Man of Steel. Miedo al color

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Man of Steel – EEUU, 2013 – Dir: Zack Snyder.
Título español: El hombre de acero.
Atención: Esta crítica incluye numerosas revelaciones sobre el argumento.

No tengo problema en decir que Man of Steel es la película que más he esperado no en meses, sino en muchos años, cosa lógica considerando mi fascinación por el personaje de Supermán (nombre que escribiré acentuado en todo el artículo, de acuerdo con su pronunciación española universal). Warner Brothers, decidida a reflotar una de sus franquicias más valiosas, tras el terrible fiasco que supuso el Superman Returns de Brian Synger, apostó por dos cineastas en mucha mejor forma, cada uno a su manera: Como productor, Chris Nolan, convertido actualmente en el rey absoluto de la industria junto con James Cameron, y como director el pujante Zack Snyder, quien se ha enfrentado a varias adaptaciones difíciles con notable vigor y sin renunciar a un sello propio.

Siento una profunda antipatía por Chris Nolan que nunca he ocultado: aunque no es un director incompetente, sus mundos apagados y su narrativa taciturna tienen mucho mejor encaje en pequeñas producciones de tono negro; cuando las ha trasladado a las grandes producciones, ha obtenido extraños híbridos de cuestionable calidad: Origen me parece un ladrillo confuso e infumable (una película de acción en la que los personajes deben explicar lo que pasa cada diez minutos), y su trilogía de Batman es demasiado irregular: aunque supuestamente está anclada al mundo real, finalmente sucumbe a los típicos absurdos comiqueros, sobre todo en la delirante tercera entrega. Tampoco me gustan los compañeros de viaje habituales de Nolan: por un lado, David S. Goyer, guionista que raramente está detrás de trabajos brillantes; y por otro, Hans Zimmer, creador de mecánicas fanfarrias al que parece que el conservatorio le dijeran: «ante todo, jamás cree emoción». Pero éste es el equipaje con el que tenía que cargar el director si quería ponerse al frente del proyecto.

Zack Snyder se ha especializado en la estética fantástico-comiquera, con un interesante bagaje hasta ahora: 300 y Watchmen son dos largos notables, e incluso la denostada Sucker Punch tenía sus méritos; quizá el principal era que con ella Snyder demostraba tener su propia voz y mundo visual. Darle las riendas de Man of Steel sin duda respondía al deseo de convertir a Supermán en un gran héroe de acción, toda vez que Superman Returns, aparte de ser una mala película, naufragaba totalmente en ese aspecto. Una vez terminada y estrenada la película ¿qué podemos decir del desempeño de Snyder ante este monumental desafío? Veámoslo.

El guión

Supermán es un mito, y como tal los elementos básicos de su historia siempre se mantienen en mayor o menor medida. No obstante, cada generación de narradores debe conseguir reformularlos para que tengan cierta frescura y lleguen a los nuevos públicos. Debo decir que casi todos los cambios introducidos en la mitología para esta película -por no decir todos- me parecen acertados y aficaces (y como parece que Goyer está detrás de varios de ellos, le reconozco el mérito). Krypton ya no es un mundo que asiste impasible a su destrucción, sino que se encuentra en guerra, y los sabios rectores no niegan que el final del planeta está cerca (principalmente porque han sido sus causantes), pero simplemente no saben cómo evitarlo. El General Zod también ha sido reescrito muy eficientemente: frente al estricto maniqueísmo de la versión de Donner (el poder por el poder), el General encarnado por Michael Shannon es un ultrapatriota y un caudillo con motivaciones extremas pero comprensibles. Su antagonismo con Jor El funciona muy bien y es uno de los pivotes de la película.

Respecto a la acción en la Tierra, el cambio más notable es lanzar por la borda todo el camuflaje de Clark Kent en Metrópolis y el Daily Planet, enviándolo en lugar de esto a un viaje iniciático por los EEUU. Esta decisión es muy inteligente, puesto que 75 años después del nacimiento del personaje, y con un público ultrainquisitivo, era casi imposible justificar el increíble despiste de Lois Lane, incapaz de reconocer a su compañero de redacción. El arco de Jonathan y Martha Kent se narra de una forma original, a través de flashbacks, que funcionan eficazmente. Lois Lane, intepretada con esperada solvencia por Amy Adams, es el personaje que menos cambios necesita: sigue siendo la misma mujer intrépida e inquisitiva de 1939, y con la misma tendencia a meterse en peligros mortales.

Pero la mayor innovación de Man of Steel, sin duda, es que se trata primordialmente de una historia de ciencia ficción. Si en otras versiones se asumía con naturalidad que viviera entre nosotros un visitante de otro mundo, esta vez se explora seriamente el shock que supondría para nosotros ese primer contacto extraterrestre: la desconfianza del gobierno, los intentos de aislar y controlar al alienígena. La Tierra es presentada como un planeta visitado hace miles de años por los kryptonianos, aunque lamentablemente no se da un origen común a ambas especies, la única razón que podría explicar que haya humanos casi idénticos en los dos planetas.  El gran hilo argumental, aparte de la historia del origen, es es la tentativa de invasión de los kryptonianos, que logra mantener el interés y sostiene buena parte de la película (casi todo el metraje está justificado, algo poco habitual hoy día). Es importante mencionar que muchas de las ideas del guión están tomadas de cómics producidos en los últimos 30 años, destacando la miniserie Superman: Birthright, de Mark Waid.

La estética

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Esos colores, simplemente, están mal.

Éste era el gran desafío de Man of Steel (aparte de ofrecer un guión sólido. Mucho se ha hablado sobre si era necesario modernizar el traje de Supermán, y, en caso afirmativo, qué líneas deberían seguirse para el rediseño. Prolijos debates se se han dedicado al célebre calzón rojo, que tiene ardientes defensores y furibundos detractores. La decisión final de los cineastas fue prescindir del calzón, y bien está. Comprendo que se enfrentan a un público mucho más cínico que el de hace unas décadas, dispuesto a tragar con muchas incoherencias argumentales pero no a ver algo que perciban como infantil (los Batman de Nolan son el paradigma de este método); y puede decirse que el traje de Man of Steel es bastante bueno y equilibrado. Su mayor acierto sea probablemente el escudo, con un interesante rediseño (más «alienígena») y unas dimensiones correctas. ¡¡Qué diferencia con la tristísima chapita que lucía Brandon Routh en Superman Returns!!

No, el problema del traje no es su diseño, sino algo que se extiende a toda película: la paleta de colores. Existe cierto sector del público y de los creadores que piensan que los trajes de los superhéroes son demasiado chillones para la vida real, quizá sin darse cuenta de que el traje es una parte importantísima de la identidad de estos personajes, y que las historias que protagonizan tienen casi siempre un grado de fantasía que debe abrazarse sin complejos, o bien ignorar el género por completo. Además, se ha extendido en los últimos años cierto gusto por las películas con fotografía oscura, entre directores y técnicos a los que el rico color que perciben nuestros ojos quizá les parece demasido sobrecargado. Incluso directores como Spielberg, que trabajó nada menos que con Douglas Slocombe, nos han castigado con títulos de este estilo (Minority Report), y es la elección habitual de Chris Nolan. Man of Steel se ha convertido en una víctima del mismo, y lamentablemente es una película con tonos apagados.

Ya en Superman Returns, el bruto de Synger dejó claro que no quería saber nada de un Supermán de colores vivos, y por desgracia Nolan-Snyder lo han copiado en este punto. Pero miren, esto es muy fácil: Supermán es rojo, azul y amarillo. Si alguien hiciera una película siguiendo estrictamente la estética del genial Alex Ross, no creo que nadie se quejara en todo el planeta. Lo que no sirven para este personaje son los granates ni los azules difusos, y si les da vergüenza hacer una película sobre alguien vestido así, que no la hagan. Incluso el Supermán animado de los hermanos Fleischer, que era muy sobrio, tenía unos contrastes de color más marcados. Esto es algo que percibe muy fácilmente cualquier ojo profano, como prueba sobradamente que varias imágenes no oficiales de la productora hayan sido retocadas en mayor o menor medida para recuperar las tonalidades clásicas. Así, una película que no está mal rodada en absoluto, con buenos encuadres, diseños y escenas de acción, queda deslucida por esta errónea elección visual, tan poco justificada. Sinceramente, estoy deseando que algún fan haga su propia versión con el color corregido, de las que se ven en internet de vez en cuando. Las imágenes que incluyo bajo estas líneas ilustran suficientemente lo que explico.

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Atención a la diferencia entre la paleta original y la corregida de la imagen de abajo. La mejora es escandalosa.

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Algunos fabricantes también han optado por producir figuras con colores mucho más acertados.

Otras cosas que funcionan en Man of Steel

Henry Cavill. Para mí no es un Supermán bueno ni regular: es perfecto. Fuerte e imponente, pero también elegante y educado. Con un tren superior espectacular, y sin la apariencia adolescente de Routh. Interpreta al personaje con confianza y pese a ser británico no tiene problemas con el acento americano. Salvo sorpresa, será una de las estrellas de referencia de los próximos años. Además, ya tiene un nombre como actor, por lo que evitará fácilmente el encasillamiento de Reeve.

El resto del reparto. Zack Snyder sabe escoger a sus actores, y en este título tampoco ha fallado. Todos los intérpretes encajan físicamente con su personaje y realizan un trabajo notable. Crowe, Costner, Shannon… todos funcionan. Para entendernos, esta película no tiene una Maggie Gyllenhaal que te saque de la historia.  Se han producido algunos cambios de raza/sexo respecto a los personajes de los cómics -algo muy en boga en las adaptaciones actuales-, pero sin mayor trascendencia; no creo que a nadie le desagrade el Perry White de Lawrence Fishburne. Como curiosidad, Jane, la chica que se queda atrapada en los escombros, se apellida Olsen, y es una versión femenina de Jimmy, el famoso «mejor amigo de Supermán». Otra curiosidad: los fans de Battlestar Galactica sonreirán al ver a dos de sus principales actores, Tahmoh Penikett y Alessandro Juliani (Halo y Gaeta) en pequeños papeles, y apareciendo con pocos instantes de diferencia.

Hablando de secundarios, resulta francamente interesante el tratamiento que se da a Jonathan Kent, quien recomienda a su hijo una actitud estoica ante el reto que le plantea su origen. La frase «fuiste enviado aquí por una razón» es un magnífico guiño a la versión de Donner. La escena de su sacrificio, que  algunos encuentran absurda , a mí me parece muy acertada.  Como mencioné antes, Amy Adams es una excelente Lois Lane, con el único problema de que a sus 39 años puede perder algo de frescura física en las secuelas. Pero quien merece una mención especial es Diane Lane, cuya Martha Kent brilla esplendorosamente. No es sólo que la actriz sea bellísima en su madurez, sino que sabe sacar todo el partido a un personaje muy bien escrito, dándole una particular mezcla de llana sabiduría y ternura.

Zod. En esta versión, el General es tres de las cosas que más odia y teme la actual sociedad occidental: un racista, un supremacista y un señor de la guerra, lo que sin duda lo convierte en un excelente villano. Es un enorme acierto la forma en que lleva a Supermán hasta sus límites morales, obligándolo a matar. Aunque muchos se han escandalizado, este elemento argumental hace a la película mucho más sincera: Supermán es básicamente un guerrero, y cualquier guerrero debe a veces tomar una vida para salvar otras. Si esto le pasa a un policía o a un soldado, ¿por qué no habría de ocurrirle a él? Por cierto, para desinformados: en los cómics de la Golden Age, Supermán mataba con cierta asiduidad a los villanos, y sin darle excesiva importancia (si bien solía ser accidental).

