Con ganas de amar – Por fin una buena del chino

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Fa yeung nin wa – Hong Kong, 2000. Director: Wong Kar Wai
Título español: In the mood for love

Después de transitar con no poco dolor por toda la obra del aclamado Wong Kar Wai, llego por fin a su película más célebre, Fa yeung nin wa, que se conoció en todo el mundo como In the mood for love (“Con ganas de amar”). Intrigado como estaba por el éxito de este hombre, tras ver esta peliculita al menos puedo decir que no todas sus obras son mediocres o directamente malas. No, estamos ante una piececita cinematográfica bastante estimable, aunque tampoco vayan usted a creer que me voló la cabeza.

La historia es simple a más no poder: en el Hong Kong de los años 60, dos matrimonios sin relación entre sí se mudan a un edificio de apartamentos, alquilando sendos dormitorios en pisos ya ocupados por sus propietarios. La historia la veremos desde la perspectiva del marido y la esposa de cada una de las parejas, dos personajes presas de la soledad: él porque su mujer trabaja de noche en un hotel, ella porque su marido está siempre de viaje. La historia gira en torno a la soledad de estas dos personas y el inevitable romance (o no-romance) que se acaba produciendo.

El problema que tengo con Wong Kar Wai es que, al parecer, le gusta hacer cine pero no contar historias, y a los personajes de sus guiones no les suele ocurrir nada demasiado reseñable. Nos va presentando sus vidas a lo largo de unas semanas o meses, y cuando termina la película están más o menos como cuando empezaron. Mientras, escuchamos sus reflexiones, o les vemos dando paseítos o sintiéndose melancólicos, con un estilo que ignora aquello tan buscado por los buenos directores del “ritmo narrativo”. Con ganas de amar se aparta algo de este modelo porque la peripecia sí es interesante -al menos en principio- y se puede sentir cierta identificación con los personajes. Incluso a veces hasta les llaman por su nombre, cosa no tan frecuente en las historias de este director.

Volviendo a la historia, el marido y la esposa “abandonados”, vecinos puerta con puerta, pronto descubren que comparten varias cosas, como una sorprendente afición por las novelas de artes marciales, que se prestan entre sí, aunque siempre manteniendo una reverencial distancia. No es hasta que pasan muchos meses y descubren la dolorosa infidelidad de sus parejas que pasan a tener verdadera cercanía.

Todo esto lo vamos viendo con una técnica de montaje bastante original, que para mí es lo mejor de la película: las escenas suelen ser muy cortas, de un minuto o dos, y se nos ofrece muy poco contexto temporal (¿han pasado dos horas desde la última? ¿Dos semanas? ¿Un mes?), así la única forma de saber que ha pasado el tiempo es a través de los vestidos de la esposa: mientras que él suele llevar trajes de oficinista muy parecidos entre sí, ella luce un modelito distinto y muy llamativo en prácticamente todas las escenas. De este modo, aunque hay que estar atento para intentar situarse, el vestuario lucido por Maggie Cheung nos aporta una referencia visual muy clara. Este montaje gana riqueza gracias a la labor de Chistopher Doyle, en el que quizá sea su mejor trabajo. Con todas las pegas que se puedan poner a la película, el equilibrio fotográfico y de color es impecable.

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Toma rojazos.

¿Cuál es el problema, pues? Que el romance es francamente frío: pese a ser dos personas solitarias, traicionadas por sus cónyuges, con espíritus afines y MUY guapas, resulta que salen juntos pero no hacen NADA físico. Hasta alquilan una habitación juntos para escribir novelas al alimón… ¡¡y no se dan ni un besito!! Me va a perdonar, señor Wong Kar Wai, pero por mucho que gusten sus pelis a los gafapastas de Cannes, la gente no funciona así: dos personas en esa situación van a follar como animales, a menos que hayan hecho algún voto de castidad. Ciertamente la acción transcurre en una época más libertina que la actual, y podemos aceptar que estas dos personas son muy rectas moralmente, pero intentar hacernos creer que no se tocarían un pelo me parece simplemente un recurso para epatar.

