Babylon: amar el cine no basta

Título original: Babylon – EEUU, 2022 – Dir: Damien Chazelle

Confieso que las películas sobre «lo mucho que nos gusta el cine» se me hacen un tanto empalagosas, y Babylon peca algo en este aspecto. Tras explicarnos lo mucho que le fascina el cine en «La la land», Chazelle insiste y le dedica una película entera a ello, pero con un concepto poco claro: sinceramente cuesta ver qué es tan interesante o crucial de los tres protagonistas que se nos presentan para dedicarle 180 y pico minutos de metraje.

Sí, vale, es una historia sobre la primera edad dorada del cine y la dificil transición del mudo al sonoro. Es como coger «Cantando bajo la lluvia», quitarle la música, las risas, y ponerle mucho exceso y perversión hollywoodienses; el propio Chazelle lo reconoce explícitamente con sus constantes referencias a esa obra maestra. El problema es que «Babylon» es bastante peor película usando el doble de metraje y dando demasiadas vueltas por el camino: Jack no es más interesante que Don, Nellie no es más intereante que Kathy/Lina, y Manny no es más interesante que Cosmo. Se meten más farlopa, eso sí.

Chazelle le da mucha importancia a mostrar el encanto de la era del cine mudo, mostrando un megaset de rodaje donde se fliman como diez películas a la vez y donde todo apesta a falso, empezando por la absurda cercanía física entre las producciones y terminando por la orquesta completa que ambienta las escenas épicas, un gasto ridículo e impensable en películas… que no tienen sonido. La secuencia que culmina con el beso de Brad Pitt y su parteneire al final de una gran batalla es especialmente manipuladora, faltando únicamente el director saliendo con un cartelito a decir «ahora te tienes que emocionar».

Al resto del film simplemente le falta fuerza. Aunque Manny es un personaje interesante y un buen hilo conductor, nada de lo que le pasa justifica construir una megaproducción a su alrededor; da la sensación de estar viendo una miniserie de TV sobre los inicios del cine, un formato que habría funcionado mejor que una sola peli de tres horas. En el pase al que acudí había sobre todo personas mayores, y una pareja se marchó. Realmente no se lo puedo reprochar: no es que la peli sea mala, pero puede alienar fácilmente a un público que no acabe de entender qué se le está contando y al que no le gusten ciertos excesos en pantalla.

Ejemplo claro de esta indefinición es la relación entre Manny y Nellie: cuando esta acude desesperada a él en busca de ayuda, Manny le reprocha que lo único que ha hecho siempre es destrozarle el corazón. Eso no es lo que hemos visto en pantalla: de hecho Nellie es amistosa y cercana con él cuando ya es superestrella y se podría haber permitido el lujo de ignorarlo. Desconcertante que si se quería crear una mayor tensión dramática entre ambos no se lograra durante la larguísima duración de la cinta. En cambio, se tiene tiempo para alargar subtramas secundarias, como la de la china lesbiana, el músico negro o para una larga secuencia con una piscina, el desierto y una serpiente cascabel que aporta muy poco globalmente.

Se está dudando de la capacidad de Margot Robbie de atraer al público, pero en este caso no es culpa suya: el guión simplemente hace aguas y ninguna actriz triple A lo habría hecho mejor que ella. Tampoco se le puede reprochar que confiara en Chazelle, responsable último de este mamotreto bien intencionado y de buena factura, pero mamotreto. Me gustó ver en el elenco al buenazo de Lukas Haas («Único testigo») y al no menos bueno Toby Maguire.

El collage final de films deja claro que Chazelle no se ha enterado de la película (je): no sólo mete más minutaje a una peli ya excesiva sino que lo hace sin originalidad (Cinema Paradiso ya logró el efecto que busca ese escena hace años) y metiendo películas contemporáneas (Kubrick e incluso Avatar) en medio de una secuencia que transcurre en los 50. Sí, Damien, nos damos cuenta de que te gusta el cine, a nosotros también, pero eso no pintaba nada allí.

Babylon no es una peli para recaudar sólo 15 millones, pero sí una apuesta bastante mal medida que no ha salido como se esperaba, a la que le sobra fácilmente una hora de metraje. A Chazelle le toca ir a la silla de pensar si no quiere ir por el camino de Denis Villeneuve.

Black Adam: ¿Quién soy y qué estoy haciendo aquí?


¿Color? Adonde vamos no necesitamos color.

Título original: Black Adam – EEUU, 2022 – Dir: Jaume Collet-Serra

La película es muy flojita y plagia con muy poco disimulo cosas que Marvel ha hecho mejor. Transcurre en un país exótico que tiene un mineral que no se encuentra en ninguna otra parte, pero no es un plagio porque se llama Eternium en lugar de Vibranium. El país entero está dominado por una banda criminal, sin mayor explicación (??!!). ¿Hay elecciones y al menos un presidente nominal? ¿Es una dictadura, una teocracia? ¿Quién da las órdenes exactamente? Sólo sabemos que son gente «mala» y armada, con una tecnología que nunca se ha visto en el universo cinemático DC (motos voladoras), y ni siquiera se sabe si son occidentales, porque también tienen moritos y negros (pero sí se menciona que están «robando los recursos»).

