Bloguero en Nueva York. Segunda Parte

Prometí en la anterior entrega hablar de lo malo de la simpar Nueva York. Lo primero sin duda es el Metro, asfixiante y degradada red de túneles que nadie puede querer tomar asiduamente si no es por necesidad. Lo de «asfixiante» no es una forma de hablar: realmente puede hacer mucho calor dentro de los vagones, empeorando mucho la calidad del viaje. Además, su esquema es realmente complejo, el más complicado que nunca haya visto, debido sobre todo a que por una misma vía circulan trenes de distintas líneas y tipos (express y no express); por ello, a veces es inevitable consultar con el personal de las estaciones para descubrir cómo llegar a nuestro destino. Tampoco puedo alabar la actual tarjeta reutilizable, que en cada recarga me que intenté me borró el saldo remanente, cosa auténticamente inaudita. Sólo puedo alabar dos cosas de esta red: su funcionamiento las 24 horas y la belleza de la estación Grand Central, ese gran nodo pegado al Chrysler Building. Pero incluso su majestuoso vestíbuloestá algo deslucido, pues en las constelaciones estelares representadas en su techo la mayoría de bombillas están fundidas; una verdadera lástima.

Hay otro aspecto que ensombrece la Gran Manzana: la basura. Es tal la cantidad de desperdicios que generan los ocupadísmos negocios de la ciudad que el visitante contempla asombrado cómo se se ha renunciado a intentar contenerlos. Así, al caer la noche, las bolsas de plástico negro se van acumulando en enormes pilas directamente sobre las aceras, en espera de los servicios de recogida. Fue esto lo que más me asombró en mi primera noche, caminando por la larguísima Broadway, además de cruzarme con el mismísimo Ben Stiller, que caminaba solitario yendo o viniendo de algún sitio. Quizá Nueva York sea una ciudad donde se paguen pocos impuestos, pero el problema de mantenimiento es flagrante. Sin duda sus mejores inversiones serían rescatar el metro y un sistema de recogida de basuras subterráneo, aunque imagino que esto último no gustaría a la red de indigentes que dedican la noche a escarbar en las negras montañas de plástico, ni a las bien comidas ratas -del tamaño de cachorros de gato- que veía jugar en una calle cercana a mi hotel.

Puedo suponer que la península es un sitio que no gustará mucho a los amantes de la igualdad racial. Sin duda la mezcla es casi infinita, pero con una segmentación absolutamente nítida: no existe tal cosa como un dependiente de de raza blanca, salvo rarísimas excepciones: todos los puestos poco cualificados (en mostradores, cajas, taxis, etc.) están ocupados por personas de raza negra, u ocasionalmente latina. ¿Dónde están los muchachos y muchachas blancos, o los acomodados de cualquier etnia? Supongo que encerrados en las oficinas, desempeñando puestos de consultor, contable, ejecutivo… la «cultura del éxito» es muy palpable, como lo es la sensación de «rueda de hámster» tan comentada por distintos autores. El lugar donde más se capta esto es en Central Park, repleto de carritos de niños que sólo muy raramente son empujados por las madres de los pequeños. Tal tarea es delegada en las nannys -típicamente, mujeres latinas de mediana edad-, que ejercen la crianza de facto, mientras las madres biológicas se encuentran en algún rascacielos «triunfando». Ninguna otra imagen de la ciudad es más triste, ni evidencia más la gran mentira que puede ser el éxito.

Sobre el parque en sí, sin duda es enorme y admirable, y seguro que ha servido de cantera a grandes jugadores de los New York Yankees, pero por algún motivo que no acierto a definir no me acabó de llenar. Necesitaría una segunda visita para hacerle justicia, aunque me atrevo a aventurar que es un lugar mejor para visitar en compañía. Destacar el muy coqueto torreón que hace de estación metereológica y los bancos situados frente a una de sus masas de agua: cada uno tiene una placa metálica que cualquier ciudadano puede dedicar a un ser querido, imagino que pagando una buena cantidad al ayuntamiento. Señalar también que está repleto de ardillas totalmente domesticadas.

Matizo que la segmentación racial descrita para mí no es ni buena ni mala: simplemente es. Frente al blandísmo pensamiento contemporáneo de que todas las etnias son iguales e intercambiables, la realidad, tozuda, se empeña en compartimentarlas y separarlas, según las inclinaciones, cultura o posibilidades de cada una: en los bazares o en los «Delis» (pequeñas tiendas de comida) te atienden indios, en los Dunkin Donuts negros y en los carritos de comida callejera árabes, sin que nadie levante una ceja por ello. Por cierto que estos carritos-puestos metálicos son idénticos a lo largo de toda la ciudad, y quien los fabrica debe estar ganando mucho dinero. En ellos puede comprarse el clásico perrito, pero sobre todo están dedicados a la comida árabe, con los típicos kebabs y durum (allí llamdos «gyro»), el falafel, el arroz oriental… la imagen del americano gordo vendiendo perritos debió extinguirse hace décadas, todo lo contrario que los almacenes Macy’s, que parecen anclados en el pasado, pero para mal. Quizá sean el rincón más feo de toda la ciudad, pese al asombro que causan sus escaleras mecánicas, ¡¡con escalones de madera!!, por las que parece que en cualquier momento podría aparecer el mismísimo Don Draper.

