Dracula – Bram Stoker – Reino Unido, 1897
Éste es el primero de varios artículos que irán dedicados a una conocidísima figura de la cultura popular del siglo XX: el Conde Drácula. En esta serie nos adentraremos en las múltiples encarnaciones del personaje, tanto en la novela en la que nació como en sus posteriores versiones cinematográficas. Vamos con unos breves antecedentes:
La figura del vampiro, en distintas variedades, forma parte desde hace siglos del folclore de buena parte de Europa. A finales del siglo XIX, este tradición había pasado ya a la ficción literaria, cosechando un gran éxito gracias sobre todo a dos obras, The Vampire, de John Polidori, y el serial Varney the Vampire (atribuido a dos posibles autores distintos). Como curiosidad, decir que la obra de Polidori tuvo su origen en la misma reunión literaria veraniega durante la cual Mary Shelley escribió su Frankenstein. The Vampire el primer texto en la que se retrata al vampiro como una figura aristocrática, a diferencia de la tradición popular, donde por lo general se trataba de un muerto viviente de cualquier condición social y desprovisto de glamour.
Abraham Stoker, de nombre literario Bram, aprovecharía conceptos vertidos en estas obras, así como la tradición preexistente, para producir una novela cuya influencia ha ido creciendo de forma exponencial y llega hasta nuestros días. Stoker, sin embargo, no era ni mucho menos una de las estrellas literarias de la época. Nacido en Irlanda, comenzó como crítico de teatro y escribiendo relatos cortos. Después de trabar relación con el célebre actor Henry Irving se mudaría a Inglaterra, donde se convertiría en el administrador del Teatro Lyceum durante casi tres décadas, usando la escritura como medio para complementar sus ingresos. Como anécdota, decir que su esposa era una celebrada belleza de la época, a la que pretendió Oscar Wilde antes de pasarse «al lado oscuro».
Alrededor de 1890, Stoker empieza a documentarse para una novela centrada en el vampirismo, y siete años después aparece Drácula, cuyo manuscrito se titulaba hasta una semanas antes de su publicación El No-Muerto. La novela adopta un formato epistolar, es decir que no se nos narra nada directamente, sino que conocemos la historia mediante una compilación ficticia de cartas, documentos y anotaciones de diario. Esta peculiaridad desconcierta al principio, pero después de unos pocos capítulos deja de ser una distracción; Stoker manipula lo suficiente el texto como para que la narrativa sea prácticamente idéntica a la de una novela convencional.
La historia comienza siguiendo el viaje de Jonathan Harker, un ayudante de abogado londinense que ha de desplazarse hasta la remota región de Transilvania -perteneciente en la época a Hungría- para tramitar la compra de una propiedad por parte de un aristócrata local, el conde Drácula. Es en esta parte de la novela donde más sale a relucir la completa documentación realizada por Stoker, describiendo con detalle costumbres, localizaciones y atuendos genuínos de la región (aunque hay que decir que el autor nunca viajó físicamente allí). Con ello se pretende alejar la novela de la narrativa fantástica convencional, creando, por el contrario, un mundo muy creíble en el que irrumpen elementos sobrenaturales que lo perturban por completo. Estos primeros capítulos, que abarcan la llegada de Harker a Transilvania y su estancia en el castillo del conde, conforman una de las partes más logradas del libro, y son una excelente introducción para la extensa historia que se nos narrará posteriormente.
La descripción física del conde es especialmente interesante, por las comparaciones que podemos realizar con sus versiones cinematográficas. El Drácula de Stoker tiene un aspecto avejentado y luce bigote, detalle obviado por casi todas las películas. Otro atributo poco conocido es el intenso y abrumador olor que desprende, el cual es captado por cualquier persona que se encuentre cerca de él. Nunca se menciona que lleve capa, aunque este detalle de vestuario es justificable en los films por su espectacularidad y por ser una prenda típicamente aristocrática. Se dice que la figura del conde tuvo una fuerte inspiración en la apariencia y ademanes de Henry Irving, quien ejercía una enorme influencia sobre Stoker.
Tras esta primera primera parte, la acción se traslada a Inglaterra, donde conoceremos al resto de personajes. La novela se enmarca en la corriente romántica del terror gótico, y el rol de la mujer virtuosa adorada por el varón jugará un papel preponderante. Esta figura está representada por dos personajes: Mina Murray, prometida de Harker, y Lucy Westenra, amiga íntima de la primera. En los primeros pasajes ingleses Stoker vuelve a entretenerse en el costumbrismo, describiendo con precisión el verano en la localidad costera de Whitby. Las detalladas descripciones del autor a lo largo de la novela han propiciado la creación, en tiempos modernos, de «Tours Drácula» para entusiastas del libro, aunque algunos de los lugares que recorren no son exactamente los mismos de la obra (sobre todo los situados en Rumanía). A través de la correspondencia entre Mina y Lucy, descubrimos que ésta última tiene nada menos que tres pretendientes: El Dr. John Seward, el aristócrata Arthur Holmwood y el emprendedor americano Quincey Morris. No sólo eso, sino que los tres se le declaran el mismo día, para desmayo y deleite de la chica.
