Black Adam: ¿Quién soy y qué estoy haciendo aquí?


¿Color? Adonde vamos no necesitamos color.

Título original: Black Adam – EEUU, 2022 – Dir: Jaume Collet-Serra

La película es muy flojita y plagia con muy poco disimulo cosas que Marvel ha hecho mejor. Transcurre en un país exótico que tiene un mineral que no se encuentra en ninguna otra parte, pero no es un plagio porque se llama Eternium en lugar de Vibranium. El país entero está dominado por una banda criminal, sin mayor explicación (??!!). ¿Hay elecciones y al menos un presidente nominal? ¿Es una dictadura, una teocracia? ¿Quién da las órdenes exactamente? Sólo sabemos que son gente «mala» y armada, con una tecnología que nunca se ha visto en el universo cinemático DC (motos voladoras), y ni siquiera se sabe si son occidentales, porque también tienen moritos y negros (pero sí se menciona que están «robando los recursos»).

El tal Black Adam resucita, se pone a matar a todo quisqui sin pensárselo mucho y más o meno ahí acaba su desarrollo de personaje. Está cinco mil años en el futuro y no le interesa lo más mínimo el estado de su país ni del mundo, ni interactuar con nadie; viniendo de la edad de bronce no le sorprende la tecnología, y usa perfectamente el lenguaje del siglo XXI. Sus dos rasgos básicos son «no soy un héroe» y «si percibo a alguien como una amenaza lo mato».

La historia de la corona con poderes y el descendiente del gobernante malvado no puede ser más tópica, se hecho docenas de veces en una variante u otra. La mamá Lara Croft-wannabe y el hijo son personajes planísimos y les dan unos diálogos espantosos, aunque hay que decir que la señora está de muy buen ver.

Lo de la Sociedad de la Justicia es de traca. Los envía a morilandia la negra de Escuadrón Suicida, y eso es todo lo que se cuenta sobre ellos. ¿Qué es la Sociedad, por qué se formó? ¿Por qué no explican que en los cómics su publicación es anterior a la Liga de la Justicia? Una vez llegan al lugar de la acción, su antagonsimo con Black Adam es una premisa intereresante, pero en la práctica tiene menos tensión que un episodio de Pocoyó, y los personajes nunca llegan a funcionar. Te meten a Hawkman en una peli por primera vez en la historia… y no explican NADA de él. No es que yo sea el más puesto en el universo DC, pero al menos sé que el personaje es de otro planeta, un Thanagariano, civilización guerrera que se ha descrito profusamente en los cómics; aquí es un tipo genérico con alas y una maza. Además, ahora es negrata, porque Dios no permita que se estrene una peli de superhéroes este siglo sin un cambio de raza. Atom Smasher, un Ant-Man de mercadillo. ¿El Doctor Fate? Pierce Brosnan está mayor, lo siento, y el personaje tal como se presenta parece una copia del Dr. Extraño, aunque exista desde bastante antes. La mejor de todos, Cyclone, intepretada por la deslumbrante Quintessa Swindell, una de esas mujeres que llevan a los hombres a matar, o a traicionar a su mejor amigo.

¿Qué se puede decir bueno de la peli? Que es entretenida dentro de su desesperada incompetencia, y que visualmente da el pego pese al aspecto tan artificial de todo. Pero tiene cosas de palmearse la cara… algunas frases eran tan malas que resoplé en el cine, cosa que muy raramente hago («su poder sale de su oscuridad»); lo de lo zombis al final salido de ninguna parte… ¿Lo del «símbolo feminista»? Sí, bueno, si fuera tan fácil movilizar a una masa Bolsonaro quizá habría tomado el palacio presidencial estos días. En fin, uno de esos proyectos que salen adelante exclusivamente como vehículos de una estrella, sin ningún tipo de plan coherente detrás. Lo mejor de todo, además de Quintessa, los últimos 30 segundos, claro; incluso parece que John Williams puede haber cobrado alguna regalía…

Dejar de comer cosas ricas no te salvará la vida

Los primeros homínidos aparecieron hace unos 200.000 años, con una dieta no muy distinta a la de los simios de la época: carne cruda, pescado y lo que pudieran recoger del suelo o los árboles. Mucho después dominaron el fuego y pudieron cocinar la carne, lo cual permitió una mandíbula más reducida y mayor espacio para la cavidad cerebral. El fuego también permitió ampliar la dieta con caldos y vegetales cocidos.

Cada paso civilizatorio amplió la dieta humana: la agricultura y la ganadería permitieron aprovechar la energía de los cereales, y con ella la de las harinas. Incorporamos un nutriente extraordinario como los lácteos. Con el tiempo, ya no bastaba con alimentarse sino con deleitarse: aprendimos a refinar el azúcar y a añadir todo tipo de condimentos a la comida, que de hecho se convirtieron en una de las mercancías más codiciadas del mundo. Con huevos, leche, harina y azúcar creamos algo que mezclaba comida y arte: la repostería.

Pasaron los siglos y, en contra de las previsiones malthusianas, resulta que la comida es algo mucho más abundante y fácil de producir de lo que nunca habríamos imaginado. Hasta el punto de que en todos los países desarrollados hay una absoluta sobreabundancia de alimentos, y con ella problemas nuevos como los hábitos de consumo compulsivo y la obesidad. Un gran número de personas se alimenta primariamente de comidas «gratificantes», excesivas en hidratos, grasas, azúcares…

Aquí es donde entran los «gurús» que de repente van a «enseñar a comer» al organismo más maravillosamente omnívoro de la creación. Alimentos prohibidos, alimentos imprescindibles, alimentos «venenosos», «superalimentos».

GI-LI-PO-LLE-CES.