Y por no dejar el tema racial, Nueva York desde luego es una ciudad muy, muy judía: en cualquier rincón se pueden ver instituciones identificadas como tales (igual que hacen las sectas masónicas, algo realmente chocante para un europeo), y no suele ser difícil identificar a la población hebrea, ya que aparte de sus rasgos físicos distintivos muchos de sus varones lucen la kipah. Esto me lleva a uno de los lugares donde la distinción étnica es más llamativa de toda la ciudad, la tienda de electrónica B & H, donde prácticamente todos los vendedores son de fe judía (aunque no necesariamente blancos), inconfundibles por la kipah y el pelo en tirabuzones. No es una tienda cualquiera, por cierto: se ofrece la ultimísima tecnología (impresoras 3D, por ejemplo), los precios son muy buenos y el cuidado al cliente exquisito, con fuentes de agua y copas de caramelos dispuestas regularmente para hacer más agradable la visita.

Los judíos son un pueblo que me despierta sentimientos ambivalentes: por un lado son increíblemente talentosos y trabajdores (la citada tienda es un ejemplo), pero por otro tremendamente cargantes, acaparadores y excéntricos. Me resulta difícil calcular la cantidad de traumas que habrá causado entre sus varones la estética ortodoxa que a muchos de ellos se les impone, decididamente estrafalaria y completamente prescindible, pues ni el peinado ni el tocado de la cabeza tienen nada que ver con la espiritualidad. Los hijos de Israel parecen decirnos que no están dispuestos a adaptarse a los goyim ni a mezclarse con ellos, que debemos aceptarlos tal como son sólo porque tienen talento. Pero me temo que mientras no estén dispuestos a realizar un esfuerzo y disminuir la rigidez y el hermetismo hacia el exterior que los caracteriza -sin por ello perder su identidad- siempre serán mirados con desconfianza por el resto del mundo, sin importar las toneladas de victimismo tras las que se parapetarse. Puede ver un ejemplo tremendamente llamativo de tal tensión en el edificio adyacente al rascacielos del New York Times, de cuya fachada colgaba este cartel.

Quiero volver a los aspectos luminosos de Nueva York describiendo dos momentos de profunda emoción: el primero es el viaje en el ferry de Staten Island, una experiencia que toda persona que ame las ciudades debe tener una vez en la vida. Técnicamente, el ferry es algo tan prosaico como un transporte de trabajadores, que pasan de la citada isla a Manhattan, y viceversa; lo que lo hace tan magnífico es que, además de ser gratuito, bonito y cómodo, ofrece la vista más maravillosa posible del Bajo Manhattan y pasa casi al lado de la isla de Ellis, donde nos espera la consorte del Empire State, la legendaria Estatua de la Libertad. El paseo dura unos 25 minutos por trayecto, y si hace buen tiempo resulta simplemente delicioso, siendo el atardecer quizá el mejor momento para realizarlo, para volver a Manhattan ya de noche (se puede aprovechar para dar una vuelta por Staten Island, aunque no parece tener nada especial). Algo muy llamativo es que la estatua, pese a su innegable belleza, parece bastante pequeñita desde los aproximadamente 100 metros de distancia a los que pasa el ferry.


El cronista en su hotel de mala muerte.

Otro momento especial fue cuando, el último día, recordé que no había visitado el edificio que había hecho las veces del Daily Planet en ese pequeño milagro de 1978 llamado Supermán, sitio que localicé tras una rápida búsqueda por internet (inciso: los locutorios son casi inexistentes en Nueva York, pero todos los Starbucks tienen wifi abierto: si tienes necesidad de una conexión urgente, acércate a un Starbucks). En la calle 42 me aguardaba «The News Building«, un lugar que la magia de Geffrey Unsworth hizo parecer bastante más impresionante de lo que realmente es. No obstante, verlo en persona, poder pasar a su interior y pasear junto al globo terráqueo del vestíbulo fue intensamente emotivo y evocador de aquel extraordinario film (para el cual había un pequeño recuerdo en el mismo vestíbulo). Sin duda uno de los mejores momentos de mi estancia en Manhattan.

Aquel día, sin embargo, ya sentía mi alma un tanto pesada, quizá por esa orfandad que uno siente cuando entrega las llaves del hotel y sabe que esa noche ya no tendrá a dónde volver. Además, la maravillosa Nueva York (y cualquier gran ciudad) puede caérsete encima poco a poco cuando eres un extraño que se mueve por sus calles amándola, pero sin un objetivo definido. Allá donde esté, toda persona necesita tener su lugar, una ocupación, un círculo social, sobre todo en en urbes como ésta, en las que son necesarios ingresos tan altos para tener calidad de vida. Es necesario también un muy buen nivel de inglés, sin el cual siempre se será un ciudadano de segunda.

Dejé atrás Nueva York rumbo al sur del continente cargado de impresiones, emociones y recuerdos indelebles. Quedó para otra ocasión visitar la periferia (Queens, Brooklyn), ir al cine y, sobre todo, a uno de los musicales de Broadway. Probablemente Manhattan nunca sea mi hogar, pero sí un lugar al que volver más de una vez; el pináculo de nuestra civilización, terrible y maravilloso. Realmente, allí uno siempre tiene la sensación, muy real, de que cualquier cosa puede ocurrir. Gracias por existir y por esperarnos siempre, Nueva York.
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Bloguero en Nueva York. Primera Parte


Manhattan Oeste desde el Empire State Building.