El tal Black Adam resucita, se pone a matar a todo quisqui sin pensárselo mucho y más o meno ahí acaba su desarrollo de personaje. Está cinco mil años en el futuro y no le interesa lo más mínimo el estado de su país ni del mundo, ni interactuar con nadie; viniendo de la edad de bronce no le sorprende la tecnología, y usa perfectamente el lenguaje del siglo XXI. Sus dos rasgos básicos son «no soy un héroe» y «si percibo a alguien como una amenaza lo mato».

La historia de la corona con poderes y el descendiente del gobernante malvado no puede ser más tópica, se hecho docenas de veces en una variante u otra. La mamá Lara Croft-wannabe y el hijo son personajes planísimos y les dan unos diálogos espantosos, aunque hay que decir que la señora está de muy buen ver.

Lo de la Sociedad de la Justicia es de traca. Los envía a morilandia la negra de Escuadrón Suicida, y eso es todo lo que se cuenta sobre ellos. ¿Qué es la Sociedad, por qué se formó? ¿Por qué no explican que en los cómics su publicación es anterior a la Liga de la Justicia? Una vez llegan al lugar de la acción, su antagonsimo con Black Adam es una premisa intereresante, pero en la práctica tiene menos tensión que un episodio de Pocoyó, y los personajes nunca llegan a funcionar. Te meten a Hawkman en una peli por primera vez en la historia… y no explican NADA de él. No es que yo sea el más puesto en el universo DC, pero al menos sé que el personaje es de otro planeta, un Thanagariano, civilización guerrera que se ha descrito profusamente en los cómics; aquí es un tipo genérico con alas y una maza. Además, ahora es negrata, porque Dios no permita que se estrene una peli de superhéroes este siglo sin un cambio de raza. Atom Smasher, un Ant-Man de mercadillo. ¿El Doctor Fate? Pierce Brosnan está mayor, lo siento, y el personaje tal como se presenta parece una copia del Dr. Extraño, aunque exista desde bastante antes. La mejor de todos, Cyclone, intepretada por la deslumbrante Quintessa Swindell, una de esas mujeres que llevan a los hombres a matar, o a traicionar a su mejor amigo.

¿Qué se puede decir bueno de la peli? Que es entretenida dentro de su desesperada incompetencia, y que visualmente da el pego pese al aspecto tan artificial de todo. Pero tiene cosas de palmearse la cara… algunas frases eran tan malas que resoplé en el cine, cosa que muy raramente hago («su poder sale de su oscuridad»); lo de lo zombis al final salido de ninguna parte… ¿Lo del «símbolo feminista»? Sí, bueno, si fuera tan fácil movilizar a una masa Bolsonaro quizá habría tomado el palacio presidencial estos días. En fin, uno de esos proyectos que salen adelante exclusivamente como vehículos de una estrella, sin ningún tipo de plan coherente detrás. Lo mejor de todo, además de Quintessa, los últimos 30 segundos, claro; incluso parece que John Williams puede haber cobrado alguna regalía…

Dejar de comer cosas ricas no te salvará la vida

Los primeros homínidos aparecieron hace unos 200.000 años, con una dieta no muy distinta a la de los simios de la época: carne cruda, pescado y lo que pudieran recoger del suelo o los árboles. Mucho después dominaron el fuego y pudieron cocinar la carne, lo cual permitió una mandíbula más reducida y mayor espacio para la cavidad cerebral. El fuego también permitió ampliar la dieta con caldos y vegetales cocidos.

Cada paso civilizatorio amplió la dieta humana: la agricultura y la ganadería permitieron aprovechar la energía de los cereales, y con ella la de las harinas. Incorporamos un nutriente extraordinario como los lácteos. Con el tiempo, ya no bastaba con alimentarse sino con deleitarse: aprendimos a refinar el azúcar y a añadir todo tipo de condimentos a la comida, que de hecho se convirtieron en una de las mercancías más codiciadas del mundo. Con huevos, leche, harina y azúcar creamos algo que mezclaba comida y arte: la repostería.

Pasaron los siglos y, en contra de las previsiones malthusianas, resulta que la comida es algo mucho más abundante y fácil de producir de lo que nunca habríamos imaginado. Hasta el punto de que en todos los países desarrollados hay una absoluta sobreabundancia de alimentos, y con ella problemas nuevos como los hábitos de consumo compulsivo y la obesidad. Un gran número de personas se alimenta primariamente de comidas «gratificantes», excesivas en hidratos, grasas, azúcares…

Aquí es donde entran los «gurús» que de repente van a «enseñar a comer» al organismo más maravillosamente omnívoro de la creación. Alimentos prohibidos, alimentos imprescindibles, alimentos «venenosos», «superalimentos».

GI-LI-PO-LLE-CES.

Una persona con buena salud y con suficiente actividad física puede comer lo que le apetezca, dentro de unos límites razonables. Harinas, azúcares, carne, pescado, cereales… no sólo son energéticos y nutritivos, sino que nos hemos ganado el derecho a comerlos y gozarlos a lo largo de siglos domando las materias primas y las técnicas de elaboración. El que se prive de los embutidos, los cereales o los helados en cantidades moderadas pensando que va a vivir diez años más es un pobre idiota. La salud viene determinada en un altísimo porcentaje por la genética, y la china de una enfermedad grave a menudo le toca a gente sin hábitos especialmente nocivos.

