Happy together: Nihilistas gays

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Chun gwong cha sit – Hong Kong, 1997 – Dir: Wong Kar Wai
Título internacional: Happy together

A lo tonto, ya casi me he tragado casi toda la filmografía del muy ilustre cineasta hongkonés Wong Kar Wai. La siguiente película que me tocaba ver era su celebrado drama Happy Together, que le valió el premio al mejor director en Cannes. Admito que afrontaba su visionado con escepticismo: no sólo porque ninguna de las obras anteriores de este director me hubiera gustado, sino también por su temática gay, que -Dios me perdone- me atraía poco o nada. No obstante, el completista que hay en mí se puso ante el proyector, para comprobar si el film merecía, a mi juicio, los elogios que cosechó en su día. Los protagonistas son, como apuntaba, dos hombres chinos de orientación gay que se moverán en un entorno extremadamente original: nada menos que Argentina, a donde han viajado en plan aventura. La película comienza en blanco y negro, describiendo mediante la voz en off de uno de los protagonistas la relación que ambos mantienen, más bien destructiva (como suele ocurrir en las obras de este director). La historia seguirá la evolución de la pareja en los siguientes meses.

Nos encontramos nuevamente ante un guión muy delgado, con poquísimos elementos argumentales: básicamente la pareja hace una excursión a Iguazú, se pelea, se reconcilia a debido a un accidente sufrido por uno de ellos, se vuelve a separar… Uno de los dos hombres es dominante y agresivo, y el otro afectuoso y tranquilo, provocando una lógica tensión entre ambos. Su interacción es muy pobre, y no les vemos tener conversaciones significativas ni hacer apenas cosas juntos (aunque al menos sus nombres son mencionados regularmente, un avance sobre obras anteriores de este autor). Lo que presenciamos principalmente es el abuso psicológico del agresivo sobre el tranquilo, que se mitiga cuando el primero queda herido y casi desvalido, lo cual equilibra en cierta forma la relación, y motiva el «happy together» del título. Claro que es una felicidad más que relativa, porque la dinámica de la pareja no deja nunca de ser tormentosa. Ciertamente no parecen gente feliz, ni con un rumbo definido en la vida. Por si tenéis curiosidad, el contenido sexual es bajo: sólo hay una escena de ese tipo nada más empezar, como para quitarse el asunto de enmedio y seguir con la trama.

Una vez más, el punto fuerte del metraje (tengo que dejar de usar estas figuras de la época del celuloide) es la fotografía de Christopher Doyle (tanto en color como en b/n), que retrata el Buenos Aires nocturno con la misma maestría que la que este artista plasmó antes Hong Kong. Incluso el cuchitril infecto donde vive la pareja tiene un aspecto atractivo gracias al hábil uso de los contrastes cromáticos y del saturado del color . Por cierto que resulta muy curioso, sobre todo para un espectador de cultura hispana, ver a estos dos chinos moverse por Argentina, convertidos en dos auténticos alienados culturales. La película falla en tres patas principales: el argumento (casi nulo), las interacciones entre personajes (lo mismo) y el ritmo cinematográfico, tremendamente premioso.  Hay una subtrama con un tercer personaje que apenas aporta nada, y la hora y 36 minutos se hacen decididamente largos.

Tony Leung vuelve a ser el protagonista, y curiosamente Wong Kar Wai le engañó, no contándole desde el princopio que su personaje era gay, debiendo trabajar para convencerle de interpretarlo. Su contrapartida es Leslie Cheung, otro habitual del director, quien curiosamente sí era homosexual. Ambos actores hacen un trabajo muy correcto. Apuntar que la última colaboración entre Wong y Cheung, quien se quitó la vida en el año 2003, victima de una depresión. En fin, a estas alturas tengo más que claro que detesto el estilo de este director, y me parece mucho más aprovechable el trabajo de su cinematógrafo. Sé que Wong ha firmado muchos cortos televisivos, y voy a hacer un esfuerzo por verlos, porque creo que unas píldoras de 10 minutos fotografiadas por Doyle pueden ser mucho más interesantes que estos plomizos largos. Para cerrar el capítulo del amigo Wong ya sólo me falta por ver su supuesta obra magna, In the mood for love (pues 2046 ya la vi en el cine en su día). Os tendré informados.
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Man of Steel. Miedo al color

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Man of Steel – EEUU, 2013 – Dir: Zack Snyder.
Título español: El hombre de acero.
Atención: Esta crítica incluye numerosas revelaciones sobre el argumento.

No tengo problema en decir que Man of Steel es la película que más he esperado no en meses, sino en muchos años, cosa lógica considerando mi fascinación por el personaje de Supermán (nombre que escribiré acentuado en todo el artículo, de acuerdo con su pronunciación española universal). Warner Brothers, decidida a reflotar una de sus franquicias más valiosas, tras el terrible fiasco que supuso el Superman Returns de Brian Synger, apostó por dos cineastas en mucha mejor forma, cada uno a su manera: Como productor, Chris Nolan, convertido actualmente en el rey absoluto de la industria junto con James Cameron, y como director el pujante Zack Snyder, quien se ha enfrentado a varias adaptaciones difíciles con notable vigor y sin renunciar a un sello propio.

Siento una profunda antipatía por Chris Nolan que nunca he ocultado: aunque no es un director incompetente, sus mundos apagados y su narrativa taciturna tienen mucho mejor encaje en pequeñas producciones de tono negro; cuando las ha trasladado a las grandes producciones, ha obtenido extraños híbridos de cuestionable calidad: Origen me parece un ladrillo confuso e infumable (una película de acción en la que los personajes deben explicar lo que pasa cada diez minutos), y su trilogía de Batman es demasiado irregular: aunque supuestamente está anclada al mundo real, finalmente sucumbe a los típicos absurdos comiqueros, sobre todo en la delirante tercera entrega. Tampoco me gustan los compañeros de viaje habituales de Nolan: por un lado, David S. Goyer, guionista que raramente está detrás de trabajos brillantes; y por otro, Hans Zimmer, creador de mecánicas fanfarrias al que parece que el conservatorio le dijeran: «ante todo, jamás cree emoción». Pero éste es el equipaje con el que tenía que cargar el director si quería ponerse al frente del proyecto.

Zack Snyder se ha especializado en la estética fantástico-comiquera, con un interesante bagaje hasta ahora: 300 y Watchmen son dos largos notables, e incluso la denostada Sucker Punch tenía sus méritos; quizá el principal era que con ella Snyder demostraba tener su propia voz y mundo visual. Darle las riendas de Man of Steel sin duda respondía al deseo de convertir a Supermán en un gran héroe de acción, toda vez que Superman Returns, aparte de ser una mala película, naufragaba totalmente en ese aspecto. Una vez terminada y estrenada la película ¿qué podemos decir del desempeño de Snyder ante este monumental desafío? Veámoslo.

El guión

Supermán es un mito, y como tal los elementos básicos de su historia siempre se mantienen en mayor o menor medida. No obstante, cada generación de narradores debe conseguir reformularlos para que tengan cierta frescura y lleguen a los nuevos públicos. Debo decir que casi todos los cambios introducidos en la mitología para esta película -por no decir todos- me parecen acertados y aficaces (y como parece que Goyer está detrás de varios de ellos, le reconozco el mérito). Krypton ya no es un mundo que asiste impasible a su destrucción, sino que se encuentra en guerra, y los sabios rectores no niegan que el final del planeta está cerca (principalmente porque han sido sus causantes), pero simplemente no saben cómo evitarlo. El General Zod también ha sido reescrito muy eficientemente: frente al estricto maniqueísmo de la versión de Donner (el poder por el poder), el General encarnado por Michael Shannon es un ultrapatriota y un caudillo con motivaciones extremas pero comprensibles. Su antagonismo con Jor El funciona muy bien y es uno de los pivotes de la película.

Respecto a la acción en la Tierra, el cambio más notable es lanzar por la borda todo el camuflaje de Clark Kent en Metrópolis y el Daily Planet, enviándolo en lugar de esto a un viaje iniciático por los EEUU. Esta decisión es muy inteligente, puesto que 75 años después del nacimiento del personaje, y con un público ultrainquisitivo, era casi imposible justificar el increíble despiste de Lois Lane, incapaz de reconocer a su compañero de redacción. El arco de Jonathan y Martha Kent se narra de una forma original, a través de flashbacks, que funcionan eficazmente. Lois Lane, intepretada con esperada solvencia por Amy Adams, es el personaje que menos cambios necesita: sigue siendo la misma mujer intrépida e inquisitiva de 1939, y con la misma tendencia a meterse en peligros mortales.

Pero la mayor innovación de Man of Steel, sin duda, es que se trata primordialmente de una historia de ciencia ficción. Si en otras versiones se asumía con naturalidad que viviera entre nosotros un visitante de otro mundo, esta vez se explora seriamente el shock que supondría para nosotros ese primer contacto extraterrestre: la desconfianza del gobierno, los intentos de aislar y controlar al alienígena. La Tierra es presentada como un planeta visitado hace miles de años por los kryptonianos, aunque lamentablemente no se da un origen común a ambas especies, la única razón que podría explicar que haya humanos casi idénticos en los dos planetas.  El gran hilo argumental, aparte de la historia del origen, es es la tentativa de invasión de los kryptonianos, que logra mantener el interés y sostiene buena parte de la película (casi todo el metraje está justificado, algo poco habitual hoy día). Es importante mencionar que muchas de las ideas del guión están tomadas de cómics producidos en los últimos 30 años, destacando la miniserie Superman: Birthright, de Mark Waid.

La estética

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Esos colores, simplemente, están mal.

Éste era el gran desafío de Man of Steel (aparte de ofrecer un guión sólido. Mucho se ha hablado sobre si era necesario modernizar el traje de Supermán, y, en caso afirmativo, qué líneas deberían seguirse para el rediseño. Prolijos debates se se han dedicado al célebre calzón rojo, que tiene ardientes defensores y furibundos detractores. La decisión final de los cineastas fue prescindir del calzón, y bien está. Comprendo que se enfrentan a un público mucho más cínico que el de hace unas décadas, dispuesto a tragar con muchas incoherencias argumentales pero no a ver algo que perciban como infantil (los Batman de Nolan son el paradigma de este método); y puede decirse que el traje de Man of Steel es bastante bueno y equilibrado. Su mayor acierto sea probablemente el escudo, con un interesante rediseño (más «alienígena») y unas dimensiones correctas. ¡¡Qué diferencia con la tristísima chapita que lucía Brandon Routh en Superman Returns!!

No, el problema del traje no es su diseño, sino algo que se extiende a toda película: la paleta de colores. Existe cierto sector del público y de los creadores que piensan que los trajes de los superhéroes son demasiado chillones para la vida real, quizá sin darse cuenta de que el traje es una parte importantísima de la identidad de estos personajes, y que las historias que protagonizan tienen casi siempre un grado de fantasía que debe abrazarse sin complejos, o bien ignorar el género por completo. Además, se ha extendido en los últimos años cierto gusto por las películas con fotografía oscura, entre directores y técnicos a los que el rico color que perciben nuestros ojos quizá les parece demasido sobrecargado. Incluso directores como Spielberg, que trabajó nada menos que con Douglas Slocombe, nos han castigado con títulos de este estilo (Minority Report), y es la elección habitual de Chris Nolan. Man of Steel se ha convertido en una víctima del mismo, y lamentablemente es una película con tonos apagados.

Ya en Superman Returns, el bruto de Synger dejó claro que no quería saber nada de un Supermán de colores vivos, y por desgracia Nolan-Snyder lo han copiado en este punto. Pero miren, esto es muy fácil: Supermán es rojo, azul y amarillo. Si alguien hiciera una película siguiendo estrictamente la estética del genial Alex Ross, no creo que nadie se quejara en todo el planeta. Lo que no sirven para este personaje son los granates ni los azules difusos, y si les da vergüenza hacer una película sobre alguien vestido así, que no la hagan. Incluso el Supermán animado de los hermanos Fleischer, que era muy sobrio, tenía unos contrastes de color más marcados. Esto es algo que percibe muy fácilmente cualquier ojo profano, como prueba sobradamente que varias imágenes no oficiales de la productora hayan sido retocadas en mayor o menor medida para recuperar las tonalidades clásicas. Así, una película que no está mal rodada en absoluto, con buenos encuadres, diseños y escenas de acción, queda deslucida por esta errónea elección visual, tan poco justificada. Sinceramente, estoy deseando que algún fan haga su propia versión con el color corregido, de las que se ven en internet de vez en cuando. Las imágenes que incluyo bajo estas líneas ilustran suficientemente lo que explico.