Nueva York es, probablemente, la mayor creación que ha salido o saldrá nunca de mano humana. Difícilmente cabe pensar que cualquier otra gran urbe de la historia, ya sea París, Londres, Babilonia, Constantinopla o la mismísima antigua Roma, se le acerquen en términos de belleza, tamaño, majestuosidad y vida. Yo puedo esforzarme, con mis muchas limitaciones, en explicar todo lo que me ha transmitido la península de Manhattan, pero ciertamente no es una ciudad para explicarla, sino para experimentarla.

Aterriza uno en el JFK y le resulta llamativo lo modesto de la estructura, nada que ver con aeropuertos punteros del mundo como el Charles de Gaulle, el de Oslo o el mismísimo Barajas. Se trata de una estructura antigua y acaso obsoleta, aunque claro, ellos siempre pueden decir “Hey, this is New York airport, bitches!” De lo que sí puede presumir es de ofrecer la primera visión de la apabullante “skyline” de Manhattan. Al vislumbrarla, uno confirma que está por fin en el centro del mundo. El metro lleva en algo más de media hora al corazón de la ciudad, y he de decir que no es una buena presentación de la misma. De hecho, es con mucho el más feo y destartalado que he visto nunca, con unas estaciones que ofrecen casi siempre un aspecto viejísimo y desolador. Las primeras desde el aeropuerto semejan simples apeaderos de un pueblo portuario, y en las siguientes, hasta completar unas 12, resulta totalmente excepcional ver a una persona de raza blanca en los andenes. Es la zona de las castas bajas, que gravitan alrededor de la Gran Manzana.

Tan sólo cuando penetramos en la península, pasado Brooklyn, comienza el oropel de la ciudad, y bajándonos en cualquiera de las estaciones céntricas nos podremos sumergir plenamente en el mismo. Yo emergí en la Séptima Avenida, cerca de Times Square, y fui muy afortunado: es probablemente uno de los rincones que mejor aúna sofisticación, encanto y dinamismo de toda Nueva York. Aprovecho para alabar la admirable organización urbanística de la ciudad: Manhattan está surcada por una gran cuadrícula en la que las vías horizontales se llaman calles, y las verticales –más anchas, generalmente- avenidas. Hay 12 Avenidas numeradas cruzando en la península, con la Primera –la de las Naciones Unidas- en el Este y la Décimosegunda en el Oeste, complementadas por otras avenidas con nombres más distintivos, como la Lexington, la Park y la Madison. Las “calles” son más de 100, y se dividen en dos grupos: todo lo que queda a la izquierda de la Quinta Avenida es la parte “West” (Side Story), y lo que está a la derecha es el “East”. Cuanto más bajo es el número que da nombre a la calle, más al Sur estamos. Y en cuanto uno entiende este dibujo tan maravillosamente sencillo -tan sólo roto por esa anomalía llamada Broadway- puede orientarse casi sin ningún problema por la ciudad. Por ejemplo, si estás en la Tercera Avenida con la Calle 18 Este y tienes que ir a la Sexta con la 54 Oeste, sabes que simplemente tienes que moverte hacia el Noroeste y acabarás encontrando tu destino. ¡¡Qué diferencia con nuestro caótico sistema de direcciones, lleno de nombres asignados arbitrariamente, a menudo premiando a personajes muy poco ejemplares!!

Algo que asombra al empezar a caminar por la ciudad es que, contra todo pronóstico, los peatones son los reyes. No es que no haya coches en Manhattan, claro; hay miles y miles, y desde luego son muy importantes, pero cuando hay que decidir quién tiene prioridad de paso en un cruce no hay discusión posible: el peatón siempre va primero. Incluso si en el semáforo ha aparecido la manita que indica al caminante que debe parar, si éste cruza de todos modos, el coche se aguanta y se espera. Jamás se le toca el claxon urgiéndole a que se dé prisa; seguramente se considera una enorme descortesía. La única excepción es cuando un taxi llega a toda máquina desde una calle transversal y pita como diciendo “¡¡que voy follaaaoooo!!”, más que nada para no llevarse a nadie por delante. En todo caso, se diría que una pija neoyorkina podría cruzar la península de Norte a Sur hablando por su móvil y no tendría que preocuparse mucho por ser atropellada. Una gran idea para conocer la ciudad es recorrer al menos un tramo de cada avenida y degustar los distintos ambientes, desde el decididamente popular de los números medios de la Primera o la Segunda Avenida a la suntuosidad de la Quinta, Sexta, Séptima y Broadway. En general, cuanto más lejana la Avenida del eje central, menos glamourosa, aunque no hay reglas fijas.


La magnífica Park Avenue.

Si algo define a Manhattan es el tamaño, el colosal tamaño de casi todo, que abruma al espectador, empezando, claro está, por los edificios, claro. Y ni siquiera necesitamos buscar los más emblemáticos ni los de las mayores empresas: en todas y cada una de las calles de la ciudad encontraremos construcciones descomunales, ya sea para albergar oficinas, comercios o simples apartamentos. Realmente, es inevitable preguntarse el por qué de semejante escala, si esos volúmenes eran realmente necesarios. Pero sospecho que la época en la que se creó el grueso estos edificios –principios del siglo XX- lo importante no era si algo era necesario, sino si era posible. Eran tiempos de experimentación, de ambición, de sueños concebidos y realizados. Más grande, más alto, más impresionante. Muchos dicen que el siglo XX fue nefasto, ¿pero por qué no proclamar que tuvo muchas cosas maravillosas? El espíritu efervescente, ingenuo e imparable que levantó Nueva York, la ciudad más extraordinaria de la historia, no tiene nada que ver con nuestro mundo actual, temeroso, acomplejado, atenazado. Ojalá ahora tuviéramos una fracción de la vitalidad y la visión de aquellos pioneros.