Una persona con buena salud y con suficiente actividad física puede comer lo que le apetezca, dentro de unos límites razonables. Harinas, azúcares, carne, pescado, cereales… no sólo son energéticos y nutritivos, sino que nos hemos ganado el derecho a comerlos y gozarlos a lo largo de siglos domando las materias primas y las técnicas de elaboración. El que se prive de los embutidos, los cereales o los helados en cantidades moderadas pensando que va a vivir diez años más es un pobre idiota. La salud viene determinada en un altísimo porcentaje por la genética, y la china de una enfermedad grave a menudo le toca a gente sin hábitos especialmente nocivos.

Esto no quiere decir que midiendo tu dieta al milímetro, con calendarios, cetosis y su puta madre no puedas obtener beneficios si eres deportista de alto rendimiento, o reducir en un mínimo porcentaje la posibilidad de enfermar, o ganar un par de añitos de vida siendo optimistas. Pero para el 99% de los mortales, sinceramente no vale la pena. Cómete ese postre con nata, zámpate los krispis del desayuno y disfruta de unos huevos con béicon, no te va a pasar absolutamente nada si tienes un régimen de ejercicio razonable, evitas verdaderos venenos como el tabaco y no pasas sentado diez horas al día. No hemos desarrollado 30 siglos de cultura para comer como un legionario romano.

Los 11 hijos de Elon Musk


«¿Este es el séptimo… el octavo?»

– Nevada Musk, primer niño con su mujer Justine. Fallece por síndrome de muerte súbita del lactante.

– Griffin y Alex, gemelos con la misma mujer mediante fecundación in vitro. Ahora Alex se llama Vivian y ha renegado del apellido Musk.

– Kai, Saxon y y Damian, trillizos, otra vez por fecundación in vitro.

– Oonagh Paige Heard, hija de Amber Heard nacida el año pasado. El nombre no es inventado, ni la historia de cómo nació. Mientras estos dos desequilibrados estaban juntos, crearon embriones aportando óvulos y semen, y los dejaron congelados. La amiga Amber decidió implantarse uno en 2020. Antes de eso Ego la demandó exigiendo que destruyera los embriones.

– X AE A-XII (niño) y Exa Dark Sideræl (niña), con la cretina pseudocantante conocida como Grimes. El primero lo dio a luz ella y el segundo fue mediante vientre de alquiler, cuando ambos ya habían terminado la relación (posiblemente también había embriones congelados). Aunque esos son los nombres legales de los hijos, por lo visto los llaman simplemente X e Y.

– Dos nuevos gemelos de nombre desconocido, con una ejecutiva que primero trabajó en Tesla y luego en Neuralink. Ni cotiza que también se tuvieron por medios artificiales. Nacieron una semanas antes que la niña de Grimes.

Como vemos, un señor de impecable estabilidad mental e inquebrantables principios morales, perfectamente capacitado para dirigir una de las empresas con mayor valoración bursátil del mundo.

La quimera de la conducción autónoma

Con la IA y otras tecnologías siempre existe un hueco entre su estado real y la percepción que tiene el público de las mismas. En los 80 podías camelar al público con una película como «Weird Science», en la que dos chavales creaban una mujer viva usando un PC de la época, o con el cómic de los Transformers, en el que metían toda la personalidad de Optimus Prime en un disco de 3,5 pulgadas.

Los ingenieros que se enfrentan a la conducción autónoma se han encontrado que eso que parece tan fácil de predecir comportamientos es en realidad extremadamente complejo, que aparecen constantemente nuevas variables (curiosamente, la realidad de una ciudad de millones de personas es ligeramente más ramificada y caótica que la de una del GTA), y los más sinceros admiten que estamos a uno o varios saltos tecnológicos de poder soltar un coche por las calles. No se trata sólo de los humanos, ya sea a pie o en coche, sino las muchísimas variables de clima, iluminación, obras, o… la luna. Lo que viene siendo el mundo real.

Este blog de un experto en inteligencia artificial da una visión mucho más realista y honesta del estado del asunto, y sobre lo que podemos esperar en el futuro próximo.

https://blog.piekniewski.info/

Un párrafo en concreto lo resume muy bien:

«In summary, the thesis of this blog is that AI hasn’t reached the necessary understanding of physical reality to become truly autonomous and hence the contemporary AI contraptions cannot be trusted with important decisions such as those risking human life in cars. (…) In short my claim is that our current AI approach is at the core statistical and effectively «short tailed» in nature, i.e. the core assumption of our models is that there exist distributions representing certain semantical categories of the world and that those distributions are compact and can be efficiently approximated with a set of rather «static» models. I claim this assumption is wrong at the foundation; the semantic distributions, although technically do exist, are complex in nature (as in fractal type complex, or in other words fat tailed), and hence cannot be effectively approximated using the limited projections we try to feed into AI, and consequently everything built on those shaky foundations is a house of cards.»

Por supuesto, el hecho de que Tesla anunciara en su publicidad oficial que sus coches vendidos a partir de 2016 (!!!) tenían todo el hardware para conducirse solitos a cualquier parte no ha contribuido en forma alguna en desorientar al público ni consituye un caso de publicidad engañosa.

Famoso este vídeo de la época en el cual el coche va con conductor «únicamente por requerimiento legal».

Trump y las tres Américas

Ha pasado ya una semana desde las gringoelecciones, y si bien aún no se ha definido el ganador, el hecho es que Dónol Tromp no ha logrado la amplia victoria que algunos pensábamos merecía (de hecho, ahora mismo sólo complejos recursos y batallas judiciales podrían darle la victoria). Una presidencia americana puede valorarse de muchas formas, pero hay dos factores que suelen ser los más determinantes: la economía y la política exterior. Incluso con hacerlo aceptablemente en el primer aspecto, los presidentes gringos repiten mandato con escasas excepciones. Si desde un punto de visto objetivo Trump ha rendido notablemente en ambos parámetros, ¿cómo no ha sido capaz de imponerse claramente a Joe Biden, uno de los candidatos más flojos y menos ilusionantes que se recuerdan?

