Starship Troopers, la novela

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Starship Troopers – Robert A. Heinlein – EEUU, 1959
Título Español: Tropas del Espacio

Robert A. Heinlein (EEUU, 1907) es tradicionalmente considerado, junto con Isaac Asimov y Arthur C. Clarke, uno de los «tres grandes» de la ciencia ficción. Una apreciación puramente subjetiva -como casi todo lo concerniente a lo literario-, pero que nos da idea de la influencia de este autor. La ciencia ficción no suele ser fácil de adaptar a medios audiovisuales, sobre todo las obras más ambiciosas del género, y por ello estos «tres grandes» aún no han sido llevados muchas veces al cine, aunque cada uno tiene al menos una obra emblemática convertida en película: De Clarke se tomó su obra corta El Centinela como base de la monumental 2001; de Asimov se adaptó Yo, Robot; y de la obra quizá más conocida de Heinlein, Starship Troopers, existe (en orden cronológico) una serie de anime, un largo de imagen real -con dos secuelas de bajo presupuesto-, una serie de animación occidental y, por último un largo de animación japonesa. En la serie que inaugura este artículo examinaremos casi todas las encarnaciones de la obra, aunque por supuesto empezaremos por el libro original.

Heinlein escribe Starship Troopers en 1959, con una edad más que respetable, 52 años, y el libro le vale la obtención de su segundo premio Hugo, el galardón más prestigioso de la ciencia ficción. La historia es extremadamente simple: escrita en forma de diario, narra las experiencias militares de Johnnie Rico, un joven que decide alistarse en la I.M. (Infantería Móvil) de la Federación Terrestre.

La mayor particularidad del mundo de Starship Troopers -que se sitúa en el siglo XXII- es la existencia de un gobierno mundial en el que la plena ciudadanía se obtiene únicamente tras prestar servicio en el ejército durante un cierto periodo de tiempo (como mínimo dos años). Se trata de una afiliación totalmente voluntaria, casi sin restricciones de acceso y con la renuncia permitida en cualquier momento, pero que resulta condición imprescindible tanto para votar como para optar a un cargo político. Johnnie pertenece a una familia adinerada en la que ninguno de los miembros es ciudadano, y su padre recibe un terrible disgusto al conocer la noticia de su alistamiento, que le parece totalmente innecesario y poco menos que un capricho. De hecho el propio joven está lleno de dudas al principio, pero desea descubrir si puede ser algo más que «el hijo del jefe», y ciertamente su andadura militar lo cambiará por completo.

Starship Troopers  es mitad narración militar, mitad tratado moral, impartido mediante largos parlamentos puestos en boca del profesor de Ética en el instituto de Johnnie o de algún oficial superior. A través de ellos, Heinlein expone una particular visión sobre la vida y la sociedad, exaltando los sentimientos de responsabilidad individual y de servicio público, y rechazando con rotundidad las ideologías socialistas. Es importante saber que Heinlein sirvió como ingeniero naval en el ejército durante su juventud, experiencia que sin duda moldeó su personalidad. La gran tesis del libro es que un electorado y un gobierno formado únicamente por ex militares crearían una democracia muy perfeccionada, por este simple motivo: un militar, si bien tiene defectos como cualquier humano, después de un cierto tiempo sirviendo a su nación -o planeta- ha demostrado que antepone ante todo el bienestar colectivo, jugándose su propia integridad física para defenderlo.

Huelga decir que esta visión fue polémica en su momento y lo es quizá más en la época actual, pero Heinlein no exalta el militarismo, sino que más bien nos plantea qué valor tienen los derechos democráticos cuando no se ha hecho nada por ostentarlos. ¿Puede valorar la condición de ciudadano alguien que ha nacido con ella? El debate, que el autor suscitó hace 50 años, es tremendamente actual en estos tiempos en los que los ciudadanos de los países occidentales reclaman cada vez más derechos, pero parecen rehuir las responsabilidades. El planteamiento de Heinlein puede parecer extremista -¿quizá intencionadamente?- pero merece ser examinado con detenimiento. Frente al «todo gratis», se nos presenta la estricta disciplina de la I.M. como forjadora del cuerpo y el alma, con reglas durísimas pero equitativas.