Por supuesto, el rey de Nueva York es el Empire State Building, que se alza majestuoso en un emplazamiento atípico, la Quinta Avenida, superando con mucho a todos sus pétreos vecinos. Y aunque hay varios colosos en la ciudad que lo desafían en altura y belleza, él siempre será el padre de la Gran Manzana, gracias a su simbolismo, su armonía –parece protegernos con esos sólidos hombros- y su inigualable emplazamiento. King Kong sabía lo que se hacía. Pero no quiero olvidarme de los “primos” del Empire: edificios como el Chrysler, probablemente el más bello de la ciudad y exponente máximo del Deco, quizá la corriente estética más afortunada de la historia; la Freedom Tower, que ha sustituído exitosamente a las añoradas Torres Gemelas; o el GE Building del Rockefeller Center, la aguja vertical más asombrosa en la ciudad del asombro. Ninguna otra construcción de Manhattan ofrece tal sensación de altura y poder, hasta el punto de crear auténtico sobrecogimiento, especialmente observada de noche. Ni siquiera necesita el Prometeo forrado de oro de la base para lograr tal efecto, aunque ciertamente es una buena adición.

Otro lugar apabullante, y no por la altura, es Times Square, el cruce de caminos en el cual late el corazón de la ciudad. Times Square anega por completo los sentidos con una explosión de luz e imagen en movimiento, la fantasía desatada de cualquier publicista. Tras haber estado en otros grandes cruces comerciales del mundo como Piccadilly Circus o Shibuya, puedo decir tranquilamente que ni se acercan a Times Square; su escala y espectacularidad se antojan inalcanzables. Lo único que desluce su esplendor –aparte de las ocasionales obras- son los dichosos pedigüeños disfrazados de personajes de cine y TV, tal como ocurre con la madrileña Puerta del Sol; es una atracción que sólo pueden seducir a los espíritus más vulgares, y que para colmo no pasa ningún filtro de calidad, estropeando la estética de la plaza en nombre de la tolerancia mal entendida. Más valdría a estos espantajos emplearse en puestos igual de poco cualificados, pero más dignos, como los taxis a pedales de Central Park (me sorprende que ningún progre haya puesto el grito en el cielo por una imagen tan políticamente incorrecta como la de un negro transportando a pedales a dos e incluso tres blancos). Porque Nueva York ciertamente tiene sus sombras, pero de eso y más os hablaré en la siguiente entrega.
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Informe Eurovisión 2014

Llegó la Prima Vera y con ella el mayor espectáculo musical del planeta: ¡¡Eurovisión!! Como gran hecsperto en el Festival, voy a daros mi opinión sobre todos los participantes de este año 2014.

Empezamos por Albania, básicamente porque es el primer participante en orden alfabético. Este país es bastante imprevisible, y para esta edición manda a una zorrita llamada Hersi con un temilla pop de medio ritmo, «One Night’s Anger«, bastante atorrante. La tal Hersi está un poco gorda aunque trate de disimularlo en sus «glamour photos», y encima no tiene tetas, así que va inmediatamente al pelotón de las olvidables.

El participante de Armenia, Aram MP3 entra en la categoría «blandengue con traje de sport», con una cancioncilla muy floja, «Not alone«, que en el minuto 2 intenta sorprender con acelerándose un poco (esto en el escenario irá acompañado de petarditos), pero francamente insalvable. Y sí, el tío se hace llamar «MP3», lo que da idea de su entidad intelectual y artística.

Ammm, Austria. Conchita Wurst. Es un travesti. Con barba. No puido, lo siento.

Azerbaiyán (land of fire) manda lo que viene siendo una MILF, Diana Kazimova (29 años), con el temita «Start a fire», basado en el piano y el violín, muy bien cantado pero algo rollete. Tolerable y gracias.

Bielorrusia envía a un muchacho llamado Teo y su parteneire rubia (teñida), con el tema «Cheesecake». El tío tiene un aire simpaticote y la canción no está mal. Si en el escenario sigue el mismo rollo sexy-divertido del vídeo con la rubiaca, puede ser una de las sorpresas.

Bélgica manda a un tenor gordo con smoking que canta una ñoñada llamada «Mother«. ¿Hace falta decir más? Fusilar.

El representante de Dinamarca es un moro acompañado de su cuerpo de baile, defendiendo un temita de descriptivo nombre, «Cliché love song» (aunque realmente es menos cliché que otros de este año). El numerito tiene seis cantantes-bailarines en escena y se deja ver, pero no mucho más (aunque contarán con la ventaja de jugar en casa).

Estonia manda a otra MILF, de nombre Tanja y origen ruso. La mujer tiene una voz destacable, muy grave, pero su tema, el bailable «Amazing«, sin ser horrible, no deja de ser bastante genérico. En fin, gracias por lucir palmito.

La Antigua República Yugoslava de Macedonia, un «país» con evidentes problemas de identidad, manda en consonancia a una señora andrógina llamada Tijana, con la canción «To the Sky«, normalilla pero con cierta fuerza, y que puede dar juego en el escenario. Tijana en teoría es cellista, pero no usa el instrumento en esta canción.

Finlandia presenta a unos blandengues de estética Depechera y nombre Softengine (muy adecuado), con el temilla Something Better. Sí, obviamente tenemos cosas mejores que hacer.

