Ángeles Caídos: Más allá del aburrimiento


«O acabas de ver la peli o te liquido.»
«¡Sí, por favor, que termine de una vez este sufrimiento!»

Duo luo tian shi – Hong Kong, 1995 – Dir: Wong Kar Wai
Título español: Ángeles Caídos

Debo darme prisa en completar esta crítica, porque vi la película hace sólo unas semanas pero ya estoy a punto de olvidarla totalmente. O quizá sea mejor escribir así, con cierta perspectiva, para dar idea del poco poso que deja el film. Ángeles Caídos tiene la peculiaridad de estar planteada como una especie de secuela de Chunking Express, la tontísima película del mismo director sobre a que escribí no hace mucho. No aparecen los mismos personajes, pero la dinámica es muy parecida y se reutiliza a algunos actores, en los mismos o parecidos entornos.

Si algo queda claro tras ver las primeras obras de Wong Kar Wai -director que cada vez me resulta más cargante-, es que no le gusta elaborar en exceso los argumentos. Normalmente plantea una premisa sencillísima entre una o más parejas hombre-mujer y los deja moverse en su pequeño universo urbano, sin hacer cosas de gran trascendencia. La primera pareja de Ángeles Caídos está formada por una especie de mafiosos: él es un asesino a sueldo, pero no quiere saber nada del negocio más allá de apretar el gatillo, y lleva el aspecto «administrativo», encontrado los encargos y gestionandoel dinero. El único nexo de unión entre ambos es un piso destartalado que usan como base del negocio, en el que nunca coinciden físicamente por seguridad. Su único contacto desde hace años es mediante fax o mensajes de busca.

Se da la circunstancia de que, pese a su condición de hampones, ambos son guapísimos, especialmente ella, que parece recién bajada de una pasarela de moda, por físico y vestimenta. Sin embargo, debemos creernos que esta muñequita, en vez de escoger cualquier profesión que le daría casi el mismo dinero que el crímen, de forma más ética y mucho menos arriesgada, prefiere seguir con su sangriento negocio. Apesta a inversímil desde Hong Kong. Pero no sólo eso, sino que se nos cuenta que la chica está locamente enamorada de su socio, al que no ve desde hace años, e incluso es posible -este punto no está muy claro- que haya visto una única vez. Tal es su obsesión con él que incluso escudriña en la basura del piso que comparten para saber qué ha estado haciendo y se abandona a furiosos ataques masturbatorios, profusamente mostrados por Kar Wai. Todo muy creíble también. Él, por su parte, es un nihilista total, y se dedica a vivir al día sin establecer lazos con nadie, ni siquiera su socia. Su profesión sirve como excusa para meter un par de escenas de tiros a lo John Woo.

El otro protagonista masculino está interpretado por el japonés Takeshi Kaneshiro, que en Chunking Express hacía del pagafantas que compraba todos los días una lata de piña como ritual para recuperar a su novia. Aquí interpreta a un mudito («me quedé así por tomar una lata de piña caducada de pequeño», dice en un guiño a la otra película) bastante mal de la cabeza, que se dedica a recorrer la ciudad por la noche e irrumpir en negocios cerrados (una barbería, una carnicería, un puestos de helados…), ejerciendo de patrón en ausencia de los dueños. La mayoría de sus clientes lo son por obligación, aceptando sólo sus servicios tras ser amenazados físicamente. Éste es el intento de Kar Wai de hacer comedia, y aunque puede arrancar alguna sonrisa, sinceramente es bastante forzado y fallido. En un momento del film, este mudo se enamora de una amiguita suya aún más loca que él, obsesionada con una tal «Rubia» que le ha robado el novio, y a la que buscarán en un periplo surrealista por la ciudad. También se toca la relación del personaje con su padre, al cual le gusta grabar con una videocámara. Es un hombre sencillo que, pese al afecto que siente por su hijo, es incapaz de entender sus excentricidades.

No hace falta que me creáis, vedla un rato vosotros mismos.

De Ángeles Caídos hay que destacar, ante todo, que es una película lentísima, de las que consiguen el prodigioso efecto físico de dilatar el tiempo. Cuando aún no había transcurrido ni una hora de metraje, me parecía que había sido hora y media, y el tedio me había atenazado por completo. Es muy raro que me sienta tentado de dejar una película a medias, pero esta vez aguanté exclusivamente para no dejar a medias la crítica. No existe apenas interacción entre los personajes, y la que hay resulta anodina. El asesino se encuentra un día a una ex-novieta pirada a la que no recordaba y la convierte, en pseudoligue permanente, sin mucha motivación y sin que ocurra nada reseñable entre ellos. Las escenas de tiros en las que se ve envuelto parecen casi ajenas a la película, sin enmarcarla en ningún caso en el género de acción. La resolución de los tenues hilos argumentales es anodina, y deja la calidad humana de algún personaje aún peor de lo que estaba al principio.

Así pues, todo falla menos una cosa: la fotografía de, Christopher Doyle, que nuevamente es la verdadera estrella de la película. De hecho, creo que debería figurar como co-autor junto al chino, el primero aportando el espectacular despliegue visual (lo único que vale la pena de las obras que hacen juntos) y el segundo la plúmbea excusa argumental y los risibles diálogos. En Ángeles Caídos el británico supera todas sus colaboraciones anteriores con Kar Wai, demostrando una enorme maestría en la composiciónde los planos y, especialmente en el color, en esta historia integramente nocturna. Nadie que yo conozca fotografía la noche en la ciudad como Doyle. Pero desgraciadamente esto no es un corto de diez minutos que puede sostenerse en la imagen, sino un largometraje con muy poco vuelo.

Los actores son todos guapos y competentes, pero les toca trabajar con un material terrible. Puede destacarse la espectacular belleza de Michelle Reis, quien poco puede hacer por salvar su increíble papel de mafiosa. La vis cómica y el bilingüismo de Kaneshiro también merecían un mejor fin. Ángeles Caídos no funciona como ente individual ni como pareja de Chunking Express, un paralelismo por otro lado simplemente anecdótico, en lo que podríamos llamar «la bilogía del aburrimiento». La primera historia es más pastelosa y la segunda más ácrata, pero ambas son igualmente plomizas. Aún me quedan muchas obras por ver de Kar Wai, pero voy teniendo claro que es uno de los casos más flagrantes de «estilo sobre sustancia» en el cine contemporáneo.
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Fargo – Échate fama y ponte a dormir


– Hace un frío del carajo.
– ¡Yah!

Fargo – Director: Joel Coen – EEUU, 1996

En esta película, los Coen recuperan el género de thriller, que trataron con buen resultado en su primer trabajo, Blood Simple. La recepción crítica  que tuvo Fargo indica claramente que los hermanos ya se habían labrado una fama internacional a prueba de bombas, pues pese a ser un título ciertamente menor en su producción, fue uno de los más aclamados y premiados. La trama planteada es bien simple: Jerry Lundegaard, director de un concesionario de coches en Brainerd, un alejado pueblo de Dakota del Norte, desea hacerse con una elevada suma de dinero, presumiblemente para huir con él (aunque el motivo nunca se especifica). Su suegro es un hombre de negocios muy rico, así que traza el tremebundo plan de encargar el secuestro de su esposa y luego quedarse la mayoría del rescate. Un mecánico del concesionario le pone en contacto con dos matones que realizarán el trabajo, con los cuales se reúne en la localidad de Fargo (esto ocurre en la primera escena, y es la única vez que aparece este pueblo). Por desgracia para él, la pareja de criminales no destaca por su eficacia ni su escrupulosidad, y el asunto pronto tomará tintes muy siniestros y sangrientos.