Por supuesto la cuestión es compleja, y no pretendo recoger aquí las mil variables que han contribuido a este resultado electoral (entre ellas el enorme factor distorsionador del virus, sin el cual quizá Trump habría ganado fácilmente). Pero sí quiero delinear los tres principales grupos poblacionales que apoyan/se oponen a un personaje como Trump, para tratar de aportar perspectiva a la situación. Por supuesto, existen muchísimos más grupos y subgrupos, y mi análisis es una sobresimplificación de algo tan complejo como la sociedad estadounidense, pero creo que tiene validez como descripción general.

1) El americano «de toda la vida». El Wasp y sus derivados/adyacentes que constituyen la base del país desde su fundación. Tienen los mismos valores que Supermán (Verdad/Justicia/American Way) y, aun exhibiendo la variedad propia de cualquier grup humano, no han cambiao esencialmente respecto al estadounidense medio del último siglo. Unos tienen trabajos de oficina, otros son trabajadores manuales y otros población rural, pero seguramente tienen varios puntos de encuentro, igual que un contable de Valencia que vota al PP puede tomarse unas cerves con un agricultor murciano de cualquier filiación política no radical. Este grupo incluye a las minorías que han dejado atrás su «hecho racial» y se han integrado satisfactoriamente en el resto de la sociedad.

2) El revolucionario de salón (y alguno de calle). Se concentra principalmente en las dos costas, sobre todo en tres ciudades (Nueva York, Los Ángeles y San Francisco). Hablamos de gente de clase media alta o alta que, como cualquiera que tenga el bolsillo y el estómago llenos pero no así la cabeza, empieza a sentir culpabilidad de clase y se convence de que puede arreglar el mundo mediante «políticas sociales», toda una serie de medidas tan bienintencionadas como alejadas de la realidad. El revolucionario de salón raramente trabaja con las manos, y no tiene necesariamente una idea precisa de cómo se genera la riqueza de su país; del sector indistrial le preocupa más las contaminación que los bienes que produce, y lo mismo puede decirse de la energía, un recurso que sólo es válido si se genera de forma «limpia»; de este modo, un campo de paneles solares que malamente podría alimentar una fábrica le parece más deseable que toda la industria del «fracking», la cual ha otorgado la independencia energética a EEUU.

El revolucionario de salón prototípico habita en California, y especificando más podemos situarlo en Silicon Valley, capital planetaria de la economía digital. Estas personas son jóvenes, tienen unos ingresos altísimos obtenidos a base de vender unos y ceros, y su conexión con la realidad puede ser tan tenue como fuerte es su desprecio por los valores tradicionales o todo lo que se oponga a los conceptos de «libertad total» o «cambio social». Así pues, son defensores acérrimos de la homosexualidad, el transexualismo y todo tipo de parafilias de viejo y nuevo cuño, considerando retrógrada cualquier oposición a las mismas. Sorprendentemente, un neoyorkino de inclinaciones más bien liberales como Trump se convirtió en el anticristo para ellos tan pronto como evidenció que iba a ser un firme defensor de los valores tradicionales.

3) El americano «qué hay de lo mío». Este grupo se compone principalmente de minorías autovictimizadas, junto con otras que no son tan minorías ni tan víctimas, pero que aprovechan que el Hudson pasa por Nueva York para apuntarse. 155 años tras el fin de la esclavitud y más de medio siglo tras la igualdad legal, los afrodescendientes que no han logrado tener éxito o desegregarse de los guetos se aferran a una narrativa victimista en la cual la culpa de sus problemas es siempre del «racismo sistémico» y la autocrítica es simplemente inexistente. Son grupos que aportan muy poco aparte de bolsas de pobreza y margnalidad en el país más rico del mundo, pero que no obstante votan como cualquiera, vendiéndose al mejor postor (es decir al partido demócrata) a cambio de jugosos subsidios/ventajas sociales y de no mover un milímetro la citada narrativa, que tan buenos réditos da a unos y a otros (es gracias a la misma que una muerte por sobredosis de múltiples drogas o ser abatido por disparar a un agente con su táser se convierten mágicamente en casos de brutalidad policial).

Tal como mencionaba, a estos «oprimidos tradicionales» se han unido en las últimas décadas distintos grupos, cada uno con su narrativa: las feministas nos cuentan que la mujer lleva 20.000 años sometida al hombre, y prometen la felicidad eliminando los roles de género, enmendando así la plana a la estúpida naturaleza; los homosexuales nos cuentan que la atracción por el mismo sexo no es sólo completamente normal, sino que ha de verse con simpatía y ser equiparada al 100% a la heterosexualidad, al punto de que según ellos un hombre puede suplantar perfectamente a la madre biológica de un niño sin que esto tenga la menor consecuencia psicológica para la critatura. Los ultraizquierdistas, por su parte nos cuentan que el sistema en dl que han nacido todas las generaciones de su familia y les ha garantizado un bienestar sin precedentes en realidad no es válido, y debe sustituirse en la medida de lo posible por el sistema socioeconómico más fracasado de la historia, el socialismo. La mayoría de estos últimos tiene en la revuelta callejera un barato hobby por el que raramente ha de rendir cuentas. El fanatismo de su pseudeoideología, retroalimentado grupalmente, convierte a este colectivo en algo muy parecido a una secta.

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Como vemos, sólo uno de los grupos de la gran y diversa América supone un caladero de votos natural para Trump. El grupo nº 2 contempla con enorme condescendencia al tercero, si bien a veces se interesecciona con él (un habitante del gueto normalmente no trabajará en Google, pero un trabajador de Google sí puede militar en Antifa); no obstante, une fuerzas con ellos en aras del «cambio social», que no es más que una ciega destrucción de los pilares que con más o menos fortuna han sostenido lo que venimos en llamar Occidente; no se han parado a pensar en el tipo de civilización que puede existir sin pilares que la sustenten.