MAN OF STEEL

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Atención a la diferencia entre la paleta original y la corregida de la imagen de abajo. La mejora es escandalosa.

 gizmodo
Algunos fabricantes también han optado por producir figuras con colores mucho más acertados.

Otras cosas que funcionan en Man of Steel

Henry Cavill. Para mí no es un Supermán bueno ni regular: es perfecto. Fuerte e imponente, pero también elegante y educado. Con un tren superior espectacular, y sin la apariencia adolescente de Routh. Interpreta al personaje con confianza y pese a ser británico no tiene problemas con el acento americano. Salvo sorpresa, será una de las estrellas de referencia de los próximos años. Además, ya tiene un nombre como actor, por lo que evitará fácilmente el encasillamiento de Reeve.

El resto del reparto. Zack Snyder sabe escoger a sus actores, y en este título tampoco ha fallado. Todos los intérpretes encajan físicamente con su personaje y realizan un trabajo notable. Crowe, Costner, Shannon… todos funcionan. Para entendernos, esta película no tiene una Maggie Gyllenhaal que te saque de la historia.  Se han producido algunos cambios de raza/sexo respecto a los personajes de los cómics -algo muy en boga en las adaptaciones actuales-, pero sin mayor trascendencia; no creo que a nadie le desagrade el Perry White de Lawrence Fishburne. Como curiosidad, Jane, la chica que se queda atrapada en los escombros, se apellida Olsen, y es una versión femenina de Jimmy, el famoso «mejor amigo de Supermán». Otra curiosidad: los fans de Battlestar Galactica sonreirán al ver a dos de sus principales actores, Tahmoh Penikett y Alessandro Juliani (Halo y Gaeta) en pequeños papeles, y apareciendo con pocos instantes de diferencia.

Hablando de secundarios, resulta francamente interesante el tratamiento que se da a Jonathan Kent, quien recomienda a su hijo una actitud estoica ante el reto que le plantea su origen. La frase «fuiste enviado aquí por una razón» es un magnífico guiño a la versión de Donner. La escena de su sacrificio, que  algunos encuentran absurda , a mí me parece muy acertada.  Como mencioné antes, Amy Adams es una excelente Lois Lane, con el único problema de que a sus 39 años puede perder algo de frescura física en las secuelas. Pero quien merece una mención especial es Diane Lane, cuya Martha Kent brilla esplendorosamente. No es sólo que la actriz sea bellísima en su madurez, sino que sabe sacar todo el partido a un personaje muy bien escrito, dándole una particular mezcla de llana sabiduría y ternura.

Zod. En esta versión, el General es tres de las cosas que más odia y teme la actual sociedad occidental: un racista, un supremacista y un señor de la guerra, lo que sin duda lo convierte en un excelente villano. Es un enorme acierto la forma en que lleva a Supermán hasta sus límites morales, obligándolo a matar. Aunque muchos se han escandalizado, este elemento argumental hace a la película mucho más sincera: Supermán es básicamente un guerrero, y cualquier guerrero debe a veces tomar una vida para salvar otras. Si esto le pasa a un policía o a un soldado, ¿por qué no habría de ocurrirle a él? Por cierto, para desinformados: en los cómics de la Golden Age, Supermán mataba con cierta asiduidad a los villanos, y sin darle excesiva importancia (si bien solía ser accidental).

La interacción de Supermán con los seres humanos: Se introduce con inteligencia el tema de la difícil adaptación del superdotado niño Kal-El a las condiciones de la Tierra. El sentimiento de aislamiento y falta de identidad del personaje es patente hasta el momento en que logra descubrir sus raíces. Otro elemento argumental habilísimo es la forma en que el gobierno y la milicia estadounidenses colaboran eficazmente con Supermán. A diferencia de casi todas las versiones comiqueras, donde los humanos se dedican a ser testigos impotentes en las batallas superheroicas, aquí logran prestar una ayuda importante en la lucha contra la invasión. Al fin y al cabo, resultaba bastante absurdo que todo el armamento de una potencia como los EEUU no le hiciera más que cosquillas a un ser humano, por muy «súper» que fuese. Esto enriquece mucho el argumento, y permite no centrar todo en el héroe que salva el día. Incluso personajes bastante menores encuentran algo que hacer.

Otras cosas que no funcionan en Man of Steel

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Tratamiento de los poderes. La verdad es que eché de menos una explicación más sofisticada de los superpoderes de Kal-El: las diferencias gravitatorias, atmosféricas y de radiación solar de ningún modo justifican ese tipo de atributos. Es cierto que se trata de la explicación canónica, y en realidad un punto algo secundario del argumento, pero podrían haberse explicado por medios más plausibles como la alteración genética o la nanotecnología. Lo que realmente me preocupa es el nivel de poder del personaje, un tanto excesivo. Durante la Golden Age, sus habilidades eran mucho más modestas, como bien nos recuerda la célebre entradilla del serial radiofónico y los cortos de Fleischer: «Más rápido que una bala; más potente que una locomotora; capaz de saltar un edificio con un solo salto» (ni siquiera podía volar). Con el tiempo, el héroe llegó a alcanzar un poder desproporcionado, que lo limita gravemente como personaje, pues reduce los retos a los que debe enfrentarse y lo deshumaniza. Supermán no necesita ser un semidiós, capaz de cosas tan absurdas como desviar un meteorito con las manos; lo único que necesita para mantener la esencia de su mito es el vuelo, el traje y una fuerza superior a lo normal.

Cierto que el Supermán de Man of Steel tampoco la versión más poderosa que se ha visto, y de hecho el armamento pesado le afecta, pero no me parece necesario que pueda destruir la cima de una montaña simplemente por un mal aterrizaje. Tampoco el hecho de que nadie pueda estar cerca de él cuando despega, debido al estampido sónico que produce. Sí, es un efecto chulo, pero al mismo tiempo la mejor muestra de que un excesivo poder aísla. ¡Qué diferencia con la amable encarnación de Reeve, tan dada a interactuar con la gente! En esta película, Supermán se enfrenta a tecnología kryptoniana (curioso que haya acabado luchando con una especie de araña, como pretendía el productor Jon Peters hace más de una década), y eso ha valido para justificar su fuerza, pero habrá que ver qué desafíos le plantean los nuevos guiones (en esta película aparecen unos camiones con el logo de Lexcorp, indudable indicio de la presencia de Lex Luthor en el próximo capítulo). Pero sea Supermán más o menos poderoso, lo que más deseo para las secuelas es que se evite la trampa argumental de los supervillanos y se plantee seriamente su papel de superhombre viviendo entre humanos. ¿Limitará su acción a Metrópolis, será una especie de justiciero global? ¿Entrará en política, en guerras, o se mantendrá neutral pese a tener el poder de cambiar las cosas? Las intenciones de Goyer parecen ir por ahí, y eso me congratula.

La música. Era muy fácil adivinar que Hans Zimmer no alcanzaría el nivel de John Williams. Pero no se le exigía eso, sino simplemente crear una banda sonora de calidad y lo suficientemente memorable. El resultado final no es despreciable, y acompaña a la película de forma bastante correcta, pero se queda demasiado lejos de lo que debería ser. Una cosa es esperar que el alemán cree un tema emocionante (pedir peras al olmo) y otra conformarse un leit motiv formado prácticamente por cuatro notas. Estamos en una película de género épico, hace falta que la música arrastre al espectador, que enriquezca y remarque los momentos más importantes. El trabajo de Zimmer no lo logra en casi ningún momento. Su partitura, sin ser tan machacona como la letanía musical de la trilogía de Batman, es insuficiente. Un buen ejemplo de lo que habría funcionado en Man of Steel es el trabajo de Patrick Doyle en Thor, muy acorde con las modas actuales sin renunciar por ello a una maravilla de tema central.

Falta de momentos memorables. Si bien la película mantiene siempre un buen tono, le faltan esos momentos que se quedan se grabados por su especial carga de asombro, impacto o emoción. Era algo que abundaba en la versión de Donner, llena de magníficas viñetas (la Fortaleza de la Soledad, la escena del helicóptero, el collar de krytonita, el salvamento del tren). Sin embargo, con Man of Steel me costaría decir «éste era un momentazo de la peli». Podría citarse el primer vuelo, pero no llega a convencerme del todo. Quizá también la inquietante imaginería de la pesadilla de Supermán mietras está prisionero. Pero el tono serio de la película parece siempre ejercer cierto lastre, e incluso se evita la palabra «Supermán», que es sólo pronunciada tres veces, si no recuerdo mal. Algo que me pareció totalmente incomprensible es la precipitado escena del viaje hasta la Tierra, que apenas dura unos segundos. Entiendo que Snyder hace películas de ritmo rápido, y que no cabía esperar una secuencia tan larga como la de la versión de Donner, pero ese momento con la nave recién salida de Krypton pedía a gritos ser más largo, ofrecernos unos instantes de quietud en el espacio y transmitir la enorme distancia existente entre los dos mundos. Esto sorprende más teniendo en cuenta que en la película no faltan precisamente escenas pausadas, sobre todo durante los flashbacks.

Fallos lógicos. Los hay en toda película, aunque los de ésta son poco importantes. Uno de ellos es que Lois Lane carezca al principio de pruebas para demostrar la existencia de Supermán, cuando lleva una en su propio cuerpo: la herida que el kryptoniano cauterizó con su visión calorífica. Tampoco queda nada claro el sistema que usa Jor-El para manifestarse post-mortem. Vemos que la tecnología kryptoniana de proyección de imágenes consiste en un plasma grisáceo, mientras que el Jor-El sintético -una especie de inteligencia artificial- se ve de forma perfectamente nítida, y sólo por las personas él escoge. Todo apunta a que se proyecta directamente en la mente de quien que lo ve, ¿pero eso no haría obsoleto la proyección mediante plasma? Y teniendo ese poder de inviadir mentes, ¿por qué no lo aprovecha Jor El para confundir a los kryptonianos le toca enfrentarse con ellos?

Conclusiones

Primero , mencionar que pude disfrutar la película en versión original en los cines Kinépolis, con una proyección impecable. El Man of Steel de Zack Snyder tiene toda una serie de aciertos, pero no consigue entender por completo la esencia del personaje y el mito. La mejor noticia es que deja una muy buena base para continuar la historia, con suerte corrigiendo los fallos que aquejan a esta primera entrega. Las dos prioridades absolutas han de ser devolver a Supermán sus rojos y azules genuinos, y contratar a un compositor con algo de alegría por la vida, que le regale al héroe un tema a su altura. Aparte de esto, Nolan debe salir de la ecuación (parece que por suerte ya ha renunciado).

Supermán se ha puesto de moda, vemos camisetas suyas por todas partes, y es comprensible: el mundo atraviesa una crisis general y se ha cansado del cinismo y de los héroes oscuros, necesita la esperanza y la autosuperación que representa Supermán. Pese a sus fallos, este título se hizo con esmero y calma -la posproducción duró un año completo-, y aplicando la misma política para la secuela quizá podamos ver, finalmente, la película que merece el mayor mito de la cultura popular mundial.
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Intereconomía estrena «Pablo Escobar, el patrón del mal»

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Intereconomía TV estrena este domingo, 16 de Junio, la excepcional serie Pablo Escobar, el patrón del mal, centrada en la figura de este narcotraficante colombiano, sin duda el más célebre y poderoso que ha exisitido. Aunque sería fácil caracterizar a Escobar como un villano absoluto, se trataba de un personaje con muchos matices y de enorme inteligencia, que no se preocupó únicamente de su lucro personal, sino de favorecer también a los que le rodeaban. Esto le valió un gran apoyo entre la población, y aún hoy muchos lo idolatran y dejan flores sobre su tumba.

Esta serie, que Intereconomía emitirá todos los domingos a las 22:00, narra la historia jamás contada de Escobar, desde sus primeros años. Ya de niño demostraría que no le importaba arriesgarse si la ganancia valía la pena, vendiendo a sus parientes las respuestas de los exámenes escolares. Unos años más tarde, aseguraría a sus amigos que si no había ganado un millón de pesos antes de cumplir los 25 se pegaría un tiro. Y el método que usó para lograrlo fue traerse hasta Colombia los dólares de las clases acomodades estadounidenses, vendiéndoles lo que él mismo llamaba veneno, la cocaína cultivada en su país.