En cuanto al aspecto puramente narrativo, la historia no tiene grandes giros -a excepción de un reencuentro bastante sorprendente- y se limita a describir las campañas del protagonista, con una batalla final algo más trascendente, pero que no podemos calificar propiamente de clímax. No obstante, la narración y las teorías morales expuestas se hacen extremadamente interesantes y el libro se lee con gran rapidez (o así fue en mi caso). El estilo no tiene ninguna floritura, y lo único que se le puede reprochar es que las acciones bélicas no siempre están descritas con la deseable claridad. Un elemento que creo es original del libro es el traje militar acorazado y computerizado -una suerte de exoesqueleto que amplifica enormemente la capacidad de desplazamiento y combate- y que se convertiría en un elemento habitual de la ciencia ficción posterior. También se introduce el concepto de una raza extraterrestre inteligente de seres insectoides con una mentalidad de colmena; el mismo tipo de antagonistas que usaría brillantemente el hoy denostado Orson Scott Card en El juego de Ender.

Seguramente no pueda llamarse a Starship Troopers novelón de ciencia ficción, pero sí que es un libro extremadamente entretenido y bastante audaz, que invita al lector a pensar. Esto es algo a lo que debe aspirar la ciencia ficción -el género especulativo por excelencia- y es también lo que me lleva a recomendarlo.
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Drácula, la novela: Cuestión de fe

DraculaBram Stoker – Reino Unido, 1897

Éste es el primero de varios artículos que irán dedicados a una conocidísima figura de la cultura popular del siglo XX: el Conde Drácula. En esta serie nos adentraremos en las múltiples encarnaciones del personaje, tanto en la novela en la que nació como en sus posteriores versiones cinematográficas. Vamos con unos breves antecedentes:

La figura del vampiro, en distintas variedades, forma parte desde hace siglos del folclore de buena parte de Europa. A finales del siglo XIX, este tradición había pasado ya a la ficción literaria, cosechando un gran éxito gracias sobre todo a dos obras, The Vampire, de John Polidori, y el serial Varney the Vampire (atribuido a dos posibles autores distintos). Como curiosidad, decir que la obra de Polidori tuvo su origen en la misma reunión literaria veraniega durante la cual Mary Shelley escribió su Frankenstein. The Vampire el primer texto en la que se retrata al vampiro como una figura aristocrática, a diferencia de la tradición popular, donde por lo general se trataba de un muerto viviente de cualquier condición social y desprovisto de glamour.

Abraham Stoker, de nombre literario Bram, aprovecharía conceptos vertidos en estas obras, así como la tradición preexistente, para producir una novela cuya influencia ha ido creciendo de forma exponencial y llega hasta nuestros días. Stoker, sin embargo, no era ni mucho menos una de las estrellas literarias de la época. Nacido en Irlanda, comenzó como crítico de teatro y escribiendo relatos cortos. Después de trabar relación con el célebre actor Henry Irving se mudaría a Inglaterra, donde se convertiría en el administrador del Teatro Lyceum durante casi tres décadas, usando la escritura como medio para complementar sus ingresos. Como anécdota, decir que su esposa era una celebrada belleza de la época, a la que pretendió Oscar Wilde antes de pasarse «al lado oscuro».

Alrededor de 1890, Stoker empieza a documentarse para una novela centrada en el vampirismo, y siete años después aparece Drácula, cuyo manuscrito se titulaba hasta una semanas antes de su publicación El No-Muerto. La novela adopta un formato epistolar, es decir que no se nos narra nada directamente, sino que conocemos la historia mediante una compilación ficticia de cartas, documentos y anotaciones de diario. Esta peculiaridad desconcierta al principio, pero después de unos pocos capítulos deja de ser una distracción; Stoker manipula lo suficiente el texto como para que la narrativa sea prácticamente idéntica a la de una novela convencional.

La historia comienza siguiendo el viaje de Jonathan Harker, un ayudante de abogado londinense que ha de desplazarse hasta la remota región de Transilvania -perteneciente en la época a Hungría- para tramitar la compra de una propiedad por parte de un aristócrata local, el conde Drácula. Es en esta parte de la novela donde más sale a relucir la completa documentación realizada por Stoker, describiendo con detalle costumbres, localizaciones y atuendos genuínos de la región (aunque hay que decir que el autor nunca viajó físicamente allí). Con ello se pretende alejar la novela de la narrativa fantástica convencional, creando, por el contrario, un mundo muy creíble en el que irrumpen elementos sobrenaturales que lo perturban por completo. Estos primeros capítulos, que abarcan la llegada de Harker a Transilvania y su estancia en el castillo del conde, conforman una de las partes más logradas del libro, y son una excelente introducción para la extensa historia que se nos narrará posteriormente.

La descripción física del conde es especialmente interesante, por las comparaciones que podemos realizar con sus versiones cinematográficas. El Drácula de Stoker tiene un aspecto avejentado y luce bigote, detalle obviado por casi todas las películas. Otro atributo poco conocido es el intenso y abrumador olor que desprende, el cual es captado por cualquier persona que se encuentre cerca de él. Nunca se menciona que lleve capa, aunque este detalle de vestuario es justificable en los films por su espectacularidad y por ser una prenda típicamente aristocrática. Se dice que la figura del conde tuvo una fuerte inspiración en la apariencia y ademanes de Henry Irving, quien ejercía una enorme influencia sobre Stoker.