La historia evoluciona poco más allá de esta premisa básica, exceptuando la investigación del caso realizada por Marge, una policía local de Brainerd. Este personaje es encarnado por Frances MacDormand, a quien su marido Joel Coen parece reservar papeles destacados cuando hace un thriller. Resulta curioso que, pese a encabezar el reparto, su personaje no aparezca hasta pasados 40 minutos, aunque luego resulta bastante interesante. En un pueblo obviamente tranquilo, donde es trabajo de policía es normalmente relajado, parece la única capaz de detectar e interpretar pistas en casos complejos, mostrando una capacidad propia de un agente de élite. La gracia del personaje está en su carácter totalmente tranquilo y bonachón, que sí concuerda con el del ambiente de la zona, y que contrasta con su astucia y perseverancia. Sin embargo, este perfil bien logrado no basta para elevar al film por encima de la rutina. Se abren vías argumentales que luego no tienen consecuencias, como los problemas escolares del hijo de Lundegaard, o la aparición de un ex-compañero de estudios de Marge con trastornos piscológicos. Simplemente parece que la inspiración no le llegó a los Coen, que añadieron un rótulo al principio del film indicando que se trataba de una historia real, para luego reconocer que no era así. Parece como si hubieran querido darle a la película una fuerza que no emanaba de su propia historia.

Esto no quiere decir que Fargo sea un film malo o aburrido: está muy bien rodado y la historia se desarrolla a buen ritmo. Huelga decir que las interpretaciones son de alto nivel, con actores de calidad como William H. Macy (Lindegaard), Steve Buscemi como delincuente chapucero y Harve Presnell como el suegro cabrón (algunos lo recordarán como el padre de Lois Lane en la serie Lois y Clark). Parece ser que Macy puso un especial empeño en obtener este papel, pero sinceramente no entiendo los motivos, a excepción de ser un personaje con mucho diálogo. Aparte de ser un tipo avaricioso y con pocos escrúpulos, no tiene excesivos matices. Destacar que, por lo visto, en esta parte de los EEUU hubo mucha inmigración escandinava, lo que hace que sus habitantes tengan un acento muy peculiar y sustituyan el «Yes» o el «Yeah» por un chocante «Yah». Aunque los actores cuidan este aspecto y lo convierten en un elemento distintivo del film, no se adivinan motivos para incluirlo, aparte de añadir cierta excentricidad. Decir que, debido a esto, tiene muy poco sentido ver la película doblada.

¿Cuál es, pues, el mensaje o el valor de Fargo? Resulta difícil decirlo. Pienso que se quiere mostrar el contraste entre personajes codiciosos o faltos de humanidad, que no dudan en delinquir o matar, y los que viven una vida sencilla, agradeciendo lo que tienen y siendo plenamente felices con ello, como la mayoría de habitantes de Brainerd. También se refleja que, una vez se inicia la senda del delito, aunque un golpe parezca sencillo, es fácil que las cosas salgan horriblemente mal (un tema frecuente en los films del género). En todo caso, la película no despega ni como thriller, ni como comedia negra, ni como estudio de caracteres, y seguramente el mayor poso que deje sea el del agradable personaje de McDormand. Correcta, premiada y olvidable.
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Una nueva oportunidad

Cada vez sigo más el consejo de aquel célebre personaje (“Haga como yo, no se meta en política”), pero no puede negarse que éste es un día particular. España ha amanecido teñida de azul pepero, un color que ya impregnaba el mapa del poder autonómico y local, con lo que los chicos de Mariano cortan el bacalao en las tres administraciones, tras muchos años de relativos sinsabores (relativos porque la casta política nunca sabe lo que es vivir mal). Hay a quien le parece fatal que un solo partido tenfa una horquilla parlamentaria tan amplia, pero este aparente dominio absoluto no es tal: aún sigue habiendo 7 millones de desorientados que votan a la PSOE, y un millón y pico aún más desorientados que, en el año 2011, votan comunismo, algo tan anacrónico como meterse en la la M-30 con un coche de caballos. Esas son, para mí, la verdaderas anormalidades, no el hecho de que un partido de centro-derecha, que lleva 20 años obsesionado con alejarse de cualquier cosa percibida como extrema, sea una opción mayoritaria.

Hago un inciso para decir que uno de los grandes retos del mundo en el siglo XXI es lograr el definitivo desprestigio y marginalización de la ideología comunista. Durante el siglo pasado, siempre que esta tendencia llegó al poder, instauró dictaduras con un nivel de control del individuo, la economía y todos los aspectos de la vida completamente inconcebibles en el estado occidental moderno. El hecho de que buena parte de los burgueses europeos ignoren esto -o quieran ignorarlo-, identificando al marxismo con un vago ideario de “igualdad” y “derechos sociales” se debe no sólo a una atroz incultura política, sino a la incapacidad de otras tendencias de explicar y promocionar sus principios. Es desolador ver a miles de chavales con camisetas de Ernesto Guevara -un demente que quería hacer la guerra atómica a EEUU y sembrar Sudamérica y África de dictaduras como la que ayudó a instaurar en Cuba-, sin que nadie les explique el ridículo que están haciendo.

Volviendo a España, el predominio pepero, como comentaba antes, no es tan extraño, e incluso podría acrecentarse. No en vano, el PSOE aún tiene con España la deuda de una refundación. Mientras Fraga vio claro hace décadas que era necesario romper los vínculos -siquiera percibidos- de Alianza Popular con la etapa anterior, los socialistas jamás hicieron el menor reproche a sus mayores, ni se dieron cuenta de que unas siglas que habían tenido como líderes destacados a antidemócratas feroces como Largo Caballero o Prieto estaban heridas de muerte. Mientras no realicen este acto de contricción, jamás serán un partido sano, y su principal motor será la búsqueda del poder. En cualquier caso, creo que la tendencia natural de este siglo -lenta pero segura- será un auge de las tendencias liberales y un retroceso de todo lo relacionado con el colectivismo, si bien siempre habrá un fuerte apoyo a las tendencias socialdemócratas. Sin embargo, todos los socialismos a pelo, marxismos y demás, deberían estar dentro de unas décadas en el cajón de las ideologías fracasadas y cuasicriminales.

¿Y qué le queda ahora al gobierno de Rajoy? Una legislatura durísima pero también, por qué no decirlo, fascinante, como cuando uno compra un piso en ruina total y tiene que reformarlo y convertirlo en una casa habitable y bonita. Actualmente cada español debe 50.000 euros al exterior, y ésa es quizá la mayor dificultad que afrontamos. Obviamente, en cuatro años no vamos a enjugar esa deuda, pero hay que lograr que España tenga el suficiente potencial para que nuestros acreedores sepan que tarde o temprano cobrarán. Los recortes han de ser drásticos, pero al mismo tiempo inteligentes, porque ésta va a ser la legislatura de la agitación social, promovida soterradamente desde la oposición (y el que no vea esto, ignora por completo las dinámicas de la España actual). Por ejemplo, no hay que cerrar el Ministerio de Cultura, sino integrarlo con el de Educación. Y no hay que eliminar las ayudas al cine, sino reformarlas por completo, por ejemplo alquilando a coste cero equipos a jóvenes realizadores, pero no dando ni un euro para el gran cine comercial (¡si es comercial, que hagan películas que vea la gente!). Y así todo, calibrando en cada decisión las reacciones de una población fácilmente manipulable.