Esto no quiere decir que midiendo tu dieta al milímetro, con calendarios, cetosis y su puta madre no puedas obtener beneficios si eres deportista de alto rendimiento, o reducir en un mínimo porcentaje la posibilidad de enfermar, o ganar un par de añitos de vida siendo optimistas. Pero para el 99% de los mortales, sinceramente no vale la pena. Cómete ese postre con nata, zámpate los krispis del desayuno y disfruta de unos huevos con béicon, no te va a pasar absolutamente nada si tienes un régimen de ejercicio razonable, evitas verdaderos venenos como el tabaco y no pasas sentado diez horas al día. No hemos desarrollado 30 siglos de cultura para comer como un legionario romano.

Los 11 hijos de Elon Musk


«¿Este es el séptimo… el octavo?»

– Nevada Musk, primer niño con su mujer Justine. Fallece por síndrome de muerte súbita del lactante.

– Griffin y Alex, gemelos con la misma mujer mediante fecundación in vitro. Ahora Alex se llama Vivian y ha renegado del apellido Musk.

– Kai, Saxon y y Damian, trillizos, otra vez por fecundación in vitro.

– Oonagh Paige Heard, hija de Amber Heard nacida el año pasado. El nombre no es inventado, ni la historia de cómo nació. Mientras estos dos desequilibrados estaban juntos, crearon embriones aportando óvulos y semen, y los dejaron congelados. La amiga Amber decidió implantarse uno en 2020. Antes de eso Ego la demandó exigiendo que destruyera los embriones.

– X AE A-XII (niño) y Exa Dark Sideræl (niña), con la cretina pseudocantante conocida como Grimes. El primero lo dio a luz ella y el segundo fue mediante vientre de alquiler, cuando ambos ya habían terminado la relación (posiblemente también había embriones congelados). Aunque esos son los nombres legales de los hijos, por lo visto los llaman simplemente X e Y.

– Dos nuevos gemelos de nombre desconocido, con una ejecutiva que primero trabajó en Tesla y luego en Neuralink. Ni cotiza que también se tuvieron por medios artificiales. Nacieron una semanas antes que la niña de Grimes.

Como vemos, un señor de impecable estabilidad mental e inquebrantables principios morales, perfectamente capacitado para dirigir una de las empresas con mayor valoración bursátil del mundo.

La quimera de la conducción autónoma

https://youtu.be/o7oZ-AQszEI

Con la IA y otras tecnologías siempre existe un hueco entre su estado real y la percepción que tiene el público de las mismas. En los 80 podías camelar al público con una película como «Weird Science», en la que dos chavales creaban una mujer viva usando un PC de la época, o con el cómic de los Transformers, en el que metían toda la personalidad de Optimus Prime en un disco de 3,5 pulgadas.

Los ingenieros que se enfrentan a la conducción autónoma se han encontrado que eso que parece tan fácil de predecir comportamientos es en realidad extremadamente complejo, que aparecen constantemente nuevas variables (curiosamente, la realidad de una ciudad de millones de personas es ligeramente más ramificada y caótica que la de una del GTA), y los más sinceros admiten que estamos a uno o varios saltos tecnológicos de poder soltar un coche por las calles. No se trata sólo de los humanos, ya sea a pie o en coche, sino las muchísimas variables de clima, iluminación, obras, o… la luna. Lo que viene siendo el mundo real.

Este blog de un experto en inteligencia artificial da una visión mucho más realista y honesta del estado del asunto, y sobre lo que podemos esperar en el futuro próximo.

https://blog.piekniewski.info/

Un párrafo en concreto lo resume muy bien:

«In summary, the thesis of this blog is that AI hasn’t reached the necessary understanding of physical reality to become truly autonomous and hence the contemporary AI contraptions cannot be trusted with important decisions such as those risking human life in cars. (…) In short my claim is that our current AI approach is at the core statistical and effectively «short tailed» in nature, i.e. the core assumption of our models is that there exist distributions representing certain semantical categories of the world and that those distributions are compact and can be efficiently approximated with a set of rather «static» models. I claim this assumption is wrong at the foundation; the semantic distributions, although technically do exist, are complex in nature (as in fractal type complex, or in other words fat tailed), and hence cannot be effectively approximated using the limited projections we try to feed into AI, and consequently everything built on those shaky foundations is a house of cards.»

Por supuesto, el hecho de que Tesla anunciara en su publicidad oficial que sus coches vendidos a partir de 2016 (!!!) tenían todo el hardware para conducirse solitos a cualquier parte no ha contribuido en forma alguna en desorientar al público ni consituye un caso de publicidad engañosa.

Famoso este vídeo de la época en el cual el coche va con conductor «únicamente por requerimiento legal».

Cazafantasmas: Más allá – Jason tampoco entiende (casi) nada

Título original: Ghostbusters: After life – EEUU, 2019 – Dir: Jason Reitman

Aunque tenía expectativas bajas con esta película y el trailer no era excesivamente prometedor, es imposible no tener curiosidad sobre lo que haría un director inteligente como Jason Reitman con la celebérrima franquicia que tanto éxito le reportó a su padre Ivan.

La pelicula comienza con buenas sensaciones alejando la historia de Nueva York, algo que se debió hacer desde la primera secuela (¿qué les quedaba por conseguir allí?) y fijando el escenario en uno de esos pueblos americanos que tanto atraen a Reitman Jr. Se establece la posibilidad de crear un microcosmos y de arcos personales interesantes, con niños urbanitas adaptándose a ese entorno rural.