Fíjense hasta qué extremo llega la cosa, que él se va de viaje de negocios a Singapur y ella, arrepentida de no habérselo merendado, viaja hasta el país, y hasta se cuela en su habitación de hotel. Y una vez allí, ¿qué hace? ¡¡Se fuma sus cigarrillos y se va!! Muy creíble, sí señor. Curioso que este momento de allanamiento parezca sacado de la peor película del director, Chunking Express, junto con otro defecto: una melodía taciturna que se repite como 15 veces durante el metraje (como ocurría con el tema California Dreamin’ en la susodicha). No es que sea una mala partitura, pero si hay que tener mesura en la vida, en el cine más. Por el contrario, decir que hay unas canciones de Nat King Cole en español muy bien utilizadas.

Así pues, ¿qué nos deja de bueno Con ganas de amar? Aparte del montaje y la fotografía, unas estupendas pinceladas costumbristas de Hong Kong, con esos pisos compartidos que equivalen a las corralas españolas, los puestos de comida callejeros usados a menudo por los personajes, o el jefe de la protagonista, que utiliza sus dotes de eficientísima secretaria para que le organice la agenda con su esposa y su querida. También tenemos la buena planta de Tony Leung y sobre todo a Maggie Cheung, una mujer de por sí bellísima que nunca habrá salido mejor en una pantalla ni llevado tanta ropa bonita (ciertamente es curioso el armario que gasta, cuando al parecer tiene una economía muy modesta). La película se cierra con un epílogo en Camboya totalmente inconexo del resto de la narración, como si Wong hubiera dicho “¡joder, me está quedando todo demasiado normal!” Ay, esos tics de artista

En cualquier caso, me alegra haber llegado al final del ciclo de de reseñas este director; 2046 me pareció bastante petardo, y con el resto de su obra no voy a molestarme salvo casualidades. Mi valoración final sobre él es que, nos pongamos como nos pongamos, le sobran taras para estar considerado entre los grandes del momento. Próxima parada… ¡¡Stanley Kubrick!!
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Happy together: Nihilistas gays

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Chun gwong cha sit – Hong Kong, 1997 – Dir: Wong Kar Wai
Título internacional: Happy together

A lo tonto, ya casi me he tragado casi toda la filmografía del muy ilustre cineasta hongkonés Wong Kar Wai. La siguiente película que me tocaba ver era su celebrado drama Happy Together, que le valió el premio al mejor director en Cannes. Admito que afrontaba su visionado con escepticismo: no sólo porque ninguna de las obras anteriores de este director me hubiera gustado, sino también por su temática gay, que -Dios me perdone- me atraía poco o nada. No obstante, el completista que hay en mí se puso ante el proyector, para comprobar si el film merecía, a mi juicio, los elogios que cosechó en su día. Los protagonistas son, como apuntaba, dos hombres chinos de orientación gay que se moverán en un entorno extremadamente original: nada menos que Argentina, a donde han viajado en plan aventura. La película comienza en blanco y negro, describiendo mediante la voz en off de uno de los protagonistas la relación que ambos mantienen, más bien destructiva (como suele ocurrir en las obras de este director). La historia seguirá la evolución de la pareja en los siguientes meses.

Nos encontramos nuevamente ante un guión muy delgado, con poquísimos elementos argumentales: básicamente la pareja hace una excursión a Iguazú, se pelea, se reconcilia a debido a un accidente sufrido por uno de ellos, se vuelve a separar… Uno de los dos hombres es dominante y agresivo, y el otro afectuoso y tranquilo, provocando una lógica tensión entre ambos. Su interacción es muy pobre, y no les vemos tener conversaciones significativas ni hacer apenas cosas juntos (aunque al menos sus nombres son mencionados regularmente, un avance sobre obras anteriores de este autor). Lo que presenciamos principalmente es el abuso psicológico del agresivo sobre el tranquilo, que se mitiga cuando el primero queda herido y casi desvalido, lo cual equilibra en cierta forma la relación, y motiva el «happy together» del título. Claro que es una felicidad más que relativa, porque la dinámica de la pareja no deja nunca de ser tormentosa. Ciertamente no parecen gente feliz, ni con un rumbo definido en la vida. Por si tenéis curiosidad, el contenido sexual es bajo: sólo hay una escena de ese tipo nada más empezar, como para quitarse el asunto de enmedio y seguir con la trama.