La interacción de Supermán con los seres humanos: Se introduce con inteligencia el tema de la difícil adaptación del superdotado niño Kal-El a las condiciones de la Tierra. El sentimiento de aislamiento y falta de identidad del personaje es patente hasta el momento en que logra descubrir sus raíces. Otro elemento argumental habilísimo es la forma en que el gobierno y la milicia estadounidenses colaboran eficazmente con Supermán. A diferencia de casi todas las versiones comiqueras, donde los humanos se dedican a ser testigos impotentes en las batallas superheroicas, aquí logran prestar una ayuda importante en la lucha contra la invasión. Al fin y al cabo, resultaba bastante absurdo que todo el armamento de una potencia como los EEUU no le hiciera más que cosquillas a un ser humano, por muy «súper» que fuese. Esto enriquece mucho el argumento, y permite no centrar todo en el héroe que salva el día. Incluso personajes bastante menores encuentran algo que hacer.

Otras cosas que no funcionan en Man of Steel

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Tratamiento de los poderes. La verdad es que eché de menos una explicación más sofisticada de los superpoderes de Kal-El: las diferencias gravitatorias, atmosféricas y de radiación solar de ningún modo justifican ese tipo de atributos. Es cierto que se trata de la explicación canónica, y en realidad un punto algo secundario del argumento, pero podrían haberse explicado por medios más plausibles como la alteración genética o la nanotecnología. Lo que realmente me preocupa es el nivel de poder del personaje, un tanto excesivo. Durante la Golden Age, sus habilidades eran mucho más modestas, como bien nos recuerda la célebre entradilla del serial radiofónico y los cortos de Fleischer: «Más rápido que una bala; más potente que una locomotora; capaz de saltar un edificio con un solo salto» (ni siquiera podía volar). Con el tiempo, el héroe llegó a alcanzar un poder desproporcionado, que lo limita gravemente como personaje, pues reduce los retos a los que debe enfrentarse y lo deshumaniza. Supermán no necesita ser un semidiós, capaz de cosas tan absurdas como desviar un meteorito con las manos; lo único que necesita para mantener la esencia de su mito es el vuelo, el traje y una fuerza superior a lo normal.

Cierto que el Supermán de Man of Steel tampoco la versión más poderosa que se ha visto, y de hecho el armamento pesado le afecta, pero no me parece necesario que pueda destruir la cima de una montaña simplemente por un mal aterrizaje. Tampoco el hecho de que nadie pueda estar cerca de él cuando despega, debido al estampido sónico que produce. Sí, es un efecto chulo, pero al mismo tiempo la mejor muestra de que un excesivo poder aísla. ¡Qué diferencia con la amable encarnación de Reeve, tan dada a interactuar con la gente! En esta película, Supermán se enfrenta a tecnología kryptoniana (curioso que haya acabado luchando con una especie de araña, como pretendía el productor Jon Peters hace más de una década), y eso ha valido para justificar su fuerza, pero habrá que ver qué desafíos le plantean los nuevos guiones (en esta película aparecen unos camiones con el logo de Lexcorp, indudable indicio de la presencia de Lex Luthor en el próximo capítulo). Pero sea Supermán más o menos poderoso, lo que más deseo para las secuelas es que se evite la trampa argumental de los supervillanos y se plantee seriamente su papel de superhombre viviendo entre humanos. ¿Limitará su acción a Metrópolis, será una especie de justiciero global? ¿Entrará en política, en guerras, o se mantendrá neutral pese a tener el poder de cambiar las cosas? Las intenciones de Goyer parecen ir por ahí, y eso me congratula.

La música. Era muy fácil adivinar que Hans Zimmer no alcanzaría el nivel de John Williams. Pero no se le exigía eso, sino simplemente crear una banda sonora de calidad y lo suficientemente memorable. El resultado final no es despreciable, y acompaña a la película de forma bastante correcta, pero se queda demasiado lejos de lo que debería ser. Una cosa es esperar que el alemán cree un tema emocionante (pedir peras al olmo) y otra conformarse un leit motiv formado prácticamente por cuatro notas. Estamos en una película de género épico, hace falta que la música arrastre al espectador, que enriquezca y remarque los momentos más importantes. El trabajo de Zimmer no lo logra en casi ningún momento. Su partitura, sin ser tan machacona como la letanía musical de la trilogía de Batman, es insuficiente. Un buen ejemplo de lo que habría funcionado en Man of Steel es el trabajo de Patrick Doyle en Thor, muy acorde con las modas actuales sin renunciar por ello a una maravilla de tema central.

Falta de momentos memorables. Si bien la película mantiene siempre un buen tono, le faltan esos momentos que se quedan se grabados por su especial carga de asombro, impacto o emoción. Era algo que abundaba en la versión de Donner, llena de magníficas viñetas (la Fortaleza de la Soledad, la escena del helicóptero, el collar de krytonita, el salvamento del tren). Sin embargo, con Man of Steel me costaría decir «éste era un momentazo de la peli». Podría citarse el primer vuelo, pero no llega a convencerme del todo. Quizá también la inquietante imaginería de la pesadilla de Supermán mietras está prisionero. Pero el tono serio de la película parece siempre ejercer cierto lastre, e incluso se evita la palabra «Supermán», que es sólo pronunciada tres veces, si no recuerdo mal. Algo que me pareció totalmente incomprensible es la precipitado escena del viaje hasta la Tierra, que apenas dura unos segundos. Entiendo que Snyder hace películas de ritmo rápido, y que no cabía esperar una secuencia tan larga como la de la versión de Donner, pero ese momento con la nave recién salida de Krypton pedía a gritos ser más largo, ofrecernos unos instantes de quietud en el espacio y transmitir la enorme distancia existente entre los dos mundos. Esto sorprende más teniendo en cuenta que en la película no faltan precisamente escenas pausadas, sobre todo durante los flashbacks.

Fallos lógicos. Los hay en toda película, aunque los de ésta son poco importantes. Uno de ellos es que Lois Lane carezca al principio de pruebas para demostrar la existencia de Supermán, cuando lleva una en su propio cuerpo: la herida que el kryptoniano cauterizó con su visión calorífica. Tampoco queda nada claro el sistema que usa Jor-El para manifestarse post-mortem. Vemos que la tecnología kryptoniana de proyección de imágenes consiste en un plasma grisáceo, mientras que el Jor-El sintético -una especie de inteligencia artificial- se ve de forma perfectamente nítida, y sólo por las personas él escoge. Todo apunta a que se proyecta directamente en la mente de quien que lo ve, ¿pero eso no haría obsoleto la proyección mediante plasma? Y teniendo ese poder de inviadir mentes, ¿por qué no lo aprovecha Jor El para confundir a los kryptonianos le toca enfrentarse con ellos?

Conclusiones

Primero , mencionar que pude disfrutar la película en versión original en los cines Kinépolis, con una proyección impecable. El Man of Steel de Zack Snyder tiene toda una serie de aciertos, pero no consigue entender por completo la esencia del personaje y el mito. La mejor noticia es que deja una muy buena base para continuar la historia, con suerte corrigiendo los fallos que aquejan a esta primera entrega. Las dos prioridades absolutas han de ser devolver a Supermán sus rojos y azules genuinos, y contratar a un compositor con algo de alegría por la vida, que le regale al héroe un tema a su altura. Aparte de esto, Nolan debe salir de la ecuación (parece que por suerte ya ha renunciado).

Supermán se ha puesto de moda, vemos camisetas suyas por todas partes, y es comprensible: el mundo atraviesa una crisis general y se ha cansado del cinismo y de los héroes oscuros, necesita la esperanza y la autosuperación que representa Supermán. Pese a sus fallos, este título se hizo con esmero y calma -la posproducción duró un año completo-, y aplicando la misma política para la secuela quizá podamos ver, finalmente, la película que merece el mayor mito de la cultura popular mundial.
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El Gran Lebowski. Correcta pero insuficiente

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The Big Lebowski, EEUU, 1998 – Director: Joel Coen
Título español: El Gran Lebowski

Tras la peculiar Fargo, los Coen retoman con El Gran Lebowski el estilo de comedia gamberra de Arizona Raising, si bien vuelven a mezclar géneros una vez más. El foco se fija esta vez en Los Ángeles, durante nuestros días. El personaje central es Jeff Lebowski, más conocido como «The Dude» («El Nota» en la versión española), un auténtico inútil que se dedica a vivir sin dar un palo al agua, no se sabe bien cómo. Eso sí, es muy bonachón, fiel a sus amigos y «se toma la vida con filosofía». Esta plácida existencia se ve sobresaltada cuando unos cobradores de deudas asaltan su casa, le reclaman un dinero que no recuerda deber y para colmo le arruinan su alfombra favorita. Todo se debe a una confusión: los matones le han confundido con otro Jeff Lebowski, un acaudalado hombre de negocios de la ciudad (el «Gran Lebowski») cuya jovencísima esposa es demasiado aficionada a las compras. Cuando «the Dude» va a reclamar al otro Lebowski por su alfombra perdida, el millonario no quiere saber nada del asunto y lo manda a su casa. No obstante, pronto volverá a llamarle para que le ayude en un delicado asunto: su endeudada mujer ha sido secuestrada y necesita un intermediario para el pago del rescate. Comienza así una trama entre de humor absurdo e intriga con muchos vericuetos argumentales.

El Gran Lebowski se ha convertido en un film de culto, y hay incluso quien lo considera una comedia clásica, pero aunque es un trabajo estimable, llamarla clásico me parece muy exagerado. Es verdad que tiene momentos bastante conseguidos y que el personaje del «Dude» (el siempre fiable Jeff Bridges) se gana fácilmente la simpatía del espectador, pero la película es muy desigual, y ciertos son aspectos resultan muy poco convincentes. Tenemos el caso de Walter, el mejor amigo del «Dude», un tío realmente irritante con el que pasa casi todos sus ratos de ocio, jugando a los bolos en un trío completado por el apocado Donny (Steve Buscemi). Puedo creerme que el «Dude» aguante a un amigo tan pesado (todos conocemos casos así), pero no cuando las obsesiones de éste pueden meterlos en problemas serios con la ley o incluso poner en grave riesgo su vida. La trama de suspense tampoco se sostiene mucho: todas las partes implicadas, gente de poder e influencia, parece darle demasiada importancia y confianza al «Dude», un tipo que, a todas luces, es un verdadero desastre. Si bien es verosímil que algunos quieran usarlo como peón, no cuadra en absoluto que un personaje como el de Julianne Moore, una mujer totalmente racional y calculadora, le encargue ningún tipo de trabajo delicado.

El humor del guión alterna constantemente aciertos y errores. Entre los primeros se encuentra la famosa escena en la que, cuando un arrogante rival de la bolera (John Turturro) pronostica que aplastará al equipo del «Dude», éste le responde con toda la pachorra «That’s like, your opinion, man». También tiene su gracia, sin ser desternillante, la dinámica entre el asfixiante Walter y el sumiso Donny. Pero son muchas más las cosas que fallan: la escena en que Walter saca su pistola en la bolera por un asunto totalmente intrascendente parece sacada de Loca Academia de Policía; la banda de los «nihilistas», que se supone debe ser hilarante, es más bien sosa y tontorrona, y tiene un peso en la trama poco justificado; el recurrente gag de Walter relacionando todos los temas con la guerra de Vietnam naufraga muchas más veces de las que funciona. Un gag en torno a un pulmón artificial ejemplifica lo que falla en el humor de la película: chocante, sí, pero totalmente injustificado y sin valor cómico real.