Trump puede haber tenido un rendimiento excelente en lo económico, haber derrotado al ISIS y haber sido el presidente más pacífico desde la II GM, pero eso nada importa a sus detractores-enemigos, cuya obsesión máxima es vivir en un mundo que se ajuste a sus estrechos prejuicios ideológicos; preferirían vivir en una casa donde la electricidad la generara una dinamo conectada a una bici estática (aunque tuvieran que pedalear cuatro horas al día) que obtener la energía de un «insostenible» generador; el problema es que, metafóricamente hablando, son otros los que tienen que pedalear por ellos para mantener sus fantasiosas concepciones.

A la humanidad jamás le faltarán retos (el principal, garantizar alimento y calidad de vida para todos en un planeta que puede acomodar con holgura a 100.000 millones de seres humanos), pero por algún motivo América se ha empeñado en inventar problemas como el inexistente apocalipsis climático o la necesidad de cumplir hasta el último capricho de grupos ultraminoritarios. Lamentablemente, buena parte de la población y casi todos los medios de comunicación/redes sociales (lobbys poderosísimo más ocupados de modelar y exhibir un mundo ficticio que de narrar la realidad objetiva) se sienten extremadamente cómodos abanderando estas causas infantiloides, y cuando «un adulto entra en la sala», como ha sido el caso de Trump (con todos los defectos que podamos achacarle), el malestar es masivo; las formas rudas y directas del mandatario, casi sin precedentes en el líder de una superpotencia (ver vídeo de arriba), han acabado de aglutinar en su contra a toda posible oposición, incluyendo a los políticos de carrera, consagrados a la tarea de complacer al mínimo común denominador.

Es así como hace 8 días 70 millones de personas salieron a votar a Joe Biden, como podrían haber votado a una escoba si la hubieran puesto de candidata, con la esperanza de librarse del «hombre malo» que aguaba la cálida fantasía que todos ellos comparten. Si se salen con la suya, vivirán en un mundo en el que todos seremos más pobres, más tontos y estaremos más lejos del verdadero progreso, pero en el que ellos se sentirán más felices a base de pura sugestión y de confirmación mutua; modernos lotófagos que nos recuerdan lo asombrosamente poco que cambian algunas cosas.
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Ad Astra: Diferente e incomprendida


En una sala insonorizada nadie puede oír tus reflexiones.

Título original: Ad Astra – EEUU, 2019 – Dir: James Gray

Brad Pitt interpreta un astronauta hijo de otro as del espacio, considerado un héroe casi mítico y perdido hace años en una misión consagrada a la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Una emergencia que amenaza el futuro de la Tierra obliga a Brad a ir en busca de su padre, en una operación rodeada de secretos.

La película ha tenido en general una mala recepción por su tono introspectivo, taciturno y pausado. Imagino que la mayoría de sus detractores la llamarán también «lenta», pero me parece interesante establecer una distinción entra una narración pausada y otra que se hace lenta en el sentido de no avanzar (con el consiguiente aburrimiento). Ad Astra pertenece claramente a la primera categoría, y si la analizamos secuencia por secuencia apenas encontramos pausas obvias; en todo momento ocurre algo y cada escena tiene su función. Entiendo que cuando esa escena consiste en un monólogo del protagonista pasando su evaluación psicológica frente a un ordenador alguna gente se aburra, pero esto es diferente a otros films donde podemos señalar con precisión los momentos que no sirven ningún propósito o que alargan el plano sin objeto alguno (vienen a la mente ejemplos como la «Solaris» rusa o «Zodiac».)

Hablando de los monólogos de Pitt, nos encontramos ante un personaje interesantísimo, muy singular en el actual cine de masas. Se nos presenta como una persona distante, con verdaderas dificultades para sentirse a gusto entre sus semejantes, pero con la virtud de una brutal honestidad consigo mismo (si bien no con los demás). La forma en que reconoce sus carencias y conflictos puede poner al espectador ante las suyas propias, inspirándolo para realizar a su vez este sano ejercicio de autoanálisis. Todo el concepto de la evaluación psicológica automatizada resulta también muy interesante, con esos algoritmos capaces de detectar emociones en las manifestaciones externas más sutiles, y que ya prácticamente existen en nuestra realidad.

Aunque el presupuesto fue de unos 100 millones de $, se trata de un film con tono e intenciones casi de cine independiente. No obstante, tiene un componente secundario de acción-intriga bastante bien resuelto. Con todo, el género se siempre se ha prestado a la reflexión existencial, y es fácil apreciar los paralelismos con «Gravity», «2001», «Moon» o «Arrival».

Muy logrado también el personaje-concepto del padre, una presencia más bien fantasmal (la presencia real de Tommy Lee Jones en el film es en torno a los diez minutos). Un hombre consumido por la obsesión del conocimiento trascendente, por la misión por encima de todo. A medida que el personaje de Pitt se aleja del sol y se acerca a su padre, va reencontrando la empatía con el resto de humanos, dándose cuenta de que no puede convertirse en lo mismo que su progenitor, al que no obstante sigue guardando devoción. El líder obseso y megalómano no es desde luego una figura original en el cine, y a poco que el espectador se fije reconocerá otro paralelismo muy claro film con Apocalypse Now durante todo el film.

¿Qué me funciona menos de la película? Podría haber tenido más esplendor visual. Aunque la base-centro comercial de la luna es todo un hallazgo, el diseño de producción podría haber ido más allá, por ejemplo en la sala de relajación y en los interiores de las bases y naves. La fotografía granulosa (que seguramente se usa para resaltar el tono «indi») no hace favores en ese aspecto. La paleta de colores es intencionalmente melancólica, pero ese recurso encaja muy bien con la historia.