Tras esta primera primera parte, la acción se traslada a Inglaterra, donde conoceremos al resto de personajes. La novela se enmarca en la corriente romántica del terror gótico, y el rol de la mujer virtuosa adorada por el varón jugará un papel preponderante. Esta figura está representada por dos personajes: Mina Murray, prometida de Harker, y Lucy Westenra, amiga íntima de la primera. En los primeros pasajes ingleses Stoker vuelve a entretenerse en el costumbrismo, describiendo con precisión el verano en la localidad costera de Whitby. Las detalladas descripciones del autor a lo largo de la novela han propiciado la creación, en tiempos modernos, de «Tours Drácula» para entusiastas del libro, aunque algunos de los lugares que recorren no son exactamente los mismos de la obra (sobre todo los situados en Rumanía). A través de la correspondencia entre Mina y Lucy, descubrimos que ésta última tiene nada menos que tres pretendientes: El Dr. John Seward, el aristócrata Arthur Holmwood y el emprendedor americano Quincey Morris. No sólo eso, sino que los tres se le declaran el mismo día, para desmayo y deleite de la chica.

Cuando Lucy cae enferma, aquejada de una gran palidez y debilidad, esta bucólica postal empieza a romperse, y la presencia del conde vuelve a hacerse sentir, pero siempre desde las sombras. El Dr. Seward, desesperado y superado por los síntomas de su amiga, convocará al que seguramente es el personaje más logrado de la novela, y el más conocido aparte del propio conde: su antiguo profesor Abraham Van Helsing, natural de Holanda. En Van Helsing se combinan de forma fascinante la creencia en la ciencia y en el espíritu; el profesor no duda en usar cualquier recurso a su alcance con tal de salvar vidas… y almas. De hecho, la primera técnica que prueba en la chica es la transfusión, método novedosísimo en la época y que podía acabar con el fallecimiento del paciente, pues aún se desconocían los grupos sanguíneos. Pero cuando el estado de la paciente empeora, Van Helsing va dándose cuenta de la verdadera naturaleza de su mal, y pasa a otros métodos aparentemente alejados de la ciencia. Así, aparecen las rosas, los ajos y los crucifijos como método de protección, todos ellos tomados de la tradición vampírica.

Pero entre estos objetos Stoker le dará una importancia especial al crucifijo y a otros objetos de la liturgia religiosa, como las hostias consagradas. Pronto quedará claro que el efrentamiento con Drácula no se libra contra un simple monstruo o demonio folclórico, sino que es un combate entre las fuerzas de Dios y el diablo. Drácula se alejó de Dios en su vida de mortal aprendiendo las artes oscuras, y su incapacidad de morir se debe precisamente a que su alma no puede pasar a la otra vida. Al contagiar la condición vampírica a sus víctimas, sus almas quedan también en una especie de limbo, mucho más cerca del infierno que del cielo, y no pueden descansar en paz hasta ser liberadas del influjo vampírico. Para Van Helsing, incluso si alguien muere es fundamental salvar su alma, entendiendo esta tarea como la extensión y culminación de su oficio de médico.

Para resaltar la dicotomía Dios-Diablo, Stoker otorga una infabilidad científica a los objetos religiosos: un crucifijo o un ajo son siempre eficaces contra el monstruo, y una hostia consagrada quema la piel de la persona vampirizada. Este elemento narrativo se ha hecho muy popular, y está presente en toda la ficción vampírica posterior, ya sea para confirmar la eficacia de estos objetos o para presentarnos vampiros que por un motivo u otro son inmunes a ellos. Independientemente de si se es creyente o no, el poder espiritual y la iconografía religiosa usados de este modo confieren un gran atractivo a la historia, parecido al que se consigue en la leyenda artúrica con la introducción del Santo Grial y las maravillosas propiedades que le acompañan.


Representación influida por las versiones fílmicas.