En El Gran Lebowski veo los Coen un poco perdidos, incapaces de manejar eficientemente los elementos que ellos mismos han puesto sobre el tablero. La escena en la bolera con Turturro es mucho más graciosa que todas las de los nihilistas. ¿Por qué no se explotó más su personaje? Lo mismo se puede decir de un Sam Elliott con unas pintas y un vozarrón espectaculares, que ejerce de narrador, pero que sólo aparece en dos escenas, siendo escandalosamente desperdiciado. Sí es justo reconocer un notorio trabajo visual, con varias escenas fuera de lo común y muy bien rodadas, especialmente la secuencia onírica con su estética de musical, perfectamente lograda. La trama, si bien se sigue bastante bien, se enreda desmasiado, algo inncesario considerando el ligero fondo de la película.

En el aspecto actoral pueden hacerse pocos reproches, con un reparto «triple A»: además de a Bridges podemos ver a Philip Seymour Hoffman como el obsequioso criado de «El gran Lebowski», a Julianne Moore como su hija (para morbosos: sale totalmente desnuda), y a los «clásicos Coen» John Goodman, Steve Buscemi, Turturro y John Polito, que se presta a un nuevo cameo. El pobre John Goodman se lleva la peor parte, al tener que lidiar con Walter, un personaje deficientemente escrito y demasiado cansino. En suma, se trata de una película agradable pero algo fallida, lo que no quita para que gustara a un público seguramente acostumbrado a comedias más convencionales, sin la pátina de sofisticación y orginalidad de los Coen. Quizá El Gran Lebowski habría funcionado mejor en un formato de miniserie televisiva, con más énfasis en el mundo de los bolos, pero seguramente esto nunca lo sabremos.
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Dark Knight Rises: Cansancio y exceso

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«Déjalo ahí, que te lo vas a poner poco».

The Dark Knight Rises – Dir: Christopher Nolan. EEUU, 2012. Título Español: El Caballero Oscuro Resurge

Aviso Importante: El presente artículo no es una reseña clásica, sino un desmenuzamiento detallado de la película. Se recomienda enérgicamente no leerlo si no se desean conocer detalles clave de la misma o del cómic «The Dark Knight returns», de Frank Miller.

Resulta difícil negar que The Dark Knight, la segunda película de Christopher Nolan dedicada al cruzado de la capa, fue un triunfo cinematográfico, lleno de hallazgos visuales y narrativos, si bien no carente de defectos. El siguiente trabajo de este director, Inception, tuvo un enorme éxito de taquilla, pero a mí me pareció una película fallida de principio a fin, muy confusa y con un pésimo ritmo narrativo. Me apuesto lo que sea a que sin los nombres de Di Caprio y Nolan al frente habría pasado casi desapercibida. Con estos antecedentes, The Dark Knight Rises, su tercera película sobre Batman, debía permitirnos juzgar si Nolan será uno de los nombres a tener en cuenta creativamente durante los próximos años (comercialmente ya es indiscutible un Top 3 de la industria). Desgraciadamente, la respuesta es no: Esta última entrega es con diferencia las más floja de las tres, y lo peor es que parece que el equipo creativo ni siquiera se molestó demasiado en intentarlo.

El guión de la película toma como base la novela gráfica The Dark Knight Returns, de Frank Miller, y la saga Kightfall, firmada por diversos autores, enlazando sus argumentos con la trama de las dos primeras películas de Nolan. Señalar que el primer título de la trilogía, Batman Begins, era una adaptación muy libre pero bastante correcta del cómic Batman: Year One, también de Frank Miller, por lo que Nolan tenía una excelente ocasión de rematar el trabajo adaptando dignamente Dark Knight Returns, en mi opinión el mejor cómic que se ha hecho sobre Batman. El problema es que ese álbum es una historia crepuscular, que muestra a un Bruce Wayne superando la cincuentena, retirado y un tanto abrumado por su labor inconclusa en Gotham City. Así, Nolan y su guionista habitual, el rutinario David S. Goyer, se encuentran con la papeleta de convertir al personaje de sus películas, que ni siquiera ha cumplido 30 años, en este hombre murciélago avejentado. El camino escogido es bastante chapucero, y el resultado es una mescolanza deslabazada que ni roza la excelencia del trabajo de Miller, como veremos en el siguiente mega-análisis.

PARTE 1. UN COMIENZO INVEROSÍMIL

Como recordará quien haya seguido la saga, la segunda película concluía con Batman herido y haciéndose responsable de los asesinatos cometidos por el desfigurado fiscal Harvey Dent, para así salvaguardar su simbólica figura. Al empezar Dark Knight Rises, han transcurrido ocho años en los que Bruce Wayne ha estado encerrado en su mansión, convertido en un ser asocial y amargado por la muerte de su amada Rachel Dawson, asesinada por el Joker. Tal es su desidia que ni siquiera se ha tratado su pierna herida, y ha pasado todo ese tiempo cojeando y ayudándose de un bastón. Resulta totalmente inverosímil que alguien tan curtido como Bruce Wayne se hunda de esa forma porque un allegado en la guerra contra el crímen, algo que otro es totalmente esperable, y que ha ocurrido varias veces en los cómics, por ejemplo con la muerte de Robin. Podría llegar a aceptarse que Wayne se retirara, ¿pero lo de la reclusión? ¿Un hombre aún veinteñaero y multimillonario dando vueltas ocho años por su casa porque han matado a su chica que no era ni su novia? ¿Y alguien tan cuidadoso con su físico, que ha pasado su vida entrenando duramente y ducho en varias artes marciales, dejando que se le pudra la pierna sin más? ¡¡Por favor!!

La poca credibilidad no se limita al carácter de los personajes, como prueba la misma escena de apertura: en un descampado de algún país remoto, unos agentes de la autoridad vestidos de paisano están subiendo a un avión a un científico que han detenido. Cuando van a despegar, llega una furgoneta con más policías y nuevos prisioneros encapuchados, que deben ser transportados también. Una vez en vuelo, el líder de los presos revela que están allí para llevarse al profesor, pese a estar detenidos y esposados, ante las burlas de sus captores. Cuando le arrancan la capucha al preso descubrimos que es Bane, el malísimo de la historia, y en ese momento arranca su elaborado plan: desde otro avión, unos compinches descienden colgados en sogas y proceden a cortar en dos la primera nave con unas sierras radiales. Los compinches matan a tiros todos los agentes, y descuelgan desde su avión un cadáver envuelto en una bolsa, conectando el brazo del cadáver al del profesor con un tubo de plástico y realizanzdo una transfusión sanguínea del vivo al muerto. Antes de evacuar el avión, Bane le dice a uno de los suyos que tiene que estrellarse con lo que queda del aparato «para no despertar sospechas», lo cual el aludido acepta con una sonrisa. Tras volver todos a su aeroplano usando las sogas, dejan que el primer aparato se estrelle espectacularmente en el suelo.

Bonito, ¿no? Más tarde descubriremos que el objeto del plan era hacer creer a los autoridades que el científico había muerto en la explosión del avión,. O sea que Nolan quiere hacernos creer que, teniendo una organización con personal y recursos casi ilimitados (la Liga de las sombras), si quieres secuestrar a un preso transportado en avión, lo «lógico» es hacer la operación en el aire, en lugar de matar a todos cuando el avión está aún en tierra, y luego, con todo el tiempo del mundo, dejar un cuerpo muerto que se confunda con el profesor. Por cierto, parece que en el universo Nolan lo único necesario para falsificar un cadáver es inyectarle un buen chorro de sangre. Ahora bien, si quieres dejar a un muerto de los tuyos «para despistar», ¡entonces no, ése tiene que ser de verdad! En fin.


Al final estos han dicho lo mismo que yo en 3 minutos.

PARTE 2. EL RETONNO DE BATMAN

Tras esta operacion, Bane se aposenta en Gotham, y el comisario Gordon tiene la desgracia de toparselo en su base de las cloacas, acabando gravemente herido en el hospital. En la Mansión Wayne, Bruce descubre a una empleada, Selina Kyle (alias Catwoman) tratando de desvalijar su caja fuerte, pero su principal objetivo no parece el dinero o las joyas, sino obtener las huellas dactilares del millonario. Este extraño robo, junto con el incidente de Gordon, hacen que Bruce despierte del letargo y vaya a examinarse en el hospital en el que está ingresado el comisario. Allí un médico le dice que, aparte de tener la pierna fastidiada, «apenas le queda cartílago en las rodillas». Vamos a ver: en Batman Begins Bruce Wayne debuta como superhéroe aproximadamente a los 25 años, y tras un año en activo (según se especifica al principio de la segunda película) el incidente con Harvey Dent le obliga a retirarse, tras lo cual se pasa ocho años haciendo el vago. ¡¿Cómo coño se puede perder el cartílago en un año escaso de andanzas superheroicas?! Lógicamente, lo primero que hace Bruce tras saber que está medio tullido es deslizarse varios pisos más abajo por la fachada del hospital con sus rodillas-sin-cartílago para visitar a su amigo Gordon, usando un sencillo equipo de descenso de montaña que traía camuflado. En cuando a la pierna, la solución es fácil: al volver a casa se pone una ligera prótesis metálica ceñida a la pantorrilla y no vuelve a darle problemas en toda la película. ¡¡Batman ha vuelto!!

Eso sí, tiene que andarse con ojo, porque hay alguien que conoce su identidad, como descubrimos en unadescacharrantes escena: un joven policía le visita en la mansión para hablarle del estado de Gordon, y sin más le suelta que sabe que es Batman. ¡¡Coño!! ¿Y cómo se ha enterado? Ojo a la explicación: resulta que el tipo es huérfano, y cuando era niño Bruce visitó su orfanato. En un momento dado, ambos estuvieron frente a frente, y el niño supo que el millonario era el vigilante enmascarado… «por la rabia de su mirada». ¡¡Tócate los cojones!! Mira que hay formas de que un niño descubra a Batman a poco que seas creativo, pero no… ¡lo descubre sólo con darle un vistazo! A esas alturas empieza a estar muy claro el escasísimo trabajo que se invirtió en el guión.

Entrentanto, Bane sigue con su plan maestro, y asalta la Bolsa de Gotham acompañado de un montón de hampones fuertemente armados. Tras liarla parda en el interior, un esbirro conecta un terminal portátil al sistema central y arranca un programa que tardará en ejecutarse en 8 minutos, apareciendo la cuenta atrás en la pantalla de un tablet transportado por los malos. A continuación, los asaltantes abandonan el edificio en unas motos que no tenían cuando entraron, pero ey, es una peli, y además de Nolan, ¡¡a quién le preocupa de dónde han salido!! La huida se produce a plena luz del día, con la policía pisándoles los talones, y al poco aparece Batman en su moto, incorporándose a la persecución. Lo curioso es que en ese momento ya es noche cerrada… ¡¡pero aún no ha concluido la cuenta de ocho minutos!! Así nos enteramos de que Gotham City es la ciudad del mundo en la que anochece más rápido. La huida concluye sin que Batman logre detener a Bane.