Una vez más, el punto fuerte del metraje (tengo que dejar de usar estas figuras de la época del celuloide) es la fotografía de Christopher Doyle (tanto en color como en b/n), que retrata el Buenos Aires nocturno con la misma maestría que la que este artista plasmó antes Hong Kong. Incluso el cuchitril infecto donde vive la pareja tiene un aspecto atractivo gracias al hábil uso de los contrastes cromáticos y del saturado del color . Por cierto que resulta muy curioso, sobre todo para un espectador de cultura hispana, ver a estos dos chinos moverse por Argentina, convertidos en dos auténticos alienados culturales. La película falla en tres patas principales: el argumento (casi nulo), las interacciones entre personajes (lo mismo) y el ritmo cinematográfico, tremendamente premioso.  Hay una subtrama con un tercer personaje que apenas aporta nada, y la hora y 36 minutos se hacen decididamente largos.

Tony Leung vuelve a ser el protagonista, y curiosamente Wong Kar Wai le engañó, no contándole desde el princopio que su personaje era gay, debiendo trabajar para convencerle de interpretarlo. Su contrapartida es Leslie Cheung, otro habitual del director, quien curiosamente sí era homosexual. Ambos actores hacen un trabajo muy correcto. Apuntar que la última colaboración entre Wong y Cheung, quien se quitó la vida en el año 2003, victima de una depresión. En fin, a estas alturas tengo más que claro que detesto el estilo de este director, y me parece mucho más aprovechable el trabajo de su cinematógrafo. Sé que Wong ha firmado muchos cortos televisivos, y voy a hacer un esfuerzo por verlos, porque creo que unas píldoras de 10 minutos fotografiadas por Doyle pueden ser mucho más interesantes que estos plomizos largos. Para cerrar el capítulo del amigo Wong ya sólo me falta por ver su supuesta obra magna, In the mood for love (pues 2046 ya la vi en el cine en su día). Os tendré informados.
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Ángeles Caídos: Más allá del aburrimiento


«O acabas de ver la peli o te liquido.»
«¡Sí, por favor, que termine de una vez este sufrimiento!»

Duo luo tian shi – Hong Kong, 1995 – Dir: Wong Kar Wai
Título español: Ángeles Caídos

Debo darme prisa en completar esta crítica, porque vi la película hace sólo unas semanas pero ya estoy a punto de olvidarla totalmente. O quizá sea mejor escribir así, con cierta perspectiva, para dar idea del poco poso que deja el film. Ángeles Caídos tiene la peculiaridad de estar planteada como una especie de secuela de Chunking Express, la tontísima película del mismo director sobre a que escribí no hace mucho. No aparecen los mismos personajes, pero la dinámica es muy parecida y se reutiliza a algunos actores, en los mismos o parecidos entornos.

Si algo queda claro tras ver las primeras obras de Wong Kar Wai -director que cada vez me resulta más cargante-, es que no le gusta elaborar en exceso los argumentos. Normalmente plantea una premisa sencillísima entre una o más parejas hombre-mujer y los deja moverse en su pequeño universo urbano, sin hacer cosas de gran trascendencia. La primera pareja de Ángeles Caídos está formada por una especie de mafiosos: él es un asesino a sueldo, pero no quiere saber nada del negocio más allá de apretar el gatillo, y lleva el aspecto «administrativo», encontrado los encargos y gestionandoel dinero. El único nexo de unión entre ambos es un piso destartalado que usan como base del negocio, en el que nunca coinciden físicamente por seguridad. Su único contacto desde hace años es mediante fax o mensajes de busca.