En cualquier caso, es necesario un verdadero festival de recortes. En mi loca imaginación, algunas medidas serían: Reducir el presupuesto de TVE y las autonómicas en un 85% (o cerrarlas); fusionar todos los ayuntamientos, provincias y administraciones redundantes posibles; reducir al mínimo cualquier subsidio que no estimule el tejido productivo; eliminación de las becas a todas las titulaciones improductivas (si alguien quiere un inútil título de periodismo, que se lo pague); eliminar todos los coches oficiales excepto para presidentes, vicepresidentes y ministros; introducir el copago sanitario y graduar la gratuidad de los medicamentos según la renta; cambio en los criterios de concesión de operaciones gratuitas; prohibir la multiplicidad de sueldos de los políticos; clausurar el Senado; y devolver al estado todas las competencias que se gestionen de forma más eficiente y barata de forma centralizada.

En cuanto a medidas más políticas, reformar y agilizar la justicia: no más jueces designados por políticos, y todos los funcionarios que sobran en las autonomías destinados a justicia (ningún juicio podría resolverse en más de 12 meses, y sólo habría derecho a una apelación); castigo severo de la delincuencia reincidente; devolver la competencia de Educación al estado, con un currículo nacional homologado, y posibilidad real de elección de lengua; introducción del cheque escolar; reforma de la universidad, eliminando los nombramientos de profesores a dedo; reforma de la ley electoral; reducción notable de los gastos de empleo y despido, así como del IRPF, aumentando los impuestos indirectos (IVA), de modo que no se grave la renta sino el consumo. En cuanto a los bancos y “los mercados” -ese Satán de la izquierda-, sólo hay que impedirles que destrocen la economía (por ejemplo, dando hipotecas de dudoso cobro o prestando lo que no tienen). Y bueno, con esto creo que habría suficiente para una legislatura, aunque no creo que se llegue a hacer ni el 25%. Con todo, creo que iremos a mejor (quiero creerlo), y que España aprovechará esta oportunidad. UPyD, el partido que más decididamente ha apostado por los grandes cambios, ha logrado finalmente cinco escaños. Espero que los utilice para dar voz a todos los que pensamos que las viejas recetas ya no sirven.
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Ashes of time Redux – La película amarilla

Dung che sai duk – Dir: Wong Kar Wai – Hong Kong, 1994
Título internacional: Ashes of time

En su cuarto trabajo, Wong Kar Wai sorprendió con un giro radical, dejando de lado su habitual registro de romances intimistas e internándose en el género del Wuxia o artes marciales épicas, si lo mezcó con algunos elementos de sus films anteriores. La película se llama Las Cenizas del Tiempo y se rodó en 1994, aunque fue remasterizado y remontado en el año 2008. Esta versión -que lleva el apéndice «Redux»- es la que reseño en este artículo. El protagonista es un espedachín a sueldo de la China medieval que vive en el desierto y que nos narrará su propia historia y la de otros personajes, a menudo mediante una voz en off. Pese a su habilidad, este hombre prefiere ejercer de intermediario, buscando a sus clientes otros espadachines más proclives a la lucha.

Lo primero que llama la atención del film es su fotografía. El color jugó un papel fundamental en los títulos anteriores de Kar Wai, y Las Cenizas del Tiempo no es una excepción: Christopher Doyle vuelvó a encargarse de la cinemetografía, pero obviamente esta vez no podía jugar con las tonalidades que ofrece la ciudad durante el día y la noche. Por este motivo, decidió escoger un color principal, el amarillo del desierto, y hacerlo dominar todo el aspecto visual de la película. Doyle resalta este efecto aumentando el contraste de la imagen y utilizando filtros coloreados. El resultado es un tanto asfixiante y distractor, demasiado artificial, y supone un paso atrás respecto a la acertada fotografía de Chungking Express. Hay un problema adicional, y es la preponderancia de los primerísimos planos, que roban al espectador la necesaria perspectiva y crean encuadres poco atractivos. Si lo que buscaba Doyle era experimentar, no creo que hiciera muchos hallazgos útiles en esta película.


Trepidante.

Existen también problemas de guión, ya que se opta por una narrativa muy fragmentada: por ejemplo, primero se nos cuenta parte de la historia de un personaje, y como una hora después se nos cuenta otra parte que ha ocurrido en un punto anterior del tiempo, haciendo difícil seguir el relato. También ocurre que se menciona a alguien que aparece más tarde en el metraje, pero no resulta inmediatamente obvio que es la misma persona. Todas las historias individuales están más o menos interrelacionadas, pero ni el conjunto ni cada una por separado dejan ninguna impresión especial. Hay alguna premisa de cierto interés, pero poco más. El relato más confuso es el del personaje encarnado por Maggie Cheung, una mujer de doble personalidad que busca un espadachín para matar a un hombre que la ha despechado y también para protegerlo. El problema es que al parecer es plenamente consciente de ser ambas personas a la vez, por lo que el conflicto no resulta muy creíble. Por cierto que Maggie Cheung, una actriz de facciones peculiares, necesita estar bien maquillada para resultar atractiva, y en esta ocasión no se consiguió. Repiten en la película otros habituales de Kar Wai, con un trabajo correcto, deslucido por el guión.

El encargado de las coreografías de combate es nada menos que Samu Hung, el gran maestro chino, pero poco se puede ver de su habilidad en pantalla, debido a la deficiente técnica de rodaje: como ocurre a menudo en el género de acción (ver el artículo que precede a éste), los planos son demasiado cortos y confusos, usando incluso difuminados para empeorar las cosas. Hay batallas de varias docenas contra uno en las que gana este último, mediante el método de agitar sus armas sin ton ni son y menearse mucho, si hemos de fiarnos de la cámara de Kar Wai. Tan sólo hora y media dura el film, pese a lo cual no se logra un gran ritmo, si acaso lo contrario. Al final muy poco queda en la memoria: apenas algunos detalles, un desierto con muchísima arena y una luz anaranjada que lo inunda todo. Parece que, de algún modo, Kar Wai hubiera hecho ingerir al espectador ese vino que aparece en la historia capaz de borrar los recuerdos.
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El Ironman de Jon Fravreau: Comprendiendo el cine de acción

Planos claros, espectacularidad, interacciones creíbles… ¡ejemplar!

Iron Man 2 – Dir: Jon Favreau – EEUU, 2010

Poco después del estreno de Ironman 2, en 2010, pude leer numerosas críticas hacia la película, no poniéndola muy mal, pero sí calificándola de «decepcionante» o acusándola de ofrecer «más de lo mismo». Yo cada vez hago menos caso de lo que dice la gente sobre las películas -por generalizadas que puedan las opiniones-, y lo hice menos aún en este caso, pues el primer film me había parecido innovador y francamente reseñable en muchos aspectos. Pese a esto, las circunstancias no me permitieron ver la secuela hasta muy recientemente, y ahora veo en toda su extensión lo injusto y miope de las críticas que ha recibido esta película. Ironman 2 está lejos de «ofrecer más de lo mismo», y de hecho explora terrenos nuevos y profundiza en los hallazgos del primer film.