Pero pese al saber del profesor, Drácula posee una amplia gama de poderes y resulta muy difícil de detener: su fuerza es equivalente a la de siete hombres, y tiene puede cambiar de forma, convirtiéndose en cualquier criatura de la noche o incluso en simple niebla. Así, aunque en las películas escoge casi siempre la forma de murciélago, también puede transformarse por ejemplo en lobo, además de tener control sobre las verdaderas criaturas noturnas. El consumo de sangre es capaz de rejuvenecerle. Los desdichados (por lo general, mujeres) que son vampirizados por él han de buscar sustento por su cuenta, pero están en todo momento sometidos a su voluntad. Sin embargo, el conde también tiene sus limitaciones: no puede cruzar por ríos ni por el mar, excepto en los cambios de marea, y tan sólo puede puede cambiar de forma durante la noche. No puede entrar en ninguna casa a menos que se le invite al menos una vez, y la luz del sol no le destruye, pero merma sus facultades; por ello suele dormir durante el día. Este sueño tiene una importante limitación: el vampiro ha de dormir necesariamente en la tierra en la que fue sepultado tras fallecer como mortal, pereciendo definitivamente si no se cumple esta condición. Según Van Helsing, esto indica la imposibilidad del vampiro de desvincularse completamente del poder de Dios, denotando también la incapacidad del vampiro de encontrar verdadera paz a no ser que su alma se libere. Así pues, la típica representación del conde durmiendo en un ataúd es inexacta, pues lo que describe Stoker son cajones de tierra que Drácula ha traído desde Transilvania para descansar en ellos. Abundando en esto, es llamativo que Drácula escoja una abadía abandonada como residencia en Londres; es como si el monstruo necesitara la presencia de lo sagrado, pero en un estado atenuado o degenerado, más acorde con su naturaleza oscura.

La forma de destruir al vampiro no es tan simple como clavarle una estaca en el corazón: no sólo ha de ser ésta de un gran tamaño, superior a un metro, sino que además es necesario decapitarle y llenarle la boca de ajo, detalles quizá demasiado truculentos como para representarlos en las películas. También morirá si su cajón es arrojado al agua durante el sueño, o si no consigue dormir en la tierra donde le enterraron; en estos dos casos, su alma no quedaría liberada.

Como todo el mundo sabe, para ser vampirizado es necesario ser mordido por el vampiro en el cuello, aunque no se especifica cuántas veces son necesarias. El afectado puede vivir muchos años con estas mordeduras sin transformarse en vampiro: la metamorfosis sólo llega cuando sobreviene la muerte, si bien esta suele ser prematura debido a la pérdida de sangre. Van Helsing asegura que para el paciente la diferencia entre morir despierto o durante el sueño es fundamental, pero no queda muy claro el motivo. En caso de que el vampiro original muera antes que su víctima, ésta queda liberada de su mal.

Además de los personajes a los que muerde, encontramos otro, Renfield, sobre el cual Drácula tiene un poderoso influjo. Se trata de un enfermo recluído en el sanatorio mental del Dr. Seward, poseído por la obsesión de consumir todas las vidas posibles, por lo que ingiere moscas, arañas, pájaros y toda pequeña criatura que cae en sus manos. Es pues un cuasi-vampiro, muy sensitivo a la proximidad de Drácula y sometido a su órdenes, aunque ateniéndonos a los hechos descritos en el libro no ha tenido nunca contacto físico con él. Es un personaje más bien de poca trascendencia, pese a lo cual tiene una participación extensa en la novela. Curiosamente, en varias de las películas se le da también un papel preponderante, incluso expandiendo su participación en la historia.

Cuando por fin todos los personajes se reúnen y contrastan sus datos y experiencias, no queda ninguna duda: desde ese momento su principal misión será acabar con el conde, bajo el liderazgo de Van Helsing. Esta etapa es la más intensa y emocionante de la historia, y entre los protagonistas se crea un vínculo con sólidas y variadas bases: la amistad, la solidaridad, el miedo ante lo poderoso y lo desconocido y por supuesto la fe. El libro pasa entonces al género de la aventura, embarcándonos en una fascinante caza del vampiro. Una de las escenas más memorables se produce  cuando tienen que penetrar en una cripta y ver con sus propios ojos como el que fue un ser querido se ha convertido en una espantosa criatura de la noche, que sólo podrá ser exorcizada mediante el terrible procedimiento descrito antes. Van Helsing, actuando en todo momento como líder y figura paterna, será fundamental para infundirles el valor necesario, resultando muy creíble y emotivo gracias a la excelente caracterización del autor. Tengo verdadera curiosidad por ver cómo lo encarnó Anthony Hopkins en la versión de Coppola, ya que me parece un actor muy adecuado para el papel.

Las apariciones del propio conde están muy dosificadas, y se producen sólo cuando es necesario para el avance de la historia, contribuyendo al aura de misterio que le rodea. Aun cuando el grupo se siente cada vez más fuerte y resuelto, y cada vez conocen más debilidades del conde, Drácula siempre se las arreglará para seguir golpeándoles y para ser terriblemente escurridizo. El temible vampiro nunca deja de emitir un halo de astucia, poder e intangibilidad, siendo necesarias todas las habilidades combinadas del grupo de perseguidores para poder combatirlo.