Se agradecería también más versimilitud en los efectos, sobre todo durante la escena de los rovers lunares, con esas sonoras explosiones en un entorno sin atmósfera. Creo que el público actual habría aceptado perfectamente que no hubiera sonido en esos momentos, algo que se podría haber intercalado perfectamente con transmisiones de radio, latidos de corazón, etc. (curioso que quizá el mejor momento de la película sea uno en el que hay silencio casi absoluto, desafiando la disipada atención de las salas cinematográficas modernas). Marte se presenta con la laxitud habitual: aunque son ya muchas las películas que transcurren en este planeta, nunca se reconoce su baja gravedad (un tercio de la de la Tierra) ni el frío extremo de su superficie (-60 grados celsius de media).

En fin, la película ha funcionado horriblemente en taquilla, recaudando sólo unos 30 millones en USA (la misma cifra que Rambo). Está claro que cuando la gente va a ver a «Brad Pitt en el espacio» espera algo parecido a «Interpastelar», película mucho menos interesante e infinitamente mentirosa desde su propia concepción (intentando legitimar mediante la asesoría de un Nobel de física conceptos de ciencia ficción pura y dura). Ad Astra es un excelente film, con meritorias reflexiones sobre nuestro lugar en el universo y la relación con nuestros semejantes, exigiendo solamente al espectador un mínimo de paciencia y olvidar las preconcepciones que pueda tener antes de verla. Recomendada.
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Senderos de Gloria: Kubrick se gradúa

Título original: Paths of Glory. EEUU, 1957. Dir: Stanley Kubrick

Senderos de Gloria es en mi opinión el primer film realmente notable dirigido por Stanley Kubrick, tras unos inicios dedicados más bien a “hacer músculo” en distintos géneros. Se trata de una historia sobre la guerra (concretamente, la I Guerra Mundial), pero no hace especial hincapié en la propia acción bélica, sino más bien en la moralidad de los hombres que participan en un conflicto armado.

Basado en la novela homónima de Humphrey Cobb, el argumento es sencillo, y se centra en una compañía francesa a la que se encomienda la toma de una cota casi inexpugnable, con fines principalmente propagandísticos. El capitán al mando se encuentra con un doble problema: primero liderar a sus hombres en una acción que supone una masacre casi asegurada, y posteriormente enfrentarse a las inesperadas consecuencias del ataque. Aunque las tropas que se representan son francesas, ningún personaje habla francés ni intenta imitar el acento, adoptándose la convención de que el inglés hablando por los personajes es en realidad francés.

En un cambio agradecible dentro del género, el film no describe una larga campaña militar ni engarza una batalla tras otra (pese a que los trailers puedan hacer parecer lo contrario). De hecho, sólo hay una escena de este tipo, y no especialmente gráfica. La victoria y el antagonismo con el enemigo ocupan un papel secundario, centrándose el foco en el trato de los oficiales hacia los combatientes de su ejército, y en cómo la vida de estos subordinados puede llegar a perder todo valor, bien por la ambición de quien no experimenta personalmente la batalla, bien por simple incompetencia y mezquindad no sólo de los altos mandos, sino incluso de los oficiales intermedios.

Una vez más Kubrick se encarga personalmente de la fotografía, realizando un impecable trabajo en blanco y negro. Los planos brillan por su composición y por su nitidez, si bien no se busca la grandiosidad de otras recreaciones históricas. Destaca la escena temprana del general pasando revista a sus tropas, avanzando por una trinchera en dirección a la cámara mientras esta retrocede hacia el espectador, lográndose un gran efecto de inmersión.

El drama central se presenta con efectividad, manteniendo la incertidumbre sobre el destino de unos soldados enfrentados a la sinrazón de un aparato militar deshumanizado y anacrónico. Kirk Douglas interpreta con toda solvencia al oficial protagonista, si bien es un papel diseñado para su lucimiento y que no entraña dificultad para un actor de su entidad. Su personaje representa a la parte del estamento militar que dispensa el respeto y la consideración debidos a los soldados rasos. El resto del trabajo actoral es también destacable, y entre el elenco podemos ver a Timothy Carey, un larguirucho actor de inconfundible físico que ya trabajó con Kubrick en “The killing”. Hay que destacar también a Joe Turkel, recordado especialmente por dos papeles: el del inquietante barman de «El resplandor» y el del magnate tecnológico Tyrell, en «Blade Runner».

“Senderos de gloria” no trata de ser la película definitiva sobre la guerra ni sobre el conflicto del 14 en particular, pero sí aporta un enfoque novedoso sobre esta contienda. Tiene cierto parentesco temático con “The Blue Max” (1966), que también tocaba los abusos jerárquicos durante la I Guerra Mundial, si bien con mucha menos sutileza e impacto que el film de Kubrick. Se puede reprochar a este último presentar unos personajes algo estereotipados y un guión efectivo pero lineal, sin muchas incidencias ni giros, y cuya escena final está impregnada de un sentimentalismo bastante poco convincente. Con todo, es una obra ya madura, sin los ineficaces experimentos estilísticos de la primera etapa kubrickiana ni las convenciones de género que vulgarizaban “The killing”. Douglas y Kubrick quedaron satisfechos por esta colaboración, lo que les llevaría a repetir en la siguiente película del neoyorkino, “Espartaco”.
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Kubrick: Los primeros trabajos

Las dos primeras producciones dirigidas por Stanley Kubrick pertenecen al casi extinto género del mediometraje, se filmaron en blanco y negro y contaron con un bajo presupuesto. Fear and Desire (1953) narra la historia de cuatro soldados atrapados en un bosque tras las líneas enemigas que tratan de volver con su bando, para lo cual han de atravesar un río. Por el camino tomarán como rehén a una joven con la que se cruzan accidentalmente. El film, básicamente experimental, intenta ser un drama psicológico, pero ni la peripecia de los soldados ni las reflexiones que realizan durante su viaje resultan especialmente interesantes. Uno de ellos está obsesionado con matar a un general enemigo, pero esta subtrama tampoco aporta mucho. Puede destacarse la más que correcta fotografía en blanco y negro (obra del propio Kubrick) y la belleza de la actriz Virginia Leith, pero poco más.