Lamentablemente se hace poco con esa premisa, y enseguida empieza la confusión narrativa, sobre todo para alguien de fuera de EEUU. ¿Qué es la «escuela de verano» a la que ambos hermanos empiezan a acudir nada más mudarse? ¿Por qué la protagonista Phoebe, estudiante brillantísima, tiene que ir a lo que parecen clases de refuerzo o recuperación? Ahí conocemos al personaje de Paul Rudd, un sismólogo que renuncia completamente a impartir sus clases y prefiere poner películas en VHS a los alumnos, sin motivo claro (no parecen chicos conflictivos ni desinteresados). ¡Pero tranquilos, tiene una función en la historia! Resulta que el pueblo está sufriendo temblores diarios (?) sin estar en una zona sísmica, así que el profe colaborará con Phoebe para descubrir el origen de la anomalía.

La jovencísima McKenna Grace (no tiene los nombres invertidos) es sin duda lo mejor de la película, muy mona, graciosa y caracterizada para creernos perfectamente que es nieta de Egon Spengler, antiguo propietario de la granja que acaba de heredar su familia. Sus peripecias y sus descubrimientos graduales se siguen con agrado, a la espera de que todo fructifique en momentos satisfactorios de comedia/acción/resolución del misterio. Lamentablemente casi nada de todo eso llega, y según se nos descubren nuevos detalles van siendo más evidentes los debilísimos cimientos en los que asienta la historia. Una de las premisas principales (¿por qué Phoebe y su hermano jamás han oído hablar de su abuelo Spengler?) depende de presentar al bueno de Egon como un personaje despreciable y enloquecido; lo que tenía que ser un homenaje al fallecido Harold Ramis tan sólo consigue estropear la figura del extravagante genio mucho más que la secuela «Ghostbusters II».

Las escenas de acción funcionan razonablemente bien, pudiendo destacarse la persecución fantasmal del «Ecto 1» por la mitad del pueblo, aunque le falte estar arropada por una narrativa más fuerte antes y después. El tercer acto es donde el film se «vende a abajo», no en lo visual pero sí en lo argumental. No sólo están ya al descubierto todos los elementos disfuncionales de la trama, sino que lamentablemente se opta por fotocopiar casi paso por paso el clímax de la primera película, al estilo «El despertar de la fuerza», un movimiento que deja boquiabierto por la falta de creatividad y la pereza de dos guionistas supuestamente alternativos. Cuando llegan los cameos del reparto original la sensación es totalmente inorgánica y forzada, inspirando más tristeza y sonrojo que emoción. Pensad en «Indiana Jones IV» para saber a qué me refiero.

Al final del film no se detecta un solo arco significativo: Phoebe es básicamente el mismo personaje, nunca es realmente una niña tímida y marginada, sino una nerda altamente recursiva; su hermano básicamente pasaba por ahí; la madre perdona finalmente el abandono de su padre sin que se haya dado un buen motivo para ello. Este personaje, el más negativo de la película, es el que mejor indica que Reitman no ha logrado captar la esencia de la comedia original: «Ghostbusters» trata sobre unos tipos cínicos, un tanto desastrosos y al margen del sistema, pero también con enorme iniciativa, tenaces y por supuesto graciosos. Esta es simplemente una señora que odia a su papá y que tiene problemas económicos (trama que por cierto se deja colgada tras los primeros minutos; ¿buscó trabajo al menos?).

Aunque ciertamente se aprecian las buenas intenciones, de nada sirven si se respaldan con un guión perezoso, con infinitos agujeros y que deja en pésimo lugar a los personajes que supuestamente los creadores de la historia veneran.

Leo que la película ha tenido muy buena acogida entre el fandom, emocionado por la miriada de elementos del original aludidos en esta entrega, asegurando que por fin un film «hace justicia» a la franquicia. Este sin duda es uno de los fenómenos más terribles del cine actual, el de los «fanboys» que componen aproximadamente el 75% del público y para quienes la historia del cine empieza en los 70, con el advenimiento de los Coppola, Lucas y compañía. La vasta mayoría de «canales de cine» de Youtube va a dirigida a estos fans que básicamente se dedican a la masturbación mutua y a la búsqueda de «consensos».

El «consenso» sobre Cazafantasmas: Más allá, como digo, es que es una pelicula fantástica por el «respeto» al original. Pero no, ni peli de Paul Feig con reparto femenino es mala por alejarse de la primera versión, ni esta es buena por replicarla torpemente. Ambas podrían ser productos perfectamente dignos por el sencillo método de tener guiones sólidos, lograr química entre los personajes y evitar los errores más obtusos. La resolución de «Más allá» nos deja con un grupo de críos que ni con el mayor esfuerzo uno puede imaginar siguiendo los pasos del equipo original, ni por actitud ni por simple posibilidad práctica. ¿Van a perseguir los fantasmas cuando salgan del cole? Por más que este fandom pajillero ya fantasee con secuelas, creo que la única posibilidad que le queda a la franquicia es el formato televisivo, que necesariamente precisaría un «reboot».

Trump y las tres Américas

Ha pasado ya una semana desde las gringoelecciones, y si bien aún no se ha definido el ganador, el hecho es que Dónol Tromp no ha logrado la amplia victoria que algunos pensábamos merecía (de hecho, ahora mismo sólo complejos recursos y batallas judiciales podrían darle la victoria). Una presidencia americana puede valorarse de muchas formas, pero hay dos factores que suelen ser los más determinantes: la economía y la política exterior. Incluso con hacerlo aceptablemente en el primer aspecto, los presidentes gringos repiten mandato con escasas excepciones. Si desde un punto de visto objetivo Trump ha rendido notablemente en ambos parámetros, ¿cómo no ha sido capaz de imponerse claramente a Joe Biden, uno de los candidatos más flojos y menos ilusionantes que se recuerdan?