Si pensábais que en esta edición había pocos frikis (dejando aparte la travesti), tranquilos: Francia manda al simpático grupo Twin Twin, que entra perfectamente en la categoría (por cierto que ni son dos ni son gemelos; es un trío de un negro y dos blancos). Su tema se llama «Moustache» (Bigote) y viene acompañado de un divertido vídeo, rollo película de Will Ferrell. Me gusta.

¿Qué puede llegar musicalmente de un país como Georgia? Pues este año un peculiar tema llamado «Three minutes to Earth» que mezcla sensibilidades folk, jipis y tirolesas (?), interpretado por el grupete The Shin & Mariko, cuyos miembros tienen bastante pinta de sindicalistas. En fin, al menos son diferentes.

Alemania manda a un trío de zorritas llamado Elaiza, un tanto peculiar: una toca el acordeón, otra el contrabajo y otra canta. El tema se llama «Is it right» y es inmediatamente olvidable. Yo a estas chicas las veo más futuro en el mercado escort, la verdad, sobre todo si mantienen esa estética.

Grecia presenta a un duo llamado «Freaky Fortune», acompañado de un tal «Risky Kidd», con el temita «Rise up«. Aunque los grupos de guaperas me dan mucha pereza y Grecia ha enviado cosas mucho mejores, la canción es movidilla y no está mal.

Hungría manda a un mulato con una canción sobre el maltrato (esto rima). Pues vale. Siguiente.

Los participantes de Islandia son un grupo llamado Pollapönk (sí). Su animado tema, «No Prejudice«, es un himno al gayerismo en toda regla, pero cantan en chándal y son graciosos. Hemos visto cosas peores.

Irlanda presenta a un tía semi-buena, Kasey Smith, que va en plan cantante seria y tal. Dudo mucho que con su tema «Heartbeat» los isleños vayan a recuperar glorias pasadas.

La representante de Israel se llama Mei Finegold (curiosos los apellidos judíos, je), y con su voz grave y quebrada interpreta el tema «Same Heart«. El vídeo es llamativo sobre todo por el corpiño que luce la moza, y la canción no es qu eme vuelva loco, pero creo que responde bastante a las sensibilidades actuales del festival. Puede que gane y todo.

Italia , igual que Macedonia, manda a una andrógina, llamada Emma Marrone. Este mujer de dura expresión tiene cierto gusto por los modelitos extravagantes rollo Alask, y llega con un rock llamado «La Mia Cittá«. Bueno, no está mal, a lo mejor hace un buen chou.

A mí siempre me gustó más Latveria -el principado del Doctor Muerte- que Latvia (también conocida como Letonia), pero desgraciadamente es un país ficticio. Los representantes de Letonia este año son un grupo de alemanes llamado Aarzemnieki, con el temita «Cake to Bake«, una cosa en plan «Viva la gente». Bah.

La cantante que representa a Lituania tiene un nombre tan normalito como Vilija Matačiūnaitė, y va de rollito oscuro- alternativo. Su tema se llama «Attention«, y la gracia del número es que lleva una falda de gasa y el bailarín que la acompaña se mete debajo como en posición de chuparle el coño. Por lo demás, muy obviable.

¿Por qué participa Malta en Eurovisión? Pues no sé, y menos viendo a sus representantes, otro grupete de pseudo-jipis sin el menor interés con un temilla anti-bélico, «Firelight«.

Moldavia nos manda a una aspirante a gordibuena llamada Cristina Scarlat, con la canción «Wild Soul«, acompañada de un artístico vídeo (sale el crédito del director y todo). Como veis, este año abundan las voces femeninas graves y la temática filogótica. No está mal, pero como es moldava no creo que supere la semi la pobre.

Es ver el careto del representante de Montenegro y que te dé pereza. El tipo se llama Sergej Ćetković, y su canción, muy lenta, «Moj Svijet«. Para eso haber enviado a Mijatovic.

El tipo gordete de Noruega también inspira pereza. Lleva tatus en los brazos tipo futbolista y canta una cosa realmente aburrida llamada «Silent Storm«, al son del piano. Mal Noruega, muy descarriada.

¡Polonia! Si este no es el puto mejor vídeo de la historia de Eurovisión, yo no sé lo que es. Sus representantes son un duo llamado Donatan & Cleo, la canción se llama «My Słowianie» y la idea detrás del clip es mostrar a zorritas megamacizas en el entorno rural polaco, ataviadas con trajes tradicionales y realizando tareas de granja tales como batir mantequilla o amasar pan, de la forma más sensual posible. También beben leche, la cual se les derrama accidentalmente (je) por la barbilla. La canción es graciosa y el vídeo, ciertamente, per-fec-to. Huelga decir que los banco a muerte, pero no sé muy bien la acogida que tendrán en esta era neopuritana.

La chicuela enviada por Portugal, Suzy, nos dice «Quiero ser tua«, con un tema sencillo y bastante más animado que lo que suele mandar el país de las toallas y de Mau. Creo que gustará bastante.

Rumanía presenta nada más y nada menos que a Paula Seling y Ovi, un duo ocasional al que adoro desde su participación en 2010 con la maravillosa «Playing with fire«, que por desgracia no ganó. Paula es una de las rumanas más guapas y encantadoras que se despachan, y Ovi también un tipo de lo más majo. Juntos forman una especie de alternativa pop a Pimpinela, y su tema de este año, «Miracle«, es bastante peor que el de su anterior participación, pero yo los apoyo.