Estamos en definitiva ante una novela muy absorbente, de fácil lectura y buena construcción. En su época no pasó de ser un éxito moderado, pero cuando se adaptó al cine la gran fuerza de la historia y de sus personajes empezó a expandirse de forma imparable por el mundo. El increíble auge actual del género vampírico se debe sin duda a la obra de Stoker, al cual han de estar muy agradecidos autores como Anne Rice, Stephenie Meyer, el cineasta Josh Whedon y tantos que han hecho fortuna con la temática. De hecho, tal es el éxito de la ficción vampírica que ha llegado a hacerse tremendamente recurrente y fatigosa, pero esto no desmerece en absoluto el mérito de la obra original, que seguramente no es tan leída y reconocida como cabría esperar. Su lectura es por ello altamente recomendable, tanto por su carácter fundacional como por su propio valor literario. El trabajo de Stoker ha valido al autor una perdurabilidad insospechada para un hombre que en su época era conocido por gestionar uno de los principales teatros de Londres; una inmortalidad similar a la del fascinante personaje que creó.

La conjura de los necios: Comedieta de bajos vuelos

A Confederacy of Dunces – John Kennedy-Toole (circa 1965)

La conjura de los necios es una novela que se cruza persistentemente en nuestras vidas : es fácil encontrarse en cualquier parte a alguien leyendo un ejemplar, siempre con la misma ilustración de portada, el orondo protagonista con un perrito caliente y un pequeño sable. Es pues un best-seller sempiterno, compartiendo categoría con Los pilares de la tierra, El perfume, El ocho y títulos similares. Lo que quizá separa a La conjura de esas otras obras es su fama de libro «intelectual» y «rabiosamente divertido». Con esa reputación, era inevitable que un amante de los fenómenos de masas y del humor ácido como yo acabara echándole un vistazo.

Antes de abordar la novela en sí, resulta inevitable hacer mención su autor: John Kennedy Toole, natural de Nueva Orleans, tuvo una vida que se puede calificar de poco reseñable. Vivió casi siempre en la residencia familiar, bajo la sombra de una madre muy dominante. Militar de carrera, su escape espiritual era la escritura, pero en su breve vida tan sólo completó dos novelas. La conjura de los necios, escrita en los años 60, era al parecer tenida en gran estima por Toole, pero pese a sus esfuerzos no logró encontrar editor. Desmoralizado y al parecer atormentado por inclinaciones homosexuales, el escritor decidió poner fin a su vida en un pueblo a las afueras de Nueva Orleans, aplicando una manguera al tubo de escape de su coche e introduciéndola por la ventanilla del mismo. Así, la novela permaneció inédita en un cajón durante varios lustros, hasta que la madre del autor decidió desempolvarla y entregársela a un escritor,Walker Percy, insistiendo en la valía del texto. Percy decidió darle una oportunidad a la obra y se enamoró de ella, logrando que se publicara con una pequeña tirada en 1980. Cabalgando sobre la truculenta historia de su fallecido autor, la novela se convirtió primero en un libro de culto, y poco después en un éxito de masas, catapultada por la obtención del premio Pulitzer de ficción a título póstumo.

Pasemos ya al libro en sí, para mí un claro caso de «Emperador desnudo». La figura central es Ignatius J. Reilly, un tipo cuyas peripecias se hacen duras de seguir, pues se trata de un personaje detestable, sin ninguna cualidad redentora, y lo que es peor, muy poco interesante. Reilly vive con su madre en una casa ruinosa y sufre obesidad mórbida, lo que no es de extrañar teniendo en cuenta sus muy poco sanos hábitos: le gusta devorar cualquier tipo de comida basura en grandes cantidades y pasa prácticamente todo el día en la cama, redactando farragosos textos sobre la degeneración de la sociedad moderna. Aunque parece que el autor quiere presentar a Reilly como un hombre de gran capacidad intelectual, sus puntos de vista no son especialmente agudos ni certeros, sino más bien pedantes y a menudo contradictorios. Además de su glotonería y su pereza, Ignatius ignora las normas más elementales de higiene y urbanidad, dejando sin lavar durante meses las sábanas entre las que pasa tanto tiempo, y eructando y soltando ventosidades varias veces a lo largo del dlía. Humor sutil, como se puede ver.