Por supuesto la cuestión es compleja, y no pretendo recoger aquí las mil variables que han contribuido a este resultado electoral (entre ellas el enorme factor distorsionador del virus, sin el cual quizá Trump habría ganado fácilmente). Pero sí quiero delinear los tres principales grupos poblacionales que apoyan/se oponen a un personaje como Trump, para tratar de aportar perspectiva a la situación. Por supuesto, existen muchísimos más grupos y subgrupos, y mi análisis es una sobresimplificación de algo tan complejo como la sociedad estadounidense, pero creo que tiene validez como descripción general.

1) El americano «de toda la vida». El Wasp y sus derivados/adyacentes que constituyen la base del país desde su fundación. Tienen los mismos valores que Supermán (Verdad/Justicia/American Way) y, aun exhibiendo la variedad propia de cualquier grup humano, no han cambiao esencialmente respecto al estadounidense medio del último siglo. Unos tienen trabajos de oficina, otros son trabajadores manuales y otros población rural, pero seguramente tienen varios puntos de encuentro, igual que un contable de Valencia que vota al PP puede tomarse unas cerves con un agricultor murciano de cualquier filiación política no radical. Este grupo incluye a las minorías que han dejado atrás su «hecho racial» y se han integrado satisfactoriamente en el resto de la sociedad.

2) El revolucionario de salón (y alguno de calle). Se concentra principalmente en las dos costas, sobre todo en tres ciudades (Nueva York, Los Ángeles y San Francisco). Hablamos de gente de clase media alta o alta que, como cualquiera que tenga el bolsillo y el estómago llenos pero no así la cabeza, empieza a sentir culpabilidad de clase y se convence de que puede arreglar el mundo mediante «políticas sociales», toda una serie de medidas tan bienintencionadas como alejadas de la realidad. El revolucionario de salón raramente trabaja con las manos, y no tiene necesariamente una idea precisa de cómo se genera la riqueza de su país; del sector indistrial le preocupa más las contaminación que los bienes que produce, y lo mismo puede decirse de la energía, un recurso que sólo es válido si se genera de forma «limpia»; de este modo, un campo de paneles solares que malamente podría alimentar una fábrica le parece más deseable que toda la industria del «fracking», la cual ha otorgado la independencia energética a EEUU.

El revolucionario de salón prototípico habita en California, y especificando más podemos situarlo en Silicon Valley, capital planetaria de la economía digital. Estas personas son jóvenes, tienen unos ingresos altísimos obtenidos a base de vender unos y ceros, y su conexión con la realidad puede ser tan tenue como fuerte es su desprecio por los valores tradicionales o todo lo que se oponga a los conceptos de «libertad total» o «cambio social». Así pues, son defensores acérrimos de la homosexualidad, el transexualismo y todo tipo de parafilias de viejo y nuevo cuño, considerando retrógrada cualquier oposición a las mismas. Sorprendentemente, un neoyorkino de inclinaciones más bien liberales como Trump se convirtió en el anticristo para ellos tan pronto como evidenció que iba a ser un firme defensor de los valores tradicionales.

3) El americano «qué hay de lo mío». Este grupo se compone principalmente de minorías autovictimizadas, junto con otras que no son tan minorías ni tan víctimas, pero que aprovechan que el Hudson pasa por Nueva York para apuntarse. 155 años tras el fin de la esclavitud y más de medio siglo tras la igualdad legal, los afrodescendientes que no han logrado tener éxito o desegregarse de los guetos se aferran a una narrativa victimista en la cual la culpa de sus problemas es siempre del «racismo sistémico» y la autocrítica es simplemente inexistente. Son grupos que aportan muy poco aparte de bolsas de pobreza y margnalidad en el país más rico del mundo, pero que no obstante votan como cualquiera, vendiéndose al mejor postor (es decir al partido demócrata) a cambio de jugosos subsidios/ventajas sociales y de no mover un milímetro la citada narrativa, que tan buenos réditos da a unos y a otros (es gracias a la misma que una muerte por sobredosis de múltiples drogas o ser abatido por disparar a un agente con su táser se convierten mágicamente en casos de brutalidad policial).

Tal como mencionaba, a estos «oprimidos tradicionales» se han unido en las últimas décadas distintos grupos, cada uno con su narrativa: las feministas nos cuentan que la mujer lleva 20.000 años sometida al hombre, y prometen la felicidad eliminando los roles de género, enmendando así la plana a la estúpida naturaleza; los homosexuales nos cuentan que la atracción por el mismo sexo no es sólo completamente normal, sino que ha de verse con simpatía y ser equiparada al 100% a la heterosexualidad, al punto de que según ellos un hombre puede suplantar perfectamente a la madre biológica de un niño sin que esto tenga la menor consecuencia psicológica para la critatura. Los ultraizquierdistas, por su parte nos cuentan que el sistema en dl que han nacido todas las generaciones de su familia y les ha garantizado un bienestar sin precedentes en realidad no es válido, y debe sustituirse en la medida de lo posible por el sistema socioeconómico más fracasado de la historia, el socialismo. La mayoría de estos últimos tiene en la revuelta callejera un barato hobby por el que raramente ha de rendir cuentas. El fanatismo de su pseudeoideología, retroalimentado grupalmente, convierte a este colectivo en algo muy parecido a una secta.

