Título original: Ghostbusters: After life – EEUU, 2019 – Dir: Jason Reitman
Aunque tenía expectativas bajas con esta película y el trailer no era excesivamente prometedor, es imposible no tener curiosidad sobre lo que haría un director inteligente como Jason Reitman con la celebérrima franquicia que tanto éxito le reportó a su padre Ivan.
La pelicula comienza con buenas sensaciones alejando la historia de Nueva York, algo que se debió hacer desde la primera secuela (¿qué les quedaba por conseguir allí?) y fijando el escenario en uno de esos pueblos americanos que tanto atraen a Reitman Jr. Se establece la posibilidad de crear un microcosmos y de arcos personales interesantes, con niños urbanitas adaptándose a ese entorno rural.
Lamentablemente se hace poco con esa premisa, y enseguida empieza la confusión narrativa, sobre todo para alguien de fuera de EEUU. ¿Qué es la «escuela de verano» a la que ambos hermanos empiezan a acudir nada más mudarse? ¿Por qué la protagonista Phoebe, estudiante brillantísima, tiene que ir a lo que parecen clases de refuerzo o recuperación? Ahí conocemos al personaje de Paul Rudd, un sismólogo que renuncia completamente a impartir sus clases y prefiere poner películas en VHS a los alumnos, sin motivo claro (no parecen chicos conflictivos ni desinteresados). ¡Pero tranquilos, tiene una función en la historia! Resulta que el pueblo está sufriendo temblores diarios (?) sin estar en una zona sísmica, así que el profe colaborará con Phoebe para descubrir el origen de la anomalía.
La jovencísima McKenna Grace (no tiene los nombres invertidos) es sin duda lo mejor de la película, muy mona, graciosa y caracterizada para creernos perfectamente que es nieta de Egon Spengler, antiguo propietario de la granja que acaba de heredar su familia. Sus peripecias y sus descubrimientos graduales se siguen con agrado, a la espera de que todo fructifique en momentos satisfactorios de comedia/acción/resolución del misterio. Lamentablemente casi nada de todo eso llega, y según se nos descubren nuevos detalles van siendo más evidentes los debilísimos cimientos en los que asienta la historia. Una de las premisas principales (¿por qué Phoebe y su hermano jamás han oído hablar de su abuelo Spengler?) depende de presentar al bueno de Egon como un personaje despreciable y enloquecido; lo que tenía que ser un homenaje al fallecido Harold Ramis tan sólo consigue estropear la figura del extravagante genio mucho más que la secuela «Ghostbusters II».
Las escenas de acción funcionan razonablemente bien, pudiendo destacarse la persecución fantasmal del «Ecto 1» por la mitad del pueblo, aunque le falte estar arropada por una narrativa más fuerte antes y después. El tercer acto es donde el film se «vende a abajo», no en lo visual pero sí en lo argumental. No sólo están ya al descubierto todos los elementos disfuncionales de la trama, sino que lamentablemente se opta por fotocopiar casi paso por paso el clímax de la primera película, al estilo «El despertar de la fuerza», un movimiento que deja boquiabierto por la falta de creatividad y la pereza de dos guionistas supuestamente alternativos. Cuando llegan los cameos del reparto original la sensación es totalmente inorgánica y forzada, inspirando más tristeza y sonrojo que emoción. Pensad en «Indiana Jones IV» para saber a qué me refiero.
Al final del film no se detecta un solo arco significativo: Phoebe es básicamente el mismo personaje, nunca es realmente una niña tímida y marginada, sino una nerda altamente recursiva; su hermano básicamente pasaba por ahí; la madre perdona finalmente el abandono de su padre sin que se haya dado un buen motivo para ello. Este personaje, el más negativo de la película, es el que mejor indica que Reitman no ha logrado captar la esencia de la comedia original: «Ghostbusters» trata sobre unos tipos cínicos, un tanto desastrosos y al margen del sistema, pero también con enorme iniciativa, tenaces y por supuesto graciosos. Esta es simplemente una señora que odia a su papá y que tiene problemas económicos (trama que por cierto se deja colgada tras los primeros minutos; ¿buscó trabajo al menos?).
Aunque ciertamente se aprecian las buenas intenciones, de nada sirven si se respaldan con un guión perezoso, con infinitos agujeros y que deja en pésimo lugar a los personajes que supuestamente los creadores de la historia veneran.
Leo que la película ha tenido muy buena acogida entre el fandom, emocionado por la miriada de elementos del original aludidos en esta entrega, asegurando que por fin un film «hace justicia» a la franquicia. Este sin duda es uno de los fenómenos más terribles del cine actual, el de los «fanboys» que componen aproximadamente el 75% del público y para quienes la historia del cine empieza en los 70, con el advenimiento de los Coppola, Lucas y compañía. La vasta mayoría de «canales de cine» de Youtube va a dirigida a estos fans que básicamente se dedican a la masturbación mutua y a la búsqueda de «consensos».
El «consenso» sobre Cazafantasmas: Más allá, como digo, es que es una pelicula fantástica por el «respeto» al original. Pero no, ni peli de Paul Feig con reparto femenino es mala por alejarse de la primera versión, ni esta es buena por replicarla torpemente. Ambas podrían ser productos perfectamente dignos por el sencillo método de tener guiones sólidos, lograr química entre los personajes y evitar los errores más obtusos. La resolución de «Más allá» nos deja con un grupo de críos que ni con el mayor esfuerzo uno puede imaginar siguiendo los pasos del equipo original, ni por actitud ni por simple posibilidad práctica. ¿Van a perseguir los fantasmas cuando salgan del cole? Por más que este fandom pajillero ya fantasee con secuelas, creo que la única posibilidad que le queda a la franquicia es el formato televisivo, que necesariamente precisaría un «reboot».