Hablando de ese primer trabajo, yo sólo encontré dos reproches que hacerle: por un lado, la historia del «corazón atómico» me parecía demasiado rocambolesca, y por otro la Inteligencia Artificial que asistía a Tony Stark en sus operaciones era para mi gusto demasiado avanzada y humana, imposiblemente  lejana de la tecnología actual. Algo más tarde, leyendo los cómics de Los Vengadores (¿friki yo?), me enteré de que lo del corazón atómico provenía directamente del tebeo original, por lo que sólo quedaba el ordenador cuasi pensante como pecadillo. Pero lo importante eran las muchas virtudes de la película, comenzando por su excelente cinematografía. En una era en la que los cambios de plano y la proximidad de la cámara están destrozando por completo el cine de acción, Favreau logró entregar una historia en la que el espectador podía seguir siempre con claridad la acción, como si fuera privilegiado testigo directo de la misma. Y no precisamente usando un estilo de cámara doméstica, sino con una fantástica fotografía que sacaba el mejor partido de las vistosas localizaciones.

Las innovaciones también venían por el lado argumental: Ironman ha sido una de las poquísimas películas que se atrevieron a explorar el tema del «superhéroe en el mundo real». Normalmente, los guionistas y directores esquivan este resbaladizo concepto, y siguiendo la estela de los cómics enfrentan a sus héroes contra amenazas totalmente fantasiosas, normalmente en forma de supervillanos. Sin embargo, esta vez el cuarteto de guionistas lanzó a Tony Stark contra el terrorismo de Oriente Medio, proponiéndonos una premisa mucho más rica y permitiéndonos ver qué ocurriría si alguien tuviera realmente este tipo de poderes. La secuela ahonda aún más en este realismo: no sólo vemos al héroe enfrentado a los problemas de nuestro mundo, sino las consecuencias políticas que esto genera. Al principio del film, Stark tiene que declarar ante el congreso, cosa lógica si tenemos en cuenta que, como Iron Man, está básicamente haciendo la guerra sin la cobertura del gobierno. Tras una tensa comparecencia, el magante desprecia todas las acusaciones y antes de marcharse afirma orgulloso: «¡He privatizado la seguridad nacional!». A algunos les parecerá una situación absurda, ¿pero no viviríamos algo similar si alguna corporación desarrollara un arma tan poderosa como la armadura de Stark y decidiera desplegarla por sus propios medios? Por más peros que quedamos poner, el hecho de plantear tal situación es ya muy meritorio.

Volviendo sobre el aspecto visual del film, éste contiene varias escenas difíciles de rodar y que podrían haberse resuelto muy fácilmente al estilo» Michael Bay» -engañando al espectador con un montaje en el que se apenas se adivina la acción y saturándolo con efectos de sonido, pero por suerte no fue así. Son especialmente desafiantes las secuencias donde aparece el villano Ivan Danko -interpretado por un adecuado Mickey Rourke- manejando el arma inventada por él mismo, unos filamentos cargados de energía que usa a modo de letales tentáculos. Estos tentáculos pueden hendir casi cualquier objeto con un corte limpio, un efecto espectacular pero muy difícil de mostrar de forma convincente sin cambiar el plano. Favreau, no obstante, se las apaña para mostrarnos la acción con toda nitidez, alejando la cámara y dejándonos observar lo que haría un ingenio así si existiera en la realidad. De especial mérito es la secuencia en Mónaco, con el villano irrumpiendo en medio de una carrera para destruir el coche de Stark. Esta escena, que tenía todos los números para resultar falsa y artificiosa, parece sin embargo totalmente verosímil. Favreau logra entender que cuando logras crear unos efectos de aspecto real, lo mejor es mostrarlos con el menor artificio posible.


Ejemplo perfecto de coreografía-basura. Ningún plano dura más de dos segundos ni se aleja más de dos metros.

Y si bien en este tipo de planos casi todo el trabajo es de cámara y ordenador, cuando el peso recae en los actores también se logra un estimable realismo. Me refiero especialmente al trabajo de Scarlett Johansson, notable en su papel de Nathalie Rushman/Viuda Negra. A menudo leemos historias de actores que se han sometido a severos entrenamientos físicos para dar la talla en un rodaje de acción, pero pese a ello muchas veces el montaje se encarga de ocultar sus carencias o, peor aún, minimizar una habilidad que realmente han adquirido (pienso especialmente en la calamitosa trilogía Bourne). No es el caso de Johansson, y la escena de infiltración que protagoniza asombra por la rapidez y destreza demostrada por la actriz. Nadie tiene que jurarnos que la estrella entrenó duramente, los resultados brillan en la pantalla. Cuando ya hay cierta parte del público que parece haberse cansado de la neoyorkina, minusvalorando su físico o capacidad interpretativa, me parece obvio que es una de las estrellas rutilantes de hoy día, con notable talento y una interesante carrera.


Obviamente hay trucos de cámara, pero la acción es mucho más redonda y satisfactoria.

Dejando aparte los aspectos técnicos y coreográficos, el resto de la película no desmerece: la historia tiene buen ritmo y una premisa interesante, con un malo destructor y un malo intelectual, encarnado por Sam Rockwell, actor que va haciéndose cada vez más nombre. La trama de la decadencia y alcoholismo de Stark, procedente de los cómics, está adecuadamente tratada, así como la relación con sus seres más cercanos, como Rhodey -que se ve atrapado entre las lealtades a su gobierno y a Stark- y Pepper Potts, una Gwyneth Paltrow que consigue trabajar regularmente renunciando a encabezar carteles, algo que no han sabido hacer otras estrellas de su edad. Tiene también papel preponderante la organización SHIELD y su cabeza, Nick Fury, elemento narrativo enmarcado en la película-evento Los Vengadores, que podremos ver el año que viene. Vale la pena mencionar también el personaje del guardaespaldas Hogan, que no es otro que el mismísimo Favreau, supervisando la acción desde dentro como actor secundario. Remata el film una notable secuencia de acción situada en la Feria Mundial fundada por el padre de Tony, Howard Stark, encarnado por John Slattery, conocido por su interesante papel en Mad Men.

Al hilo de esto, hay que destacar el encomiable trabajo que Marvel está haciendo para enlazar las películas protagonizadas por sus distintos héroes. Quien vea el film Capitán América después de de éste, podrá comprobar con agrado cómo la Feria Mundial que el protagonista visita está hecha con un decorado idéntico al de Iron Man 2, sólo que ambientado 60 años antes. La película del capi permite además conocer mejor la figura de Howard Stark, que desempeña un papel destacado en ella. La coherencia de Iron Man 2 con los demás films del Universo Marvel -incluyendo la escena extra de rigor- termina de redondear un excepcional producto de entretenimiento, que confirma a Favreau como uno de los nombres más importante del cine de acción actual, con un status similar al de otro especialista como Zack Snyder. Habrá que estar muy atento a sus futuros trabajos.
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La degradación de la lengua española. Parte 2: Aberraciones escritas


«Pk no t vienes sta tarde al cntro kmercial???»

En mi artículo sobre el uso hablado del español daba cuenta de una situación francamente preocupante. Esta segunda parte va a estar dedicada a la expresión escrita, que también anda en horas bajas. Puede decirse que hoy se escribe el peor español desde que la educación se hiciera universal y gratuita. Existen dos factores principales que contribuyen a esto:

– Es una forma de comunicación menos frecuente que la oral, y no estrictamente necesaria en la vida cotidiana.

– Casi toda la comunicación escrita se produce hoy día por medios electrónicos (ordenadores y teléfonos móviles, epecialmente), con los que el usuario busca la mayor inmediatez y ahorro de pulsaciones posible. Cuanto mayor la pereza del escribiente, de peor calidad será su escritura. Es muy habitual que este tipo de gente diga «puedo escribir bien si quiero», pero a la hora de la verdad demuestran ser incapaces de ello.