Por supuesto, el protagonista de una novela no necesita ser una persona ejemplar para resultar atractivo -abundan ejemplos de lo contrario-, pero el problema de Reilly es que  nada en su carácter ni en sus actos contrarresta el rechazo que genera. Es un ser egoísta y egocéntrico, que pese a sus innumerables taras trata a sus semejantes con desprecio y un sempiterno aire de superioridad. Ni siquiera su madre se salva, pese la gran dependencia que tiene de ella en todos los aspectos. Claro que la buena señora Reilly también tiene lo suyo: de hecho es una mujer bastante insoportable, quejumbrosa, inculta y perpetuamente pesimista, dada a los excesos con el vino para rematar. Pero al menos muestra un cariño y una fe casi incondicionales en su hijo, con lo que ya sale ganando en la comparación con él.

La trama de la novela es anecdótica y bastante olvidable: comienza con Reilly dedicando su tiempo, además de a la (escasa) escritura y a comer, a ver programas de televisión y películas de cine deleznables. Ignatius siente un gran deleite criticándolos con ferocidad e indignándose durante su visionado,  sin duda por la sensación de superioridad intelectual que esto le produce. Una noche, Reilly y su madre sufren un pequeño accidente de coche que provoca daños materiales cuya reparación son incapaces de acometer, por lo que Ignatius deberá, por primera vez en su vida, buscar empleo.

A lo largo de su periplo laboral, Reilly interactúa con personas distintas a su madre por primera vez en mucho tiempo. Aunque de forma inesperada algunas de ellas llegan a apreciarle e incluso considerarle una persona de valía, Ignatius no varía un ápice en su cretinismo, mostrándose absolutamente incapaz de corresponder la confianza que depositan en él o de mostrar agradecimiento, haciendo dejación de sus funciones laborales e incluso saboteando activamente a sus empleadores. Como he mencionado antes, su comportamiento es marcadamente escatológico, eructando constantemente y declarándose a menudo incapaz de realizar esfuerzos físicos debido al cierre de su válvula pilórica. Las alusiones a «su válvula» se repiten machaconamente a lo largo del libro, al parecer consideradas por el autor un hilarante recurso cómico.

Reilly plasma sus peripecias en un diario personal que nos amplía su estrafalaria visión del mundo. Pese a haberse licenciado en historia medieval y poseer una amplia cultura, ésta no le ayuda a comprender a sus semejantes ni la realidad que le rodea, haciendo gala de una extravagante ideología que mezcla lo más reaccionario tanto de la derecha como de la izquierda. La única persona que parece importarle es una antigua compañera de estudios y militante progresista, Myrna Minkoff, y pese a que asegura despreciarla, dedica ingentes esfuerzos para impresionarla en la correspondencia que intercambian, tratando de hacerle ver la superioridad de su visión del mundo y pintando sus tragicómicas desventuras como audaces iniciativas. Los mayores desmanes cometidos por Reilly tienen como motivación este afán de impresionar a su conocida.

Existen tres subtramas que se relacionan con la principal: la primera concierne un local nocturno de mala muerte llamado «Noche de alegría» y sus trabajadores, junto a las bastante intrascendentes actividades delictivas que en él se realizan. La segunda sigue la evolución de la madre de Reilly, que empieza a salir de casa y hacer vida social tras trabar relación con un policía que detuvo a su hijo y con su anciana tía. Este patrullero, Mancuso, protagoniza las intentonas de humor más fallidas de la novela: debido a sus constantes fracasos, es castigado por su superior a patrullar la ciudad con diferentes disfraces, en un artificio cómico más propio de la época del cine mudo. La última subtrama se centra en una de las empresas donde trabaja Reilly, Levy Pants, poblada de personajes a cual más gris y deprimente. Las constantes y repetitivas bromas a cuenta de la avanzada edad de una de sus empleadas vuelven a fracasar a la hora de intentar arrancar la sonrisa al lector. No obstante, el presidente de esta empresa, Gus Levy, es el único personaje de la novela que consiguió interesarme y despertarme una genuína simpatía: Horrorizado por su deprimente negocio, Levy se dedica a disfrutar de su dinero llevando un estilo de vida hedonista, mientras trata de lidiar con las agresiones verbales y las absurdas demandas de su insoportable y manipuladora esposa.

La conjura de los necios fracasa a varios niveles: Argumentalmente no logra poner en pie una historia que interese; tampoco logra cautivar mediante la vía del retrato costumbrista, ofreciendo descripciones poco más que superficiales de Nueva Orleans, su idiosincrasia y sus habitantes; como colección de viñetas cómicas, huelga decir que es un verdadero desastre, no logrando ofrecer ningún pasaje genuínamente divertido. ¿A qué se puede achacar pues su éxito? Diría que en primer lugar a la desdichada historia de su autor, y en segundo a que se trata de un libro tan simple que cualquiera puede sentirse «intelectual» leyendo esta obra repetidamente calificada como cumbre del humor inteligente. Como decía al principio, el emperador está desnudo (y es muy gordo). Resulta paradójico que Ignatius disfrutara con películas horribles precisamente por serlo, mientras que muchos lectores de esta novela del montón disfrutan con ella pensando que es una obra maestra.