Gracias a sus excelentes valores de producción y a la calidad de sus guiones, Pablo Escobar, el patrón del mal, cosechó un éxito espectacular entre la audiencia colombiana, siendo seguido el estreno de la serie por más de 11 millones de espectadores. Las interpretaciones son otro de sus puntos fuertes, especialmente la de Andrés Parra en el papel de Pablo Escobar. Tanto es así, que el principal lugarteniente del capo, apodado El Popeye, aseguró que viendo la serie le parecía estar escuchando de nuevo a su patrón. Si desea conocer mejor la guerra contra las drogas que ha marcado el continente americano durante las últimas décadas y profundizar en la fascinante figura de Escobar, no falte a su cita con esta serie todos los domingos en Intereconomía TV.

El Gran Lebowski. Correcta pero insuficiente

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The Big Lebowski, EEUU, 1998 – Director: Joel Coen
Título español: El Gran Lebowski

Tras la peculiar Fargo, los Coen retoman con El Gran Lebowski el estilo de comedia gamberra de Arizona Raising, si bien vuelven a mezclar géneros una vez más. El foco se fija esta vez en Los Ángeles, durante nuestros días. El personaje central es Jeff Lebowski, más conocido como «The Dude» («El Nota» en la versión española), un auténtico inútil que se dedica a vivir sin dar un palo al agua, no se sabe bien cómo. Eso sí, es muy bonachón, fiel a sus amigos y «se toma la vida con filosofía». Esta plácida existencia se ve sobresaltada cuando unos cobradores de deudas asaltan su casa, le reclaman un dinero que no recuerda deber y para colmo le arruinan su alfombra favorita. Todo se debe a una confusión: los matones le han confundido con otro Jeff Lebowski, un acaudalado hombre de negocios de la ciudad (el «Gran Lebowski») cuya jovencísima esposa es demasiado aficionada a las compras. Cuando «the Dude» va a reclamar al otro Lebowski por su alfombra perdida, el millonario no quiere saber nada del asunto y lo manda a su casa. No obstante, pronto volverá a llamarle para que le ayude en un delicado asunto: su endeudada mujer ha sido secuestrada y necesita un intermediario para el pago del rescate. Comienza así una trama entre de humor absurdo e intriga con muchos vericuetos argumentales.

El Gran Lebowski se ha convertido en un film de culto, y hay incluso quien lo considera una comedia clásica, pero aunque es un trabajo estimable, llamarla clásico me parece muy exagerado. Es verdad que tiene momentos bastante conseguidos y que el personaje del «Dude» (el siempre fiable Jeff Bridges) se gana fácilmente la simpatía del espectador, pero la película es muy desigual, y ciertos son aspectos resultan muy poco convincentes. Tenemos el caso de Walter, el mejor amigo del «Dude», un tío realmente irritante con el que pasa casi todos sus ratos de ocio, jugando a los bolos en un trío completado por el apocado Donny (Steve Buscemi). Puedo creerme que el «Dude» aguante a un amigo tan pesado (todos conocemos casos así), pero no cuando las obsesiones de éste pueden meterlos en problemas serios con la ley o incluso poner en grave riesgo su vida. La trama de suspense tampoco se sostiene mucho: todas las partes implicadas, gente de poder e influencia, parece darle demasiada importancia y confianza al «Dude», un tipo que, a todas luces, es un verdadero desastre. Si bien es verosímil que algunos quieran usarlo como peón, no cuadra en absoluto que un personaje como el de Julianne Moore, una mujer totalmente racional y calculadora, le encargue ningún tipo de trabajo delicado.

El humor del guión alterna constantemente aciertos y errores. Entre los primeros se encuentra la famosa escena en la que, cuando un arrogante rival de la bolera (John Turturro) pronostica que aplastará al equipo del «Dude», éste le responde con toda la pachorra «That’s like, your opinion, man». También tiene su gracia, sin ser desternillante, la dinámica entre el asfixiante Walter y el sumiso Donny. Pero son muchas más las cosas que fallan: la escena en que Walter saca su pistola en la bolera por un asunto totalmente intrascendente parece sacada de Loca Academia de Policía; la banda de los «nihilistas», que se supone debe ser hilarante, es más bien sosa y tontorrona, y tiene un peso en la trama poco justificado; el recurrente gag de Walter relacionando todos los temas con la guerra de Vietnam naufraga muchas más veces de las que funciona. Un gag en torno a un pulmón artificial ejemplifica lo que falla en el humor de la película: chocante, sí, pero totalmente injustificado y sin valor cómico real.

En El Gran Lebowski veo los Coen un poco perdidos, incapaces de manejar eficientemente los elementos que ellos mismos han puesto sobre el tablero. La escena en la bolera con Turturro es mucho más graciosa que todas las de los nihilistas. ¿Por qué no se explotó más su personaje? Lo mismo se puede decir de un Sam Elliott con unas pintas y un vozarrón espectaculares, que ejerce de narrador, pero que sólo aparece en dos escenas, siendo escandalosamente desperdiciado. Sí es justo reconocer un notorio trabajo visual, con varias escenas fuera de lo común y muy bien rodadas, especialmente la secuencia onírica con su estética de musical, perfectamente lograda. La trama, si bien se sigue bastante bien, se enreda desmasiado, algo inncesario considerando el ligero fondo de la película.

En el aspecto actoral pueden hacerse pocos reproches, con un reparto «triple A»: además de a Bridges podemos ver a Philip Seymour Hoffman como el obsequioso criado de «El gran Lebowski», a Julianne Moore como su hija (para morbosos: sale totalmente desnuda), y a los «clásicos Coen» John Goodman, Steve Buscemi, Turturro y John Polito, que se presta a un nuevo cameo. El pobre John Goodman se lleva la peor parte, al tener que lidiar con Walter, un personaje deficientemente escrito y demasiado cansino. En suma, se trata de una película agradable pero algo fallida, lo que no quita para que gustara a un público seguramente acostumbrado a comedias más convencionales, sin la pátina de sofisticación y orginalidad de los Coen. Quizá El Gran Lebowski habría funcionado mejor en un formato de miniserie televisiva, con más énfasis en el mundo de los bolos, pero seguramente esto nunca lo sabremos.
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Dark Knight Rises: Cansancio y exceso

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«Déjalo ahí, que te lo vas a poner poco».

The Dark Knight Rises – Dir: Christopher Nolan. EEUU, 2012. Título Español: El Caballero Oscuro Resurge

Aviso Importante: El presente artículo no es una reseña clásica, sino un desmenuzamiento detallado de la película. Se recomienda enérgicamente no leerlo si no se desean conocer detalles clave de la misma o del cómic «The Dark Knight returns», de Frank Miller.

Resulta difícil negar que The Dark Knight, la segunda película de Christopher Nolan dedicada al cruzado de la capa, fue un triunfo cinematográfico, lleno de hallazgos visuales y narrativos, si bien no carente de defectos. El siguiente trabajo de este director, Inception, tuvo un enorme éxito de taquilla, pero a mí me pareció una película fallida de principio a fin, muy confusa y con un pésimo ritmo narrativo. Me apuesto lo que sea a que sin los nombres de Di Caprio y Nolan al frente habría pasado casi desapercibida. Con estos antecedentes, The Dark Knight Rises, su tercera película sobre Batman, debía permitirnos juzgar si Nolan será uno de los nombres a tener en cuenta creativamente durante los próximos años (comercialmente ya es indiscutible un Top 3 de la industria). Desgraciadamente, la respuesta es no: Esta última entrega es con diferencia las más floja de las tres, y lo peor es que parece que el equipo creativo ni siquiera se molestó demasiado en intentarlo.

El guión de la película toma como base la novela gráfica The Dark Knight Returns, de Frank Miller, y la saga Kightfall, firmada por diversos autores, enlazando sus argumentos con la trama de las dos primeras películas de Nolan. Señalar que el primer título de la trilogía, Batman Begins, era una adaptación muy libre pero bastante correcta del cómic Batman: Year One, también de Frank Miller, por lo que Nolan tenía una excelente ocasión de rematar el trabajo adaptando dignamente Dark Knight Returns, en mi opinión el mejor cómic que se ha hecho sobre Batman. El problema es que ese álbum es una historia crepuscular, que muestra a un Bruce Wayne superando la cincuentena, retirado y un tanto abrumado por su labor inconclusa en Gotham City. Así, Nolan y su guionista habitual, el rutinario David S. Goyer, se encuentran con la papeleta de convertir al personaje de sus películas, que ni siquiera ha cumplido 30 años, en este hombre murciélago avejentado. El camino escogido es bastante chapucero, y el resultado es una mescolanza deslabazada que ni roza la excelencia del trabajo de Miller, como veremos en el siguiente mega-análisis.

PARTE 1. UN COMIENZO INVEROSÍMIL

Como recordará quien haya seguido la saga, la segunda película concluía con Batman herido y haciéndose responsable de los asesinatos cometidos por el desfigurado fiscal Harvey Dent, para así salvaguardar su simbólica figura. Al empezar Dark Knight Rises, han transcurrido ocho años en los que Bruce Wayne ha estado encerrado en su mansión, convertido en un ser asocial y amargado por la muerte de su amada Rachel Dawson, asesinada por el Joker. Tal es su desidia que ni siquiera se ha tratado su pierna herida, y ha pasado todo ese tiempo cojeando y ayudándose de un bastón. Resulta totalmente inverosímil que alguien tan curtido como Bruce Wayne se hunda de esa forma porque un allegado en la guerra contra el crímen, algo que otro es totalmente esperable, y que ha ocurrido varias veces en los cómics, por ejemplo con la muerte de Robin. Podría llegar a aceptarse que Wayne se retirara, ¿pero lo de la reclusión? ¿Un hombre aún veinteñaero y multimillonario dando vueltas ocho años por su casa porque han matado a su chica que no era ni su novia? ¿Y alguien tan cuidadoso con su físico, que ha pasado su vida entrenando duramente y ducho en varias artes marciales, dejando que se le pudra la pierna sin más? ¡¡Por favor!!

La poca credibilidad no se limita al carácter de los personajes, como prueba la misma escena de apertura: en un descampado de algún país remoto, unos agentes de la autoridad vestidos de paisano están subiendo a un avión a un científico que han detenido. Cuando van a despegar, llega una furgoneta con más policías y nuevos prisioneros encapuchados, que deben ser transportados también. Una vez en vuelo, el líder de los presos revela que están allí para llevarse al profesor, pese a estar detenidos y esposados, ante las burlas de sus captores. Cuando le arrancan la capucha al preso descubrimos que es Bane, el malísimo de la historia, y en ese momento arranca su elaborado plan: desde otro avión, unos compinches descienden colgados en sogas y proceden a cortar en dos la primera nave con unas sierras radiales. Los compinches matan a tiros todos los agentes, y descuelgan desde su avión un cadáver envuelto en una bolsa, conectando el brazo del cadáver al del profesor con un tubo de plástico y realizanzdo una transfusión sanguínea del vivo al muerto. Antes de evacuar el avión, Bane le dice a uno de los suyos que tiene que estrellarse con lo que queda del aparato «para no despertar sospechas», lo cual el aludido acepta con una sonrisa. Tras volver todos a su aeroplano usando las sogas, dejan que el primer aparato se estrelle espectacularmente en el suelo.

Bonito, ¿no? Más tarde descubriremos que el objeto del plan era hacer creer a los autoridades que el científico había muerto en la explosión del avión,. O sea que Nolan quiere hacernos creer que, teniendo una organización con personal y recursos casi ilimitados (la Liga de las sombras), si quieres secuestrar a un preso transportado en avión, lo «lógico» es hacer la operación en el aire, en lugar de matar a todos cuando el avión está aún en tierra, y luego, con todo el tiempo del mundo, dejar un cuerpo muerto que se confunda con el profesor. Por cierto, parece que en el universo Nolan lo único necesario para falsificar un cadáver es inyectarle un buen chorro de sangre. Ahora bien, si quieres dejar a un muerto de los tuyos «para despistar», ¡entonces no, ése tiene que ser de verdad! En fin.


Al final estos han dicho lo mismo que yo en 3 minutos.

