Los primeros homínidos aparecieron hace unos 200.000 años, con una dieta no muy distinta a la de los simios de la época: carne cruda, pescado y lo que pudieran recoger del suelo o los árboles. Mucho después dominaron el fuego y pudieron cocinar la carne, lo cual permitió una mandíbula más reducida y mayor espacio para la cavidad cerebral. El fuego también permitió ampliar la dieta con caldos y vegetales cocidos.
Cada paso civilizatorio amplió la dieta humana: la agricultura y la ganadería permitieron aprovechar la energía de los cereales, y con ella la de las harinas. Incorporamos un nutriente extraordinario como los lácteos. Con el tiempo, ya no bastaba con alimentarse sino con deleitarse: aprendimos a refinar el azúcar y a añadir todo tipo de condimentos a la comida, que de hecho se convirtieron en una de las mercancías más codiciadas del mundo. Con huevos, leche, harina y azúcar creamos algo que mezclaba comida y arte: la repostería.
Pasaron los siglos y, en contra de las previsiones malthusianas, resulta que la comida es algo mucho más abundante y fácil de producir de lo que nunca habríamos imaginado. Hasta el punto de que en todos los países desarrollados hay una absoluta sobreabundancia de alimentos, y con ella problemas nuevos como los hábitos de consumo compulsivo y la obesidad. Un gran número de personas se alimenta primariamente de comidas «gratificantes», excesivas en hidratos, grasas, azúcares…
Aquí es donde entran los «gurús» que de repente van a «enseñar a comer» al organismo más maravillosamente omnívoro de la creación. Alimentos prohibidos, alimentos imprescindibles, alimentos «venenosos», «superalimentos».
GI-LI-PO-LLE-CES.
Una persona con buena salud y con suficiente actividad física puede comer lo que le apetezca, dentro de unos límites razonables. Harinas, azúcares, carne, pescado, cereales… no sólo son energéticos y nutritivos, sino que nos hemos ganado el derecho a comerlos y gozarlos a lo largo de siglos domando las materias primas y las técnicas de elaboración. El que se prive de los embutidos, los cereales o los helados en cantidades moderadas pensando que va a vivir diez años más es un pobre idiota. La salud viene determinada en un altísimo porcentaje por la genética, y la china de una enfermedad grave a menudo le toca a gente sin hábitos especialmente nocivos.
Esto no quiere decir que midiendo tu dieta al milímetro, con calendarios, cetosis y su puta madre no puedas obtener beneficios si eres deportista de alto rendimiento, o reducir en un mínimo porcentaje la posibilidad de enfermar, o ganar un par de añitos de vida siendo optimistas. Pero para el 99% de los mortales, sinceramente no vale la pena. Cómete ese postre con nata, zámpate los krispis del desayuno y disfruta de unos huevos con béicon, no te va a pasar absolutamente nada si tienes un régimen de ejercicio razonable, evitas verdaderos venenos como el tabaco y no pasas sentado diez horas al día. No hemos desarrollado 30 siglos de cultura para comer como un legionario romano.