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Como vemos, sólo uno de los grupos de la gran y diversa América supone un caladero de votos natural para Trump. El grupo nº 2 contempla con enorme condescendencia al tercero, si bien a veces se interesecciona con él (un habitante del gueto normalmente no trabajará en Google, pero un trabajador de Google sí puede militar en Antifa); no obstante, une fuerzas con ellos en aras del «cambio social», que no es más que una ciega destrucción de los pilares que con más o menos fortuna han sostenido lo que venimos en llamar Occidente; no se han parado a pensar en el tipo de civilización que puede existir sin pilares que la sustenten.

Trump puede haber tenido un rendimiento excelente en lo económico, haber derrotado al ISIS y haber sido el presidente más pacífico desde la II GM, pero eso nada importa a sus detractores-enemigos, cuya obsesión máxima es vivir en un mundo que se ajuste a sus estrechos prejuicios ideológicos; preferirían vivir en una casa donde la electricidad la generara una dinamo conectada a una bici estática (aunque tuvieran que pedalear cuatro horas al día) que obtener la energía de un «insostenible» generador; el problema es que, metafóricamente hablando, son otros los que tienen que pedalear por ellos para mantener sus fantasiosas concepciones.

A la humanidad jamás le faltarán retos (el principal, garantizar alimento y calidad de vida para todos en un planeta que puede acomodar con holgura a 100.000 millones de seres humanos), pero por algún motivo América se ha empeñado en inventar problemas como el inexistente apocalipsis climático o la necesidad de cumplir hasta el último capricho de grupos ultraminoritarios. Lamentablemente, buena parte de la población y casi todos los medios de comunicación/redes sociales (lobbys poderosísimo más ocupados de modelar y exhibir un mundo ficticio que de narrar la realidad objetiva) se sienten extremadamente cómodos abanderando estas causas infantiloides, y cuando «un adulto entra en la sala», como ha sido el caso de Trump (con todos los defectos que podamos achacarle), el malestar es masivo; las formas rudas y directas del mandatario, casi sin precedentes en el líder de una superpotencia (ver vídeo de arriba), han acabado de aglutinar en su contra a toda posible oposición, incluyendo a los políticos de carrera, consagrados a la tarea de complacer al mínimo común denominador.

Es así como hace 8 días 70 millones de personas salieron a votar a Joe Biden, como podrían haber votado a una escoba si la hubieran puesto de candidata, con la esperanza de librarse del «hombre malo» que aguaba la cálida fantasía que todos ellos comparten. Si se salen con la suya, vivirán en un mundo en el que todos seremos más pobres, más tontos y estaremos más lejos del verdadero progreso, pero en el que ellos se sentirán más felices a base de pura sugestión y de confirmación mutua; modernos lotófagos que nos recuerdan lo asombrosamente poco que cambian algunas cosas.
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Ad Astra: Diferente e incomprendida


En una sala insonorizada nadie puede oír tus reflexiones.

Título original: Ad Astra – EEUU, 2019 – Dir: James Gray

Brad Pitt interpreta un astronauta hijo de otro as del espacio, considerado un héroe casi mítico y perdido hace años en una misión consagrada a la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Una emergencia que amenaza el futuro de la Tierra obliga a Brad a ir en busca de su padre, en una operación rodeada de secretos.

La película ha tenido en general una mala recepción por su tono introspectivo, taciturno y pausado. Imagino que la mayoría de sus detractores la llamarán también «lenta», pero me parece interesante establecer una distinción entra una narración pausada y otra que se hace lenta en el sentido de no avanzar (con el consiguiente aburrimiento). Ad Astra pertenece claramente a la primera categoría, y si la analizamos secuencia por secuencia apenas encontramos pausas obvias; en todo momento ocurre algo y cada escena tiene su función. Entiendo que cuando esa escena consiste en un monólogo del protagonista pasando su evaluación psicológica frente a un ordenador alguna gente se aburra, pero esto es diferente a otros films donde podemos señalar con precisión los momentos que no sirven ningún propósito o que alargan el plano sin objeto alguno (vienen a la mente ejemplos como la «Solaris» rusa o «Zodiac».)

Hablando de los monólogos de Pitt, nos encontramos ante un personaje interesantísimo, muy singular en el actual cine de masas. Se nos presenta como una persona distante, con verdaderas dificultades para sentirse a gusto entre sus semejantes, pero con la virtud de una brutal honestidad consigo mismo (si bien no con los demás). La forma en que reconoce sus carencias y conflictos puede poner al espectador ante las suyas propias, inspirándolo para realizar a su vez este sano ejercicio de autoanálisis. Todo el concepto de la evaluación psicológica automatizada resulta también muy interesante, con esos algoritmos capaces de detectar emociones en las manifestaciones externas más sutiles, y que ya prácticamente existen en nuestra realidad.

Aunque el presupuesto fue de unos 100 millones de $, se trata de un film con tono e intenciones casi de cine independiente. No obstante, tiene un componente secundario de acción-intriga bastante bien resuelto. Con todo, el género se siempre se ha prestado a la reflexión existencial, y es fácil apreciar los paralelismos con «Gravity», «2001», «Moon» o «Arrival».