PARTE 2. EL RETONNO DE BATMAN

Tras esta operacion, Bane se aposenta en Gotham, y el comisario Gordon tiene la desgracia de toparselo en su base de las cloacas, acabando gravemente herido en el hospital. En la Mansión Wayne, Bruce descubre a una empleada, Selina Kyle (alias Catwoman) tratando de desvalijar su caja fuerte, pero su principal objetivo no parece el dinero o las joyas, sino obtener las huellas dactilares del millonario. Este extraño robo, junto con el incidente de Gordon, hacen que Bruce despierte del letargo y vaya a examinarse en el hospital en el que está ingresado el comisario. Allí un médico le dice que, aparte de tener la pierna fastidiada, «apenas le queda cartílago en las rodillas». Vamos a ver: en Batman Begins Bruce Wayne debuta como superhéroe aproximadamente a los 25 años, y tras un año en activo (según se especifica al principio de la segunda película) el incidente con Harvey Dent le obliga a retirarse, tras lo cual se pasa ocho años haciendo el vago. ¡¿Cómo coño se puede perder el cartílago en un año escaso de andanzas superheroicas?! Lógicamente, lo primero que hace Bruce tras saber que está medio tullido es deslizarse varios pisos más abajo por la fachada del hospital con sus rodillas-sin-cartílago para visitar a su amigo Gordon, usando un sencillo equipo de descenso de montaña que traía camuflado. En cuando a la pierna, la solución es fácil: al volver a casa se pone una ligera prótesis metálica ceñida a la pantorrilla y no vuelve a darle problemas en toda la película. ¡¡Batman ha vuelto!!

Eso sí, tiene que andarse con ojo, porque hay alguien que conoce su identidad, como descubrimos en unadescacharrantes escena: un joven policía le visita en la mansión para hablarle del estado de Gordon, y sin más le suelta que sabe que es Batman. ¡¡Coño!! ¿Y cómo se ha enterado? Ojo a la explicación: resulta que el tipo es huérfano, y cuando era niño Bruce visitó su orfanato. En un momento dado, ambos estuvieron frente a frente, y el niño supo que el millonario era el vigilante enmascarado… «por la rabia de su mirada». ¡¡Tócate los cojones!! Mira que hay formas de que un niño descubra a Batman a poco que seas creativo, pero no… ¡lo descubre sólo con darle un vistazo! A esas alturas empieza a estar muy claro el escasísimo trabajo que se invirtió en el guión.

Entrentanto, Bane sigue con su plan maestro, y asalta la Bolsa de Gotham acompañado de un montón de hampones fuertemente armados. Tras liarla parda en el interior, un esbirro conecta un terminal portátil al sistema central y arranca un programa que tardará en ejecutarse en 8 minutos, apareciendo la cuenta atrás en la pantalla de un tablet transportado por los malos. A continuación, los asaltantes abandonan el edificio en unas motos que no tenían cuando entraron, pero ey, es una peli, y además de Nolan, ¡¡a quién le preocupa de dónde han salido!! La huida se produce a plena luz del día, con la policía pisándoles los talones, y al poco aparece Batman en su moto, incorporándose a la persecución. Lo curioso es que en ese momento ya es noche cerrada… ¡¡pero aún no ha concluido la cuenta de ocho minutos!! Así nos enteramos de que Gotham City es la ciudad del mundo en la que anochece más rápido. La huida concluye sin que Batman logre detener a Bane.

Poco después nos enteramos de lo que hacía el misterioso software: estaba diseñado para conectarse a la Bolsa con la identidad del mismísimo Wayne (gracias a las huellas robadas por Catwoman), realizar operaciones de alto riesgo y dejarlo en la ruina. La cosa estaba promovida por un traidor dentro de la empresa, para el que Bane teóricamente trabajaba, pero el mercenario pronto se deshará de él. A nadie parece extrañarle que las operaciones que han  arruinado a Wayne coincidieran con un alsato la Bolsa en el que unos maleantes conectaron un ordenador raro al sistema a la vista de todos, ni ningún juez las anula. Al menos Lucius, el personaje de Morgan Freeman, dice que «con el tiempo se demostrará que es un fraude». Es muy curioso que Bruce Wayne sea el único muchimillonario del mundo que no tenga fondos o bienes opacos en alguna parte para no verse en la penosa situación de estar sin coche y hasta con la luz cortada (¡¡en 24 horas!!). Pero bueno, qué sabrá Batman de llevar cosas en secreto, ¿verdad? Por suerte para el, una ricacha de muy buen ver se ofrece para consolarlo, e incluso se lo cepilla ese mismo día en la Mansión Wayne. Esta acaudalada dama, Miranda Tate, se había mostrado muy interesada en un reactor nuclear de Wayne Industries, y se ofrecerá a ocuparse de la empresa junto a Lucius en virtud de no sé qué arreglo legal.

Pero aunque Bruce no tenga pasta, ¡¡todavía es Batman!!, y guiado por Catwoman descubre el escondrijo de Bane. Por cierto, resulta que la máscara del villano no le suministra constamente una droga estimulante, como en los cómics, sino que es un respirador al estilo Darth Vader (que curiosamente funciona sin ningún tipo de bombona). Bane siente grandes dolores si deja de usarlo, por lo que básicamente es un inválido, pero también un guerrero casi invencible, raro cuando menos. En cualquier caso, por fin se produce el gran enfrentamiento, en el cual el gigantón pone fino a Batman, en una pelea de coreografía bastante anodina. Finalmente, Bane remata al héroe en un plano que emula con exactitud la célebre viñeta de la derrota de Knightfall, y para colmo de males los villanos descubren el hangar donde Bruce tiene escondidos todos sus Batvehículos. Gran drama.

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«Uso gadgets raros para dirigir. Show respect.»

PARTE 3. EL CABALLERO CAE, PERO POCO

O no tanto. Porque en Knightfall el bueno de Bruce Wayne se queda paralítico, o sea bien jodido. Pero al guionizar esta parte del film, Nolan o el estudio sabían que tenían que recuperar una inversión de 250 millones de dólares, y eso implicaba que la película de ningún modo podía ser no apta para menores de 13 (PG-13). Así pues, de parálisis nada, que eso da muy mal rollo, y Bruce sólo se queda muy fastidiado. A continuación, Bane se lo lleva a lo que califica como «la peor cárcel del mundo», en algún punto de Oriente Medio. Su objetivo, tras romperle el cuerpo, es «romperle el alma». Pero a decir verdad, para ser una cárcel tan horrible las condiciones son bastante laxas: no hay guardias, y los presos parecen llevarse bastante bien, sin fastidiarse entre ellos, apuñalarse y demás. Pero lo más llamativo del lugar es un túnel vertical con un enorme agujero en el techo, por el que cualquiera puede intentar trepar para escapar. Pero según Bane, como la escalada es imposible, esto sirve para tener a los presos a raya «dándoles una esperanza». Yo creo que sería más eficaz cerrar el agujero, sinceramente.

En cualquier caso, Bane ya está de vuelta en Gotham, concentrado en su Plan Maestro: tener la ciudad puteada durante varios meses y luego hacerle saltar por los aires. Eso sí, la cosa es intrincada de cojones: primero coge al científico ruso y, gracias a los datos que posee de Industrias Wayne, localiza el recinto del reactor nuclear ecológico, obligando al cerebrín a desmontarlo y programarlo para que explote al cabo de seis meses. Luego se va al estadio de la ciudad -donde está jugándose un partido de football- y lo toma en un periquite, no sin antes reventar el palco del alcalde. Entonces se dirige al público desde el césped y comunica que tiene una bomba «atónica», para después descerrajar un tiro en la cabeza al ruso, el único que podría desactivarla. Y como traca final (nunca mejor dicho), le da a un botoncito que hace detonar una serie de bombas colocadas estratégicamente a lo largo de la ciudad. Resulta que en ese momento toooda la policía de Gotham estaba metida en las cloacas buscando la guarida de la Liga de las Sombras, y las explosiones bloquean todas las salidas. Así, aunque que los agentes sobreviven, la ciudad está ahora sin fuerza policial (el mando que ordenó semejante operación era un genio, sin duda). En suma, casi todo el plan de Bane iba destinado a conseguir una bomba atómica. Quizá habría sido más sencillo robarla de cualquier arsenal, no sé.

Mientras tanto, en la «peor cárcel del mundo», a Bruce lo han puesto a compartir celda con un médico. Vale que más bien se trata de un curandero bastante bruto, pero no deja de ser un detalle de Bane, que teóricamente quería destruir a su enemigo por completo. La lesión del héroe es una vértebra desplazada, y el curandero procede a curarlo con su método patentado para estos casos: darle un hostión bien fuerte en la espalda. Aquí Nolan y Goyer ya prácticamente están faltando al respecto a toda la gente con dolencias lumbares, como las hernias, lesiones delicadísimas que tiene que operar un nerocirujano experto, lo que pese a todo no garantiza el éxito. Pero el mundo «ultrarealista» de Nolan la única operación necesaria es una buena hostia. Sé que algunos quiroprácticos aplican terapias de impacto, pero pensar que esto puede tratar una lesión como la de la película supera cualquier límite de credulidad. Tampoco pasemos por alto la «rehabilitación» propuesta por el médico: pasarse varias semanas (¿meses?) colgando con las manos atadas al techo de la celda. Miren, si algún lesionado de espalda se cura con semejante «terapias», en vez de quedarse lisiado para siempre, habrá que pensar en cerrar nuestros hospitales.

PARTE 4. GOTHAM SOJUZGADA

Ajeno a la recuperación del héroe, Bane disfruta de su reinado en Gotham, a la que ha aislado volando todos los puntes que la conectaban al continente. Porque en esta película nos enteramos de que Gotham es una península, concretamente la de Manhattan, ya que Nolan ni se preocupa en ocultar elementos urbanos tan reconocibles como el Empire State Buiding o una Freedom Tower a medio construir. Las dos películas anteriores se rodaron principalmente en Chicago, lo que permitía establecer la clásica identificación Gotham-Chicago, Metrópolis-Nueva York, pero ahora eso salta por los aires. Por cierto, ¿os acordáis del tren de la primera película, que cruzaba toda la ciudad y era el «proyecto de una vida» del abuelo de Bruce? No hay ni rastro de él (en el segundo film tampoco, en realidad). ¿El barrio marginal donde el Espantapájaros tenía su manicomio? Ninguna mención. Eso sí, no falta un nuevo cameo de Cyllan Murphy como el Espantapajaros (no hay que olvidar a los amiguetes). También me fastidia especialmente que al final de Batman Begins se sugiriera la construcción de la Batcueva y, tras no mencionarla en absoluto en la segunda parte, lo único que vemos en la tercera es un terminal computerizado y un armario con un traje de Batman. Siete años de espera para enseñar esa mierda de Batcueva al público, y los frikis encantados.

Soprendentemente, Bane se las apaña para mantener en marcha una ciudad de siete millones de habitantes sin que haya un caos absoluto, lo cual tiene bastante mérito, igual habría sido buen alcalde. No queda muy claro quién realiza servicios como recoger las basuras, distribuir alimentos y demás, pero bah, eso son detallitos. En el Dark Knight de Miller veíamos algo similar, con un líder pandillero que reunía a un gran contingente de macarras y sembraba la anarquía durante unas noches, pero el autor no prentendía hacer creer que semejante banda establecía una semblanza de gobierno sobre Gotham durante meses. Por cierto, vaya nenazas los del gobierno estadounidense en esta película, cediendo el control de la ciudad más importante del país a unos terroristas. Ah, pero claro, es que tienen una bomba atómica, que protegen con este método (atención): hay tres camiones custodiados por sendos tanques (batmóviles) circulando constantemente por la ciudad, pero sólo uno transporta la bomba, que además puede ser detonada por Bane en cualquier momento. Y por lo visto, a nadie del ejército se le ocurre dar ordenar a los cazas volar por los aires cualquier camión acompañado de un batmóvil.