Con Rusia siempre hay la expectativa de si mandarán maricas o pibones. Este año se han decidido por el rollito teen con dos gemelitas, las hermanas Tolmachevy. Su tema se llama «Shine«, es bastante tolerable y sorprende lo adulto de la voz de las jóvenes hermanas. Como son muy monas y Rusia chupa votos de toda su zona de influencia, quedarán muy arriba, como siempre.

En el 2012, San Marino mandó el simpatiquísimo tema «The social network song«, muy bien interpretado por Valentina Monetta. Como quedaron tan contentos con ella, la volvieron a mandar en 2013 con una canción mucho peor, y en 2014… insisten de nuevo con ella (no habrá muchos cantantes en San Marino). Pero en vez de volver al pop divertido, le dan otro tema difícilmente defendible, «Maybe«. Una pena.

Eslovenia presenta a otra oscurilla que toca la flauta travesera, una tal Tinkara Kovač con un tema pestiño llamado «Round and Round». Pues vale.

España, la madre patria, ha escogido a este año a la desconocida Ruth Lorenzo, mujer de buena voz que tendrá muchos partidarios entre los fans de las gordibuenas. El problema es el de siempre: en vez de escoger a especialistas en pop pegadizo como Guille Milkyway, Mónica Naranjo o Melody, enviamos gente con poca personalidad y temas absolutamente mediocres, que de ningún modo pueden triunfar en la vorágine eurovisiva. Incluso cuando acertamos con el representante -como cuando mandamos a las Ketchup-, les damos una canción horrísona. El problema de «Dancing in the rain» no es su breve estribillo en inglés (¡¡ya ves tú, como el 90% de participantes!!), sino el ser un tema instantáneamente olvidable.

Suecia presenta a una de sus millones de MILFs, Sanna Nielsen, digna representate de las maduritas que desgraciadamente defiende una balada pésima, «Undo«. Pero bueno, como ganaron hace dos años con Eileen pueden vivir de las rentas.

Suiza suele presentar canciones bastante malas, y este año no es una excepción. Salvo sorpresa, el tal Sebalter y su temita Hunter of Stars, con sus sonidos de banjo, pasará sin pena ni gloria por Copenhague.

Holanda envía a Alex y Christina en versión atorrante, bajo el nombre The Common Lynnets. Participan con el tema «Calm after the storm«, aunque se podían haber quedado perfectamente en los países bajos, componiendo algo más interesante.

Siempre esperamos grandes cosas (zorritas) de Ucrania, y su representante de este año, Maria Yaremchuk, no decepciona. Esta morena de rompe y rasga se presenta vestida de hombre con el animado tema «Tick Tock» (no confundir con el de la guarrilla masónica Ke$ha). Sin ser un número revolucionario, lo tiene todo para quedar en buenos puestos. La banco.

Y llegamos al último participante, el eternamente frustrado Reino Unido, que se presenta con la desconocida Molly, una mujer que sería MILF si no fuera por su dificilísima nariz. Su temilla se llama «Children of the Universe«, y como es fácil deducir por el nombre se trata de otra ñoñería de hermanamiento ecuménico con nulas posibilidades de ganar. Pobre Royaume-Uni.

En fin, esto es lo que hay, amigos. ¿Nivel musical de esta edición? Bajo, francamente, igual que el año pasado, aunque es verdad que los temas te van calando cuanto más los escuchas. ¿Nivel zorril? Medio tirando a alto. Mi super-favorita para ganar es Polonia, y simpatizo con Bielorrusia, Francia, Ucrania y Rumanía. ¡Veremos! Las semis empiezan el 6 de Mayo.
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Intereconomía estrena «Pablo Escobar, el patrón del mal»

Escobar

Intereconomía TV estrena este domingo, 16 de Junio, la excepcional serie Pablo Escobar, el patrón del mal, centrada en la figura de este narcotraficante colombiano, sin duda el más célebre y poderoso que ha exisitido. Aunque sería fácil caracterizar a Escobar como un villano absoluto, se trataba de un personaje con muchos matices y de enorme inteligencia, que no se preocupó únicamente de su lucro personal, sino de favorecer también a los que le rodeaban. Esto le valió un gran apoyo entre la población, y aún hoy muchos lo idolatran y dejan flores sobre su tumba.

Esta serie, que Intereconomía emitirá todos los domingos a las 22:00, narra la historia jamás contada de Escobar, desde sus primeros años. Ya de niño demostraría que no le importaba arriesgarse si la ganancia valía la pena, vendiendo a sus parientes las respuestas de los exámenes escolares. Unos años más tarde, aseguraría a sus amigos que si no había ganado un millón de pesos antes de cumplir los 25 se pegaría un tiro. Y el método que usó para lograrlo fue traerse hasta Colombia los dólares de las clases acomodades estadounidenses, vendiéndoles lo que él mismo llamaba veneno, la cocaína cultivada en su país.

Gracias a sus excelentes valores de producción y a la calidad de sus guiones, Pablo Escobar, el patrón del mal, cosechó un éxito espectacular entre la audiencia colombiana, siendo seguido el estreno de la serie por más de 11 millones de espectadores. Las interpretaciones son otro de sus puntos fuertes, especialmente la de Andrés Parra en el papel de Pablo Escobar. Tanto es así, que el principal lugarteniente del capo, apodado El Popeye, aseguró que viendo la serie le parecía estar escuchando de nuevo a su patrón. Si desea conocer mejor la guerra contra las drogas que ha marcado el continente americano durante las últimas décadas y profundizar en la fascinante figura de Escobar, no falte a su cita con esta serie todos los domingos en Intereconomía TV.