Poco después nos enteramos de lo que hacía el misterioso software: estaba diseñado para conectarse a la Bolsa con la identidad del mismísimo Wayne (gracias a las huellas robadas por Catwoman), realizar operaciones de alto riesgo y dejarlo en la ruina. La cosa estaba promovida por un traidor dentro de la empresa, para el que Bane teóricamente trabajaba, pero el mercenario pronto se deshará de él. A nadie parece extrañarle que las operaciones que han  arruinado a Wayne coincidieran con un alsato la Bolsa en el que unos maleantes conectaron un ordenador raro al sistema a la vista de todos, ni ningún juez las anula. Al menos Lucius, el personaje de Morgan Freeman, dice que «con el tiempo se demostrará que es un fraude». Es muy curioso que Bruce Wayne sea el único muchimillonario del mundo que no tenga fondos o bienes opacos en alguna parte para no verse en la penosa situación de estar sin coche y hasta con la luz cortada (¡¡en 24 horas!!). Pero bueno, qué sabrá Batman de llevar cosas en secreto, ¿verdad? Por suerte para el, una ricacha de muy buen ver se ofrece para consolarlo, e incluso se lo cepilla ese mismo día en la Mansión Wayne. Esta acaudalada dama, Miranda Tate, se había mostrado muy interesada en un reactor nuclear de Wayne Industries, y se ofrecerá a ocuparse de la empresa junto a Lucius en virtud de no sé qué arreglo legal.

Pero aunque Bruce no tenga pasta, ¡¡todavía es Batman!!, y guiado por Catwoman descubre el escondrijo de Bane. Por cierto, resulta que la máscara del villano no le suministra constamente una droga estimulante, como en los cómics, sino que es un respirador al estilo Darth Vader (que curiosamente funciona sin ningún tipo de bombona). Bane siente grandes dolores si deja de usarlo, por lo que básicamente es un inválido, pero también un guerrero casi invencible, raro cuando menos. En cualquier caso, por fin se produce el gran enfrentamiento, en el cual el gigantón pone fino a Batman, en una pelea de coreografía bastante anodina. Finalmente, Bane remata al héroe en un plano que emula con exactitud la célebre viñeta de la derrota de Knightfall, y para colmo de males los villanos descubren el hangar donde Bruce tiene escondidos todos sus Batvehículos. Gran drama.

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«Uso gadgets raros para dirigir. Show respect.»

PARTE 3. EL CABALLERO CAE, PERO POCO

O no tanto. Porque en Knightfall el bueno de Bruce Wayne se queda paralítico, o sea bien jodido. Pero al guionizar esta parte del film, Nolan o el estudio sabían que tenían que recuperar una inversión de 250 millones de dólares, y eso implicaba que la película de ningún modo podía ser no apta para menores de 13 (PG-13). Así pues, de parálisis nada, que eso da muy mal rollo, y Bruce sólo se queda muy fastidiado. A continuación, Bane se lo lleva a lo que califica como «la peor cárcel del mundo», en algún punto de Oriente Medio. Su objetivo, tras romperle el cuerpo, es «romperle el alma». Pero a decir verdad, para ser una cárcel tan horrible las condiciones son bastante laxas: no hay guardias, y los presos parecen llevarse bastante bien, sin fastidiarse entre ellos, apuñalarse y demás. Pero lo más llamativo del lugar es un túnel vertical con un enorme agujero en el techo, por el que cualquiera puede intentar trepar para escapar. Pero según Bane, como la escalada es imposible, esto sirve para tener a los presos a raya «dándoles una esperanza». Yo creo que sería más eficaz cerrar el agujero, sinceramente.

En cualquier caso, Bane ya está de vuelta en Gotham, concentrado en su Plan Maestro: tener la ciudad puteada durante varios meses y luego hacerle saltar por los aires. Eso sí, la cosa es intrincada de cojones: primero coge al científico ruso y, gracias a los datos que posee de Industrias Wayne, localiza el recinto del reactor nuclear ecológico, obligando al cerebrín a desmontarlo y programarlo para que explote al cabo de seis meses. Luego se va al estadio de la ciudad -donde está jugándose un partido de football- y lo toma en un periquite, no sin antes reventar el palco del alcalde. Entonces se dirige al público desde el césped y comunica que tiene una bomba «atónica», para después descerrajar un tiro en la cabeza al ruso, el único que podría desactivarla. Y como traca final (nunca mejor dicho), le da a un botoncito que hace detonar una serie de bombas colocadas estratégicamente a lo largo de la ciudad. Resulta que en ese momento toooda la policía de Gotham estaba metida en las cloacas buscando la guarida de la Liga de las Sombras, y las explosiones bloquean todas las salidas. Así, aunque que los agentes sobreviven, la ciudad está ahora sin fuerza policial (el mando que ordenó semejante operación era un genio, sin duda). En suma, casi todo el plan de Bane iba destinado a conseguir una bomba atómica. Quizá habría sido más sencillo robarla de cualquier arsenal, no sé.

Mientras tanto, en la «peor cárcel del mundo», a Bruce lo han puesto a compartir celda con un médico. Vale que más bien se trata de un curandero bastante bruto, pero no deja de ser un detalle de Bane, que teóricamente quería destruir a su enemigo por completo. La lesión del héroe es una vértebra desplazada, y el curandero procede a curarlo con su método patentado para estos casos: darle un hostión bien fuerte en la espalda. Aquí Nolan y Goyer ya prácticamente están faltando al respecto a toda la gente con dolencias lumbares, como las hernias, lesiones delicadísimas que tiene que operar un nerocirujano experto, lo que pese a todo no garantiza el éxito. Pero el mundo «ultrarealista» de Nolan la única operación necesaria es una buena hostia. Sé que algunos quiroprácticos aplican terapias de impacto, pero pensar que esto puede tratar una lesión como la de la película supera cualquier límite de credulidad. Tampoco pasemos por alto la «rehabilitación» propuesta por el médico: pasarse varias semanas (¿meses?) colgando con las manos atadas al techo de la celda. Miren, si algún lesionado de espalda se cura con semejante «terapias», en vez de quedarse lisiado para siempre, habrá que pensar en cerrar nuestros hospitales.

PARTE 4. GOTHAM SOJUZGADA

Ajeno a la recuperación del héroe, Bane disfruta de su reinado en Gotham, a la que ha aislado volando todos los puntes que la conectaban al continente. Porque en esta película nos enteramos de que Gotham es una península, concretamente la de Manhattan, ya que Nolan ni se preocupa en ocultar elementos urbanos tan reconocibles como el Empire State Buiding o una Freedom Tower a medio construir. Las dos películas anteriores se rodaron principalmente en Chicago, lo que permitía establecer la clásica identificación Gotham-Chicago, Metrópolis-Nueva York, pero ahora eso salta por los aires. Por cierto, ¿os acordáis del tren de la primera película, que cruzaba toda la ciudad y era el «proyecto de una vida» del abuelo de Bruce? No hay ni rastro de él (en el segundo film tampoco, en realidad). ¿El barrio marginal donde el Espantapájaros tenía su manicomio? Ninguna mención. Eso sí, no falta un nuevo cameo de Cyllan Murphy como el Espantapajaros (no hay que olvidar a los amiguetes). También me fastidia especialmente que al final de Batman Begins se sugiriera la construcción de la Batcueva y, tras no mencionarla en absoluto en la segunda parte, lo único que vemos en la tercera es un terminal computerizado y un armario con un traje de Batman. Siete años de espera para enseñar esa mierda de Batcueva al público, y los frikis encantados.

Soprendentemente, Bane se las apaña para mantener en marcha una ciudad de siete millones de habitantes sin que haya un caos absoluto, lo cual tiene bastante mérito, igual habría sido buen alcalde. No queda muy claro quién realiza servicios como recoger las basuras, distribuir alimentos y demás, pero bah, eso son detallitos. En el Dark Knight de Miller veíamos algo similar, con un líder pandillero que reunía a un gran contingente de macarras y sembraba la anarquía durante unas noches, pero el autor no prentendía hacer creer que semejante banda establecía una semblanza de gobierno sobre Gotham durante meses. Por cierto, vaya nenazas los del gobierno estadounidense en esta película, cediendo el control de la ciudad más importante del país a unos terroristas. Ah, pero claro, es que tienen una bomba atómica, que protegen con este método (atención): hay tres camiones custodiados por sendos tanques (batmóviles) circulando constantemente por la ciudad, pero sólo uno transporta la bomba, que además puede ser detonada por Bane en cualquier momento. Y por lo visto, a nadie del ejército se le ocurre dar ordenar a los cazas volar por los aires cualquier camión acompañado de un batmóvil.

Y en cualquier caso, el plan de Bane no tiene sentido: gobernar la ciudad seis meses… ¿para qué? ¡¡Si el objetivo final es volarla por los aires sí o sí!! ¿Quieren demostrar lo listos que son? ¿O dar tiempo a que alguien les desbarate el el plan? Vale, los malos cuentan no sé qué mierda de enseñar al mundo que los ricos deben ser gobernados por los pobres, muy profundo, muy comunista y tal, pero absolutamente endeble como motivación. De hecho, en esos meses a Bruce le da tiempo a curarse y a intentar trepar por el pozo. Y, jamás lo creeríais: ¡¡lo logra!! Al salir del agujero, encuentra una soga enorme atada a una estaca y se la lanza a los ade abajo. Tremenda seguridad de la «peor cárcel del mundo». A continuación, vestido con harapos y sin un céntimo en el bolsillo, Bruce logra volver a Gotham por medios no explicados; se ve que cuando eres un tío listo, cruzar el mundo y entrar en una ciudad cercada debe ser cosa fácil. Una vez en la ciudad se encuentra con Selina-Catwoman, a quien perdona por haberle llevado a la encerrona con Bane y además le regala un pendrive con el mítico programa «Tabula Rasa», capaz de borrar sus antecedentes. ¿Dónde lo tenía, en el PC de su casa?

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«Esto es absurdo, vamos a tomarnos unas birritas.»

PARTE 5. THE DARK KNIGHT RISAS

A esas alturas, la situación en la ciudad es crítica: Lucius y Miranda malviven en la sede de Wayne Industries, mientras pseudojuicios presididos por el Espantapájaros acaban con la ejecución de personajes prominentes. Por suerte, Batman ya está de vuelta, y el joven policía del principio tiene un plan para liberar a sus compañeros de las cloacas. Policías, por cierto, a quienes los hombres de Bane alimentan diligentemente todos los días; si cuando digo que tienen una organización cojonuda… Tras salvar a Lucius, Miranda y Gordon de una inminente ejecución, Batman prepara el asalto final: los policías liberados harán frente a los esbirros de Bane, y Bruce se enfrentará de nuevo al jefazo para darle una lección. Aquí llega uno de los momentos más surrealistas de la película: ya es llamativo que después de medio año viviendo, literalmente, en un agujero, a los policías les queden ganas de algo que no sea irse a su casa a iniciar una larga recuperación, pero la forma en que atacan a los malos es para morir de risa ahí mismo: formando un gran grupo de miles de efectivos, se lanzan a correr por una calle estrecha al encuentro de otros tantos villanos, pegando tiros y berreando, a lo Braveheart. Ni organización, ni estrategia, ni pollas.

Mientras, Batman (que en esta peliculita de 2 horas y 45 minutos lleva el traje menos de 20) ya está de nuevo frente a Bane, y esta vez no es apalizado, sino que le da una tunda. Se ve que eso de pasar varios meses en una celda infecta recuperándose de una lesión invalidante te pone en una forma cojonuda (¡ah, pero hacía flexiones, ojo!).  ¿La pierna lesionada? Estupenda , no problem. ¿La falta de cartílagos? Minucias. Además, consigue descacharrarle la máscara a Bane, dejándolo muy mermado. Pero entonces, alguien se le acerca por detrás y le mete una puñalada. ¿Quién ha sido? ¡¡Miranda, no puede ser!! ¿Por qué? Porque… (¡giro de guión!) es la hija de Ras Al Ghul! Ah, vale, odias a Bruce y querías vengarte. ¿Entonces por qué te acostaste con él y le ofreciste llevarle a cualquier lugar del mundo? ¿No habría sido mejor pegarle un tiro por la espalda? Quizá el plan era subirlo al avión, que Bane entrara en pleno vuelo y que lo matara.

