…«Pk no t vienes sta tarde al cntro kmercial???»
En mi artículo sobre el uso hablado del español daba cuenta de una situación francamente preocupante. Esta segunda parte va a estar dedicada a la expresión escrita, que también anda en horas bajas. Puede decirse que hoy se escribe el peor español desde que la educación se hiciera universal y gratuita. Existen dos factores principales que contribuyen a esto:
– Es una forma de comunicación menos frecuente que la oral, y no estrictamente necesaria en la vida cotidiana.
– Casi toda la comunicación escrita se produce hoy día por medios electrónicos (ordenadores y teléfonos móviles, epecialmente), con los que el usuario busca la mayor inmediatez y ahorro de pulsaciones posible. Cuanto mayor la pereza del escribiente, de peor calidad será su escritura. Es muy habitual que este tipo de gente diga «puedo escribir bien si quiero», pero a la hora de la verdad demuestran ser incapaces de ello.
Vamos a repasar algunas de las aberraciones más frecuentes que se producen actualmente en el español escrito y su grado de implantación:
– «Haber» por «a ver». Diez años de escolarización obligatoria no parecen ser suficientes para evitar que un alto porcentaje de estudiantes cometan habitualmente este error que habría sonrojado a cualquier alumno del montón en «tiempos menos luminosos». El origen de este barbarismo escrito parece estar en que el escribiente se limita a transcribir fonéticamente lo que quiere decir, sin darse cuenta de que el infinitivo «haber» no tiene ninguna relación con lo que desea expresar («a ver», «vamos a ver»). Calculo que aproximadamente una cuarta parte de los menores de 20 años cometen actualmente este error, un absoluto fracaso para toda la cadena educativa. Y no por falta de recursos, sino de dedicación y rigor por parte de los maestros y por unos programas que han reducido la exigencia para el aprobado al mínimo. Afortunadamente, este error tiene nulas posibilidades de convertirse en norma, pero a pesar de ello creo que persistirá durante un largo tiempo, para vergüenza general.
– El lenguaje sms. Se trata de un fenómeno ampliamente comentado en los últimos tiempos, que quizá requeriría su propio artículo. Se carateriza porque el escribiente elimina el máximo número posible de caracteres en sus frases, sustituyéndolos por abeviaturas que desvirtúan caa vez más el mensaje. Esta costumbre qse originó en los mensajes de texto de los móviles pero que se ha extendido a todos los medios electrónicos. Así, la preposición «que» se convierte en «q» o «k», «porque» en «pq», «aquí» en «aki», etc., etc. Obviamente, esto va acompañado por un nulo respeto hacia las reglas de puntuación o acentuación, con lo que el mensaje final puede ser difícilmente comprensible. El problema seguramente no sea el lenguaje sms en sí, sino que sus vicios se traspasan a otros medios diferentes al móvil y se hacen persistentes. Es difícil que vaya a salir una nueva norma ortográfica de aquí, pero lo que sí veremos durante mucho tiempo, no sin sonrojo, es a adultos escribiendo como adolescentes, a veces incluso en comunicaciones formales. Estimo que el 80% de los escribientes se expresa de esta forma al usar medios electrónicos; sin duda es un fenómeno extendidísmo.
– Eliminación de interrogaciones y exclamaciones de apertura. Al hablante actual de español parecen sobrarle los signos de interrogación y exclamación al principio de las frases. Aunque usados correctamente son tremendamente útiles para introducir matices en las frases y marcar el ritmo del texto, se diría que la mayoría de escribientes no precisan de tales sutilezas, y les compensa más la comodidad de poner únicamente estos signos al final de las frases, como ocurre en casi todas las lenguas extranjeras. Es tal el arraigo que ha tomado esta costumbre (y por supuesto, los profesores no hacen el más mínimo esfuerzo por abortarla, quizá porque ello mismos la practican) que no me sorprendería que la academia la validara durante la próxima década, introduciendo la opcionalidad de los signos de apertura, para posteriormente incluso eliminarlos. Éste es un ejemplo de cómo copiar otros idiomas para mal. Estimo la extensión de este fenómeno en un 70% de los escribientes, acercándose al 80% en las mujeres.
– Multiplicación de signos de puntuación. La pérdida de los signos de apertura parece haberse compensado con un uso totalmente liberal de los signos de cierre, tanto interrogativos como de exclamación. Así, no es raro ver a jovencitas escribir risueñas salutaciones como «Hola!!!!!», o preguntar incrédulas «Qué me dices????». Es importante aclarar que, cuando se usan correctamente, el número de exclamaciones o interrogantes expresan un grado variable de emoción o énfasi: una exclamación indica una sorpresa moderada, dos indican gran sorpresa y tres estupefacción. Todo lo que pase de ahí resulta superfluo y decididamente antiestético. Ocurre un fenómeno similar con los puntos suspensivos, para los cuales la norma ortográfica es clara y sencilla: se usan tres puntos suspensivos, ni más ni menos, por mucho que algunos piensen que con ocho puntos seguidos se logra algún tipo de énfasis especial. La incidencia de estos fenómenos puede fijarse en un 60% de los escribientes, mayor cuanto más jóvenes son.
