Ashes of time Redux – La película amarilla

Dung che sai duk – Dir: Wong Kar Wai – Hong Kong, 1994
Título internacional: Ashes of time

En su cuarto trabajo, Wong Kar Wai sorprendió con un giro radical, dejando de lado su habitual registro de romances intimistas e internándose en el género del Wuxia o artes marciales épicas, si lo mezcó con algunos elementos de sus films anteriores. La película se llama Las Cenizas del Tiempo y se rodó en 1994, aunque fue remasterizado y remontado en el año 2008. Esta versión -que lleva el apéndice «Redux»- es la que reseño en este artículo. El protagonista es un espedachín a sueldo de la China medieval que vive en el desierto y que nos narrará su propia historia y la de otros personajes, a menudo mediante una voz en off. Pese a su habilidad, este hombre prefiere ejercer de intermediario, buscando a sus clientes otros espadachines más proclives a la lucha.

Lo primero que llama la atención del film es su fotografía. El color jugó un papel fundamental en los títulos anteriores de Kar Wai, y Las Cenizas del Tiempo no es una excepción: Christopher Doyle vuelvó a encargarse de la cinemetografía, pero obviamente esta vez no podía jugar con las tonalidades que ofrece la ciudad durante el día y la noche. Por este motivo, decidió escoger un color principal, el amarillo del desierto, y hacerlo dominar todo el aspecto visual de la película. Doyle resalta este efecto aumentando el contraste de la imagen y utilizando filtros coloreados. El resultado es un tanto asfixiante y distractor, demasiado artificial, y supone un paso atrás respecto a la acertada fotografía de Chungking Express. Hay un problema adicional, y es la preponderancia de los primerísimos planos, que roban al espectador la necesaria perspectiva y crean encuadres poco atractivos. Si lo que buscaba Doyle era experimentar, no creo que hiciera muchos hallazgos útiles en esta película.


Trepidante.

Existen también problemas de guión, ya que se opta por una narrativa muy fragmentada: por ejemplo, primero se nos cuenta parte de la historia de un personaje, y como una hora después se nos cuenta otra parte que ha ocurrido en un punto anterior del tiempo, haciendo difícil seguir el relato. También ocurre que se menciona a alguien que aparece más tarde en el metraje, pero no resulta inmediatamente obvio que es la misma persona. Todas las historias individuales están más o menos interrelacionadas, pero ni el conjunto ni cada una por separado dejan ninguna impresión especial. Hay alguna premisa de cierto interés, pero poco más. El relato más confuso es el del personaje encarnado por Maggie Cheung, una mujer de doble personalidad que busca un espadachín para matar a un hombre que la ha despechado y también para protegerlo. El problema es que al parecer es plenamente consciente de ser ambas personas a la vez, por lo que el conflicto no resulta muy creíble. Por cierto que Maggie Cheung, una actriz de facciones peculiares, necesita estar bien maquillada para resultar atractiva, y en esta ocasión no se consiguió. Repiten en la película otros habituales de Kar Wai, con un trabajo correcto, deslucido por el guión.

El encargado de las coreografías de combate es nada menos que Samu Hung, el gran maestro chino, pero poco se puede ver de su habilidad en pantalla, debido a la deficiente técnica de rodaje: como ocurre a menudo en el género de acción (ver el artículo que precede a éste), los planos son demasiado cortos y confusos, usando incluso difuminados para empeorar las cosas. Hay batallas de varias docenas contra uno en las que gana este último, mediante el método de agitar sus armas sin ton ni son y menearse mucho, si hemos de fiarnos de la cámara de Kar Wai. Tan sólo hora y media dura el film, pese a lo cual no se logra un gran ritmo, si acaso lo contrario. Al final muy poco queda en la memoria: apenas algunos detalles, un desierto con muchísima arena y una luz anaranjada que lo inunda todo. Parece que, de algún modo, Kar Wai hubiera hecho ingerir al espectador ese vino que aparece en la historia capaz de borrar los recuerdos.
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El Ironman de Jon Fravreau: Comprendiendo el cine de acción

Planos claros, espectacularidad, interacciones creíbles… ¡ejemplar!