De todos modos Batman consigue recuperarse e ir en busca de la bomba «atónica», que está a punto de concluir su cuenta atrás. Para ello usa el batplano, o «Bat» a secas, con el cual persigue el camion que contiene la bomba, conducido por la mismísima Miranda. Mientras, los polis han ganado la batalla ayudados por Catwoman montada en la Batmoto. Curiosamente, un misil lanzado por la moto sirve para reventar los batmóviles de los malos, que al no estar pilotados por Batman se vuelven cacharros mucho más vulnerables. Batman logra interceptar el camión de la bomba, pero apenas quedan unos segundos para la explosión. La única solución que se le ocurre es acoplar un cable al artefacto y llevárselo volando con el Bat, alejándolo lo más posible de la ciudad antes de la explosión. Esta escena nos brinda la penultima situación absurda del film: cuando cada segundo es absolutamente esencial, con millones de vidas en juego, Batman se da el lujo de darle un ultimo speech a su amigo Gordon, y no contento con eso se toma otros segundos extra para darle un muerdo a Catwoman. Entonces sí, ya puede despegar y adentrarse a toda mecha en el mar, hasta que por fin la bomba explota, canjeando su vida por la de los de Gotham.

La peli concluye como el cómic de Miller, con un funeral al que van cuatro gatos (¡sí que quería poca gente a Bruce!), tras el cual Robin descubre la Batcueva. ¿Robin? Sí, porque resulta que nuestro amigo el policía tiene de segundo nombre «Robin». ¡¡Oh, qué guay!! En realidad, no: mira, Nolan: si te da vergüenza meter a Robin en la peli no lo hagas (aunque Miller sí lo usaba en su historia, y muy inteligentemente), pero no nos des un puto sucedáneo que sólo conserva el nombre del personaje. Pero en fin, igual que en el cómic,Robin empezará a organizar un cuerpo de jóvenes luchadores que continuarán la labor del cruzado de la capa. La última escena del «flin» nos muestra a Alfred dándose una vuelta por Florencia, donde verá en una terraza a su querido amo Bruce -quien por supuesto ha sobrevivido- tomándose una copichuela tan campante con su novia Selina. Y es que eso de que el mundo te considere muerto no parece ningún impedimento para darte una vuelta por ahí a plena luz del día.

No quiero terminar este mega-reseña sin mencionar la música de Hans Zimmer, machacona y repetitiva a más no poder, lo cual acaba siendo un problema al cabo de casi tres horas. Del tema actoral no comento porque vi la película doblada, aunque ha habido repetidas quejas de que los diálogos de Tom Hardy (Bane) eran casi inentiligibles debidos a la máscara; otra pieza suelta en el film. Diré que, por algún motivo, Joseph Gordon-Levitt (el poli) me resulta cada vez más antipático, y el personaje de un avejentado Matthew Modine era más bien prescindible. Quien sale mejor parada del film es Anne Hathaway, cuya carrera ha recibido el impulso definitivo gracias a su sensual Catwoman. Acabando: Nolan puede ser ya un coloso de la industria y tener una aunténtica legión de groupies, pero esta película, pese a su brutal éxito en taquilla, tan sólo confirma sus limitaciones. La sensación general es de un film incoherente, deslabazado y excesivo, con medios casi ilimitados pero usados pésimamente. No deja de ser profundamente irónico que el clímax de esta faraónica obra beba directamente de la humilde y denostada versión de los 60. Sólo queda esperar que la influencia como productor de Nolan no arruine la nueva película de Supermán, personaje maravilloso que volverá al cine este 2013 bajo la dirección del más apto Zack Snyder.
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Thor: a Odín rogando y con el mazo dando


«Hijo, la has cagao.»

Thor – EEUU, 2011 – Dir: Kenneth Branagh

Atención: crítica llena de spoilers, se desaconseja leerla sin haber visto el film.

Como habrá hecho mucha otra gente, me decidí a ver Thor para poder visionar debidamente documentado la peli-evento Los Vengadores. Por las imágenes que había visto, la factura del film parecía buena, y el hecho de estar dirigida por el shakespeariano Kenneth Branagh la convertía en toda una curiosidad. Además, la particular condición de superhéroe-dios del protagonista se prestaba mucho a una obra espectacular. Una vez vista, puedo decir que se trata de una película muy curiosa: efectivamente espectacular y de agradable visionado, pero con un guión que sorprende por la cantidad de caminos fáciles que toma, como si se hubiera escrito en dos tardes con total despreocupación (¡¡pero que lleva nada menos que cinco firmas!!).

Tras una breve introducción en la Tierra, que nos sirve para conocer a la científica Jane Foster, interpretada por Natalie Portman, viajamos hasta el reino de Asgard, donde se nos relata todo el origen de Thor. La verdad es que la premisa es muy difícil de manejar (el hecho de que toda la mitología escandinava responda a hechos reales casi literalmente, y sus personajes pueden visitar la Tierra), y por ello quiero ser comprensivo, pero hay aspectos resueltos con demasiada ligereza, como veremos luego. En esta parte se nos explica que la Tierra (concretamente Escandinavia) fue invadida en tiempos de los vikingos por una raza de gigantes de hielo, invasión repelida por los asgardianos, liderados por Odín Allfather. En el tiempo transcurrido entre esa invasión y nuestros días, los dos hijos de Odín, Thor y Loki, se hicieron adultos, y ya en el presente presenciamos el momento de la coronación de Thor como nuevo rey de Asgard.

Sin embargo, la cosa se estropea: unos gigantes de hielo rompen la tregua entre planetas (o “reinos”), irrumpiendo en Asgard y tratando de robar la fuente de poder que les fue arrebatada siglos atrás. Thor monta en cólera ante la ofensa y, con un grupo selecto de amigos y su martillo mágico Mjolnir visita el planeta helado, Jotunheim, donde casi causa una nueva guerra. Extremadamente molesto, Odín lo despoja de sus poderes y lo exilia a la Tierra, donde deberá hacerse digno de su linaje o morir. Branagh se esfuerza por crear unas intrigas palaciegas más o menos creíbles, pero parece despreocupado por otros aspectos. Por ejemplo: cuando Thor llega a la Tierra, donde se topa con Natalie y su grupito de científicos, sabe hablar inglés contemporáneo -si bien con los matices cortesanos del cómic- desde el primer momento. No hay la más mínima explicación de por qué puede hablarlo, cuando no habría costado mucho decir que los asgardianos conocen todas las lenguas de los nueve reinos, o que pueden aprenderlas por medios mágicos.

Hay otros aspectos chirriantes: si los asgardianos visitaron la Tierra cuando Thor y Loki eran niños, ¿cómo es que la mitología nórdica los describe con todas sus características adultas? De hecho, hay un momento en que Thor ojea con expresión divertida un libro infantil de mitología, que si hubiera leído con más interés le habría permitido saber que su querido hermano Loki era el «dios de las diabluras», y que no debería fiarse mucho de él. Más: cuando Mjolnir llega a la Tierra, hace un gran cráter y queda intacto, pero incrustado en una roca, siendo encontrado poco después por gentes del lugar. Los lugareños, en lugar de maravillarse por ver un martillo caído del cielo, lo toman por un satélite (?!) y montan una competición a ver quién consigue arrancarlo de la roca, en plan Excalibur. La escena es graciosa, pero sinceramente, si yo viera esto, no diría que es un puñetero satélite. Y como estos hay muchos aspectos bastante mal desarrollados.


Trailer en HD.

Pero no es justo hablar sólo de las cosas malas, pues el film tiene también bastantes virtudes. Hay que destacar la excelente factura visual, con muchas cosas dignas de ver, como la propia Asgard o el puente del arcoiris y la especie de cañón interplanetario que lleva acompledo. Aparte de esto, nos encontramos a un Thor genuinamente agradable, con Chris Hemworth entrando en el papel como una mano en un guante, tanto por físico como por interpretación. Con su energía y actitud despreocupada, pese a carecer de casi todos sus poderes, realmente nos hace creer que es un ser divino caminando por la Tierra despistado pero satisfecho. Su escena sin camiseta dejará babeando a las damas casi con seguridad. Reseñar que, pese a ser australiano, no tiene ningún acento chocante, y de hecho logra captar los matices nobles del personaje. Es curioso el paralelismo que he encontrado entre esta película la ochentera Starman, de John Carpenter: en ambas hay un alienígena aterrizando en el medio oeste americano, siendo instruido en las costumbres terrestres por una dama local y con el gobierno pisándoles los talones. Sin embargo, el romance con el personaje de Natalie Portman resulta bastante forzado: no es muy creíble que una sesuda científica se enamore en apenas un día de un tipo tan ajeno a ella.

Por supuesto, el malo maloso de la historia es Loki, cuyo arco no está bien resuelto: primero resulta que en realidad es un gigante de hielo que Odín adoptó durante la guerra, pero que adquiere apariencia humana sin ninguna explicación clara (¿los poderes de Odín?). Además, resulta que al principio es fiel a Thor y sólo le tiene algo de envidia, pero al conocer su verdadero origen se convierte en una especie de psicópata, decidiendo traicionar a su hermano y aniquilar a toda la especie de los gigantes para agradar a Odín, quien ya había declarado antibelicista. Si uno se siente solo por vivir entre un pueblo que no es el suyo, exterminar a sus semejantes no parece la mejor forma de remediarlo. Pero bueno, los planes de los malos peliculeros rara vez tiene sentido. Como era de esperar, todo se resuelve en un showdown entre Loki y un rehabilitado Thor, que pone adecuado cierre a la película. Sin embargo, eché de menos alguna escena de acción adicional, y que el dios del Trueno machacara más cosas con su martillo.

En suma, para mí esta película, pese a todas sus incongruencias, es una especie de placer culpable que se degusta con gran facilidad. No estorba la abundancia de gente guapa, empezando por Hemworth y Portman, y siguiendo por el bombón Kat Dennings como la amiga friki y Jaimie Alexander como una impactante Sif. Aparece también una crepuscular Rene Russo, haciendo de esposa de Odín (un adecuado Anthony Hopkins). Destacar por último la banda sonora de Patrick Doyle, uno de los compositores épicos más destacados en años recientes. Veremos hacia dónde se mueve el personaje en Los Vengadores y en la ya anunciada secuela.
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Ángeles Caídos: Más allá del aburrimiento


«O acabas de ver la peli o te liquido.»
«¡Sí, por favor, que termine de una vez este sufrimiento!»

Duo luo tian shi – Hong Kong, 1995 – Dir: Wong Kar Wai
Título español: Ángeles Caídos

Debo darme prisa en completar esta crítica, porque vi la película hace sólo unas semanas pero ya estoy a punto de olvidarla totalmente. O quizá sea mejor escribir así, con cierta perspectiva, para dar idea del poco poso que deja el film. Ángeles Caídos tiene la peculiaridad de estar planteada como una especie de secuela de Chunking Express, la tontísima película del mismo director sobre a que escribí no hace mucho. No aparecen los mismos personajes, pero la dinámica es muy parecida y se reutiliza a algunos actores, en los mismos o parecidos entornos.