– La arroba como indicadora de género doble. No se puede insistir lo bastante: la arroba no es una letra del alfabeto español, y no se puede aceptar de ningún modo usarla para formar palabras. Es lamentable que, en virtud de un afán de igualitarismo lingüístico mal entendido se utilice este signo para expresar el género neutro. Desde hace siglos se usa la forma masculina con resultados satisfactorios, no por un fabulado machismo sino por simple practicidad. Además, a la hora de introducir novedades escritas en una lengua, existe la regla de oro de rechazar cualquiera que no pueda expresarse en voz alta. Y desde luego, no es aceptable leer la arroba desdoblando el género: pocas cosas hay más irritantes que sufrir una alocución plagada de expresiones como «todos y todas», «ciudadanos y ciudadanas», «españoles y españolas», etc. Hay que recordar una vez más que el uso adecuado del lenguaje y la corrección política se llevan muy mal, y es siempre preferible lo primero. La arroba es un fenómeno que parece retroceder, pero diría que entre el 40 y el 50% de los escribientes la usa en mayor o menor medida (con una indicencia mucho mayor en mujeres).
– Acentos. A diferencia de los demás errores listados en este artículo, esto es algo que viene de largo: la mala colocación de los acentos o tildes es quizá el error ortográfico más clásico. Si bien acentuar correctamente tiene su dificultad, sólo existen un puñado de reglas básicas, que pueden ser memorizadas en pocos días con algo de estudio. Los acentos son importantes no por una obsesión formalista, sino porque resulta imposible expresarse por escrito de forma clara, precisa y agradable de leer sin una correcta acentuación. Una vez más el mayor enemigo es la pereza, y el ver unas normas que en realidad no tiene mucho misterio como un muro insuperable o algo sin importancia. Últimamente la academia ha tomado medidas para simplificar las normas, algunas quizá acertadas -como eliminar la acentuación en pronombres como «este», «esta», «estos»…- y otras totalmente erróneas, como eliminarlo en el adverbio «sólo». Si bien el léxico español es muy vasto y no se puede aspirar a una acentuación perfecta en todos los casos, incido en que se puede acentuar de forma aceptable poniendo un mínimo de empeño. Estimo que tan sólo un 20% de la población es capaz de usar los acentos correctamente.
Conclusiones:
Cuando la gran mayoría de personas que han terminado la educación secundaria o el bachillerato son incapaces de completar un dictado de medio folio sin cometer varios errores ortográficos y de puntuación, la sociedad que las ha formado debe iniciar una profunda reflexión. Si este estudiante incapaz de escribir bien posee un título universitario, debe reconoerse que el sistema que lo ha formado es simplemente esperpéntico. Los daños producidos en España por nuestros planes de estudios han sido gravísimos -bien podemos hablar de una o dos generaciones perdidas-, pero más que lamentarse hay que centrarse en el futuro, en la solución a este despropósito. Y ésta tan sólo puede ser una selección mucho más estricta del personal docente, y que éste a su vez cumpla su trabajo con el rigor y la exigencia que se han desterrado de las aulas. Simplemente, no puede ser que un alumno que no lea y escriba correctamente vaya superando cursos, cuando éste debería ser el requisito básico para asimilar cualquier materia. Es imperativo suprimir la obsesión por el aprobado y sustituirla por el antiguo afán de enseñar. Además, una vez terminada la educación secundaria, es importante que los alumnos sin inquietud por el estudio pasen a aprender un oficio o al mercado laboral, para no retrasar a los que pasan a bachillerato. Si no todo el mundo vale para estudiar, que al menos los que lo hagan, lo hagan bien.
Aquí también apelaría a la responsabilidad de los padres, pero como muchos de ellos ya pertenecen a una de las generaciones perdida, malamente podrán enseñar lo que ellos ignoran. No obstante, es imprescinible un esfuerzo de todos los que comprenden lo fundamental de este asunto, y que las palabras son los ladrillos del pensamiento: sin un dominio adecuado del lenguaje, resulta imposible un desarrollo pleno del intelecto. Es desolador que el ciudadano medio sólo sepa transcribir fonéticamente su discurso hablado, sin comprender la estructura de lo que escribe, o que por desidia economice tanto los caracteres que sus escritos se conviertan en el equivalente digital de los gruñidos. La expresión correcta y la cultura deben recuperar su antiguo prestigio, o de lo contrario estaremos condenados a ser un país zafio y rezagado durante varias generaciones más.
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