Muy logrado también el personaje-concepto del padre, una presencia más bien fantasmal (la presencia real de Tommy Lee Jones en el film es en torno a los diez minutos). Un hombre consumido por la obsesión del conocimiento trascendente, por la misión por encima de todo. A medida que el personaje de Pitt se aleja del sol y se acerca a su padre, va reencontrando la empatía con el resto de humanos, dándose cuenta de que no puede convertirse en lo mismo que su progenitor, al que no obstante sigue guardando devoción. El líder obseso y megalómano no es desde luego una figura original en el cine, y a poco que el espectador se fije reconocerá otro paralelismo muy claro film con Apocalypse Now durante todo el film.

¿Qué me funciona menos de la película? Podría haber tenido más esplendor visual. Aunque la base-centro comercial de la luna es todo un hallazgo, el diseño de producción podría haber ido más allá, por ejemplo en la sala de relajación y en los interiores de las bases y naves. La fotografía granulosa (que seguramente se usa para resaltar el tono «indi») no hace favores en ese aspecto. La paleta de colores es intencionalmente melancólica, pero ese recurso encaja muy bien con la historia.

Se agradecería también más versimilitud en los efectos, sobre todo durante la escena de los rovers lunares, con esas sonoras explosiones en un entorno sin atmósfera. Creo que el público actual habría aceptado perfectamente que no hubiera sonido en esos momentos, algo que se podría haber intercalado perfectamente con transmisiones de radio, latidos de corazón, etc. (curioso que quizá el mejor momento de la película sea uno en el que hay silencio casi absoluto, desafiando la disipada atención de las salas cinematográficas modernas). Marte se presenta con la laxitud habitual: aunque son ya muchas las películas que transcurren en este planeta, nunca se reconoce su baja gravedad (un tercio de la de la Tierra) ni el frío extremo de su superficie (-60 grados celsius de media).

En fin, la película ha funcionado horriblemente en taquilla, recaudando sólo unos 30 millones en USA (la misma cifra que Rambo). Está claro que cuando la gente va a ver a «Brad Pitt en el espacio» espera algo parecido a «Interpastelar», película mucho menos interesante e infinitamente mentirosa desde su propia concepción (intentando legitimar mediante la asesoría de un Nobel de física conceptos de ciencia ficción pura y dura). Ad Astra es un excelente film, con meritorias reflexiones sobre nuestro lugar en el universo y la relación con nuestros semejantes, exigiendo solamente al espectador un mínimo de paciencia y olvidar las preconcepciones que pueda tener antes de verla. Recomendada.
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Senderos de Gloria: Kubrick se gradúa

Título original: Paths of Glory. EEUU, 1957. Dir: Stanley Kubrick

Senderos de Gloria es en mi opinión el primer film realmente notable dirigido por Stanley Kubrick, tras unos inicios dedicados más bien a “hacer músculo” en distintos géneros. Se trata de una historia sobre la guerra (concretamente, la I Guerra Mundial), pero no hace especial hincapié en la propia acción bélica, sino más bien en la moralidad de los hombres que participan en un conflicto armado.

Basado en la novela homónima de Humphrey Cobb, el argumento es sencillo, y se centra en una compañía francesa a la que se encomienda la toma de una cota casi inexpugnable, con fines principalmente propagandísticos. El capitán al mando se encuentra con un doble problema: primero liderar a sus hombres en una acción que supone una masacre casi asegurada, y posteriormente enfrentarse a las inesperadas consecuencias del ataque. Aunque las tropas que se representan son francesas, ningún personaje habla francés ni intenta imitar el acento, adoptándose la convención de que el inglés hablando por los personajes es en realidad francés.

En un cambio agradecible dentro del género, el film no describe una larga campaña militar ni engarza una batalla tras otra (pese a que los trailers puedan hacer parecer lo contrario). De hecho, sólo hay una escena de este tipo, y no especialmente gráfica. La victoria y el antagonismo con el enemigo ocupan un papel secundario, centrándose el foco en el trato de los oficiales hacia los combatientes de su ejército, y en cómo la vida de estos subordinados puede llegar a perder todo valor, bien por la ambición de quien no experimenta personalmente la batalla, bien por simple incompetencia y mezquindad no sólo de los altos mandos, sino incluso de los oficiales intermedios.

Una vez más Kubrick se encarga personalmente de la fotografía, realizando un impecable trabajo en blanco y negro. Los planos brillan por su composición y por su nitidez, si bien no se busca la grandiosidad de otras recreaciones históricas. Destaca la escena temprana del general pasando revista a sus tropas, avanzando por una trinchera en dirección a la cámara mientras esta retrocede hacia el espectador, lográndose un gran efecto de inmersión.

El drama central se presenta con efectividad, manteniendo la incertidumbre sobre el destino de unos soldados enfrentados a la sinrazón de un aparato militar deshumanizado y anacrónico. Kirk Douglas interpreta con toda solvencia al oficial protagonista, si bien es un papel diseñado para su lucimiento y que no entraña dificultad para un actor de su entidad. Su personaje representa a la parte del estamento militar que dispensa el respeto y la consideración debidos a los soldados rasos. El resto del trabajo actoral es también destacable, y entre el elenco podemos ver a Timothy Carey, un larguirucho actor de inconfundible físico que ya trabajó con Kubrick en “The killing”. Hay que destacar también a Joe Turkel, recordado especialmente por dos papeles: el del inquietante barman de «El resplandor» y el del magnate tecnológico Tyrell, en «Blade Runner».