El verdadero interés de este film está en su realización: un Kubrick de 25 años debió apoyarse financieramente en su padre, pidiéndole dinero de su jubilación, y por esta falta de medios intentó mantener un micropresupuesto, rodando incluso sin sonido; no obstante, el resultado de esta técnica no debió convencerlo y hubo de invertir más dinero para doblar la película. Con el tiempo se avergonzó de esta primera obra, criticó duramente al guionista y trató de retirarla completamente de la circulación, conservando sólo una copia para sí. No obstante, otras dos copias sobrevivieron y una de ellas fue restaurada; puesto que al parecer el film ha caído en el dominio público, ahora verse íntegramente incluso en Youtube. Poco sospechaba el fallecido director que esta opera prima de la que renegó podría ser vista gratuitamente por millones de personas. Considerando que la película sólo dura una hora, tampoco se pierde mucho visionándola, aunque sólo sea por curiosidad cinéfila.

Killer’s Kiss (1955) pertenece al género negro, aunando varios tópicos del mismo: el boxeador humilde que trata de salir adelante, la mujer similarmente desesperada, ambos personajes compartiendo sus miserias, el hampón que se interpone en el camino del protagonista… Quienes hayan visto películas como The Hustler, con Paul Newman, reconocerán el patrón. La fotografía es nuevamente el punto más destacado de la película, con varias tomas interesantes de la Nueva York de los 50, pero la historia no logra despegarse de su convencionalismo, y pese a su corrección general lo cierto es que el film causa poco impacto. Podemos considerarlo otra obra formativa de Kubrick, en el que nuevamente se agradece la brevedad, con unos comedidos 67 minutos.

The Killing (1956), conocida en España como «Atraco perfecto», es el primer largo propiamente dicho de Kubrick (una hora veinticuatro minutos), y pertenece al género “atracos”, concretamente el de las cajas de un hipódromo localizado en San Francisco. La banda que lo perpetra está formada por atracadores profesionales y trabajadores del hipódromo que desean abandonar la mediocridad de su vida, y está encabezada por un curtido ladrón que desea retirarse y llevar una vida tranquila junto a su prometida.

Estamos nuevamente ante una película que se ciñe a los patrones de su género, más lograda que Killer’s Kiss pero sin destacar a mi juicio en nada especial. Debido a una imposición de la productora contra los deseos de Kubrick, se utiliza el primitivo recurso del narrador en off, con una voz de locutor radiofónico que explica la acción y los antecedentes de cada personaje con bastante poca sutileza. La película sufre claramente por ello, pero la trama es razonablemente interesante y no puede hacer ningún reproche especial a la globalidad del film. Un punto original para la época es que la narración no es completamente lineal, pues una vez se inicia el golpe se nos muestra su desarrollo varias veces, cada vez desde la perspectiva de un personaje. United Artists pensó que esto podría causar confusión al expectador, y esto explica la narración en off mencionada. Al igual que en films similares, se resalta que incluso el plan más brillante puede peligrar por cualquier detalle inesperado, fruto de la mala suerte, la ignorancia o la debilidad de carácter de alguno de los bandidos.

Sterling Hayden interpreta con solvencia el personaje principal, un ladrón curtido pero con un punto de vulnerabilidad. El resto del reparto tampoco desentona, con la excepción de Marie Windsor, cuyo aspecto aspecto demasiado maduro para el papel que interpreta, una “femme fatale” que lleva a la desesperación a su marido, el humilde cajero del hipódromo. En suma, una película estimable pero correcta sin más, que al igual que sus antecesoras no permite adivinar la llegada de las rompedoras obras firmadas más adelante por el neoyorkino.
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El hombre que no estaba ahí – Madurez artística

The man who wasn’t there – Dir: Joel Coen – EEUU, 2001

Para “El hombre que no estaba ahí”, los Coen dan un salto adelante de unos 30 años respecto a “O brother”, sin abandonar esa primera mitad del siglo XX que les es tan querida. Una vez más vuelven a mezclar géneros, entregando un relato que abarca el drama criminal, la comedia negra y la reflexión existencial.

La historia se centra en Ed Crane, un barbero sin ningún tipo de pretensión, que se trabaja en su pequeña ciudad moviéndose entre una callada resignación y la complacencia de una vida estable y sin problemas. Por el autorretrato que traza a través de su omnipresente voz en off, su vida es más feliz que infeliz, pero una inusual propuesta de negocios despierta algo en su interior que lo lleva a desear algo más, a demostrarle a su metódica y algo ambiciosa esposa que es más de lo que parece. Esta chispa desencadena toda una serie de acontecimientos que sacuden la existencia perfectamente ordinaria del barbero.

Tras ese punto de partida la historia se despliega con habilidad, con un ritmo no decae en ningún momento, gracias a una trama que permanece impredecible y a un elenco de personajes pintorescos típicos de lo Coen, que esta vez no llegan al punto de resultar irritantes; en este aspecto es una de las películas más equilibradas de los hermanos, presentando unos tipos humanos casi convencionales para sus estándares. Entre todos ellos brilla ese silente Ed Crane que aguanta estoicamente la locuacidad de quienes suelen rodearlo, y cuya personalidad deja rápidamente huella.

Contribuye al buen fluir del film su gran perfección formal, con una prístina fotografía en blanco y negro obra del célebre cinematógrafo británico Roger Deakins. Un detalle fascinante en este film que maneja con tanta maestría las gamas del gris es que se rodó en color por resultar más fácil técnicamente, y esta versión no sólo existe aún, sino que apareció en DVD en algunos países. La atmósfera se redondea con una banda sonora dominada por el piano, mediante composiciones de Carter Burnwell y piezas clásicas de Beethoven.