Se da la circunstancia de que, pese a su condición de hampones, ambos son guapísimos, especialmente ella, que parece recién bajada de una pasarela de moda, por físico y vestimenta. Sin embargo, debemos creernos que esta muñequita, en vez de escoger cualquier profesión que le daría casi el mismo dinero que el crímen, de forma más ética y mucho menos arriesgada, prefiere seguir con su sangriento negocio. Apesta a inversímil desde Hong Kong. Pero no sólo eso, sino que se nos cuenta que la chica está locamente enamorada de su socio, al que no ve desde hace años, e incluso es posible -este punto no está muy claro- que haya visto una única vez. Tal es su obsesión con él que incluso escudriña en la basura del piso que comparten para saber qué ha estado haciendo y se abandona a furiosos ataques masturbatorios, profusamente mostrados por Kar Wai. Todo muy creíble también. Él, por su parte, es un nihilista total, y se dedica a vivir al día sin establecer lazos con nadie, ni siquiera su socia. Su profesión sirve como excusa para meter un par de escenas de tiros a lo John Woo.

El otro protagonista masculino está interpretado por el japonés Takeshi Kaneshiro, que en Chunking Express hacía del pagafantas que compraba todos los días una lata de piña como ritual para recuperar a su novia. Aquí interpreta a un mudito («me quedé así por tomar una lata de piña caducada de pequeño», dice en un guiño a la otra película) bastante mal de la cabeza, que se dedica a recorrer la ciudad por la noche e irrumpir en negocios cerrados (una barbería, una carnicería, un puestos de helados…), ejerciendo de patrón en ausencia de los dueños. La mayoría de sus clientes lo son por obligación, aceptando sólo sus servicios tras ser amenazados físicamente. Éste es el intento de Kar Wai de hacer comedia, y aunque puede arrancar alguna sonrisa, sinceramente es bastante forzado y fallido. En un momento del film, este mudo se enamora de una amiguita suya aún más loca que él, obsesionada con una tal «Rubia» que le ha robado el novio, y a la que buscarán en un periplo surrealista por la ciudad. También se toca la relación del personaje con su padre, al cual le gusta grabar con una videocámara. Es un hombre sencillo que, pese al afecto que siente por su hijo, es incapaz de entender sus excentricidades.

No hace falta que me creáis, vedla un rato vosotros mismos.

De Ángeles Caídos hay que destacar, ante todo, que es una película lentísima, de las que consiguen el prodigioso efecto físico de dilatar el tiempo. Cuando aún no había transcurrido ni una hora de metraje, me parecía que había sido hora y media, y el tedio me había atenazado por completo. Es muy raro que me sienta tentado de dejar una película a medias, pero esta vez aguanté exclusivamente para no dejar a medias la crítica. No existe apenas interacción entre los personajes, y la que hay resulta anodina. El asesino se encuentra un día a una ex-novieta pirada a la que no recordaba y la convierte, en pseudoligue permanente, sin mucha motivación y sin que ocurra nada reseñable entre ellos. Las escenas de tiros en las que se ve envuelto parecen casi ajenas a la película, sin enmarcarla en ningún caso en el género de acción. La resolución de los tenues hilos argumentales es anodina, y deja la calidad humana de algún personaje aún peor de lo que estaba al principio.

Así pues, todo falla menos una cosa: la fotografía de, Christopher Doyle, que nuevamente es la verdadera estrella de la película. De hecho, creo que debería figurar como co-autor junto al chino, el primero aportando el espectacular despliegue visual (lo único que vale la pena de las obras que hacen juntos) y el segundo la plúmbea excusa argumental y los risibles diálogos. En Ángeles Caídos el británico supera todas sus colaboraciones anteriores con Kar Wai, demostrando una enorme maestría en la composiciónde los planos y, especialmente en el color, en esta historia integramente nocturna. Nadie que yo conozca fotografía la noche en la ciudad como Doyle. Pero desgraciadamente esto no es un corto de diez minutos que puede sostenerse en la imagen, sino un largometraje con muy poco vuelo.