Y en cualquier caso, el plan de Bane no tiene sentido: gobernar la ciudad seis meses… ¿para qué? ¡¡Si el objetivo final es volarla por los aires sí o sí!! ¿Quieren demostrar lo listos que son? ¿O dar tiempo a que alguien les desbarate el el plan? Vale, los malos cuentan no sé qué mierda de enseñar al mundo que los ricos deben ser gobernados por los pobres, muy profundo, muy comunista y tal, pero absolutamente endeble como motivación. De hecho, en esos meses a Bruce le da tiempo a curarse y a intentar trepar por el pozo. Y, jamás lo creeríais: ¡¡lo logra!! Al salir del agujero, encuentra una soga enorme atada a una estaca y se la lanza a los ade abajo. Tremenda seguridad de la «peor cárcel del mundo». A continuación, vestido con harapos y sin un céntimo en el bolsillo, Bruce logra volver a Gotham por medios no explicados; se ve que cuando eres un tío listo, cruzar el mundo y entrar en una ciudad cercada debe ser cosa fácil. Una vez en la ciudad se encuentra con Selina-Catwoman, a quien perdona por haberle llevado a la encerrona con Bane y además le regala un pendrive con el mítico programa «Tabula Rasa», capaz de borrar sus antecedentes. ¿Dónde lo tenía, en el PC de su casa?

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«Esto es absurdo, vamos a tomarnos unas birritas.»

PARTE 5. THE DARK KNIGHT RISAS

A esas alturas, la situación en la ciudad es crítica: Lucius y Miranda malviven en la sede de Wayne Industries, mientras pseudojuicios presididos por el Espantapájaros acaban con la ejecución de personajes prominentes. Por suerte, Batman ya está de vuelta, y el joven policía del principio tiene un plan para liberar a sus compañeros de las cloacas. Policías, por cierto, a quienes los hombres de Bane alimentan diligentemente todos los días; si cuando digo que tienen una organización cojonuda… Tras salvar a Lucius, Miranda y Gordon de una inminente ejecución, Batman prepara el asalto final: los policías liberados harán frente a los esbirros de Bane, y Bruce se enfrentará de nuevo al jefazo para darle una lección. Aquí llega uno de los momentos más surrealistas de la película: ya es llamativo que después de medio año viviendo, literalmente, en un agujero, a los policías les queden ganas de algo que no sea irse a su casa a iniciar una larga recuperación, pero la forma en que atacan a los malos es para morir de risa ahí mismo: formando un gran grupo de miles de efectivos, se lanzan a correr por una calle estrecha al encuentro de otros tantos villanos, pegando tiros y berreando, a lo Braveheart. Ni organización, ni estrategia, ni pollas.

Mientras, Batman (que en esta peliculita de 2 horas y 45 minutos lleva el traje menos de 20) ya está de nuevo frente a Bane, y esta vez no es apalizado, sino que le da una tunda. Se ve que eso de pasar varios meses en una celda infecta recuperándose de una lesión invalidante te pone en una forma cojonuda (¡ah, pero hacía flexiones, ojo!).  ¿La pierna lesionada? Estupenda , no problem. ¿La falta de cartílagos? Minucias. Además, consigue descacharrarle la máscara a Bane, dejándolo muy mermado. Pero entonces, alguien se le acerca por detrás y le mete una puñalada. ¿Quién ha sido? ¡¡Miranda, no puede ser!! ¿Por qué? Porque… (¡giro de guión!) es la hija de Ras Al Ghul! Ah, vale, odias a Bruce y querías vengarte. ¿Entonces por qué te acostaste con él y le ofreciste llevarle a cualquier lugar del mundo? ¿No habría sido mejor pegarle un tiro por la espalda? Quizá el plan era subirlo al avión, que Bane entrara en pleno vuelo y que lo matara.

De todos modos Batman consigue recuperarse e ir en busca de la bomba «atónica», que está a punto de concluir su cuenta atrás. Para ello usa el batplano, o «Bat» a secas, con el cual persigue el camion que contiene la bomba, conducido por la mismísima Miranda. Mientras, los polis han ganado la batalla ayudados por Catwoman montada en la Batmoto. Curiosamente, un misil lanzado por la moto sirve para reventar los batmóviles de los malos, que al no estar pilotados por Batman se vuelven cacharros mucho más vulnerables. Batman logra interceptar el camión de la bomba, pero apenas quedan unos segundos para la explosión. La única solución que se le ocurre es acoplar un cable al artefacto y llevárselo volando con el Bat, alejándolo lo más posible de la ciudad antes de la explosión. Esta escena nos brinda la penultima situación absurda del film: cuando cada segundo es absolutamente esencial, con millones de vidas en juego, Batman se da el lujo de darle un ultimo speech a su amigo Gordon, y no contento con eso se toma otros segundos extra para darle un muerdo a Catwoman. Entonces sí, ya puede despegar y adentrarse a toda mecha en el mar, hasta que por fin la bomba explota, canjeando su vida por la de los de Gotham.

La peli concluye como el cómic de Miller, con un funeral al que van cuatro gatos (¡sí que quería poca gente a Bruce!), tras el cual Robin descubre la Batcueva. ¿Robin? Sí, porque resulta que nuestro amigo el policía tiene de segundo nombre «Robin». ¡¡Oh, qué guay!! En realidad, no: mira, Nolan: si te da vergüenza meter a Robin en la peli no lo hagas (aunque Miller sí lo usaba en su historia, y muy inteligentemente), pero no nos des un puto sucedáneo que sólo conserva el nombre del personaje. Pero en fin, igual que en el cómic,Robin empezará a organizar un cuerpo de jóvenes luchadores que continuarán la labor del cruzado de la capa. La última escena del «flin» nos muestra a Alfred dándose una vuelta por Florencia, donde verá en una terraza a su querido amo Bruce -quien por supuesto ha sobrevivido- tomándose una copichuela tan campante con su novia Selina. Y es que eso de que el mundo te considere muerto no parece ningún impedimento para darte una vuelta por ahí a plena luz del día.

No quiero terminar este mega-reseña sin mencionar la música de Hans Zimmer, machacona y repetitiva a más no poder, lo cual acaba siendo un problema al cabo de casi tres horas. Del tema actoral no comento porque vi la película doblada, aunque ha habido repetidas quejas de que los diálogos de Tom Hardy (Bane) eran casi inentiligibles debidos a la máscara; otra pieza suelta en el film. Diré que, por algún motivo, Joseph Gordon-Levitt (el poli) me resulta cada vez más antipático, y el personaje de un avejentado Matthew Modine era más bien prescindible. Quien sale mejor parada del film es Anne Hathaway, cuya carrera ha recibido el impulso definitivo gracias a su sensual Catwoman. Acabando: Nolan puede ser ya un coloso de la industria y tener una aunténtica legión de groupies, pero esta película, pese a su brutal éxito en taquilla, tan sólo confirma sus limitaciones. La sensación general es de un film incoherente, deslabazado y excesivo, con medios casi ilimitados pero usados pésimamente. No deja de ser profundamente irónico que el clímax de esta faraónica obra beba directamente de la humilde y denostada versión de los 60. Sólo queda esperar que la influencia como productor de Nolan no arruine la nueva película de Supermán, personaje maravilloso que volverá al cine este 2013 bajo la dirección del más apto Zack Snyder.
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La mitificación del viaje en el mundo moderno


El Taj Mahal, uno de los «sitios que hay que ver antes de morir».

En este artículo trataré de analizar un fenómeno cultural muy en boga: la mitificación de los viajes turíticos en gran parte del mundo occidental, que ha llegado hasta tal punto que muchos los viven como una especie de estilo o filosofía de vida. A poco que observemos la realidad actual, resulta fácil apreciar el enorme prestigio social que ha adquirido el viaje, especialmente si es internacional: hoy día, es la opción vacacional número uno de un gran porcentaje de la población, siendo especialmente apreciada por el sexo femenino. Muchas mujeres contemporáneas citan entre sus principales aspiraciones «dar la vuelta al mundo», o más típicamente, su deseo de «conocer culturas», frase que se ha convertido en auténtico «meme» de nuestros días.

Se trata de una afición bastante nueva, especialmente en España, donde en décadas anteriores no existía esa necesidad perentoria de viajar, aparte de que el nivel económico y de idiomas tampoco lo permitía. No obstante, en Europa era un hobby muy extendido desde hace mucho tiempo, así que en los últimos años únicamente nos hemos igualado con nuestro entorno. ¿Pero de dónde viene esta necesidad que se ha convertido en casi irrenunciable? ¿Es realmente tan gratificante y enriquecedor conocer otros países? Tras una prolongada reflexión sobre el asunto, creo haber detectado unas raíces psicológicas bien definidas para el fenómeno, relacionadas con la forma en que el hombre y mujer modernos se enfrentan a su entorno social y laboral. Desde mi punto de vista, los dos principales motivos del afán viajero son:

1. El cosmopolitismo como ideal.

En el mundo occidental han cobrado muchísima fuerza conceptos como la igualdad entre todos los ciudadanos del planeta o la difuminación de las fronteras culturales. Así, para muchos occidentales es prácticamente lo mismo un habitante de Canadá que uno de Sri Lanka, Pakistán, Nueva Zelanda, Islandia o Perú. Muchos llegan a definirse como «ciudadanos del mundo», incluso careciendo de conocimiento de idiomas o de experiencia viajera. No ocurre lo mismo por lo general en lugares como Asia o África, donde predomina más el orgullo por la propia identidad (a veces a niveles exagerados) y no existe un especial afán por igualarse con otras realidades culturales. Ejemplos claros de esto último serían el mundo islámico, la India, China o las etnias africanas.

Para los occidentales que consideran las barreras políticas y culturales poco más que una ficción autoimpuesta, haber visitado muchos países (o mejor, haber vivido en ellos) se considera hoy día mucho más deseable que no haber traspasado nunca las fronteras de la propia patria. Según esta filosofía vital, el que viaja, además de conocer entornos distintos al suyo, consigue, gracias al contacto con otras culturas y modos de vida, ampliar en gran medida sus horizontes mentales, mientras que aquél que no viaja es más propenso a la rigidez cultural e intelectual.

2: La libertad como valor absoluto.

Este concepto cosmopolita se opone al tradicional, vigente durante varios siglos, de la persona o familia más bien ancladas a su ámbito inmediato, ya sea el pueblo, la ciudad o la región (con la salvedad de los pueblos nómadas). Esto se relaciona con nuestra evolución social: en muchos países los jóvenes han retrasado su incorporación a la vida adulta, optando por alargar al máximo el período estudiantil y permaneciendo en el domicilio paterno hasta la treintena o incluso más allá. Si hace unas décadas no era extraño ver veinteañeros plenamente incorporados al mundo laboral y siendo padres de familia, hoy día es una rareza ver parejas con descendencia antes de los 25. Obviamente, menos responsabilidades implican más libertad -un valor celebradísimo en la actualidad-, que se utiliza por ejemplo para realizar viajes.

Esta sublimación de la libertad ha calado especialmente en el sexo femenino, cuyo antiguo papel de administradora del hogar ha sido insistentemente vilipendiado. Ahora, «liberada» de esta función, la fémina contemporánea se encuentra en una tesitura extraña, obligada a satisfacer gran número de expectativas, a menudo autoimpuestas: por un lado busca la realización y la independencia mediante el trabajo, mientras por otro aspira a un modelo de relación sentimental excesivamente idealizado en la cultura popular (cine, libros, revistas…). Su mentalidad está muy permeada por las ideas expuestas en el punto anterior: libertad, internacionalismo, exploración del mundo… Pero oponiéndose a todo ello está la necesidad biológica de la maternidad, que a menudo debe postergarse en aras de estas nuevas aspiraciones. Esto lleva a sentimientos contradictorios y una ansiedad subyacente en gran número de mujeres trabajadoras, que por ahora optan mayoritariamente por este nuevo concepto de realización personal.

Examinados los motivos que nos inducen a realizar viajes, toca analizar si al hacerlo realmente se cumplen los objetivos anhelados.

1. ¿Es realmente tan satisfactorio viajar?

Una de las cosas que me chocan de la pasión por el viaje es que desplazarse a grandes distancias no es algo instintivo en el ser humano. Por el contrario, nuestro impulso biológico es asentarnos en un lugares donde tengamos la mayor cantidad de recursos posibles a la menor distancia. Es cierto que también existe un afán innato de exploración, pero éste es más un rasgo de ciertos individuos que de la especie. Además, la mayor parte de las grandes exploraciones históricas tuvo detrás, más que la curiodidad, motivaciones militares o económicas, con expediciones muy nutridas y amplios medios.