Si algo queda claro tras ver las primeras obras de Wong Kar Wai -director que cada vez me resulta más cargante-, es que no le gusta elaborar en exceso los argumentos. Normalmente plantea una premisa sencillísima entre una o más parejas hombre-mujer y los deja moverse en su pequeño universo urbano, sin hacer cosas de gran trascendencia. La primera pareja de Ángeles Caídos está formada por una especie de mafiosos: él es un asesino a sueldo, pero no quiere saber nada del negocio más allá de apretar el gatillo, y lleva el aspecto «administrativo», encontrado los encargos y gestionandoel dinero. El único nexo de unión entre ambos es un piso destartalado que usan como base del negocio, en el que nunca coinciden físicamente por seguridad. Su único contacto desde hace años es mediante fax o mensajes de busca.

Se da la circunstancia de que, pese a su condición de hampones, ambos son guapísimos, especialmente ella, que parece recién bajada de una pasarela de moda, por físico y vestimenta. Sin embargo, debemos creernos que esta muñequita, en vez de escoger cualquier profesión que le daría casi el mismo dinero que el crímen, de forma más ética y mucho menos arriesgada, prefiere seguir con su sangriento negocio. Apesta a inversímil desde Hong Kong. Pero no sólo eso, sino que se nos cuenta que la chica está locamente enamorada de su socio, al que no ve desde hace años, e incluso es posible -este punto no está muy claro- que haya visto una única vez. Tal es su obsesión con él que incluso escudriña en la basura del piso que comparten para saber qué ha estado haciendo y se abandona a furiosos ataques masturbatorios, profusamente mostrados por Kar Wai. Todo muy creíble también. Él, por su parte, es un nihilista total, y se dedica a vivir al día sin establecer lazos con nadie, ni siquiera su socia. Su profesión sirve como excusa para meter un par de escenas de tiros a lo John Woo.

El otro protagonista masculino está interpretado por el japonés Takeshi Kaneshiro, que en Chunking Express hacía del pagafantas que compraba todos los días una lata de piña como ritual para recuperar a su novia. Aquí interpreta a un mudito («me quedé así por tomar una lata de piña caducada de pequeño», dice en un guiño a la otra película) bastante mal de la cabeza, que se dedica a recorrer la ciudad por la noche e irrumpir en negocios cerrados (una barbería, una carnicería, un puestos de helados…), ejerciendo de patrón en ausencia de los dueños. La mayoría de sus clientes lo son por obligación, aceptando sólo sus servicios tras ser amenazados físicamente. Éste es el intento de Kar Wai de hacer comedia, y aunque puede arrancar alguna sonrisa, sinceramente es bastante forzado y fallido. En un momento del film, este mudo se enamora de una amiguita suya aún más loca que él, obsesionada con una tal «Rubia» que le ha robado el novio, y a la que buscarán en un periplo surrealista por la ciudad. También se toca la relación del personaje con su padre, al cual le gusta grabar con una videocámara. Es un hombre sencillo que, pese al afecto que siente por su hijo, es incapaz de entender sus excentricidades.

No hace falta que me creáis, vedla un rato vosotros mismos.

De Ángeles Caídos hay que destacar, ante todo, que es una película lentísima, de las que consiguen el prodigioso efecto físico de dilatar el tiempo. Cuando aún no había transcurrido ni una hora de metraje, me parecía que había sido hora y media, y el tedio me había atenazado por completo. Es muy raro que me sienta tentado de dejar una película a medias, pero esta vez aguanté exclusivamente para no dejar a medias la crítica. No existe apenas interacción entre los personajes, y la que hay resulta anodina. El asesino se encuentra un día a una ex-novieta pirada a la que no recordaba y la convierte, en pseudoligue permanente, sin mucha motivación y sin que ocurra nada reseñable entre ellos. Las escenas de tiros en las que se ve envuelto parecen casi ajenas a la película, sin enmarcarla en ningún caso en el género de acción. La resolución de los tenues hilos argumentales es anodina, y deja la calidad humana de algún personaje aún peor de lo que estaba al principio.

Así pues, todo falla menos una cosa: la fotografía de, Christopher Doyle, que nuevamente es la verdadera estrella de la película. De hecho, creo que debería figurar como co-autor junto al chino, el primero aportando el espectacular despliegue visual (lo único que vale la pena de las obras que hacen juntos) y el segundo la plúmbea excusa argumental y los risibles diálogos. En Ángeles Caídos el británico supera todas sus colaboraciones anteriores con Kar Wai, demostrando una enorme maestría en la composiciónde los planos y, especialmente en el color, en esta historia integramente nocturna. Nadie que yo conozca fotografía la noche en la ciudad como Doyle. Pero desgraciadamente esto no es un corto de diez minutos que puede sostenerse en la imagen, sino un largometraje con muy poco vuelo.

Los actores son todos guapos y competentes, pero les toca trabajar con un material terrible. Puede destacarse la espectacular belleza de Michelle Reis, quien poco puede hacer por salvar su increíble papel de mafiosa. La vis cómica y el bilingüismo de Kaneshiro también merecían un mejor fin. Ángeles Caídos no funciona como ente individual ni como pareja de Chunking Express, un paralelismo por otro lado simplemente anecdótico, en lo que podríamos llamar «la bilogía del aburrimiento». La primera historia es más pastelosa y la segunda más ácrata, pero ambas son igualmente plomizas. Aún me quedan muchas obras por ver de Kar Wai, pero voy teniendo claro que es uno de los casos más flagrantes de «estilo sobre sustancia» en el cine contemporáneo.
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Fargo – Échate fama y ponte a dormir


– Hace un frío del carajo.
– ¡Yah!

Fargo – Director: Joel Coen – EEUU, 1996

En esta película, los Coen recuperan el género de thriller, que trataron con buen resultado en su primer trabajo, Blood Simple. La recepción crítica  que tuvo Fargo indica claramente que los hermanos ya se habían labrado una fama internacional a prueba de bombas, pues pese a ser un título ciertamente menor en su producción, fue uno de los más aclamados y premiados. La trama planteada es bien simple: Jerry Lundegaard, director de un concesionario de coches en Brainerd, un alejado pueblo de Dakota del Norte, desea hacerse con una elevada suma de dinero, presumiblemente para huir con él (aunque el motivo nunca se especifica). Su suegro es un hombre de negocios muy rico, así que traza el tremebundo plan de encargar el secuestro de su esposa y luego quedarse la mayoría del rescate. Un mecánico del concesionario le pone en contacto con dos matones que realizarán el trabajo, con los cuales se reúne en la localidad de Fargo (esto ocurre en la primera escena, y es la única vez que aparece este pueblo). Por desgracia para él, la pareja de criminales no destaca por su eficacia ni su escrupulosidad, y el asunto pronto tomará tintes muy siniestros y sangrientos.

La historia evoluciona poco más allá de esta premisa básica, exceptuando la investigación del caso realizada por Marge, una policía local de Brainerd. Este personaje es encarnado por Frances MacDormand, a quien su marido Joel Coen parece reservar papeles destacados cuando hace un thriller. Resulta curioso que, pese a encabezar el reparto, su personaje no aparezca hasta pasados 40 minutos, aunque luego resulta bastante interesante. En un pueblo obviamente tranquilo, donde es trabajo de policía es normalmente relajado, parece la única capaz de detectar e interpretar pistas en casos complejos, mostrando una capacidad propia de un agente de élite. La gracia del personaje está en su carácter totalmente tranquilo y bonachón, que sí concuerda con el del ambiente de la zona, y que contrasta con su astucia y perseverancia. Sin embargo, este perfil bien logrado no basta para elevar al film por encima de la rutina. Se abren vías argumentales que luego no tienen consecuencias, como los problemas escolares del hijo de Lundegaard, o la aparición de un ex-compañero de estudios de Marge con trastornos piscológicos. Simplemente parece que la inspiración no le llegó a los Coen, que añadieron un rótulo al principio del film indicando que se trataba de una historia real, para luego reconocer que no era así. Parece como si hubieran querido darle a la película una fuerza que no emanaba de su propia historia.

Esto no quiere decir que Fargo sea un film malo o aburrido: está muy bien rodado y la historia se desarrolla a buen ritmo. Huelga decir que las interpretaciones son de alto nivel, con actores de calidad como William H. Macy (Lindegaard), Steve Buscemi como delincuente chapucero y Harve Presnell como el suegro cabrón (algunos lo recordarán como el padre de Lois Lane en la serie Lois y Clark). Parece ser que Macy puso un especial empeño en obtener este papel, pero sinceramente no entiendo los motivos, a excepción de ser un personaje con mucho diálogo. Aparte de ser un tipo avaricioso y con pocos escrúpulos, no tiene excesivos matices. Destacar que, por lo visto, en esta parte de los EEUU hubo mucha inmigración escandinava, lo que hace que sus habitantes tengan un acento muy peculiar y sustituyan el «Yes» o el «Yeah» por un chocante «Yah». Aunque los actores cuidan este aspecto y lo convierten en un elemento distintivo del film, no se adivinan motivos para incluirlo, aparte de añadir cierta excentricidad. Decir que, debido a esto, tiene muy poco sentido ver la película doblada.

¿Cuál es, pues, el mensaje o el valor de Fargo? Resulta difícil decirlo. Pienso que se quiere mostrar el contraste entre personajes codiciosos o faltos de humanidad, que no dudan en delinquir o matar, y los que viven una vida sencilla, agradeciendo lo que tienen y siendo plenamente felices con ello, como la mayoría de habitantes de Brainerd. También se refleja que, una vez se inicia la senda del delito, aunque un golpe parezca sencillo, es fácil que las cosas salgan horriblemente mal (un tema frecuente en los films del género). En todo caso, la película no despega ni como thriller, ni como comedia negra, ni como estudio de caracteres, y seguramente el mayor poso que deje sea el del agradable personaje de McDormand. Correcta, premiada y olvidable.
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El Ironman de Jon Fravreau: Comprendiendo el cine de acción

Planos claros, espectacularidad, interacciones creíbles… ¡ejemplar!

Iron Man 2 – Dir: Jon Favreau – EEUU, 2010

Poco después del estreno de Ironman 2, en 2010, pude leer numerosas críticas hacia la película, no poniéndola muy mal, pero sí calificándola de «decepcionante» o acusándola de ofrecer «más de lo mismo». Yo cada vez hago menos caso de lo que dice la gente sobre las películas -por generalizadas que puedan las opiniones-, y lo hice menos aún en este caso, pues el primer film me había parecido innovador y francamente reseñable en muchos aspectos. Pese a esto, las circunstancias no me permitieron ver la secuela hasta muy recientemente, y ahora veo en toda su extensión lo injusto y miope de las críticas que ha recibido esta película. Ironman 2 está lejos de «ofrecer más de lo mismo», y de hecho explora terrenos nuevos y profundiza en los hallazgos del primer film.

Hablando de ese primer trabajo, yo sólo encontré dos reproches que hacerle: por un lado, la historia del «corazón atómico» me parecía demasiado rocambolesca, y por otro la Inteligencia Artificial que asistía a Tony Stark en sus operaciones era para mi gusto demasiado avanzada y humana, imposiblemente  lejana de la tecnología actual. Algo más tarde, leyendo los cómics de Los Vengadores (¿friki yo?), me enteré de que lo del corazón atómico provenía directamente del tebeo original, por lo que sólo quedaba el ordenador cuasi pensante como pecadillo. Pero lo importante eran las muchas virtudes de la película, comenzando por su excelente cinematografía. En una era en la que los cambios de plano y la proximidad de la cámara están destrozando por completo el cine de acción, Favreau logró entregar una historia en la que el espectador podía seguir siempre con claridad la acción, como si fuera privilegiado testigo directo de la misma. Y no precisamente usando un estilo de cámara doméstica, sino con una fantástica fotografía que sacaba el mejor partido de las vistosas localizaciones.