Billy Bob Thornton es una elección idonea para ese protagonista que no podía tener un rostro muy atractivo, pero tampoco carecer de carácter. Gran parte del peso de la película recae sobre su narración, la cual ejecuta perfectamente. Joel Coen vuelve a asignar un papel importante a su mujer Frances McDormand, cuyo físico nunca me ha gustado pero que resulta muy adecuada para el papel de la esposa, atractiva pero no mucho, ambiciosa pero sin excesos, amorosa pero sin efusividad alguna. El resto de secundarios es muy destacable, incluyendo a un Richard Jenkins con un aspecto muy similar al de su famoso papel del padre en “A dos metros bajo tierra”, si bien este personaje es totalmente distinto, mucho más plácido y humilde; interpretando a su hija está una jovencita Scarlett Johansson que añade un toque de belleza y ligereza muy agradecible a esta historia teñida de melancolía. Aparecen también Jon Polito y James Gandolfini, aprovechando al máximo sus pocas escenas, como actores de gran entidad que son. Pero sin duda el caramelito interpretativo le cae a Tony Shalhoub (el actor de “Monk”), quien tiene oportunidad de encarnar al cuasi infalible abogado Freddy Riedenschneider. Es el papel con más oportunidad de lucimiento, un personaje locuaz y genialoide, aprovechado al máximo por Shalhoub.

En medio de su amena trama semicriminal, “El hombre que no estaba ahí” nos plantea una interesante cuestión, la de las personas que sólo aspiran a una vida lo más sencilla posible y a ser amadas, pero a quienes les falta un punto de iniciativa, habilidad social o suerte para sentir que realmente encajan entre sus semjantes. Seguro que más de un espectador se siente identificado. El conjunto se remata con los habituales toques surrealistas de los Coen (se apunta una peculiar “conspiración OVNI”, muy acorde con la época), conformando todo una excelente película, sin duda un homenaje al «noir» pero con una potente identidad propia. En mi opinión, la mejor obra los hermanos neoyorquinos hasta ese año 2001.
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Blade Runner 2049 – La película replicante

Título original: Blade Runner 2049 – EEUU, 2017 – Dir: Denis Vileneuve
.ATENCIÓN – Esta crítica contiene numerosas revelaciones sobre la trama.

Llega 35 años después la secuela de Blade Runner, film que podemos calificar, fácilmente, como el mejor de ciencia-ficción de la historia junto con 2001. Ridley Scott se bajó del barco (¿abrumado por el reto?), entregando pertrechos a la «joven promesa» Denis Vileneuve (50 años, pero aparentemente en su efervescencia creativa). Hacer una secuela de Blade Runner es una apuesta de alto riesgo: ese mundo definitivamente admitía una expansión, pero un fracaso significa quedar muy tocado. ¿Qué tal librado salió el nuevo director?

Vileneuve empieza de forma inteligente, con una secuencia diurna que marca una diferencia visual con la primera película, la cual transcurría integramente de noche (si bien pronto se vuelve a la atómsfera nocturna). Los primeros compases transcurren agradablemente, fijando el tono estético y narrativo. Aunque no se puede negar que Vileneuve tiene su propia voz, aquí tanto él como Hans Zimmer están canalizando el trabajo de Scott y de Vangelis, respectivamente. Sí, definitivamente todo ocurre en el mismo mundo de la primera parte, y reconocemos varios elementos distintivos de la misma, como la interacción con tecnologías que permiten escudriñar y «aumentar» la realidad a fondo (algo que era ciencia ficción en 1981 y hoy es parte de nuestra vida cotidiana). Gran acierto recuperar el icónico edificio de la Tyrell Corporation (ahora propiedad del personaje Wallace), e incluso creo que hay un plano que se ha insertado directamente de la primera película.

Pero si algo nos ha enseñado el cine moderno (por ejemplo la franquicia Star Wars) es que recrear estilos antiguos, si bien requiere una gran maestría técnica, puede realizarse de forma casi mecánica, contando con los artesanos y el presupuesto adecuados. Sigue haciendo falta la mano que insufle a todo de propósito, dirección y estilo, y ahí Vileneuve no sale tan bien. No es que falten elementos interesantes: la premisa de una replicante capaz de reproducirse tiene mucho potencial, y el romance del Blade Runner «K» con su novia virtual está bien desarrollado, pero van pasando los minutos y la cosa no acaba de amalgamarse correctamente. Hablando de la novia virtual, tremenda irrupción de Ana de Armas en Hollywood, directamente como coprotagonista en una producción de esta entidad. La muchacha es bellísima y parece hacer un trabajo correcto, si bien no puedo juzgar su inglés porque vi la película doblada.

Llegamos a la marca de la hora y media con un conjunto que se sostiene dificultosamente, en la frontera entre rematar un relato interesante o de colapsarse. Lo más interesante hasta ese momento el cameo de Edward James Olmos y la relación de «K» con la jefa de policía, una madura Robin Wight-Penn. El punto más débil sin duda es la primera secuencia de Jared (Pa)leto como Wallace, un «villano con complejo de Dios» tan tópico que parece salido de la web TV Tropes. Cuando vemos el nacimiento de una bella replicante y el tipo la raja de inmediato con un bisturí por ser «imperfecta», estamos ante el primer indicio grave de que la película está naufragando.

La aparición de Deckard, la cual debería suponer el repunte de la historia, se convierte en todo lo contrario. Para empezar, ¿dónde coño vive el tipo? En una especie de cementerio nuclear (con filtro naranja constante, por si no queda claro) pero lleno de gigantescas y bellas estatuas, que nadie sabe por qué están ahí, pero que quedan bonitas. También vemos que Deckard se dedica a la apicultura, un trabajo similar al del primer replicante de la película. Serán abejas inmunes a la radiación, supongo. La verdad es que el personaje no parece nada dado a esas labores, y además, ¿cuál es su propósito, hacer miel? ¿Para qué, si al parecer está totalmente aislado y posee suministros ilimitados de alimento? («Tengo millones de botellas de whisky»). Eso sí, a un madrileño le hace mucha ilusión ver que el interior del edificio donde vive es el Palacio de Correos de Madrid (corrección: de hecho, esta escena está filmada en Budapest).