Iron Man 2 – Dir: Jon Favreau – EEUU, 2010

Poco después del estreno de Ironman 2, en 2010, pude leer numerosas críticas hacia la película, no poniéndola muy mal, pero sí calificándola de «decepcionante» o acusándola de ofrecer «más de lo mismo». Yo cada vez hago menos caso de lo que dice la gente sobre las películas -por generalizadas que puedan las opiniones-, y lo hice menos aún en este caso, pues el primer film me había parecido innovador y francamente reseñable en muchos aspectos. Pese a esto, las circunstancias no me permitieron ver la secuela hasta muy recientemente, y ahora veo en toda su extensión lo injusto y miope de las críticas que ha recibido esta película. Ironman 2 está lejos de «ofrecer más de lo mismo», y de hecho explora terrenos nuevos y profundiza en los hallazgos del primer film.

Hablando de ese primer trabajo, yo sólo encontré dos reproches que hacerle: por un lado, la historia del «corazón atómico» me parecía demasiado rocambolesca, y por otro la Inteligencia Artificial que asistía a Tony Stark en sus operaciones era para mi gusto demasiado avanzada y humana, imposiblemente  lejana de la tecnología actual. Algo más tarde, leyendo los cómics de Los Vengadores (¿friki yo?), me enteré de que lo del corazón atómico provenía directamente del tebeo original, por lo que sólo quedaba el ordenador cuasi pensante como pecadillo. Pero lo importante eran las muchas virtudes de la película, comenzando por su excelente cinematografía. En una era en la que los cambios de plano y la proximidad de la cámara están destrozando por completo el cine de acción, Favreau logró entregar una historia en la que el espectador podía seguir siempre con claridad la acción, como si fuera privilegiado testigo directo de la misma. Y no precisamente usando un estilo de cámara doméstica, sino con una fantástica fotografía que sacaba el mejor partido de las vistosas localizaciones.

Las innovaciones también venían por el lado argumental: Ironman ha sido una de las poquísimas películas que se atrevieron a explorar el tema del «superhéroe en el mundo real». Normalmente, los guionistas y directores esquivan este resbaladizo concepto, y siguiendo la estela de los cómics enfrentan a sus héroes contra amenazas totalmente fantasiosas, normalmente en forma de supervillanos. Sin embargo, esta vez el cuarteto de guionistas lanzó a Tony Stark contra el terrorismo de Oriente Medio, proponiéndonos una premisa mucho más rica y permitiéndonos ver qué ocurriría si alguien tuviera realmente este tipo de poderes. La secuela ahonda aún más en este realismo: no sólo vemos al héroe enfrentado a los problemas de nuestro mundo, sino las consecuencias políticas que esto genera. Al principio del film, Stark tiene que declarar ante el congreso, cosa lógica si tenemos en cuenta que, como Iron Man, está básicamente haciendo la guerra sin la cobertura del gobierno. Tras una tensa comparecencia, el magante desprecia todas las acusaciones y antes de marcharse afirma orgulloso: «¡He privatizado la seguridad nacional!». A algunos les parecerá una situación absurda, ¿pero no viviríamos algo similar si alguna corporación desarrollara un arma tan poderosa como la armadura de Stark y decidiera desplegarla por sus propios medios? Por más peros que quedamos poner, el hecho de plantear tal situación es ya muy meritorio.