El viaje realizado de forma individual o en pequeños grupos es algo muy diferente: al visitar el extranjero nos encontramos en un entorno desconocido, a menudo desconociendo el idioma y las costumbres locales, con pocos recursos económicos y el único apoyo de nuestros acompañantes si surgiera un problema. En otras palabras: se dan una serie circunstancias que normalmente nos provocarían un gran estrés. A esto hay que añadirle los preparativos previos que requiere cualquier viaje a un lugar lejano: reserva de billete, búsqueda de alojamiento, preparación del equipaje, encontrar quien se ocupe de nuestros asuntos (mascotas, plantas, etc.). Incluso aunque el desplazamiento no nos suponga un gran esfuerzo económico y todo salga exactamente según lo planeado, resulta obvio que los viajes exigen esfuerzo y planificación notables. ¿Por qué siguen siendo tan populares, pues?

Algo que nos ayuda a entenderlo es que son una actividad realizada casi siempre en compañía. Pese al afán por conocer mundo, muy pocos son los que se lanzan a la aventura en solitario, y normalmente se viaja con un compatriota que proporciona compañía y soporte moral. Además de esto, puede argüirse que el viajero adopta durante su estancia en el extranjero una particular actitud, que le permite minimizar lo malo o estresante y retener sólo las momentos lúdicos y placenteros. Si, por ejemplo, hay un un fallo en la reserva del hotel y se pierde un día buscando otro alojamiento por toda la ciudad, se hará un esfuerzo por borrar ese mal trago del balance del viaje.

Otro ejemplo de esto: al viajar existe el peligro considerable de que en el país de destino nos encontremos unos hábitos socioculturales casi inaceptables para nosotros, o que las condiciones de vida de la población sean tan muy penosas, con calles insalubres, comida servida en malas condiciones, delincuencia, comportamientos machistas, racistas y otras discriminaciones… Pero pese a todo, el viajero suele ver todo esto con ojos románticos, y lo que no aceptaría de ninguna forma en su país tiene a considerarlo con naturalidad parte de la «cultura local» cuando lo ve fuera.

Los riesgos del viaje, además, suelen estar muy controlados: casi todos los países tienen zonas turísticas protegidas y el viajero sabe que apenas se permanecerá unos días en el extranjero, siempre con el billete de vuelta en el bolsillo. Así, podemos establecer un paralelismo con los que disfrutan en las montañas rusas y atracciones similares: indiscutiblemente, precipitarse al vacío desde 30 metros es una experiencia terrorífica, pero el que sube a la atracción la convierte en placentera al saber que su integridad física no corre peligro, disfrutando la secreción de adrenalina que tales experiencias normalmente provocan. Considerando esto, durante el viaje, ¿el disfrute es intrínseco a la propia experiencia o depende de que el viajero sepa que todo está bajo control?

2. ¿Amplían los viajes nuestra cultura y horizontes?

Éste es uno de los puntos más discutibles del fenómeno. Yo empezaría cuestionando la misma premisa de que se viaja por motivos culturales. ¿Qué conocimiento general tiene el ciudadano occidental medio del planeta que habita, a un nivel social, cultural y político? ¿Puede la oficinista típica, que declara querer «conocer todo el mundo» hablarnos de las zonas de extensión del islam, de las causas del subdesarrollo en Sudamérica o África, del sistema de castas en la India o de si los chinos se llevan bien con los japoneses y los coreanos? Lo cierto es que hoy día no es muy complicado conocer la cultura de otro país, pues existe abundante información gratuita en la red sobre todos los aspectos de una nación; incluso es posible leer su prensa diaria, o, si deseamos un contacto aún más directo, chatear con alguno de sus habitantes o agregarlos a nuestras redes sociales. Sin embargo, es muy raro que alguien esté en contacto con una persona de otro país que no haya conocido en persona previamente, excepto si está buscando un matrimonio internacional.

Así pues, ¿a qué se refiere exactamente el meme «conocer otras culturas»? Si no hay un deseo de comprender el panorama internacional, ni de explorar las interioridades de un país, ni de interactuar en profundidad con su gente, se diría que este «conocimiento de una cultura» se queda en los aspectos más superficiales y folclóricos de la misma, y se refiere más bien al lado lúdico y vacacional del viaje. Si bien esto no tiene nada de malo, sería más honesto admitirlo abiertamente, y no tratar de presentar lo que es mero turismo como una especie de ansia exploradora. Lo cierto es que conocer la vida y las gentes de cualquier lugar requiere residir allí durante meses o incluso años, período en el cual se suele pasar de la condición de turista a la de ciudadano. Por supuesto, en un viaje turístico pueden experimentarse muchas cosas que escapan del alcance de los libros, documentales o la página web, pero siempre con los límites impuestos por un viaje corto, sobre todo si no antes nos hemos documentado razonablemente.

Para ilustrar este punto, puedo poner el ejemplo de la nación extranjera que más me atrae: Japón. Tras mucho tiempo interesado en su cultura y sociedad, y habiéndolo visitado en una ocasión, puedo decir que tengo bastante familiaridad con ese país, pero no me atrevería a afirmar que la conozco en profundidad. Para ello, debería haber leído mucho más sobre él y haberlo visitado más veces y con más tiempo. Desde luego, conocer Japón fue una experiencia magnífica, pero sólo me aportó una parte de mis conocimientos sobre el país. Y si tras todo este tiempo no conozco en profundidad la cultura nipona, ¿cómo podría el viajero típico afirmar que «conoce» un país tras estar en él apenas una semana?

3. ¿Nos hacen más libres los viajes?

Quizá ésta sea la cuestión más interesante sobre el tema de este artículo. ¿Somos individuos más libres por viajar con frecuencia? ¿Logramos romper las ataduras con nuestro entorno y convertirnos en una especie de «ciudadanos globales»? Mi opinión al respecto es muy escéptica. Lo cierto es que casi cualquier persona adulta tiene, para bien o para mal, una serie de obligaciones ineludibles, de tipo laboral, familiar o social. Aunque el viajero tenga la ilusión mental de que moverse por el mundo le da un mayor grado de libertad, lo cierto es que tras las breve duración del viaje hay que volver indefectiblemente a las obligaciones y la rutina. No es imposible una independencia casi total, pero esto precisa normalmente de un nivel económico inalcanzable para la gran mayoría de personas. Y en cualquier caso, ¿es realmente tan importante no estar atado a un lugar concreto? Tengamos en cuenta que casi todo lo que vale la pena requiere una dedicación contínua, ya sea crear y mantener una familia, sacar adelante empresa, ser bueno en alguna disciplina… Esto difícilmente puede compaginarse con una vida itinerante, de contínuos desplazamientos.

En una nota similar, cabe preguntarse si ver mundo relaja nuestras rigideces mentales. Para mí, lo más probable es que tras realizar un viaje volvamos con concepciones y prejuicios bastante similares a aquellos con los que partimos, ya que es muy común de la psicología humana adaptar los hechos a nuestra mentalidad, en vez de hacer lo contrario. Si en el país al que vamos esperamos encontrar prosperidad y un modo de vida admirable, probablemente eso será lo que veremos; si esperamos desigualdad y pobreza, ocurrirá lo mismo. Nuevamente, sería necesario residir en el país un tiempo prolongado para obtener una perspectiva más veraz. Ejemplo perfecto de esto es el viajero televisivo Ian Wright, quien tras haber recorrido gran parte del globo grabó un programa en Cuba. Durante la introducción, las mejores explicación que se le ocurrieron para explicar la extrema pobreza del país fueron «las invasiones» y «el embargo económico». Sólo se le pasó el pequeñísimo detalle de que la isla sea una dictadura comunista, omisión muy probablemente debida a prejuicios ideológicos.

Para reforzar este argumento, propongo un ejercicio mental: imaginemos que nos encontramos en un aeropuerto extranjero esperando partir en un vuelo, y que repentinamente unos terroristas toman las instalaciones. Si resulta imposible huir, el impulso natural en una situación así será formar grupos de gente lo más grandes posibles, que nos den protección física y psicológica. ¿Qué tipo de grupo buscaríamos para refugiarnos, de entre la masa heterogénea del lugar? La respuesta es muy obvia: aquél que tuviera más personas de nuestra nacionalidad. Esta reacción instintiva nos indica que, por mucho que queramos creer en la ficción de la ciudadanía global, en que es lo mismo relacionarse con un compatriota que con alguien de otro país o incluso de otro continente, lo cierto es que una parte enorme de nuestra identidad está determinada por nuestro lugar de nacimiento y el entorno en el que nos modemos, y eso no cambiará aunque hagamos turismo exótico todos los años. Cabe señalar que este ejercicio también sirve para desmontar las falacias de muchos movimientos nacionalistas, que proclaman la enorme singularidad cultural de su región, cuando ésta suele ser anecdótica. Lo cierto es que un nacionalista, en una emergencia así, también buscaría a alguien del país que supuestamente lo tiene subyugado, con quien tiene mucho más en común de lo que querría admitir.

Conclusiones:

Hoy por hoy, sobre todo para el ciudadano occidental, el viaje turístico parece poco menos que un requisito para tener una vida plena. Sin embargo, creo que los argumentos expuestos en este pequeño ensayo demuestran que ésta es una necesidad ficticia y autoimpuesta. En realidad, el crecimiento espiritual suele alcanzarse por otros medios que requieren más tiempo y esfuerzo. Por ejemplo logrando ser bueno en algo, como una disciplina académica o deportiva. O cuidando nuestro cuerpo, con una buena alimentación y ejercicio regular; o mediante logros profesionales; o incrementando nuestra cultura y conocimiento general; o creando una familia y un círculo social, a los que deberemos dedicar tiempo y afecto, obteniendo todos beneficios recíprocos. Los viajes, por supuesto, pueden complmentar  todo esto, e incluso convertirse en nuestra forma de ocio predilecta si así lo queremos. No obstante, es importante saber darles sólo su justa importancia, y obviar el absurdo mito cultural que los rodea en la actualidad.
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Eurovisión: la gran final


Ejem.

Eurovisión: La gran final (21:00, TVE HD)

Tras las dos semis, el concurso alcanza su clímax con la final de esta noche, en la que entrarán los «Big Five» -los seis países clasificados de oficio por poner pasta- más el ganador del año pasado. Veamos sus aportaciones:

1. Reino Unido. Engelbert Humperdinck Canción: Love Will Set You Free. Categoría: Vieja Gloria. Arnold Dorsey es un inglés rancio de los buenos, nacido hace 76 años nada menos que en La India, hijo de un oficial del ejército imperial. Cuando se cambió el nombre para dedicarse a la canción pensó que, ya puesto, para qué iba a escoger algo sencillo, y se puso Engelbert Humperdinck. Bajo este nome de guerre alcanzó en tiempos de nuestros padres y abuelos éxitos notables como Release Me y Spanish Eyes, siendo una especie de alternativa británica a Frank Sinatra. El Reino Unido lo envía a Eurovisión en un nuevo intento de ganar con un peso pesado, pero su balada carece totalmente de la entidad necesaria. Esperemos que al menos no quede muy baja para no humillar al vejete.

2. Francia. Anggun. Canción: Echo (You And I). Categoría: Pibonaco con tema bailable. En realidad la Anggun ésta es indonesia, aunque se nacionalizó francesa hace 15 años. Su principal característica es que, pese a tener 38 tacos (es de mi quinta) está no buena, sino lo siguiente. El vídeo de la canción es de lo más curioso, mostrando una especie de fábrica de soldaditos perfectos donde ella es la jefa y se los folla a todos (o así lo interpreto yo). La cancioncita no está mal, y combinada con el cuerpo serrano de Anggun incluso puede ganar a la pedorra de Suecia. Este tema sale justo después del de la chipriota, así que si queréis sacaros la chorra ése es el momento.

3. Italia. Nina Zilli. Canción: L’Amore È Femmina (Out Of Love). Categoría: Tía con voz. La zorrita italiana es una especie de Amy Winhouse sin drojas (supongo), no desagradable a la vista. Su tema puede catalogarse de soul pop (?), y se deja escuchar sin mayor sobresalto. Imagino que saldrá con un grupo de zorritos, y si hacen una coreografía homologable el número puede quedar bien. De todos modos, sus opciones son escasas.

4. Azerbaiyán. Sabina Babayeva. Canción: When The Music Dies. Categoría: Jamona atorrante. La sorpresiva victoria de Azerbaiyán el año pasado significa que, aunque pasen a la final de forma seguramente injusta, sólo tendremos este temita una vez. La srta. Babayeva confirma que en Azerbayán hay algunas chavalas de muy buen ver, pero dan ganas de cambiar el reglamento para vetar definitivamente estas baladas petardas.