Las innovaciones también venían por el lado argumental: Ironman ha sido una de las poquísimas películas que se atrevieron a explorar el tema del «superhéroe en el mundo real». Normalmente, los guionistas y directores esquivan este resbaladizo concepto, y siguiendo la estela de los cómics enfrentan a sus héroes contra amenazas totalmente fantasiosas, normalmente en forma de supervillanos. Sin embargo, esta vez el cuarteto de guionistas lanzó a Tony Stark contra el terrorismo de Oriente Medio, proponiéndonos una premisa mucho más rica y permitiéndonos ver qué ocurriría si alguien tuviera realmente este tipo de poderes. La secuela ahonda aún más en este realismo: no sólo vemos al héroe enfrentado a los problemas de nuestro mundo, sino las consecuencias políticas que esto genera. Al principio del film, Stark tiene que declarar ante el congreso, cosa lógica si tenemos en cuenta que, como Iron Man, está básicamente haciendo la guerra sin la cobertura del gobierno. Tras una tensa comparecencia, el magante desprecia todas las acusaciones y antes de marcharse afirma orgulloso: «¡He privatizado la seguridad nacional!». A algunos les parecerá una situación absurda, ¿pero no viviríamos algo similar si alguna corporación desarrollara un arma tan poderosa como la armadura de Stark y decidiera desplegarla por sus propios medios? Por más peros que quedamos poner, el hecho de plantear tal situación es ya muy meritorio.

Volviendo sobre el aspecto visual del film, éste contiene varias escenas difíciles de rodar y que podrían haberse resuelto muy fácilmente al estilo» Michael Bay» -engañando al espectador con un montaje en el que se apenas se adivina la acción y saturándolo con efectos de sonido, pero por suerte no fue así. Son especialmente desafiantes las secuencias donde aparece el villano Ivan Danko -interpretado por un adecuado Mickey Rourke- manejando el arma inventada por él mismo, unos filamentos cargados de energía que usa a modo de letales tentáculos. Estos tentáculos pueden hendir casi cualquier objeto con un corte limpio, un efecto espectacular pero muy difícil de mostrar de forma convincente sin cambiar el plano. Favreau, no obstante, se las apaña para mostrarnos la acción con toda nitidez, alejando la cámara y dejándonos observar lo que haría un ingenio así si existiera en la realidad. De especial mérito es la secuencia en Mónaco, con el villano irrumpiendo en medio de una carrera para destruir el coche de Stark. Esta escena, que tenía todos los números para resultar falsa y artificiosa, parece sin embargo totalmente verosímil. Favreau logra entender que cuando logras crear unos efectos de aspecto real, lo mejor es mostrarlos con el menor artificio posible.


Ejemplo perfecto de coreografía-basura. Ningún plano dura más de dos segundos ni se aleja más de dos metros.

Y si bien en este tipo de planos casi todo el trabajo es de cámara y ordenador, cuando el peso recae en los actores también se logra un estimable realismo. Me refiero especialmente al trabajo de Scarlett Johansson, notable en su papel de Nathalie Rushman/Viuda Negra. A menudo leemos historias de actores que se han sometido a severos entrenamientos físicos para dar la talla en un rodaje de acción, pero pese a ello muchas veces el montaje se encarga de ocultar sus carencias o, peor aún, minimizar una habilidad que realmente han adquirido (pienso especialmente en la calamitosa trilogía Bourne). No es el caso de Johansson, y la escena de infiltración que protagoniza asombra por la rapidez y destreza demostrada por la actriz. Nadie tiene que jurarnos que la estrella entrenó duramente, los resultados brillan en la pantalla. Cuando ya hay cierta parte del público que parece haberse cansado de la neoyorkina, minusvalorando su físico o capacidad interpretativa, me parece obvio que es una de las estrellas rutilantes de hoy día, con notable talento y una interesante carrera.


Obviamente hay trucos de cámara, pero la acción es mucho más redonda y satisfactoria.

Dejando aparte los aspectos técnicos y coreográficos, el resto de la película no desmerece: la historia tiene buen ritmo y una premisa interesante, con un malo destructor y un malo intelectual, encarnado por Sam Rockwell, actor que va haciéndose cada vez más nombre. La trama de la decadencia y alcoholismo de Stark, procedente de los cómics, está adecuadamente tratada, así como la relación con sus seres más cercanos, como Rhodey -que se ve atrapado entre las lealtades a su gobierno y a Stark- y Pepper Potts, una Gwyneth Paltrow que consigue trabajar regularmente renunciando a encabezar carteles, algo que no han sabido hacer otras estrellas de su edad. Tiene también papel preponderante la organización SHIELD y su cabeza, Nick Fury, elemento narrativo enmarcado en la película-evento Los Vengadores, que podremos ver el año que viene. Vale la pena mencionar también el personaje del guardaespaldas Hogan, que no es otro que el mismísimo Favreau, supervisando la acción desde dentro como actor secundario. Remata el film una notable secuencia de acción situada en la Feria Mundial fundada por el padre de Tony, Howard Stark, encarnado por John Slattery, conocido por su interesante papel en Mad Men.

Al hilo de esto, hay que destacar el encomiable trabajo que Marvel está haciendo para enlazar las películas protagonizadas por sus distintos héroes. Quien vea el film Capitán América después de de éste, podrá comprobar con agrado cómo la Feria Mundial que el protagonista visita está hecha con un decorado idéntico al de Iron Man 2, sólo que ambientado 60 años antes. La película del capi permite además conocer mejor la figura de Howard Stark, que desempeña un papel destacado en ella. La coherencia de Iron Man 2 con los demás films del Universo Marvel -incluyendo la escena extra de rigor- termina de redondear un excepcional producto de entretenimiento, que confirma a Favreau como uno de los nombres más importante del cine de acción actual, con un status similar al de otro especialista como Zack Snyder. Habrá que estar muy atento a sus futuros trabajos.
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Wong Kar Wai – Chunking Express: Pagafantas chinos

Chung Hing sam lam – Dir: Wong Kar Wai – Hong Kong, 1994

En su tercera película, Wong War Kai nos muestra por primera vez la estética que se ha convertido en su marca distintiva, basada en colores vivos y de fuertes contrastes, generalmente en ambientes nocturnos. Sin embargo, por bien fotografiada que esté una película, el tiempo que puede mantener nuestra atención es bastante limitado si no existen estímulos adicionales, o así es en mi caso. En esta ocasión, Kar Wai opta por contarnos dos historias: la primera, de una duración brevísima (podría funcionar perfectamente como un corto) está protagonizada por un policía de paisano que trabaja en Hong Kong cuya novia acaba de dejarlo. Dominado por la melancolía, no puede dejar de pensar en su ex y diariamente cumple un extraño ritual consistente en comprar una lata de piña en conserva con fecha de caducidad del 1 de Mayo. Éste es el día en que cumple años, y también lo relaciona con la chica, que se llama May. Su idea es que si sigue esta rutina, de algún modo recuperará a la chica antes de esta fecha. El segundo personaje de la historia es una mujer enigmática, siempre ataviada con gafas de sol y una peluca rubia, de quien pronto descubrimos que se dedica al peligroso negocio del narcotráfico, usando como «mulas» inmigrantes indios residentes en Hong Kong.

Lo cierto es que en este segmento del film ocurren poquísimas cosas: el policía se esmera en buscar las latas que necesita para su ritual, lógicamente más escasas según se acerca la fecha, y mientras tanto busca mitigar la soledad llamando a los contactos de su agenda, tan desesperadamente que incluso llama a compañeras de primaria. Mientras, la contrabandista ve cómo sus planes se complican enormemente, y además es despechada por un occidental que trabaja en un club nocturno (o eso parece al menos, es una parte de narrativa muy confusa). Finalmente ambos personajes coinciden, en un encuentro en el que no saltan chispas precisamente.

Poco después el foco salta para centrarse bruscamente en el puesto de comida donde el policía paraba de vez en cuando. Allí conocemos a Faye, que acaba de empezar a trabajar como dependiente, y a otro policía. Este nuevo agente trabaja de uniforme, y no sabemos su nombre, sólo su código. Todas las noches compra su cena en el puesto callejero. Aunque apenas intercambian unas palabras y él no parece tener ningún encanto especial, Faye se enamora inmediatamente, pero no hay nada que hacer, porque su objeto de deseo está viviendo con una atractiva azafata. No obstante, la pareja pronto se rompe y, como pasó con su antecesor, el agente cae en estado de abatimiento, que intenta combatir conversando con los muñecos y objetos de su casa, tales como pastillas de jabón o toallas (no me lo invento). La casualidad lleva a Faye una copia de las llaves del piso del policía, y a partir de ahí empieza una dinámica un tanto absurda: ella empieza a colarse regularmente en el apartamento, limpiando y ordenando, y también cambia cosas de sitio e incluso trae algunas nuevas, pero increíblemente él no parece darse cuenta. Sin embargo, el trato entre ambos sigue siendo superfical, de «colegas», sin que ella se decida en ningún momento a declararse, prefiriendo seguir con sus inquietantes allanamientos de morada. Él, por su parte, parece incapaz superar el trauma del abandono, careciendo incluso del coraje para abrir una carta de su ex.

Llegados a cierto punto del metraje, esta historia llega a ser irritante: ni se producen avances significativos ni los personajes resultan interesantes, mostrando un comportamiento más propio de adolescentes inmaduros que de adultos. No se muestras relaciones sanas y normales entre sexos opuestos, sino hombres serviles y obsesionados con las mujeres que los dejaron. Tampoco ayudan elementos como el uso machacón del tema California Dreaming, que al parecer Faye necesita escuchar en todo momento a gran volumen. Hasta nueve veces llega a sonar en la película, un recurso más propio del cine aficionado que del profesional, contribuyendo a colmar la paciencia del ya agotado espectador. Poco se puede reprochar al trabajo de los intérpretes, que hacen lo que pueden con los insulsos personajes que se les confían. Citar como curiosidad que el primer policía es encarnado por un actor japonés, Takeshi Kaneshiro, que en algunas escenas usa su propio idioma. Tony Leung trabaja por segunda vez a las órdenes de Kar Wai, tras su enigmática aparición al final de Days of being wild, y por cierto se pasa media película en calzoncillos. Los espectadores occidentales quizá reconozcan a la cantante Faye Wong, que interpreta a la dependiente y sale muy mona, pese a su corte de pelo algo masculino. Unos años después de hacer este papel obtendría éxito internacional con el tema Eyes on me, del juego Final Fantasy VIII. Valerie Chow aporta al film su enorme atractivo, aunque su papel de la azafata es muy breve.

Chunking Express resulta, en suma, una película fallida, y sólo puede destacarse como el trabajo en que Wong Kar Wai encontró su estilo visual, por más que los groupies del director se empeñen en adjudicarle una gran categoría artística. Sinceramente, me cuesta creer que alguien con una mínima madurez emocional pueda disfrutar con este título. Si bien la excelencia visual siempre es una meta muy loable en el cine, películas como ésta son ejemplo clarísimo de que se necesita algo más para ofrecer trabajos sólidos e interesantes.
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Hermanos Coen – Barton Fink


«¿Pero qué coj…?»

Barton Fink – EEUU – Dir: Joel Coen, 1991

En su cuarta película los Coen entran en un terreno más experimental. La acción transurre en una época cercana a la de Miller’s Crossing (años 50), pero son dos films totalmente distintos. Un John Turturro con muchísimo pelo pasa de secundario a protagonista, interpretando al personaje titular. La historia es muy básica: Barton Fink, un dramaturgo que acaba de tener su primer éxito en Nueva York, recibe una oferta para pasar una temporada en Hollywood escribiendo guiones, a cambio de una más que generosa retribuición. Aunque el joven autor quiere seguir escribiendo sobre su tema fetiche, «el hombre corriente» y teme frivolizarse en California, su agente le anima a aceptar la oferta.