Vamos a repasar algunas de las aberraciones más frecuentes que se producen actualmente en el español escrito y su grado de implantación:

– «Haber» por «a ver». Diez años de escolarización obligatoria no parecen ser suficientes para evitar que un alto porcentaje de estudiantes cometan habitualmente este error que habría sonrojado a cualquier alumno del montón en «tiempos menos luminosos». El origen de este barbarismo escrito parece estar en que el escribiente se limita a transcribir fonéticamente lo que quiere decir, sin darse cuenta de que el infinitivo «haber» no tiene ninguna relación con lo que desea expresar («a ver», «vamos a ver»). Calculo que aproximadamente una cuarta parte de los menores de 20 años cometen actualmente este error, un absoluto fracaso para toda la cadena educativa. Y no por falta de recursos, sino de dedicación y rigor por parte de los maestros y por unos programas que han reducido la exigencia para el aprobado al mínimo. Afortunadamente, este error tiene nulas posibilidades de convertirse en norma, pero a pesar de ello creo que persistirá durante un largo tiempo, para vergüenza general.

– El lenguaje sms. Se trata de un fenómeno ampliamente comentado en los últimos tiempos, que quizá requeriría su propio artículo. Se carateriza porque el escribiente elimina el máximo número posible de caracteres en sus frases, sustituyéndolos por abeviaturas que desvirtúan caa vez más el mensaje. Esta costumbre qse originó en los mensajes de texto de los móviles pero que se ha extendido a todos los medios electrónicos. Así, la preposición «que» se convierte en «q» o «k», «porque» en «pq», «aquí» en «aki», etc., etc. Obviamente, esto va acompañado por un nulo respeto hacia las reglas de puntuación o acentuación, con lo que el mensaje final puede ser difícilmente comprensible. El problema seguramente no sea el lenguaje sms en sí, sino que sus vicios se traspasan a otros medios diferentes al móvil y se hacen persistentes. Es difícil que vaya a salir una nueva norma ortográfica de aquí, pero lo que sí veremos durante mucho tiempo, no sin sonrojo, es a adultos escribiendo como adolescentes, a veces incluso en comunicaciones formales. Estimo que el 80% de los escribientes se expresa de esta forma al usar medios electrónicos; sin duda es un fenómeno extendidísmo.

– Eliminación de interrogaciones y exclamaciones de apertura. Al hablante actual de español parecen sobrarle los signos de interrogación y exclamación al principio de las frases. Aunque usados correctamente son tremendamente útiles para introducir matices en las frases y marcar el ritmo del texto, se diría que la mayoría de escribientes no precisan de tales sutilezas, y les compensa más la comodidad de poner únicamente estos signos al final de las frases, como ocurre en casi todas las lenguas extranjeras. Es tal el arraigo que ha tomado esta costumbre (y por supuesto, los profesores no hacen el más mínimo esfuerzo por abortarla, quizá porque ello mismos la practican) que no me sorprendería que la academia la validara durante la próxima década, introduciendo la opcionalidad de los signos de apertura, para posteriormente incluso eliminarlos. Éste es un ejemplo de cómo copiar otros idiomas para mal. Estimo la extensión de este fenómeno en un 70% de los escribientes, acercándose al 80% en las mujeres.

– Multiplicación de signos de puntuación. La pérdida de los signos de apertura parece haberse compensado con un uso totalmente liberal de los signos de cierre, tanto interrogativos como de exclamación. Así, no es raro ver a jovencitas escribir risueñas salutaciones como «Hola!!!!!», o preguntar incrédulas «Qué me dices????». Es importante aclarar que, cuando se usan correctamente, el número de exclamaciones o interrogantes expresan un grado variable de emoción o énfasi: una exclamación indica una sorpresa moderada, dos indican gran sorpresa y tres estupefacción. Todo lo que pase de ahí resulta superfluo y decididamente antiestético. Ocurre un fenómeno similar con los puntos suspensivos, para los cuales la norma ortográfica es clara y sencilla: se usan tres puntos suspensivos, ni más ni menos, por mucho que algunos piensen que con ocho puntos seguidos se logra algún tipo de énfasis especial. La incidencia de estos fenómenos puede fijarse en un 60% de los escribientes, mayor cuanto más jóvenes son.

– La arroba como indicadora de género doble. No se puede insistir lo bastante: la arroba no es una letra del alfabeto español, y no se puede aceptar de ningún modo usarla para formar palabras. Es lamentable que, en virtud de un afán de igualitarismo lingüístico mal entendido se utilice este signo para expresar el género neutro. Desde hace siglos se usa la forma masculina con resultados satisfactorios, no por un fabulado machismo sino por simple practicidad. Además, a la hora de introducir novedades escritas en una lengua, existe la regla de oro de rechazar cualquiera que no pueda expresarse en voz alta. Y desde luego, no es aceptable leer la arroba desdoblando el género: pocas cosas hay más irritantes que sufrir una alocución plagada de expresiones como «todos y todas», «ciudadanos y ciudadanas», «españoles y españolas», etc. Hay que recordar una vez más que el uso adecuado del lenguaje y la corrección política se llevan muy mal, y es siempre preferible lo primero. La arroba es un fenómeno que parece retroceder, pero diría que entre el 40 y el 50% de los escribientes la usa en mayor o menor medida (con una indicencia mucho mayor en mujeres).

– Acentos. A diferencia de los demás errores listados en este artículo, esto es algo que viene de largo: la mala colocación de los acentos o tildes es quizá el error ortográfico más clásico. Si bien acentuar correctamente tiene su dificultad, sólo existen un puñado de reglas básicas, que pueden ser memorizadas en pocos días con algo de estudio. Los acentos son importantes no por una obsesión formalista, sino porque resulta imposible expresarse por escrito de forma clara, precisa y agradable de leer sin una correcta acentuación. Una vez más el mayor enemigo es la pereza, y el ver unas normas que en realidad no tiene mucho misterio como un muro insuperable o algo sin importancia. Últimamente la academia ha tomado medidas para simplificar las normas, algunas quizá acertadas -como eliminar la acentuación en pronombres como «este», «esta», «estos»…- y otras totalmente erróneas, como eliminarlo en el adverbio «sólo». Si bien el léxico español es muy vasto y no se puede aspirar a una acentuación perfecta en todos los casos, incido en que se puede acentuar de forma aceptable poniendo un mínimo de empeño. Estimo que tan sólo un 20% de la población es capaz de usar los acentos correctamente.

Conclusiones:

Cuando la gran mayoría de personas que han terminado la educación secundaria o el bachillerato son incapaces de completar un dictado de medio folio sin cometer varios errores ortográficos y de puntuación, la sociedad que las ha formado debe iniciar una profunda reflexión. Si este estudiante incapaz de escribir bien posee un título universitario, debe reconoerse que el sistema que lo ha formado es simplemente esperpéntico. Los daños producidos en España por nuestros planes de estudios han sido gravísimos -bien podemos hablar de una o dos generaciones perdidas-, pero más que lamentarse hay que centrarse en el futuro, en la solución a este despropósito. Y ésta tan sólo puede ser una selección mucho más estricta del personal docente, y que éste a su vez cumpla su trabajo con el rigor y la exigencia que se han desterrado de las aulas. Simplemente, no puede ser que un alumno que no lea y escriba correctamente vaya superando cursos, cuando éste debería ser el requisito básico para asimilar cualquier materia. Es imperativo suprimir la obsesión por el aprobado y sustituirla por el antiguo afán de enseñar. Además, una vez terminada la educación secundaria, es importante que los alumnos sin inquietud por el estudio pasen a aprender un oficio o al mercado laboral, para no retrasar a los que pasan a bachillerato. Si no todo el mundo vale para estudiar, que al menos los que lo hagan, lo hagan bien.