5. España. Pastora Soler. Canción: Quédate conmigo. Categoría: MILF con canción ligera. Hay mucha polémica sobre el físico de Pastora Soler (Pilar Sánchez para los amigos), especialmente por su boca. Sin embargo, yo la he visto en reportajes de cuerpo entero y os aseguro que es una MILF en toda regla, a la que se le puede sacar mucho partido con el vestuario adecuado. He leído alguna opinión muy voluntarista, diciendo que llevamos un temazo incluso con opciones de ganar. La realidad es que otros años hemos ido con pseudocanciones infames, y éste con una homologable, pero para ganar tendríamos que vivir en un universo alternativo. No obstante, Pastora cae bien, y hasta ha tenido las narices de confesar que en TVE le han pedido que no gane.

6. Alemania. Roman Lob. Canción: Standing Still. Categoría: niñato. Tras mandar dos años seguidos a Lena Meyer y ganar el primero de ellos, Alemania prueba ahora con una especie de versión masculina, defendiendo una canción anodina que no podría ganar ni aunque se drogara a todo el jurado a y a millones de Eurofans. Para eso haber mandado otra vez a Lena, que ahora se ha vuelto rubia y casi no se notaría.

Pues eso es lo que hay. Eliminadas las dos mejores canciones (San Marino y Georgia), voy con la francesa, que está mil veces más buena que la sueca y tiene una canción ligeramente mejor (de las viejas rusas mejor no hablar). De todos modos, en Eurovisión desde hace mucho tiempo lo de menos es el resultado; igual cuando empiecen a juntar varios micropaíses en un solo bloque de votos volvemos a ver votaciones medio serias. Por cierto, el otro día oí a una en Libertad Digital TV quejarse de que Azerbaiyán era una dictadura islámica y que los periodistas desplazados a Bakú no habían defendido a sus colegas encarcelados por cuestionar el régimen. También criticaba la elección de los presentadores, «puestos a dedo por el gobierno».

Mi postura es ésta: los periodistas presos que se jodan. Eurovisión es sagrada, y ya habrá tiempo de criticar al anfitrión cuando acabe el festival. Y los presentadores están muy bien escogidos, sobre todo la morena bajita, que está para darle lo suyo y lo de su prima, que al fin y al cabo es lo que cuenta.
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Eurovisión, semifinal 2


Gaytana es del mismo centro de Kiev.

Aquí va el análisis de la segunda tanda de semifinalistas es Eurovisión, que se verán las caras hoy a partir de las nueve.

1. Serbia. Željko Joksimović. Canción: Nije Ljubav Stvar. Categoría: Pesao. La gran nación de Serbia queda en mal lugar con este vendedor de kebaps y su plomiza balada. Si hay un botón para abrir una trampilla en el escenario, que lo pulsen.

2. Macedonia. Kaliopi. Canción: Crno I Belo. Categoría: Tía rollo. Según su perfil de Eurovisión, esta mujer es la mayor estrella de la canción de Macedonia, y será verdad, pero eso tampoco me dice mucho. Básicamente se trata de una ex-yugoslava con un temita bastante olvidable. Ella tiene su morbillo, pero desde luego no va a ganar por el factor pibón.

3. Países Bajos. Joan Franka. Canción: You And Me. Categoría: Lerda con disfraz cutre. Una chavalina con un penacho de jefe indio y una guitarra. Me pregunto cómo serían los demás aspirantes de Holanda. Ya he dicho que por mí los participantes de Eurovisión pueden meterse las guitarras acústicas por el culo. Sale con un grupo de pedorras disfrazadas de Pocahontas que comparten el ridículo con ellas. Aparte de la chicha que puedan enseñar, número lamentable.

4. Malta. Kurt Calleja. Canción: This Is The Night. Categoría: Guaperas de todo a cien. No tengo muy claro cómo va esto de las micronaciones en Eurovisión. Por ejemplo, algunos años va Andorra, y ahora tenemos a Malta, que no recuerdo si estuvo el año pasado. Su representante se llama Kurt Calleja, que suena como a jefe de mara callejera, pero al parecer se dedica a cantar. El tema es genérico a más no poder, esperemos que al menos salga con buenas zorritas.

5. Bielorusia. Litesound. Canción: We Are The Heroes. Categoría: Boy Band. ¿Qué le añade el prefijo «Bielo» a «Rusia»? Ni idea, pero es un país y participa en Eurovisión. El año pasado mandaron a una zorrita muy poco reseñable, y esta vez han optado por un conjunto de guapetes con un tema rock. Llevan un traje relativamente molón y una batería con mampara, lo cual es un punto a favor. No están mal, pueden ser finalistas tranquilamente.

6. Portugal. Filipa Sousa. Canción: Vida Minha. Categoría: Fado insufrible. Portugal tiene demasiado interiorizado eso de los fados como canción nacional, y vuelven a castigarnos con uno. Cuando entiendan que la gente no quiere escuchar esa mierda pasarán de los zero points. Y eso que la tía, embutida en rojo, tiene hasta un pase.

7. Ucrania. Canción: Be My Guest. Categoría: Jamona étnica. Desde el «Shady Lady» de Ani Lorak, una de las actuaciones más memorables en la historia de Eurovisión, Ucrania está en el compromiso de mandar algo a la altura, pero por el momento no se han acercado. Esta vez mandan a una mulata muy cachonda que, pese a su exotismo, es 100% ucraniana. Se presenta con un tema bailable muy genérico, pero acorde con lo que se espera del festival. Está en la misma categoría que la canción de Chipre.

8. Bulgaria. Sofi Marinova. Canción: Love Unlimited. Categoría: Discotequera fea. Otro tema hecho con el Disco Theme Creator 3.0, aunque comparado con el de Portugal es la repanocha. La tía, feúcha y con las tetas caídas. Mal Bulgaria.

9. Elovenia. Eva Boto. Canción: Verjamem. Categoría: Balada prescindible. La zorrita eslovena es bastante guapa, pero ha viajado a Bakú con un tema difícil. Cuando las tipas que salen con ella le hacen coros la canción tiene su aquel, pero no deja de ser aburridilla. Next.

10. Croacia. Nina Badrić. Canción: Nebo. Categoría: Balada prescindible. Croacia mandó el año pasado a una Nina (con una de las pocas canciones potables del torneo), pero ésta es otra distinta, con una canción mucho peor. Al final el tema despega un poco, pero la verdad es que no vale gran cosa. La cantante, para un apretón y gracias.

11. Suecia. Loreen. Canción: Euphoria. Categoría: Chunda chunda bailable. Difícil distinguir esta canción de la chipriota y la ucraniana si no se presta bastante atención, aunque ésta seguramente es la más lograda. La tal Loreen quizá sea la sueca con menos tetas de la historia, lo que le resta bastantes puntos, aunque su estética oscura seguramente le granjee muchas simpatías entre la muchachada. El tema es machacón, pero tiene posibilidades.

12. Georgia. Anri Jokhadze. Canción: I’m A Joker. Categoría: Santón Pop. Por fin una aportación original. Mezclando sin dificultad los estilos de Tino Casal y Tom Jones, este Anri Jokhadze ofrece un tema de lo más simpático, muy movido y escuchable. Mi canción favorita de las que quedan en liza, pero con el «gran criterio» de los televotantes puede que ni llegue a la final.

13. Turquía. Can Bonomo. Canción: Love Me Back. Categoría: Grupete étnico. Digo étnico porque, aunque cantan en inglés, tienen una pinta bastante turca. ¿Será esto lo que rompe por ahí ahora? La canción no es nada del otro jueves, aunque acompañada de un buen chou puede quedar aparente en directo.

14. Estonia. Ott Lepland. Canción: Kuula. Categoría: Baladita coñazo con piano. El primo estonio de Dani Martín tira tres minutos de nuestra vida a la basura con una canción que aburre a las vacas. El tipo de tema que no queremos ver jamás en Eurovisión. Que le den por Kuula.

15. Eslovaquia. Max Jason Mai. Canción: Don’t Close Your Eyes. Categoría: Rocanrol. La única aportación puramente rockera de esta edición. Tampoco es que lo parta el tema, pero se deja escuchar, es un poco rollo Bon Jovi (dicho sin ánimo de insultar). El tipo al parecer es un triunfito eslovaco.

16. Noruega. Tooji. Canción: Stay. Categoría: Guaperas moruno. Noruega el año pasado mandó a una negra, y éste envían a un moro. Europa desfaise. Supongo que será para presumir de diversidad o algo. La canción, festivalera y tal. Se deja escuchar.

17. Bosnia Herzegovina. Maya Sar. Canción: Korake Ti Znam. Categoría: Tía rollo. La cantante es fea y la canción un peñazo. Al parecer la mujer está implicada en varias causas humanitarias y es una compositora célebre en toda la zona de los Balcanes, pero no creo que a nadie le importa. A mí no, desde luego.

18 Lituania. Donny Montell. Canción: Love Is Blind. Categoría: Jovenzuelo voluntarioso. La canción se llama «El amor es ciego», y el pollo sale con los ojos vendados, ése es su «gimmick». Luego se quita venda, hace una acrobacia y el tema se anima un poco, pero entra en los límites de lo tolerable por los pelos.

Pues yalo véis, tampoco hay demasiado nivel en esta segunda semi. Yo iré con el georgiano a muerte, esperemos que logre pasar. Lo más terrible del asunto es que TVE, que se harta de emitir mierda todo el año, no se va a dignar a ofrecer esta semifinal, por lo que sólo nos queda el feed de la web oficial de Eurovisión. ¡¡Golfos!! En este artículo le pegan un par de buenas tollinas a los de «el ente».
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Eurovision is here


La griega y el griego.

Una vez terminandas las competiciones intrascendentes como la Liga y la Champions, y en espera de las más instrascendentes aún (Copa y Urocopa), llega LA COMPETICIÓN por excelencia, es decir Eurovisión, el Festival más singular y divertido de todo el orbe. 42 son los países que lucharán por la gloria, compitiendo en dos semifinales y la gran final. Hoy se disputa la primera semifinal (21:00, TVE), con 18 participantes que analizo a continuación:

1. Montenegro. Rambo Amadeus. Canción: Euro Neuro. Categoría: Rapero friki. Una especie de Homer Simpson montado en burro, cantando un rap surrealista sobre la crisis en Europa o algo así. Aparte de uno de los nombres más gloriosos en la historia de Eurovisión, el tipo no tiene mucho a su favor, con una canción de nulo ritmo. Habrá que ver cómo la traslada al escenario.

2. Islandia. Greta Salóme & Jónsi. Canción: Never Forget. Categoría: Parejita cursi. Himno coñazo totalmente instrascendente. Ellos no son guapos ni interesantes, y saldrán con una violinista que tampoco aporta nada. Eliminación clara. Lo único remotamente de interés es el vídeo, en el que se vislumbra que vivir en Islandia tiene que ser un auténtico peñazo (nunca mejor dicho).

3. Grecia. Eleftheria Eleftheriou. Canción: Aphrodisiac. Categoría: Zorrita explosiva. Elefteria Eleftheriou (Elef Elef para los amigos) promete ser uno de los platos fuertes de la noche, básicamente porque está muy buena, mejorando con mucho la aportación griega del año pasado. La canción es simplona a más no poder, con el estribillo «Oh, oh, oh, oh – oh, oh, oh, oh» como punto álgido. Típico tema «picantón» de trascendencia cero y abundantes movimientos zorriles, que al menos no aburre. Debería pasar a la final.

4. Letonia. Anmary. Canción: Beautiful song. Categoría: Trío de petardas. Pues eso, tres zorritas letonas de bastante buen ver con una balada de usar y tirar. Si en la gala enseñan más carne que en el vídeo pueden pasar a la final. Si no, que les vayan dando.

5. Albania. Rona Nishliu. Canción: Suus. Categoría: Tía frígida. Albania aún no se ha recuperado de su durísima experiencia bajo el telón de acero y suele enviar representantes muy sobrios. En este caso, es una especie de srta. Rottenmeyer embutida en un traje liso rigurosamente negro,y atrapada en un poliedro del mismo color (?!) La canción es lenta, dramática y aburrida. Gran voz, pero estas cosas no se mandan a Eurovisión, así que fuera, por palizas.