A los que aún no se han asomado al libro, decirles que hay mejores formas de invertir el tiempo que leer este compendio de desventuras al estilo Benny Hill, como por ejemplo ver la serie del propio cómico inglés. Al menos resultaba mucho menos pretenciosa, y en ocasiones, también, mucho más divertida.

Olvidado Rey Gudú, un "Tolkien" español y melancólico

Olvidado Rey Gudú – Ana María Matute – 1996

Nos encontramos ante un libro sin duda sorprendente. ¿Qué es lo que lleva a una novelista española y septuagenaria a abordar un género tan poco habitual en nuestra literatura como la fantasía heroica? Lo ignoro, pero la barcelonesa Ana María Matute afrontó este reto con singular energía. En el grueso volumen que alberga la obra -850 páginas- se narra la saga del Reino de Olar a lo largo de cuatro generaciones. Pese a su naturaleza imaginaria, esta tierra puede identificarse de vagamente con el Centro-Norte de Europa; los habitantes del reino son indudablemente de etnia europea -quizá inspirados en los visigodos- y al parecer su lengua es nuestro español; asimismo, aparecen menciones a los romanos y al cristianismo, vinculando así la ficción de libro con nuestra realidad histórica. Olar limita al Sur con un territorio que podrían identificarse con el mediterráneo, al Norte con unas tierras heladas, al Oeste con los dominios de un gran Rey casi desconocido y al Este -la frontera que más importancia tendrá en la historia- con el llamado país de los Desfiladeros; más allá, se encuentra la interminable Estepa.

Matute nos describe la historia de este reino con gran cuidado y detalle desde sus duros comienzos. El fundador de la dinastía, el conde Olar, un hombre tosco y algo brutal, pero también ambicioso y con visión de futuro. Este noble hará todo lo posible por que el malhadado pedazo de tierra que le ha caído en suerte gobernar alcance la mayor prosperidad posible. Tras lograr ampliar y estabilizar el territorio, el conde recibe de parte del Rey de Oriente la dignidad de Margrave, pero a medida que pasa el tiempo este rey da cada vez menos señales de vida, por lo que Olar será cada vez más independiente. El azote de Olar serán siempre los guerreros de la Estepa, que en sus constantes incursiones aterrorizan la frontera del Este.

Gran parte de la obra está presidida por un ambiente feísta y opresivo, tratándonos de transmitir la atmósfera de unos dominios a los que les cuesta muchísimo sacudirse la brutalidad, la suciedad y la falta de refinamiento de sus gentes. Según transcurren los años seremos testigos de los esfuerzos de diferentes personajes para refinar y dignificar el reino. El conde Olar, ya rey, deja varios descendientes detrás suyo, siendo su sucesión motivo de disputa. De hecho, uno de los puntos fundamentales del libro será la forma en que cada monarca de la siguiente generación se hace con el trono, casi siempre de forma violenta y ajena al cauce normal.

Aunque la mayoría de miembros de la dinastía hereda los pobres rasgos intelectuales y físicos de sus antecesores, poco a poco la raza se va mejorando y refinando, merced a matrimonios con damas de mejores cualidades. Será ya el nieto del conde quien realmente cimente la grandeza de Olar, anexionando nuevos territorios, hollando fronteras desconocidas e incluso manteniendo a ralla a los guerreros de la estepa. En esta fase de la novela aparece uno de los personajes fundamentales, quizá la auténtica protagonista: la pequeña Ardid. Hija de un noble menor de los países del sur, Ardid verá cómo su familia es masacrada en una de las campañas de conquista del rey, jurando venganza en ese momento (¡como Batman!). Para lograr este propósito contará con la inestimable ayuda de su mentor, un viejo erudito medio brujo, y de una criatura mágica, el trasgo del sur, al que pocos mortales pueden ver y poseedor de grandes poderes. Juntos urdirán un elaborado plan.

Baste decir que tras una larga serie de vicisitudes Ardid logrará introducirse en el mismo corazón de Olar y tener una relación directísima con el nuevo rey, Gudú, personaje central de la obra. Este monarca se nos presenta como culminación de toda la dinastía, más inteligente, preparado y ambicioso que todos sus antecesores, proponiéndose desde temprana edad superar todos sus logros. No sólo eso: el objetivo de Gudú no será otro que ser el mayor rey conocido por la humanidad. Alguien que comparte esta meta tratará de ayudarle por todos los medios, tanto naturales como sobrenaturales, con consecuencias imprevisibles.