Aquí también apelaría a la responsabilidad de los padres, pero como muchos de ellos ya pertenecen a una de las generaciones perdida, malamente podrán enseñar lo que ellos ignoran. No obstante, es imprescinible un esfuerzo de todos los que comprenden lo fundamental de este asunto, y que las palabras son los ladrillos del pensamiento: sin un dominio adecuado del lenguaje, resulta imposible un desarrollo pleno del intelecto. Es desolador que el ciudadano medio sólo sepa transcribir fonéticamente su discurso hablado, sin comprender la estructura de lo que escribe, o que por desidia economice tanto los caracteres que sus escritos se conviertan en el equivalente digital de los gruñidos. La expresión correcta y la cultura deben recuperar su antiguo prestigio, o de lo contrario estaremos condenados  a ser un país zafio y rezagado durante varias generaciones más.
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The Hudsucker Proxy – El Capra de los Coen

The Hudsucker Proxy Dir: Joel Coen – EEUU, 1994
Título español: El gran salto

En esta película los Coen Bros. no abandonan el ámbito temporal de sus dos anteriores trabajos (la América de los años 30-50), pero se alejan del tono un tanto lúgubre de Barton Fink para volver a la comedia. Aunque The Hudsucker Proxy tiene buenas dosis de humor negro, se trata esencialmente una historia optimista, y de hecho cualquier espectador veterano se dará cuenta de que es un homenaje al cine de Frank Capra. De hecho, a veces el guión copia tan fielmente al modelo original que parece estar usando una plantilla, siendo la insipiración más obvia el film de 1941 John Doe (Juan Nadie). El Gary Cooper de los Coen es Tim Robbins, que al igual que el mítico actor  da vida a un hombre de orígenes muy humildes.

Norville Barnes, el personaje de Robbins, es un joven procedente de un pueblo de la América profunda, que llega a Nueva York con el sueño de triunfar en la gran ciudad, como tantos otros. Aunque busca empleo decididamente, para casi todos los trabajos se exige experiencia previa, precisamente lo que menos tiene Norbert. Finalmente, la casualidad le llevará a obtener un puesto en las poderosas Industrias Hudsucker, pero tendrá que empezar desde lo más bajo, en la infernal planta de mensajería. Sin embargo, es un joven trabajador y entusiasta, y además tiene una idea genial. Si tan sólo alguien se parase a escucharla… Pero en la última planta del edificio esas pequeñeces importan muy poco: la empresa ha alcanzado su máximo de beneficios y sigue subiendo, todo va a pedir de boca. No obstante, ese mismo día la presidencia queda vacante de forma totalmente imprevista, y el desconcierto cunde entre los directivos, que pronto podrían perder el porcentaje mayoritario de las acciones. Pero Sidney Mussburger, el vicepresidente, idea un plan en el que Norbert va a tener un inesperado e importante lugar, y que podrá significar su ruina o su fortuna.

The Hudsucker Proxy (que podemos traducir literalmente como El apoderado de Hudsucker) funciona bien como comedia, gracias a su buen ritmo y a las situaciones y personajes chocantes que presenta. Es interesante la escena del departamento de mensajería, cuna caldera de estética sucia y caótica sumida en el frenesí, donde todo el mundo habla a gritos y el trabajo tiene que estar para ayer, sin ningún tiempo para la pausa o la razón (quizá este segmento es también un homenaje, en este caso a Metrópolis). Otra escena, en la que el nuevo producto de Hudsucker logra alcanzar con gran éxito a las masas, resulta francamente cómica. Por lo demás, como mencionaba antes, el tono es muy Capra: el protagonista es ingenuo y bondadoso, pero también corrompible, en parte por las malas influencias, en parte por la propia debilidad humana. Pero como en buena película capriana, existen segundas oportunidades, que llegan de la mano de personajes redentores o de intervenciones sobrenaturales (siguiendo fielmente el modelo imitado). Hay que destacar la buena factura técnica del film, con su interesante estética decó y su eficaz evocación de la época que representa (año 1959). Es un periodo histórico que ejerce una justa fascinación, y siempre agrada verlo bien recreado. En el apartado de efectos, están logradísimas las escenas que representan la caída al vacío desde lo alto de un rascacielos.

Las interpretaciones alcanzan un gran nivel: Robbins da vida con eficacia al ingenuo Barnes, y pese a contar con 35 años se logró que aparentara muchos menos. Huelga decir que la gran estrella del film es Paul Newman, intepretando al maquiavélico Pressburger, seguramente uno de los mejores papeles de su madurez. Newman parece pasárselo muy bien en esta rara oportunidad de interpretar a un «malo», usando una voz cascada y profunda como arma de caracterización. No obstante, hay que destacar muy especialmente a Jennifer Jason Leigh, que logra robar la película en su papel de avezada periodista que intuye que tras la historia de Barnes hay algo muy raro. Es un personaje casi idéntico al de Barbara Stanwick en John Doe, y que bebe de otras fuentes clásicas de la época, como la Lois Lane de Supermán. La interpretación de Jason Leigh resulta realmente encantadora, dotando a su personaje de un habla rapidísima que marca mucho su carácter y le imprime originalidad. Igual que me ocurrió al ver a Gabriel Byrne en Miller’s Crossing, tengo la impresión de que esta actriz ha sido algo desaprovechada por la industria americana.

Siguiendo con el reparto, los amantes del cine de serie B reconocerán instantaneamente a uno de los secundarios, Bruce Campbell – protagonista de la saga Evil Dead, de Sam Raimi-, una presencia poco habitual en films de alto perfil. La explicación es que uno de los autores del guión es el propio Raimi, que tiene a Campbell como actor fetiche, y pediría incluirlo en reparto. Aquí interpreta a uno de los compañeros de la periodista, un reportero socarrón y escéptico. También tienen pequeños papeles el estupendo John Mahoney -el padre de la serie Frasier– y los habituales de los Coen Steve Buscemi y Jon Polito (que aparece aproximadamente dos segundos). También tienen cameos el mencionado Raimi y John Goodman, aunque éste último debía estar tan camuflado que sólo me enteré al ver la lista del reparto. El último cameo digno de señalar es el de la malograda sex-symbol Anna-Nicole Smith, que ilumina la pantalla en su breve aparición.