6. Rumanía. Mandinga. Canción: Zaleilah. Categoría: Zorrita explosiva. Sí, esta tía se llama Mandinga, nombre totalmente desconcertante. La canción es todo un homenaje a la inmigración rumana en España, y está interpretada en nuestro idioma (o algo que se le parece). El mensaje es claro: estamos aquí para quedarnos. Bueno, si todas las rumanas que vienen son como ésta no me importa. La canción en sí, soportable y gracias.

7. Suiza. Sinplus. Canción: Unbreakable. Categoría: Grupete plasta. Un temilla pop-rock absolutamente reciclable. Me recuerda a otra cosa, pero no sé a qué. Esta canción refleja la preocupante situación del rock suizo. En el vídeo sale una zorrita vestida de secretaria bastante petable, si uno se toma la molestia de buscarla.

8. Bélgica. Iris. Canción: Would You?. Categoría: Zorrita modosa. Esta tía enseñando carne y con un tema movido podría ser algo digno de ver, pero con la balada insufrible que se marca y ese modelito no hay quien la aguante. Bah, belgas, qué se podía esperar. Ni siquiera canta en francés la muy golfa.

9. Finlandia. Pernilla Karlsson. Canción: När Jag Blundar. Categoría: Pelmaza. Finlandia manda a una especie de Amy Adams fea con un violoncelista y una bailarina vestida de Campanilla haciendo el pena. Destacar que canta en finlandés, ese idioma fascinante. El temita es un petardo importante. Bombardear.

10. Israel. Izabo. Canción: Time. Categoría: Grupo friki. Estética bastante indefinible la de estos Izabo, una especie de retro campestre, o argo. Se hacen rodear de artistas circenses con pinta de psicópatas. La canción se deja escuchar, con un animado estribillo en tonos altos. Destacar sobre todo el melonar de la teclista. Quizá no pasen, pero se puede decir que los judíos han cumplido en esta edición.

11. San Marino. Valentina Monetta. Canción: The Social Network Song (Oh Oh – Uh – Oh Oh). Categoría: Pop mega-pegadizo. Llamar país a San Marino es un poco como si se independizara Benidorm, pero bueno. Curiosamente, la italiana renegada ésta se presenta con uno de los platos fuertes del festival. La primera vez que escuché la canción me pareció bastante «bah», pero tiene varios puntos a su favor: es muy pegadiza, de un tema súper-actual como las redes sociales y con una letra picante sin ser muy borrica. La tía no es guapa, pero tiene un encanto de «vecina de al lado». Si se curran una buena presentación, incluso podría ganar el concurso.

12. Chipre. Ivi Adamou. Canción: La La Love. Categoría: Dance ultra-atorrante. Lo mejor de la canción de Chipre es el vídeo, un homenaje a Blancanieves, que ahora está tan de moda. La tía, que proviene de la parte griega de Chipre, tiene bastante morbo, pero la canción es absolutamente clónica de otros 100.000 temas bailables de los últimos 15 años. Si pasa, bien, y si no, también.

13. Dinamarca: Soluna Samay. Canción: Should’ve Known Better. Categoría: Pedorra folk. La golfa ésta ha tenido el morro de poner al principio de su vídeo el momento en que la escogían como representante en la TV danesa, como para restregar la derrota a los otros. Saldrá vestida de marinerito tocando la guitarra y aburriendo a todo quisqui. ¡¡Que a Eurovisión no se va con guitarra acústica, coño!! Y ni siquiera está follable.

14. Rusia. Buranovskiye Babushki. Canción: Party for everybody. Categoría: Aberración megafreak. Los rusos ya se están cachondeando del resto de participantes. Debido a la mayoría de países y micropaíses eslavos en el continente, Rusia parte siempre con ventaja, y se han cansado tanto de ganar, con canciones buenas y malas, que han mandado papertyper a estas viejas grotescas como para ponerse hándicap. Mucho me temo que habrá que aguantarlas también en la final. El sistema de votaciones tiene que cambiar de una vez y poner a los rusos en su sitio.

15. Hungría. Compact Disco. Canción: Sound Of Our Hearts. Categoría: Tío plasta. Hungría manda a un tío, o un grupo, no estoy seguro. El vídeo muestra a dos hombres idénticos que viven en la misma ciudad, sólo que uno es un ricacho y el otro pobre de solemnidad. Profundo, ¿no? La canción, bastante aburrida.

16. Austria. Trackshittaz. Canción: Woki Mit Deim Popo. Categoría: Raperos subnormales. Los representantes de Austria llevan por nombre Trackshittaz, y e interpretan emita bastante inclasificable con reminiscencias rap que por lo menos entretiene. Los chavales son simpáticos a su manera y a sus bailarinas se les ilumina el culo, así que si pasan a la final tampoco pasa nada.

17. Moldavia. Pasha Parfeny. Canción: Lăutar. Categoría: Grupito étnico. Moldavia existe, como Teruel. En vez de mandar a una jamona local a ver si había suerte, han enviado a un grupito con una especie de polka que no desagrada pero tampoco emociona. No resultan odiosos, lo que tiene cierto mérito en esta edición.

18. Irlanda. Jedward. Canción: Waterline. Categoría: Maricones acrobáticos. Los Jedward la armaron tan gorda en la edición anterior, donde perdieron injustamente ante la ñoñísima canción bielorrusa, que los irlandeses han decidido volver a probar con ellos. El tema es peor que el del año pasado, pero estos tipos saben montar un buen espectáculo. Deberían pasar a la final con facilidad.

En fin, ya véis que no hay mucho nivel en esta semi. La mitad de la gracia del festival está en la realización y en el escenario, así que esperemos que los bielorrusos puedan ofrecer un espectáculo digno del evento, o que al menos no se derrumbe el pabellón. Sobre el resultado, con que pase la de San Marino me doy por contento. Si fulminan a las momias rusas sería la guinda del pastel. Estaremos expectantes.
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Thor: a Odín rogando y con el mazo dando


«Hijo, la has cagao.»

Thor – EEUU, 2011 – Dir: Kenneth Branagh

Atención: crítica llena de spoilers, se desaconseja leerla sin haber visto el film.

Como habrá hecho mucha otra gente, me decidí a ver Thor para poder visionar debidamente documentado la peli-evento Los Vengadores. Por las imágenes que había visto, la factura del film parecía buena, y el hecho de estar dirigida por el shakespeariano Kenneth Branagh la convertía en toda una curiosidad. Además, la particular condición de superhéroe-dios del protagonista se prestaba mucho a una obra espectacular. Una vez vista, puedo decir que se trata de una película muy curiosa: efectivamente espectacular y de agradable visionado, pero con un guión que sorprende por la cantidad de caminos fáciles que toma, como si se hubiera escrito en dos tardes con total despreocupación (¡¡pero que lleva nada menos que cinco firmas!!).

Tras una breve introducción en la Tierra, que nos sirve para conocer a la científica Jane Foster, interpretada por Natalie Portman, viajamos hasta el reino de Asgard, donde se nos relata todo el origen de Thor. La verdad es que la premisa es muy difícil de manejar (el hecho de que toda la mitología escandinava responda a hechos reales casi literalmente, y sus personajes pueden visitar la Tierra), y por ello quiero ser comprensivo, pero hay aspectos resueltos con demasiada ligereza, como veremos luego. En esta parte se nos explica que la Tierra (concretamente Escandinavia) fue invadida en tiempos de los vikingos por una raza de gigantes de hielo, invasión repelida por los asgardianos, liderados por Odín Allfather. En el tiempo transcurrido entre esa invasión y nuestros días, los dos hijos de Odín, Thor y Loki, se hicieron adultos, y ya en el presente presenciamos el momento de la coronación de Thor como nuevo rey de Asgard.

Sin embargo, la cosa se estropea: unos gigantes de hielo rompen la tregua entre planetas (o “reinos”), irrumpiendo en Asgard y tratando de robar la fuente de poder que les fue arrebatada siglos atrás. Thor monta en cólera ante la ofensa y, con un grupo selecto de amigos y su martillo mágico Mjolnir visita el planeta helado, Jotunheim, donde casi causa una nueva guerra. Extremadamente molesto, Odín lo despoja de sus poderes y lo exilia a la Tierra, donde deberá hacerse digno de su linaje o morir. Branagh se esfuerza por crear unas intrigas palaciegas más o menos creíbles, pero parece despreocupado por otros aspectos. Por ejemplo: cuando Thor llega a la Tierra, donde se topa con Natalie y su grupito de científicos, sabe hablar inglés contemporáneo -si bien con los matices cortesanos del cómic- desde el primer momento. No hay la más mínima explicación de por qué puede hablarlo, cuando no habría costado mucho decir que los asgardianos conocen todas las lenguas de los nueve reinos, o que pueden aprenderlas por medios mágicos.

Hay otros aspectos chirriantes: si los asgardianos visitaron la Tierra cuando Thor y Loki eran niños, ¿cómo es que la mitología nórdica los describe con todas sus características adultas? De hecho, hay un momento en que Thor ojea con expresión divertida un libro infantil de mitología, que si hubiera leído con más interés le habría permitido saber que su querido hermano Loki era el «dios de las diabluras», y que no debería fiarse mucho de él. Más: cuando Mjolnir llega a la Tierra, hace un gran cráter y queda intacto, pero incrustado en una roca, siendo encontrado poco después por gentes del lugar. Los lugareños, en lugar de maravillarse por ver un martillo caído del cielo, lo toman por un satélite (?!) y montan una competición a ver quién consigue arrancarlo de la roca, en plan Excalibur. La escena es graciosa, pero sinceramente, si yo viera esto, no diría que es un puñetero satélite. Y como estos hay muchos aspectos bastante mal desarrollados.


Trailer en HD.

Pero no es justo hablar sólo de las cosas malas, pues el film tiene también bastantes virtudes. Hay que destacar la excelente factura visual, con muchas cosas dignas de ver, como la propia Asgard o el puente del arcoiris y la especie de cañón interplanetario que lleva acompledo. Aparte de esto, nos encontramos a un Thor genuinamente agradable, con Chris Hemworth entrando en el papel como una mano en un guante, tanto por físico como por interpretación. Con su energía y actitud despreocupada, pese a carecer de casi todos sus poderes, realmente nos hace creer que es un ser divino caminando por la Tierra despistado pero satisfecho. Su escena sin camiseta dejará babeando a las damas casi con seguridad. Reseñar que, pese a ser australiano, no tiene ningún acento chocante, y de hecho logra captar los matices nobles del personaje. Es curioso el paralelismo que he encontrado entre esta película la ochentera Starman, de John Carpenter: en ambas hay un alienígena aterrizando en el medio oeste americano, siendo instruido en las costumbres terrestres por una dama local y con el gobierno pisándoles los talones. Sin embargo, el romance con el personaje de Natalie Portman resulta bastante forzado: no es muy creíble que una sesuda científica se enamore en apenas un día de un tipo tan ajeno a ella.

Por supuesto, el malo maloso de la historia es Loki, cuyo arco no está bien resuelto: primero resulta que en realidad es un gigante de hielo que Odín adoptó durante la guerra, pero que adquiere apariencia humana sin ninguna explicación clara (¿los poderes de Odín?). Además, resulta que al principio es fiel a Thor y sólo le tiene algo de envidia, pero al conocer su verdadero origen se convierte en una especie de psicópata, decidiendo traicionar a su hermano y aniquilar a toda la especie de los gigantes para agradar a Odín, quien ya había declarado antibelicista. Si uno se siente solo por vivir entre un pueblo que no es el suyo, exterminar a sus semejantes no parece la mejor forma de remediarlo. Pero bueno, los planes de los malos peliculeros rara vez tiene sentido. Como era de esperar, todo se resuelve en un showdown entre Loki y un rehabilitado Thor, que pone adecuado cierre a la película. Sin embargo, eché de menos alguna escena de acción adicional, y que el dios del Trueno machacara más cosas con su martillo.

En suma, para mí esta película, pese a todas sus incongruencias, es una especie de placer culpable que se degusta con gran facilidad. No estorba la abundancia de gente guapa, empezando por Hemworth y Portman, y siguiendo por el bombón Kat Dennings como la amiga friki y Jaimie Alexander como una impactante Sif. Aparece también una crepuscular Rene Russo, haciendo de esposa de Odín (un adecuado Anthony Hopkins). Destacar por último la banda sonora de Patrick Doyle, uno de los compositores épicos más destacados en años recientes. Veremos hacia dónde se mueve el personaje en Los Vengadores y en la ya anunciada secuela.
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