Una nueva oportunidad

Cada vez sigo más el consejo de aquel célebre personaje (“Haga como yo, no se meta en política”), pero no puede negarse que éste es un día particular. España ha amanecido teñida de azul pepero, un color que ya impregnaba el mapa del poder autonómico y local, con lo que los chicos de Mariano cortan el bacalao en las tres administraciones, tras muchos años de relativos sinsabores (relativos porque la casta política nunca sabe lo que es vivir mal). Hay a quien le parece fatal que un solo partido tenfa una horquilla parlamentaria tan amplia, pero este aparente dominio absoluto no es tal: aún sigue habiendo 7 millones de desorientados que votan a la PSOE, y un millón y pico aún más desorientados que, en el año 2011, votan comunismo, algo tan anacrónico como meterse en la la M-30 con un coche de caballos. Esas son, para mí, la verdaderas anormalidades, no el hecho de que un partido de centro-derecha, que lleva 20 años obsesionado con alejarse de cualquier cosa percibida como extrema, sea una opción mayoritaria.

Hago un inciso para decir que uno de los grandes retos del mundo en el siglo XXI es lograr el definitivo desprestigio y marginalización de la ideología comunista. Durante el siglo pasado, siempre que esta tendencia llegó al poder, instauró dictaduras con un nivel de control del individuo, la economía y todos los aspectos de la vida completamente inconcebibles en el estado occidental moderno. El hecho de que buena parte de los burgueses europeos ignoren esto -o quieran ignorarlo-, identificando al marxismo con un vago ideario de “igualdad” y “derechos sociales” se debe no sólo a una atroz incultura política, sino a la incapacidad de otras tendencias de explicar y promocionar sus principios. Es desolador ver a miles de chavales con camisetas de Ernesto Guevara -un demente que quería hacer la guerra atómica a EEUU y sembrar Sudamérica y África de dictaduras como la que ayudó a instaurar en Cuba-, sin que nadie les explique el ridículo que están haciendo.

Volviendo a España, el predominio pepero, como comentaba antes, no es tan extraño, e incluso podría acrecentarse. No en vano, el PSOE aún tiene con España la deuda de una refundación. Mientras Fraga vio claro hace décadas que era necesario romper los vínculos -siquiera percibidos- de Alianza Popular con la etapa anterior, los socialistas jamás hicieron el menor reproche a sus mayores, ni se dieron cuenta de que unas siglas que habían tenido como líderes destacados a antidemócratas feroces como Largo Caballero o Prieto estaban heridas de muerte. Mientras no realicen este acto de contricción, jamás serán un partido sano, y su principal motor será la búsqueda del poder. En cualquier caso, creo que la tendencia natural de este siglo -lenta pero segura- será un auge de las tendencias liberales y un retroceso de todo lo relacionado con el colectivismo, si bien siempre habrá un fuerte apoyo a las tendencias socialdemócratas. Sin embargo, todos los socialismos a pelo, marxismos y demás, deberían estar dentro de unas décadas en el cajón de las ideologías fracasadas y cuasicriminales.

¿Y qué le queda ahora al gobierno de Rajoy? Una legislatura durísima pero también, por qué no decirlo, fascinante, como cuando uno compra un piso en ruina total y tiene que reformarlo y convertirlo en una casa habitable y bonita. Actualmente cada español debe 50.000 euros al exterior, y ésa es quizá la mayor dificultad que afrontamos. Obviamente, en cuatro años no vamos a enjugar esa deuda, pero hay que lograr que España tenga el suficiente potencial para que nuestros acreedores sepan que tarde o temprano cobrarán. Los recortes han de ser drásticos, pero al mismo tiempo inteligentes, porque ésta va a ser la legislatura de la agitación social, promovida soterradamente desde la oposición (y el que no vea esto, ignora por completo las dinámicas de la España actual). Por ejemplo, no hay que cerrar el Ministerio de Cultura, sino integrarlo con el de Educación. Y no hay que eliminar las ayudas al cine, sino reformarlas por completo, por ejemplo alquilando a coste cero equipos a jóvenes realizadores, pero no dando ni un euro para el gran cine comercial (¡si es comercial, que hagan películas que vea la gente!). Y así todo, calibrando en cada decisión las reacciones de una población fácilmente manipulable.

En cualquier caso, es necesario un verdadero festival de recortes. En mi loca imaginación, algunas medidas serían: Reducir el presupuesto de TVE y las autonómicas en un 85% (o cerrarlas); fusionar todos los ayuntamientos, provincias y administraciones redundantes posibles; reducir al mínimo cualquier subsidio que no estimule el tejido productivo; eliminación de las becas a todas las titulaciones improductivas (si alguien quiere un inútil título de periodismo, que se lo pague); eliminar todos los coches oficiales excepto para presidentes, vicepresidentes y ministros; introducir el copago sanitario y graduar la gratuidad de los medicamentos según la renta; cambio en los criterios de concesión de operaciones gratuitas; prohibir la multiplicidad de sueldos de los políticos; clausurar el Senado; y devolver al estado todas las competencias que se gestionen de forma más eficiente y barata de forma centralizada.