Cuando Lucy cae enferma, aquejada de una gran palidez y debilidad, esta bucólica postal empieza a romperse, y la presencia del conde vuelve a hacerse sentir, pero siempre desde las sombras. El Dr. Seward, desesperado y superado por los síntomas de su amiga, convocará al que seguramente es el personaje más logrado de la novela, y el más conocido aparte del propio conde: su antiguo profesor Abraham Van Helsing, natural de Holanda. En Van Helsing se combinan de forma fascinante la creencia en la ciencia y en el espíritu; el profesor no duda en usar cualquier recurso a su alcance con tal de salvar vidas… y almas. De hecho, la primera técnica que prueba en la chica es la transfusión, método novedosísimo en la época y que podía acabar con el fallecimiento del paciente, pues aún se desconocían los grupos sanguíneos. Pero cuando el estado de la paciente empeora, Van Helsing va dándose cuenta de la verdadera naturaleza de su mal, y pasa a otros métodos aparentemente alejados de la ciencia. Así, aparecen las rosas, los ajos y los crucifijos como método de protección, todos ellos tomados de la tradición vampírica.
Pero entre estos objetos Stoker le dará una importancia especial al crucifijo y a otros objetos de la liturgia religiosa, como las hostias consagradas. Pronto quedará claro que el efrentamiento con Drácula no se libra contra un simple monstruo o demonio folclórico, sino que es un combate entre las fuerzas de Dios y el diablo. Drácula se alejó de Dios en su vida de mortal aprendiendo las artes oscuras, y su incapacidad de morir se debe precisamente a que su alma no puede pasar a la otra vida. Al contagiar la condición vampírica a sus víctimas, sus almas quedan también en una especie de limbo, mucho más cerca del infierno que del cielo, y no pueden descansar en paz hasta ser liberadas del influjo vampírico. Para Van Helsing, incluso si alguien muere es fundamental salvar su alma, entendiendo esta tarea como la extensión y culminación de su oficio de médico.
Para resaltar la dicotomía Dios-Diablo, Stoker otorga una infabilidad científica a los objetos religiosos: un crucifijo o un ajo son siempre eficaces contra el monstruo, y una hostia consagrada quema la piel de la persona vampirizada. Este elemento narrativo se ha hecho muy popular, y está presente en toda la ficción vampírica posterior, ya sea para confirmar la eficacia de estos objetos o para presentarnos vampiros que por un motivo u otro son inmunes a ellos. Independientemente de si se es creyente o no, el poder espiritual y la iconografía religiosa usados de este modo confieren un gran atractivo a la historia, parecido al que se consigue en la leyenda artúrica con la introducción del Santo Grial y las maravillosas propiedades que le acompañan.
Representación influida por las versiones fílmicas.
Pero pese al saber del profesor, Drácula posee una amplia gama de poderes y resulta muy difícil de detener: su fuerza es equivalente a la de siete hombres, y tiene puede cambiar de forma, convirtiéndose en cualquier criatura de la noche o incluso en simple niebla. Así, aunque en las películas escoge casi siempre la forma de murciélago, también puede transformarse por ejemplo en lobo, además de tener control sobre las verdaderas criaturas noturnas. El consumo de sangre es capaz de rejuvenecerle. Los desdichados (por lo general, mujeres) que son vampirizados por él han de buscar sustento por su cuenta, pero están en todo momento sometidos a su voluntad. Sin embargo, el conde también tiene sus limitaciones: no puede cruzar por ríos ni por el mar, excepto en los cambios de marea, y tan sólo puede puede cambiar de forma durante la noche. No puede entrar en ninguna casa a menos que se le invite al menos una vez, y la luz del sol no le destruye, pero merma sus facultades; por ello suele dormir durante el día. Este sueño tiene una importante limitación: el vampiro ha de dormir necesariamente en la tierra en la que fue sepultado tras fallecer como mortal, pereciendo definitivamente si no se cumple esta condición. Según Van Helsing, esto indica la imposibilidad del vampiro de desvincularse completamente del poder de Dios, denotando también la incapacidad del vampiro de encontrar verdadera paz a no ser que su alma se libere. Así pues, la típica representación del conde durmiendo en un ataúd es inexacta, pues lo que describe Stoker son cajones de tierra que Drácula ha traído desde Transilvania para descansar en ellos. Abundando en esto, es llamativo que Drácula escoja una abadía abandonada como residencia en Londres; es como si el monstruo necesitara la presencia de lo sagrado, pero en un estado atenuado o degenerado, más acorde con su naturaleza oscura.