Los actores son todos guapos y competentes, pero les toca trabajar con un material terrible. Puede destacarse la espectacular belleza de Michelle Reis, quien poco puede hacer por salvar su increíble papel de mafiosa. La vis cómica y el bilingüismo de Kaneshiro también merecían un mejor fin. Ángeles Caídos no funciona como ente individual ni como pareja de Chunking Express, un paralelismo por otro lado simplemente anecdótico, en lo que podríamos llamar «la bilogía del aburrimiento». La primera historia es más pastelosa y la segunda más ácrata, pero ambas son igualmente plomizas. Aún me quedan muchas obras por ver de Kar Wai, pero voy teniendo claro que es uno de los casos más flagrantes de «estilo sobre sustancia» en el cine contemporáneo.
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Ashes of time Redux – La película amarilla

Dung che sai duk – Dir: Wong Kar Wai – Hong Kong, 1994
Título internacional: Ashes of time

En su cuarto trabajo, Wong Kar Wai sorprendió con un giro radical, dejando de lado su habitual registro de romances intimistas e internándose en el género del Wuxia o artes marciales épicas, si lo mezcó con algunos elementos de sus films anteriores. La película se llama Las Cenizas del Tiempo y se rodó en 1994, aunque fue remasterizado y remontado en el año 2008. Esta versión -que lleva el apéndice «Redux»- es la que reseño en este artículo. El protagonista es un espedachín a sueldo de la China medieval que vive en el desierto y que nos narrará su propia historia y la de otros personajes, a menudo mediante una voz en off. Pese a su habilidad, este hombre prefiere ejercer de intermediario, buscando a sus clientes otros espadachines más proclives a la lucha.

Lo primero que llama la atención del film es su fotografía. El color jugó un papel fundamental en los títulos anteriores de Kar Wai, y Las Cenizas del Tiempo no es una excepción: Christopher Doyle vuelvó a encargarse de la cinemetografía, pero obviamente esta vez no podía jugar con las tonalidades que ofrece la ciudad durante el día y la noche. Por este motivo, decidió escoger un color principal, el amarillo del desierto, y hacerlo dominar todo el aspecto visual de la película. Doyle resalta este efecto aumentando el contraste de la imagen y utilizando filtros coloreados. El resultado es un tanto asfixiante y distractor, demasiado artificial, y supone un paso atrás respecto a la acertada fotografía de Chungking Express. Hay un problema adicional, y es la preponderancia de los primerísimos planos, que roban al espectador la necesaria perspectiva y crean encuadres poco atractivos. Si lo que buscaba Doyle era experimentar, no creo que hiciera muchos hallazgos útiles en esta película.


Trepidante.

Existen también problemas de guión, ya que se opta por una narrativa muy fragmentada: por ejemplo, primero se nos cuenta parte de la historia de un personaje, y como una hora después se nos cuenta otra parte que ha ocurrido en un punto anterior del tiempo, haciendo difícil seguir el relato. También ocurre que se menciona a alguien que aparece más tarde en el metraje, pero no resulta inmediatamente obvio que es la misma persona. Todas las historias individuales están más o menos interrelacionadas, pero ni el conjunto ni cada una por separado dejan ninguna impresión especial. Hay alguna premisa de cierto interés, pero poco más. El relato más confuso es el del personaje encarnado por Maggie Cheung, una mujer de doble personalidad que busca un espadachín para matar a un hombre que la ha despechado y también para protegerlo. El problema es que al parecer es plenamente consciente de ser ambas personas a la vez, por lo que el conflicto no resulta muy creíble. Por cierto que Maggie Cheung, una actriz de facciones peculiares, necesita estar bien maquillada para resultar atractiva, y en esta ocasión no se consiguió. Repiten en la película otros habituales de Kar Wai, con un trabajo correcto, deslucido por el guión.

El encargado de las coreografías de combate es nada menos que Samu Hung, el gran maestro chino, pero poco se puede ver de su habilidad en pantalla, debido a la deficiente técnica de rodaje: como ocurre a menudo en el género de acción (ver el artículo que precede a éste), los planos son demasiado cortos y confusos, usando incluso difuminados para empeorar las cosas. Hay batallas de varias docenas contra uno en las que gana este último, mediante el método de agitar sus armas sin ton ni son y menearse mucho, si hemos de fiarnos de la cámara de Kar Wai. Tan sólo hora y media dura el film, pese a lo cual no se logra un gran ritmo, si acaso lo contrario. Al final muy poco queda en la memoria: apenas algunos detalles, un desierto con muchísima arena y una luz anaranjada que lo inunda todo. Parece que, de algún modo, Kar Wai hubiera hecho ingerir al espectador ese vino que aparece en la historia capaz de borrar los recuerdos.
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