Fink se instala en un modesto hotel californiano, y allí intenta dar forma a su guión cinematográfico, pero la tarea le resulta mucho más difícil de lo esperado, entrando en un bloqueo creativo. Para empeorar las cosas, el ambiente del hotel no es el más propicio, pues además de hacer un calor sofocante hay todo tipo de ruidos extraños y distracciones. Pronto desubre que su vecino de habitación es el prototipo de «hombre corriente» al que tanto desea retratar con sus obras, pero aunque traba buena relación con él ignora sistemáticamente las historias que éste trata de contarle. Barton se encuentra casualmente con un viejo escritor al que admira muchísimo, afincado en California junto a su secretaria-amante, y lo ve como la persona ideal para ayudarle a romper su bloqueo. Desgraciadamente, pronto descubrirá que su tótem también se encuentra muy lejos de su estado creativo más fértil. Pero cuando el angustiado dramaturgo se ve involucrado en un horrible crimen, su crisis creativa se convertirá en una preocupación secundaria.

Seguramente el problema de Barton Fink sea que, mientras que en sus tres films anteriores los Coen tenían bastante claro lo que querían contar, en esta ocasión resulta bastante difícil saber cuál es el mensaje o idea central. Desde luego, la película es una reflexión sobre el acto de la creación literaria y la pretenciosidad que a menudo lleva emparejada, pero más allá de ahí no se aprecia ningún tema sólido, y el guión carece de la suficiente cohesión para absorber al espectador. En la última media hora se opta directamente por el surrealismo, trufando la película de una simbología totalmente críptica, que de ninguna forma puede ser significativa para el público general. Si bien la historia alcanza un desenlace, queda la impresión de que no se ha contado nada especialmente interesante, y de que una premisa con potencial ha sido desperdiciada. Si leéis alguna crítica por ahí diciendo que éste es un film profundo, lleno de todo tipo de mensajes y hallazgos, no os fiéis: os están tomando el pelo.

Lo más aprovechable de Barton Fink son las interpretaciones, especialmente la de un John Goodman que me resulta más agradable haciendo de «hombre de la calle» que en personajes más artificiosos, como el que interpretaba en Raising Arizona. A destacar también John Mahoney y Judy Davis como el escritor y su secretaria, especialmente la segunda, aunque su personaje acaba siendo desperdiciado. La ambientación es muy correcta, creando una atmósfera interesante, y todo el aspecto visual es irreprochable, mitigando un poco el errático rumbo del guión. Respecto a las anteriores películas de los Coen, repiten el protagonista Turturro, Steve Buscemi, John Polito y el citado Goodman; esta vez Frances McDormand se queda sin su papelito. En definitiva, una película que si bien no carece de mérito y se deja ver, no puedo recomendar excepto a los completistas de los hermanos neoyorkinos, a los muy fanáticos del Hollywood de principios del siglo XX o a quienes disfruten los ejercicios radicales de estilo.
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Wong Kar Wai: Las dos primeras películas

Wong Kar Wai, director chino afincado en Hong Kong, ha logrado una gran notoriedad en los últimos años, especialmente a raíz de títulos como In the mood for love y Happy together. Se le atribuye una gran maestría como narrador historias de amor melancólicas y de gran atractivo visual. Aunque saltó al primer plano a finales de los 90, su carrera arranca una década antes. Concretamente, su primer film es…


Joer, qué duros somos…

Wong gok ka moon. China-Hong Kong. Dir: Wong Kar Wai, 1988

Título español: El fluir de las lágrimas – Título internacional: As tears go by

La historia de esta película es realmente muy simple. Wah es un mafioso de Hong Kong más bien de poca monta: ocupa un lugar intermedio en la jerarquía de su triada, teniendo por encima a un capo y por debajo a un «hermano pequeño». Su especialidad son los cobros, labor para la que está especialmente dotado por ser un tipo duro, que no rehuye la violencia cuando la considera necesaria, arresgando la vida a menudo. Su rutina se rompe cuando recibe la llamada de su tía, quien le avisa de que va a mandarle a su prima veinteañera, Ngor, que debe visitar a un doctor a la ciudad. La primita, a quien Wah acoge con desgana en su desastroso apartamento, supone con su inocencia y serenidad todo un contraste con el mundo más bien sórdido en el que el joven suele moverse. El papel de Ngoe está interpretado por Maggie Cheung, que encaja muy bien en el personaje gracias a su belleza discreta y algo aniñada (aunque aún no sabía depilarse las cejas).

Pese a tener a su prima en casa, Wah sigue con su poco edificante vida: su novieta aborta un hijo suyo porque él se niega a comprometerse, y su «hermano pequeño», apodado Fly, le mete en contantes líos debido a su chulería y poca aptitud para el peligroso negocio de los cobros. Sin embargo, ahora Wah tiene  esperándole en casa a alguien que le demuestra cierto cariño, viendo por primera vez un atisbo de lo que puede ser la vida en pareja. Pese a ello, no llega a ocurrir nada entre los primos: cuando Ngor termina su tratamiento regresa a su Kowloon natal, aunque dándole a entender a su primo que pensará en él. Pero la vida del joven se seguirá complicando, sobre todo por el afán de proteger a un Fly cada vez más desnortado.

El tema central de As tears goes by es muy típico de las películas de mafia, el del matón que se plantea abandonar el hampa pero encuentra grandes dificultades para ello debido a que no conoce otro mundo y a los fuertes lazos con sus compinches. Wong Kar Wai lleva la historia con razonable agrado para el espectador, aunque sin llegar a romper moldes en ningún momento. La fotografía hace un uso interesante del color -algo que va a ser una constante en la obra del director- pero en este título no se alcanza la excelencia visual: la fotografía tiene un aspecto algo granulado, y la composición no pasa de meritoria. Aunque resulta difícil juzgar una película hablada en cantonés, el trabajo interpretativo me parece adecuado, con Andy Lau representando a su personaje con carisma. Seguramente la parte más decepcionante del film es su desenlace, más bien poco arriesgado. La escala de valores del protagonista es como poco cuestionable, qudando como un tipo más bien estúpido al que quizá no valdría la pena dedicarle una película. Con todo, resulta una buena obra de debut, con elementos bien logrados y que se sigue con cierto interés.

A Fei zheng chuan. China-Hong Kong. Dir: Wong Kar Wai, 1990

Título español: Días salvajes. Título internacional: Days of being wild


El protagonista de esta historia se llama York, o Yuddy según dónde lo mires, aunque creo que en la peli nunca se menciona (de hecho, tanto en este film como en As tears go by los personajes raramente se llaman por el nombre). Al igual que en la película anterior, tampoco se trata de un personaje ejemplar, pero esta vez no es un mafioso, sino directamente un vago sin oficio ni beneficio. Lo que sí tiene es una probada capacidad de seducción, y lo primero que hace en la película es presentarse en una tienda y seducir a la dependiente, de nuevo una cándida Maggie Cheung, ya más sofisticada que en el anterior film. Pese a la resistencia inicial, un par de frasecitas floridas provocan que la pobre muchacha no deje de pensar en él, hasta el punto de no poder conciliar el sueño. Sin embargo, una vez que consigue llevarla a su apartamento, el protagonista no vuelve a hacerle demasiado caso, aunque mantienen una especie de relación de poco compromiso. El patrón se repite con la siguiente conquista, una bailarina de club que también resulta fascinada por los encantos del joven, sustituyendo rápidamente a su anterior novieta. Él no sólo la tratará con bastante frialdad, sino que la utlizará para las tareas domésticas de su apartamento, como fregar el suelo. Se ve que en el Hong Kong de los 60 no estaba muy en boga el feminismo.

Nuestro protagonista es huérfano, y la única mujer que parece intersarle es su madre adoptiva, por la que siente una fascinación obvia, aunque comparten pocas escenas juntos. Ella conoce la identidad de la verdadera madre, una filipina acomodada, pero se niega a revelarla pese a la insistencia de York, por temor a perderlo. Quizá es el resentimiento de saberse un hijo rechazado lo que provoca la frialdad del joven con la mujeres, pero lo cierto es que este aspecto no se explora: de hecho, el protagonista permanecerá como un ser unidimensional toda la historia. Existen otros dos personajes masculinos a los que sí le importan las mujeres: El primero es Zeb, compinche de York, que se enamora rápidamente de la bailarina pero no consigue atraerla debido su falta de carisma, conformándose con ser su amigo. Zeb está interpretado por el mismo actor que hacía de Fly en la película anterior, Jackie Cheung, que al menos en esa época parecía especiaizado en papeles de amigo tontorrón. El otro personaje es Tide, un patrullero a pie que traba amistad con el personaje de Maggie Cheung, enamorándose de ella al poco, pero sin atreverse a decírselo. Este policía que sueña con ser marino está interpretado por Andy Lau, el protagonita de As tears go by, quien se reencuentra con su parteneire en ese film, aunque encarnando un personaje muy distinto.

El problema de Days of being wild es que nos muestra unas relaciones más bien de poca intensidad, sin hacer honor a su título. El protagonista pasa de sus zorritas y quiere que su mamá le mime, ellas se resignan y salen adelante como pueden, mientras que los otros dos tipos carecen de lo que hay que tener para hacerlas suyas. Ni hay grandes pasiones, momentos de gran intensidad, ni triángulos amorosos propiamente dichos: a York le es indiferente que Zeb pretenda a la bailarina, y mucho más que el policía esté enamorado de su otra chica, a la que ya ha desechado. Lo más tormentosos que vemos es alguna escena de reproche y celos. Los actores son guapos y lo hacen bien, pero el guión les da bastante poco con lo que trabajar. Destacar a Carina Lau, muy atractiva en su papel de la bailarina. La fotografía está firmada por Christopher Doyle, un australiano que ha trabajado con varios directores chinos, y sigue una línea parecida a la de As tears go by (aunque Doyle no trabajara en esa película), cuidando la composición cuidada y prestando atención al color. Nuevamente el aspecto visual se queda sólo en correcto, en parte por la imagen algo granulada típica del cine oriental de los 80. Por cierto, como he mencionado el film está ambientado treinta años antes, pero esto añade bastante poco a la atmósfera, y la historia podría haber transcurrido perfectamente en la época del rodaje. Una vez resuelta la trama, la película se cierra con una larga escena de un hombre que no ha aparecido hasta ese momento, al que vemos vestirse cuidadosamente en un apartamento desvencijado, aparentemente para salir a divertirse por la ciudad. Resulta que el actor en cuestión es Tony Leung, encarnando a un personaje de otra película del director que no se rodaría hasta años después (In the mood for love). Visto en perspectiva, esto puede parecer algo muy astuto, pero para quien desconozca los planes del director resulta totalmente desconcertante, y un pésimo cierre para un film que si algo necesita precisamente es concreción. En 1990 no había internet para consultar cuál demonios era el propósito de la escena.

En suma, una película correcta pero algo decepcionante, inferior a la ya modesta As tears go by. He podido leer en algunos foros que hay quien considera a ésta la primera «gran obra» de Wong Kar Wai, pero aconsejo que no se dejen engañar: la historia se mueve por terrenos más bien plácidos y tiene bastante poco impacto emocional y visual. En la próximas entregas veremos si el director hongkonés logró en años posteriores realizar trabajos más a la altura de su fama. ¡No se lo pierdan!
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