Volviendo sobre el aspecto visual del film, éste contiene varias escenas difíciles de rodar y que podrían haberse resuelto muy fácilmente al estilo» Michael Bay» -engañando al espectador con un montaje en el que se apenas se adivina la acción y saturándolo con efectos de sonido, pero por suerte no fue así. Son especialmente desafiantes las secuencias donde aparece el villano Ivan Danko -interpretado por un adecuado Mickey Rourke- manejando el arma inventada por él mismo, unos filamentos cargados de energía que usa a modo de letales tentáculos. Estos tentáculos pueden hendir casi cualquier objeto con un corte limpio, un efecto espectacular pero muy difícil de mostrar de forma convincente sin cambiar el plano. Favreau, no obstante, se las apaña para mostrarnos la acción con toda nitidez, alejando la cámara y dejándonos observar lo que haría un ingenio así si existiera en la realidad. De especial mérito es la secuencia en Mónaco, con el villano irrumpiendo en medio de una carrera para destruir el coche de Stark. Esta escena, que tenía todos los números para resultar falsa y artificiosa, parece sin embargo totalmente verosímil. Favreau logra entender que cuando logras crear unos efectos de aspecto real, lo mejor es mostrarlos con el menor artificio posible.


Ejemplo perfecto de coreografía-basura. Ningún plano dura más de dos segundos ni se aleja más de dos metros.

Y si bien en este tipo de planos casi todo el trabajo es de cámara y ordenador, cuando el peso recae en los actores también se logra un estimable realismo. Me refiero especialmente al trabajo de Scarlett Johansson, notable en su papel de Nathalie Rushman/Viuda Negra. A menudo leemos historias de actores que se han sometido a severos entrenamientos físicos para dar la talla en un rodaje de acción, pero pese a ello muchas veces el montaje se encarga de ocultar sus carencias o, peor aún, minimizar una habilidad que realmente han adquirido (pienso especialmente en la calamitosa trilogía Bourne). No es el caso de Johansson, y la escena de infiltración que protagoniza asombra por la rapidez y destreza demostrada por la actriz. Nadie tiene que jurarnos que la estrella entrenó duramente, los resultados brillan en la pantalla. Cuando ya hay cierta parte del público que parece haberse cansado de la neoyorkina, minusvalorando su físico o capacidad interpretativa, me parece obvio que es una de las estrellas rutilantes de hoy día, con notable talento y una interesante carrera.


Obviamente hay trucos de cámara, pero la acción es mucho más redonda y satisfactoria.

Dejando aparte los aspectos técnicos y coreográficos, el resto de la película no desmerece: la historia tiene buen ritmo y una premisa interesante, con un malo destructor y un malo intelectual, encarnado por Sam Rockwell, actor que va haciéndose cada vez más nombre. La trama de la decadencia y alcoholismo de Stark, procedente de los cómics, está adecuadamente tratada, así como la relación con sus seres más cercanos, como Rhodey -que se ve atrapado entre las lealtades a su gobierno y a Stark- y Pepper Potts, una Gwyneth Paltrow que consigue trabajar regularmente renunciando a encabezar carteles, algo que no han sabido hacer otras estrellas de su edad. Tiene también papel preponderante la organización SHIELD y su cabeza, Nick Fury, elemento narrativo enmarcado en la película-evento Los Vengadores, que podremos ver el año que viene. Vale la pena mencionar también el personaje del guardaespaldas Hogan, que no es otro que el mismísimo Favreau, supervisando la acción desde dentro como actor secundario. Remata el film una notable secuencia de acción situada en la Feria Mundial fundada por el padre de Tony, Howard Stark, encarnado por John Slattery, conocido por su interesante papel en Mad Men.

Al hilo de esto, hay que destacar el encomiable trabajo que Marvel está haciendo para enlazar las películas protagonizadas por sus distintos héroes. Quien vea el film Capitán América después de de éste, podrá comprobar con agrado cómo la Feria Mundial que el protagonista visita está hecha con un decorado idéntico al de Iron Man 2, sólo que ambientado 60 años antes. La película del capi permite además conocer mejor la figura de Howard Stark, que desempeña un papel destacado en ella. La coherencia de Iron Man 2 con los demás films del Universo Marvel -incluyendo la escena extra de rigor- termina de redondear un excepcional producto de entretenimiento, que confirma a Favreau como uno de los nombres más importante del cine de acción actual, con un status similar al de otro especialista como Zack Snyder. Habrá que estar muy atento a sus futuros trabajos.
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