“Senderos de gloria” no trata de ser la película definitiva sobre la guerra ni sobre el conflicto del 14 en particular, pero sí aporta un enfoque novedoso sobre esta contienda. Tiene cierto parentesco temático con “The Blue Max” (1966), que también tocaba los abusos jerárquicos durante la I Guerra Mundial, si bien con mucha menos sutileza e impacto que el film de Kubrick. Se puede reprochar a este último presentar unos personajes algo estereotipados y un guión efectivo pero lineal, sin muchas incidencias ni giros, y cuya escena final está impregnada de un sentimentalismo bastante poco convincente. Con todo, es una obra ya madura, sin los ineficaces experimentos estilísticos de la primera etapa kubrickiana ni las convenciones de género que vulgarizaban “The killing”. Douglas y Kubrick quedaron satisfechos por esta colaboración, lo que les llevaría a repetir en la siguiente película del neoyorkino, “Espartaco”.
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Kubrick: Los primeros trabajos

Las dos primeras producciones dirigidas por Stanley Kubrick pertenecen al casi extinto género del mediometraje, se filmaron en blanco y negro y contaron con un bajo presupuesto. Fear and Desire (1953) narra la historia de cuatro soldados atrapados en un bosque tras las líneas enemigas que tratan de volver con su bando, para lo cual han de atravesar un río. Por el camino tomarán como rehén a una joven con la que se cruzan accidentalmente. El film, básicamente experimental, intenta ser un drama psicológico, pero ni la peripecia de los soldados ni las reflexiones que realizan durante su viaje resultan especialmente interesantes. Uno de ellos está obsesionado con matar a un general enemigo, pero esta subtrama tampoco aporta mucho. Puede destacarse la más que correcta fotografía en blanco y negro (obra del propio Kubrick) y la belleza de la actriz Virginia Leith, pero poco más.

El verdadero interés de este film está en su realización: un Kubrick de 25 años debió apoyarse financieramente en su padre, pidiéndole dinero de su jubilación, y por esta falta de medios intentó mantener un micropresupuesto, rodando incluso sin sonido; no obstante, el resultado de esta técnica no debió convencerlo y hubo de invertir más dinero para doblar la película. Con el tiempo se avergonzó de esta primera obra, criticó duramente al guionista y trató de retirarla completamente de la circulación, conservando sólo una copia para sí. No obstante, otras dos copias sobrevivieron y una de ellas fue restaurada; puesto que al parecer el film ha caído en el dominio público, ahora verse íntegramente incluso en Youtube. Poco sospechaba el fallecido director que esta opera prima de la que renegó podría ser vista gratuitamente por millones de personas. Considerando que la película sólo dura una hora, tampoco se pierde mucho visionándola, aunque sólo sea por curiosidad cinéfila.

Killer’s Kiss (1955) pertenece al género negro, aunando varios tópicos del mismo: el boxeador humilde que trata de salir adelante, la mujer similarmente desesperada, ambos personajes compartiendo sus miserias, el hampón que se interpone en el camino del protagonista… Quienes hayan visto películas como The Hustler, con Paul Newman, reconocerán el patrón. La fotografía es nuevamente el punto más destacado de la película, con varias tomas interesantes de la Nueva York de los 50, pero la historia no logra despegarse de su convencionalismo, y pese a su corrección general lo cierto es que el film causa poco impacto. Podemos considerarlo otra obra formativa de Kubrick, en el que nuevamente se agradece la brevedad, con unos comedidos 67 minutos.

The Killing (1956), conocida en España como «Atraco perfecto», es el primer largo propiamente dicho de Kubrick (una hora veinticuatro minutos), y pertenece al género “atracos”, concretamente el de las cajas de un hipódromo localizado en San Francisco. La banda que lo perpetra está formada por atracadores profesionales y trabajadores del hipódromo que desean abandonar la mediocridad de su vida, y está encabezada por un curtido ladrón que desea retirarse y llevar una vida tranquila junto a su prometida.

Estamos nuevamente ante una película que se ciñe a los patrones de su género, más lograda que Killer’s Kiss pero sin destacar a mi juicio en nada especial. Debido a una imposición de la productora contra los deseos de Kubrick, se utiliza el primitivo recurso del narrador en off, con una voz de locutor radiofónico que explica la acción y los antecedentes de cada personaje con bastante poca sutileza. La película sufre claramente por ello, pero la trama es razonablemente interesante y no puede hacer ningún reproche especial a la globalidad del film. Un punto original para la época es que la narración no es completamente lineal, pues una vez se inicia el golpe se nos muestra su desarrollo varias veces, cada vez desde la perspectiva de un personaje. United Artists pensó que esto podría causar confusión al expectador, y esto explica la narración en off mencionada. Al igual que en films similares, se resalta que incluso el plan más brillante puede peligrar por cualquier detalle inesperado, fruto de la mala suerte, la ignorancia o la debilidad de carácter de alguno de los bandidos.

Sterling Hayden interpreta con solvencia el personaje principal, un ladrón curtido pero con un punto de vulnerabilidad. El resto del reparto tampoco desentona, con la excepción de Marie Windsor, cuyo aspecto aspecto demasiado maduro para el papel que interpreta, una “femme fatale” que lleva a la desesperación a su marido, el humilde cajero del hipódromo. En suma, una película estimable pero correcta sin más, que al igual que sus antecesoras no permite adivinar la llegada de las rompedoras obras firmadas más adelante por el neoyorkino.
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