha llegado a hacerse tremendamente recurrente y fatigosa, pero esto no desmerece en absoluto el mérito de la obra original, que seguramente no es tan leída y reconocida como cabría esperar. Su lectura es por ello altamente recomendable, tanto por su carácter fundacional como por su propio valor literario. El trabajo de Stoker ha valido al autor una perdurabilidad insospechada para un hombre que en su época era conocido por gestionar uno de los principales teatros de Londres; una inmortalidad similar a la del fascinante personaje que creó.