La conclusión del la historia, sin ser tremendamente original, sí ofrece las suficientes sorpresas como para rematar satisfactoriamente el film, que puede calificarse de bastante más redondo que el anterior trabajo de los Coen, Barton Fink. Puesto que el tono general y la moraleja ya se los proporcionó Capra varias décadas antes, de Hudsucker Proxy quedan para el recuerdo la estética, la interpretación de Jason Leigh y los brillantes efectos mencionados. Recomendada a los fans del señor Capra y, más generalmente, del cine americano de mediados de siglo.
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Wong Kar Wai – Chunking Express: Pagafantas chinos

Chung Hing sam lam – Dir: Wong Kar Wai – Hong Kong, 1994

En su tercera película, Wong War Kai nos muestra por primera vez la estética que se ha convertido en su marca distintiva, basada en colores vivos y de fuertes contrastes, generalmente en ambientes nocturnos. Sin embargo, por bien fotografiada que esté una película, el tiempo que puede mantener nuestra atención es bastante limitado si no existen estímulos adicionales, o así es en mi caso. En esta ocasión, Kar Wai opta por contarnos dos historias: la primera, de una duración brevísima (podría funcionar perfectamente como un corto) está protagonizada por un policía de paisano que trabaja en Hong Kong cuya novia acaba de dejarlo. Dominado por la melancolía, no puede dejar de pensar en su ex y diariamente cumple un extraño ritual consistente en comprar una lata de piña en conserva con fecha de caducidad del 1 de Mayo. Éste es el día en que cumple años, y también lo relaciona con la chica, que se llama May. Su idea es que si sigue esta rutina, de algún modo recuperará a la chica antes de esta fecha. El segundo personaje de la historia es una mujer enigmática, siempre ataviada con gafas de sol y una peluca rubia, de quien pronto descubrimos que se dedica al peligroso negocio del narcotráfico, usando como «mulas» inmigrantes indios residentes en Hong Kong.

Lo cierto es que en este segmento del film ocurren poquísimas cosas: el policía se esmera en buscar las latas que necesita para su ritual, lógicamente más escasas según se acerca la fecha, y mientras tanto busca mitigar la soledad llamando a los contactos de su agenda, tan desesperadamente que incluso llama a compañeras de primaria. Mientras, la contrabandista ve cómo sus planes se complican enormemente, y además es despechada por un occidental que trabaja en un club nocturno (o eso parece al menos, es una parte de narrativa muy confusa). Finalmente ambos personajes coinciden, en un encuentro en el que no saltan chispas precisamente.

Poco después el foco salta para centrarse bruscamente en el puesto de comida donde el policía paraba de vez en cuando. Allí conocemos a Faye, que acaba de empezar a trabajar como dependiente, y a otro policía. Este nuevo agente trabaja de uniforme, y no sabemos su nombre, sólo su código. Todas las noches compra su cena en el puesto callejero. Aunque apenas intercambian unas palabras y él no parece tener ningún encanto especial, Faye se enamora inmediatamente, pero no hay nada que hacer, porque su objeto de deseo está viviendo con una atractiva azafata. No obstante, la pareja pronto se rompe y, como pasó con su antecesor, el agente cae en estado de abatimiento, que intenta combatir conversando con los muñecos y objetos de su casa, tales como pastillas de jabón o toallas (no me lo invento). La casualidad lleva a Faye una copia de las llaves del piso del policía, y a partir de ahí empieza una dinámica un tanto absurda: ella empieza a colarse regularmente en el apartamento, limpiando y ordenando, y también cambia cosas de sitio e incluso trae algunas nuevas, pero increíblemente él no parece darse cuenta. Sin embargo, el trato entre ambos sigue siendo superfical, de «colegas», sin que ella se decida en ningún momento a declararse, prefiriendo seguir con sus inquietantes allanamientos de morada. Él, por su parte, parece incapaz superar el trauma del abandono, careciendo incluso del coraje para abrir una carta de su ex.

Llegados a cierto punto del metraje, esta historia llega a ser irritante: ni se producen avances significativos ni los personajes resultan interesantes, mostrando un comportamiento más propio de adolescentes inmaduros que de adultos. No se muestras relaciones sanas y normales entre sexos opuestos, sino hombres serviles y obsesionados con las mujeres que los dejaron. Tampoco ayudan elementos como el uso machacón del tema California Dreaming, que al parecer Faye necesita escuchar en todo momento a gran volumen. Hasta nueve veces llega a sonar en la película, un recurso más propio del cine aficionado que del profesional, contribuyendo a colmar la paciencia del ya agotado espectador. Poco se puede reprochar al trabajo de los intérpretes, que hacen lo que pueden con los insulsos personajes que se les confían. Citar como curiosidad que el primer policía es encarnado por un actor japonés, Takeshi Kaneshiro, que en algunas escenas usa su propio idioma. Tony Leung trabaja por segunda vez a las órdenes de Kar Wai, tras su enigmática aparición al final de Days of being wild, y por cierto se pasa media película en calzoncillos. Los espectadores occidentales quizá reconozcan a la cantante Faye Wong, que interpreta a la dependiente y sale muy mona, pese a su corte de pelo algo masculino. Unos años después de hacer este papel obtendría éxito internacional con el tema Eyes on me, del juego Final Fantasy VIII. Valerie Chow aporta al film su enorme atractivo, aunque su papel de la azafata es muy breve.

Chunking Express resulta, en suma, una película fallida, y sólo puede destacarse como el trabajo en que Wong Kar Wai encontró su estilo visual, por más que los groupies del director se empeñen en adjudicarle una gran categoría artística. Sinceramente, me cuesta creer que alguien con una mínima madurez emocional pueda disfrutar con este título. Si bien la excelencia visual siempre es una meta muy loable en el cine, películas como ésta son ejemplo clarísimo de que se necesita algo más para ofrecer trabajos sólidos e interesantes.
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Hermanos Coen – Barton Fink


«¿Pero qué coj…?»

Barton Fink – EEUU – Dir: Joel Coen, 1991

En su cuarta película los Coen entran en un terreno más experimental. La acción transurre en una época cercana a la de Miller’s Crossing (años 50), pero son dos films totalmente distintos. Un John Turturro con muchísimo pelo pasa de secundario a protagonista, interpretando al personaje titular. La historia es muy básica: Barton Fink, un dramaturgo que acaba de tener su primer éxito en Nueva York, recibe una oferta para pasar una temporada en Hollywood escribiendo guiones, a cambio de una más que generosa retribuición. Aunque el joven autor quiere seguir escribiendo sobre su tema fetiche, «el hombre corriente» y teme frivolizarse en California, su agente le anima a aceptar la oferta.

Fink se instala en un modesto hotel californiano, y allí intenta dar forma a su guión cinematográfico, pero la tarea le resulta mucho más difícil de lo esperado, entrando en un bloqueo creativo. Para empeorar las cosas, el ambiente del hotel no es el más propicio, pues además de hacer un calor sofocante hay todo tipo de ruidos extraños y distracciones. Pronto desubre que su vecino de habitación es el prototipo de «hombre corriente» al que tanto desea retratar con sus obras, pero aunque traba buena relación con él ignora sistemáticamente las historias que éste trata de contarle. Barton se encuentra casualmente con un viejo escritor al que admira muchísimo, afincado en California junto a su secretaria-amante, y lo ve como la persona ideal para ayudarle a romper su bloqueo. Desgraciadamente, pronto descubrirá que su tótem también se encuentra muy lejos de su estado creativo más fértil. Pero cuando el angustiado dramaturgo se ve involucrado en un horrible crimen, su crisis creativa se convertirá en una preocupación secundaria.

Seguramente el problema de Barton Fink sea que, mientras que en sus tres films anteriores los Coen tenían bastante claro lo que querían contar, en esta ocasión resulta bastante difícil saber cuál es el mensaje o idea central. Desde luego, la película es una reflexión sobre el acto de la creación literaria y la pretenciosidad que a menudo lleva emparejada, pero más allá de ahí no se aprecia ningún tema sólido, y el guión carece de la suficiente cohesión para absorber al espectador. En la última media hora se opta directamente por el surrealismo, trufando la película de una simbología totalmente críptica, que de ninguna forma puede ser significativa para el público general. Si bien la historia alcanza un desenlace, queda la impresión de que no se ha contado nada especialmente interesante, y de que una premisa con potencial ha sido desperdiciada. Si leéis alguna crítica por ahí diciendo que éste es un film profundo, lleno de todo tipo de mensajes y hallazgos, no os fiéis: os están tomando el pelo.