En fin, el antiguo Blade Runner reside en un casino abandonado, con una sala de fiestas holográfica que sólo sirve para epatar visualmente (¿cómo funciona puese a la radiación y a no tener mantenimiento? ¿de dónde sale la energía?). Deckard y K tienen una pelea a puños en la que el primero parece imponerse, pese a que sabemos perfectamente que su fuerza es normal y la de K sobrehumana; de hecho, un rato después este último atraviesa una pared en medio de una leve carrera, violando toda la física conocida. Toda la historia de Deckard es poco convincente: se confirma que es el padre de la «niña milagro», pero se desentendió de ella «porque era lo mejor»; y además luego se perdieron los registros y era imposible localizarla, pero sin embargo hay una «resistencia replicante» (subtrama que no va a ninguna parte) que sabe perfectamente dónde está y no ha hecho nada por ponerlos en contacto. ¿Realmente no ha encontrado Deckard nada mejor que hacer con su vida que leer, criar abejas y emborracharse? Ford está teniendo un triste final de carrera, enturbiando sus tres papeles más emblemáticos.

Cuando Wallace atrapa a Deckard, la película se hunde definitivamente. Su objetivo es obtener la clave de la reproducción de los replicantes, y para ello necesita cierta información de su prisionero. ¿Cuál? ¿Acaso es Deckard experto en biotecnología? Si tienes al padre vivo y los restos mortales de Rachel, ¿por qué no te dedicas a analizarlos e intentar desentrañar el misterio? El punto más bajo llega cuando aparece el clon de Rachel, una recreación computerizada de Sean Young cuando era joven. ¿¿Pueden por favor dejar de usar esta técnica en el cine?? Vale, es un gran logro técnico, pero en la inmensa mayoría de los casos resulta ridículo, siniestro y no aporta nada. Además, resulta que a Deckard no le gusta el clon y la «secretaria» de Wllace decide despacharla sumariamente, como si estuviéramos en un capítulo de Narcos. ¡¿Por qué?! ¿Quién la autorizó? ¿Habían acordado darle un tiro en la cabeza si no funcionaba de inmediato? Por cierto, esta secretaria, que es el 2º personaje que más aparece en el film, podría haber sido interesante, pero degenera rápidamente en una especie de sicaria ridícula, y al parecer también algo ninja, pues puede matar a la comisaria de Los Ángeles en su propio despacho sin ningún tipo de consecuencia. Pero eso sí, llora las primeras veces que acuchilla a personas. ¡¡¡Por favor!!!

La traca es cuando Wallace llega a la conclusión de que hay que torturar a Deckard, y por algún motivo absolutamente ignoto eso requiere llevárselo a las colonias espaciales (por cierto, oportunidad de oro perdida para mostrarnos las famosas colonias y, por qué no, la puerta de Tannhauser). Y esas son las únicas dos escenas de Leto, un «malo» principal que figura prominentemente en el cartel y que está 10 minutos en la película. Se entiende su motivación, pero todo lo demás es fallido en él: su crueldad caricaturesca, sus métodos, sus implantes cibernéticos («¡eh, espectador! ¡es menos humano que los replicantes!») Qué diferencia con ese personaje tan interesante que era Tyrell.

¿Cuál es el mayor pecado de la película? No haber conservado la prístina claridad narrativa del original, el cual puedes ver en total relajación y no perder ningún detalle importante; aquí hay varias cosas que no quedan claras (¿de dónde saca K el ADN de bebé que analiza, del patuco que había oculto en el piano? ¿Qué es esa explosión que se produce en el casino de Deckard?). El segundo pecado es la duración: El largometraje es un formato que encuentra su punto dulce entre los 80 y los 110 minutos, todo lo que supere eso necesita una justificación muy específica (haz una miniserie si te quedas corto) y casi siempre agota al espectador. Las brutales 2 horas y 40 minutos de «2049» hacen sus pecados mucho más difíciles de perdonar.

Hay otros detalles menores, como la resolución del romance entre K y su novia virtual Joi; la «escena erótica» que comparten se basa en un efecto visual raro y que no funciona; K decide sacarla de la red, sólo hace una copia de respaldo y se la lleva a una misión peligrosa (uh…); en un momento dado descubrimos que todos los modelos de Joi tienen el mismo físico. Vamos a ver, ¿puedes hacer replicantes de carne únicos pero todos tus humanos computerizados son iguales? Gracias, Vileneuve, ya nos damos cuenta solos de que es una mujer artificial. Luego, la banda sonora no logra ni de lejos la misma integración en la historia que el original. Aunque Zimmer logra una aceptable réplica del Vangelis ochentero, su partitura está básicamente de fondo. Eso sí, no se privan de usar el tema de muerte de Roy Batty en la última secuencia para una manipulación emocional de todo a cien. Todo el aspecto visual, tan sobresaliente en el original, aquí es simplemente pulcro y cumplidor, con pocos momentos brillantes.

En fin, la película es digna pero en último término totalmente fallida, esa es la realidad. Gosling está correcto en todo momento pero no puede salvar el material, y Vileneuve se destapa como otro director incapaz de aplicar la economía narrativa. Las buenas críticas me indican que el espectador criado visualmente en los 80 hoy se conforma con reconocer los guiños a los originales cuando ve un «remake», pero el fracaso en taquilla está sobradamente justificado. Realmente es una pena que se estropee así un superclásico, pero bastará con hacer un esfuerzo por olvidar esta secuela. Esta vez no harán falta múltiples ediciones para encontrar la versión definitiva de una joya; la única que podría valer la pena es una con muchos, muchos menos minutos.
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