La forma de destruir al vampiro no es tan simple como clavarle una estaca en el corazón: no sólo ha de ser ésta de un gran tamaño, superior a un metro, sino que además es necesario decapitarle y llenarle la boca de ajo, detalles quizá demasiado truculentos como para representarlos en las películas. También morirá si su cajón es arrojado al agua durante el sueño, o si no consigue dormir en la tierra donde le enterraron; en estos dos casos, su alma no quedaría liberada.
Como todo el mundo sabe, para ser vampirizado es necesario ser mordido por el vampiro en el cuello, aunque no se especifica cuántas veces son necesarias. El afectado puede vivir muchos años con estas mordeduras sin transformarse en vampiro: la metamorfosis sólo llega cuando sobreviene la muerte, si bien esta suele ser prematura debido a la pérdida de sangre. Van Helsing asegura que para el paciente la diferencia entre morir despierto o durante el sueño es fundamental, pero no queda muy claro el motivo. En caso de que el vampiro original muera antes que su víctima, ésta queda liberada de su mal.
Además de los personajes a los que muerde, encontramos otro, Renfield, sobre el cual Drácula tiene un poderoso influjo. Se trata de un enfermo recluído en el sanatorio mental del Dr. Seward, poseído por la obsesión de consumir todas las vidas posibles, por lo que ingiere moscas, arañas, pájaros y toda pequeña criatura que cae en sus manos. Es pues un cuasi-vampiro, muy sensitivo a la proximidad de Drácula y sometido a su órdenes, aunque ateniéndonos a los hechos descritos en el libro no ha tenido nunca contacto físico con él. Es un personaje más bien de poca trascendencia, pese a lo cual tiene una participación extensa en la novela. Curiosamente, en varias de las películas se le da también un papel preponderante, incluso expandiendo su participación en la historia.
Cuando por fin todos los personajes se reúnen y contrastan sus datos y experiencias, no queda ninguna duda: desde ese momento su principal misión será acabar con el conde, bajo el liderazgo de Van Helsing. Esta etapa es la más intensa y emocionante de la historia, y entre los protagonistas se crea un vínculo con sólidas y variadas bases: la amistad, la solidaridad, el miedo ante lo poderoso y lo desconocido y por supuesto la fe. El libro pasa entonces al género de la aventura, embarcándonos en una fascinante caza del vampiro. Una de las escenas más memorables se produce cuando tienen que penetrar en una cripta y ver con sus propios ojos como el que fue un ser querido se ha convertido en una espantosa criatura de la noche, que sólo podrá ser exorcizada mediante el terrible procedimiento descrito antes. Van Helsing, actuando en todo momento como líder y figura paterna, será fundamental para infundirles el valor necesario, resultando muy creíble y emotivo gracias a la excelente caracterización del autor. Tengo verdadera curiosidad por ver cómo lo encarnó Anthony Hopkins en la versión de Coppola, ya que me parece un actor muy adecuado para el papel.
Las apariciones del propio conde están muy dosificadas, y se producen sólo cuando es necesario para el avance de la historia, contribuyendo al aura de misterio que le rodea. Aun cuando el grupo se siente cada vez más fuerte y resuelto, y cada vez conocen más debilidades del conde, Drácula siempre se las arreglará para seguir golpeándoles y para ser terriblemente escurridizo. El temible vampiro nunca deja de emitir un halo de astucia, poder e intangibilidad, siendo necesarias todas las habilidades combinadas del grupo de perseguidores para poder combatirlo.
Estamos en definitiva ante una novela muy absorbente, de fácil lectura y buena construcción. En su época no pasó de ser un éxito moderado, pero cuando se adaptó al cine la gran fuerza de la historia y de sus personajes empezó a expandirse de forma imparable por el mundo. El increíble auge actual del género vampírico se debe sin duda a la obra de Stoker, al cual han de estar muy agradecidos autores como Anne Rice, Stephenie Meyer, el cineasta Josh Whedon y tantos que han hecho fortuna con la temática. De hecho, tal es el éxito de la ficción vampírica que ha llegado a hacerse tremendamente recurrente y fatigosa, pero esto no desmerece en absoluto el mérito de la obra original, que seguramente no es tan leída y reconocida como cabría esperar. Su lectura es por ello altamente recomendable, tanto por su carácter fundacional como por su propio valor literario. El trabajo de Stoker ha valido al autor una perdurabilidad insospechada para un hombre que en su época era conocido por gestionar uno de los principales teatros de Londres; una inmortalidad similar a la del fascinante personaje que creó.