La mirada del rey estará siempre virada hacia el Oeste, hacia la estepa, auténtica obsesión de su estirpe. Esa vasta región, de donde proceden los más poderosos y despiadados guerreros, representa para los reyes de Olar el desafío, lo misterioso y desconocido. Este avance hacia la última frontera es uno de los puntos pivotales del libro, donde alcanza sus momentos más brillantes como novela épica y de aventuras.

El elemento fantástico está introducido de forma sutil y equilibrada, siendo menos predominante que en obras anglosajonas de similar temática. Así, aunque definitivamente la magia está presente en todo el libro, e influye en algunos hechos de forma fundamental, Matute evita darle un papel preponderante a razas fantásticas como elfos, orcos, enanos y similares, tan habituales en el género; por contra, prefiere introducir con cuentagotas criaturas como el ya citado Trasgo, ondinas, hadas y de forma fugaz un dragón, todos con el suficiente peso como para dar un toque mágico a la historia, pero sin que lo fantástico domine por lo general la narración. De este modo, si obvíaramos los elementos sobrenaturales, la novela podría pasar por una crónica histórica verdadera, o al menos razonablemente verosímil, siendo este equilibrio uno de los elementos más interesantes de la obra.

La mayor virtud de Olvidado Rey Gudú es que a pesar de su enorme extensión se lee de forma fácil y fluida, manteniendo el interés en todo momento. Es un libro muy difícil de soltar, merced a su estructura casi culebronesca, repleta de intrigas, romances, luchas entre reinos y conquistas. Hay que alabar su variedad argumental y una constante aparición de nuevos y sorprendentes personajes. Así, a los citados se unen al príncipe Almíbar, hijo de humano y de hada, capaz de comunicarse con los pájaros y poseedor de una sensibilidad única; Tontina, princesa absolutamente inconsciente y feliz traída a Olar como consorte del rey desde una tierra «más allá del tiempo», acompañada de un séquito que se mueve entre el mundo real y la pura fantasía. O la perspicaz reina Leonia, soberana absoluta de una isla donde el lujo, la riqueza y la exuberancia son los valores supremos. Todos conforman un tupido tapiz en cuyo centro se encuentra Gudú y sobre todo Ardid, auténtico hilo conductor de la obra. Como se puede ver, Matute tiene un criterio cuando menos peculiar a la hora de escoger los nombres en esta obra, pero pese a lo chocante de algunos, hay que tomarlo como un juego al que la autora invita al lector, realtando también el parentesco de la obra con los cuentos de hadas.

Una constante a lo largo del libro es la progresiva melancolía que se va haciendo patente en los personajes por el paso del tiempo, abriéndoles los ojos a la fugacidad de la condición humana y todas sus obras. Asisten así impotentes a su gradual decadencia, embargados ocasionalmente por la pena de lo perdido. Matute apunta a la infancia como a la época de felicidad más intensa -simbolizada en el mágico «árbol de los juegos»-, de la que se debe conservar tanto como sea posible. En general se nos transmite un escepticismo respecto a todo lo humano, dando a entender que lo feo e innoble se dan con mucha más frecuencia que sus opuestos. También se relaciona la grandeza del reino con sus campañas de conquista y destrucción, aunque sin llegar a un planteamiento antibélico: más bien se nos da a entender que esta relación es inevitable y hasta deseable (como ocurrió por ejemplo con el imperio romano), pero que un exceso de ambición puede desvirtuar el motivo de la expansión. Por ello, la obra es también una reflexión sobre la ambición humana, sus consecuencias y las renuncias que implica. Es esa atmósfera melancólica y la gran incidencia en las relaciones personales lo que más distingue la obra de Matute de la de autores más especializados en este género.

Por todo lo expuesto, Olvidado Rey Gudú es una obra singular en nuestras letras, por lo general tan apegadas al realismo sin más o al empalagoso realismo mágico. El estilo, como he mencionado, es fluido y muy agradable de leer, y sólo hay que lamentar una profusión de errores de redacción, que aunque comprensibles por el gran número de páginas, se deben sin duda a una inadecuada revisión de la obra, la cual merece una edición corregida que haga justicia a su contenido (sugerencia para la autora y la editorial). Por lo demás, es un título que permanece en el recuerdo y agradará fácilmente tanto al lector de fantasía heroica como a un público más general, sobre todo si gusta de la aventura y el romance. Tan sólo cabe objetar que la autora puede haber cargado demasiado las tintas en el torno taciturno de algunos pasajes, sin el cual la narración podría haber funcionado igual de bien. Es es cualquier caso una propuesta refrescante, que proporciona una intensa y profunda experiencia lectora. Recomendado.