Lo más aprovechable de Barton Fink son las interpretaciones, especialmente la de un John Goodman que me resulta más agradable haciendo de «hombre de la calle» que en personajes más artificiosos, como el que interpretaba en Raising Arizona. A destacar también John Mahoney y Judy Davis como el escritor y su secretaria, especialmente la segunda, aunque su personaje acaba siendo desperdiciado. La ambientación es muy correcta, creando una atmósfera interesante, y todo el aspecto visual es irreprochable, mitigando un poco el errático rumbo del guión. Respecto a las anteriores películas de los Coen, repiten el protagonista Turturro, Steve Buscemi, John Polito y el citado Goodman; esta vez Frances McDormand se queda sin su papelito. En definitiva, una película que si bien no carece de mérito y se deja ver, no puedo recomendar excepto a los completistas de los hermanos neoyorkinos, a los muy fanáticos del Hollywood de principios del siglo XX o a quienes disfruten los ejercicios radicales de estilo.
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Revolución twittera


«¡Mira mami, soy inconformista!»

Es el tema del momento, el trending topic, que dicen ahora: unos cuantos miles de individuos variopintos han decidido okupar la Puerta del Sol con el único nexo común del descontento. A través de mis propias observaciones y examinando múltiples opiniones, he intentado vislumbrar qué podría haber de meritorio o duradero en este tan improvisado movimiento, y finalmente he sacado unas conclusiones bastante claras: es ésta una revolución de poquísimo peso y calado, con una fecha de caducidad tan cercana como el próximo domingo. Entiendo -de verdad lo hago- a los que quieren buscar un contenido significativo a esta protesta, remitiéndonos a su germen allá por noviembre, tras la aprobación de la ley Sinde, y nos repiten los tres supuestos puntos básicos que aglutinan a todos los que la apoyan. Lamento decir que vale más la buena voluntad de estos defensores que lo que en realidad se está cociendo en la emblemática y maltratada plaza madrileña.

Parece que, efectivamente, hay tres puntos son comunes a todo el batiburrillo ideológico de la acampada (cambio de ley electoral, separación de poderes y listas abiertas). El problema es el abundante y pesadísimo equipaje que los heterogéneos manifestantes han añadido a ese esqueleto principal. Basta con dar un rápido vistazo a la congregación para ver que, más allá de una supuesta neutralidad ideológica, hay una aplastante predominancia de las múltiples variantes de la izquierda, desde sus versiones supuestamente ligeras como las juventudes de IU (comunistas, aunque se avergüencen de decirlo) al puro y llano perroflautismo; y si nos paramos a escucharles, obviamente ya no es tan fácil estar de acuerdo con lo que se demanda. Además, para ser un grupo que supuestamente llama al debate y la reflexión, se han visto lamentables muestras de intolerancia (un «representante» de uno de los subgrupos espetaba a una reportera: «¿Sois de Telemadrid? Vete a la mierda de aquí» (sic)). Imposible también ignorar la presencia de personajes que llevan años haciendo bandera del sectarismo más insufrible, como Guillermo Toledo, y la de otros que no producen tanto rechazo, pero sí cierto sonrojo por seguir fantaseando con la revolución ya en los albores de la cincuentena, como Álex de la Iglesia.

Y claro, me dirán: lo que importa no es quién se sube al carro, quién mete ruido, sino las ideas meritorias que se están defendiendo. Pues no, al contrario: cuando se proponen modelos a la sociedad, es fundamental con quién te juntas y con quién apareces a la hora de haerlo. Las ideas son transmitidas por personas, que las avalan con su trayectoria personal. Poco o nada provechoso pueden avalar personajes como Toledo, ni tampoco ningún representante de la totalitaria y confiscatoria ideología del comunismo. ¿Cómo es posible quedarse sólo con los 200, 300 o 500 que únicamente defienden los tres puntos básicos de la protesta e ignorar a los otros 5000 que se descuelgan reclamando viviendas gratis, nacionalizaciones, servicios sociales y demás lista de la compra de los estadoadictos? La protesta-propuesta de Sol es demasiado heterogénea, carece de articulación y se sostiene en pilares demasiado frágiles, a saber: muchas personas compartiendo el mismo espacio físico, un tiempo que acompaña -de momento- y el atractivo para unos medios deseosos de llevarse algo a la boca en una campaña electoral mayormente anodina. Es una revolución de usar y tirar, que se resume en dos minutos de telediario y un puñado de tweets, transmitidos -aunque no neesariamente- desde el propio lugar de la acción, porque es «donde hay que estar». Y si se puede resumir en píldoras de 140 caracteres es porque realmente no hay más que contar. Un mayo del 68 igual de vacuo que el original, pero ni siquiera con el drama de la violencia, con smartphones en vez de adoquines.

El horizonte, como decía antes, llega hasta el domingo, día de las elecciones municipales, por supuesto violando la «jornada de reflexión», concepto por otra parte ya ridículo y obsoleto. Hay quien teme que esto no sea más que otra maniobra teledirigida para intentar amortiguar el batacazo del PSOE. No sé qué habrá de cierto, pero sinceramente lo dudo, como dudo que vaya a tener una influencia más allá de lo anecdótico en los resultados. Llegamos pues a la gran pregunta: ¿qué hacemos con nuestro descontento, a quién votamos para romper la rueda infernal del bipartidismo? Pues oye, son unas municipales/autonómicas: al que más convenga donde vivas. Si eres de Leganés, igual te molesta, entre otras cosas, que haya un busto del terrorista Ernesto Guevara en la calle; si vives en el País Vasco, quizá tu voto contribuya a frenar la definitiva deriva de la región writing an essay al totalitarismo; puede que te haga tilín el candidato a alcalde de UPyD en tu pueblo; o si miras el programa de un partido de esos que llaman de «ultraderecha», igual se identifica con tus ideas y necesidades más de lo que pensabas.

En suma: vota, a quien te salga del nabo, pero hazlo, aunque sea en blanco. Y si te sabe a poco, si piensas que así nada cambia, movilízate, pero no tocando los cojones en la Puerta del Sol: forma un grupo de canción protesta rock o punk; escribe un ensayo y cuélgalo en internet; habla con libertad y claridad a los de tu círculo; lee y fórmate; estudia una carrera de verdad y con demanda en el mercado; haz un blog como el genial «Destruir Zaragoza«; busca una idea y abre una empresa; ten hijos y edúcalos. Resumiendo, sé sociedad civil y pregúntate lo que puedes hacer, no lo que pueden hacer por ti. Y si realmente estás hasta los huevos de España, puedes intentar emigrar y empezar de cero. Tampoco estará de más recordar que la vida no es perfecta, y que crisis y descontentos ha habido siempre. Esperanza aún queda (no es homenaje a Aguirre), y cosas que hacer también; pero en las que yo haga, desde luego no tendré a los campistas de Sol como compañeros de viaje. Al acabar esta micromoda, cuando se despeje la vía pública y surjan los nuevos trending topics, sólo pido dos cosas: que devuelvan el cartel de Tío Pepe a su sitio y que Gallardón impida la mendicidad encubierta en una plaza que tras su reforma iba a ser teóricamente un lugar de solaz y paseo. A ver si de su afición a prohibir acaba saliendo algo bueno.
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