En cuanto a medidas más políticas, reformar y agilizar la justicia: no más jueces designados por políticos, y todos los funcionarios que sobran en las autonomías destinados a justicia (ningún juicio podría resolverse en más de 12 meses, y sólo habría derecho a una apelación); castigo severo de la delincuencia reincidente; devolver la competencia de Educación al estado, con un currículo nacional homologado, y posibilidad real de elección de lengua; introducción del cheque escolar; reforma de la universidad, eliminando los nombramientos de profesores a dedo; reforma de la ley electoral; reducción notable de los gastos de empleo y despido, así como del IRPF, aumentando los impuestos indirectos (IVA), de modo que no se grave la renta sino el consumo. En cuanto a los bancos y “los mercados” -ese Satán de la izquierda-, sólo hay que impedirles que destrocen la economía (por ejemplo, dando hipotecas de dudoso cobro o prestando lo que no tienen). Y bueno, con esto creo que habría suficiente para una legislatura, aunque no creo que se llegue a hacer ni el 25%. Con todo, creo que iremos a mejor (quiero creerlo), y que España aprovechará esta oportunidad. UPyD, el partido que más decididamente ha apostado por los grandes cambios, ha logrado finalmente cinco escaños. Espero que los utilice para dar voz a todos los que pensamos que las viejas recetas ya no sirven.
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La degradación de la lengua española. Parte 2: Aberraciones escritas


«Pk no t vienes sta tarde al cntro kmercial???»

En mi artículo sobre el uso hablado del español daba cuenta de una situación francamente preocupante. Esta segunda parte va a estar dedicada a la expresión escrita, que también anda en horas bajas. Puede decirse que hoy se escribe el peor español desde que la educación se hiciera universal y gratuita. Existen dos factores principales que contribuyen a esto:

– Es una forma de comunicación menos frecuente que la oral, y no estrictamente necesaria en la vida cotidiana.

– Casi toda la comunicación escrita se produce hoy día por medios electrónicos (ordenadores y teléfonos móviles, epecialmente), con los que el usuario busca la mayor inmediatez y ahorro de pulsaciones posible. Cuanto mayor la pereza del escribiente, de peor calidad será su escritura. Es muy habitual que este tipo de gente diga «puedo escribir bien si quiero», pero a la hora de la verdad demuestran ser incapaces de ello.

Vamos a repasar algunas de las aberraciones más frecuentes que se producen actualmente en el español escrito y su grado de implantación:

– «Haber» por «a ver». Diez años de escolarización obligatoria no parecen ser suficientes para evitar que un alto porcentaje de estudiantes cometan habitualmente este error que habría sonrojado a cualquier alumno del montón en «tiempos menos luminosos». El origen de este barbarismo escrito parece estar en que el escribiente se limita a transcribir fonéticamente lo que quiere decir, sin darse cuenta de que el infinitivo «haber» no tiene ninguna relación con lo que desea expresar («a ver», «vamos a ver»). Calculo que aproximadamente una cuarta parte de los menores de 20 años cometen actualmente este error, un absoluto fracaso para toda la cadena educativa. Y no por falta de recursos, sino de dedicación y rigor por parte de los maestros y por unos programas que han reducido la exigencia para el aprobado al mínimo. Afortunadamente, este error tiene nulas posibilidades de convertirse en norma, pero a pesar de ello creo que persistirá durante un largo tiempo, para vergüenza general.

– El lenguaje sms. Se trata de un fenómeno ampliamente comentado en los últimos tiempos, que quizá requeriría su propio artículo. Se carateriza porque el escribiente elimina el máximo número posible de caracteres en sus frases, sustituyéndolos por abeviaturas que desvirtúan caa vez más el mensaje. Esta costumbre qse originó en los mensajes de texto de los móviles pero que se ha extendido a todos los medios electrónicos. Así, la preposición «que» se convierte en «q» o «k», «porque» en «pq», «aquí» en «aki», etc., etc. Obviamente, esto va acompañado por un nulo respeto hacia las reglas de puntuación o acentuación, con lo que el mensaje final puede ser difícilmente comprensible. El problema seguramente no sea el lenguaje sms en sí, sino que sus vicios se traspasan a otros medios diferentes al móvil y se hacen persistentes. Es difícil que vaya a salir una nueva norma ortográfica de aquí, pero lo que sí veremos durante mucho tiempo, no sin sonrojo, es a adultos escribiendo como adolescentes, a veces incluso en comunicaciones formales. Estimo que el 80% de los escribientes se expresa de esta forma al usar medios electrónicos; sin duda es un fenómeno extendidísmo.

– Eliminación de interrogaciones y exclamaciones de apertura. Al hablante actual de español parecen sobrarle los signos de interrogación y exclamación al principio de las frases. Aunque usados correctamente son tremendamente útiles para introducir matices en las frases y marcar el ritmo del texto, se diría que la mayoría de escribientes no precisan de tales sutilezas, y les compensa más la comodidad de poner únicamente estos signos al final de las frases, como ocurre en casi todas las lenguas extranjeras. Es tal el arraigo que ha tomado esta costumbre (y por supuesto, los profesores no hacen el más mínimo esfuerzo por abortarla, quizá porque ello mismos la practican) que no me sorprendería que la academia la validara durante la próxima década, introduciendo la opcionalidad de los signos de apertura, para posteriormente incluso eliminarlos. Éste es un ejemplo de cómo copiar otros idiomas para mal. Estimo la extensión de este fenómeno en un 70% de los escribientes, acercándose al 80% en las mujeres.

– Multiplicación de signos de puntuación. La pérdida de los signos de apertura parece haberse compensado con un uso totalmente liberal de los signos de cierre, tanto interrogativos como de exclamación. Así, no es raro ver a jovencitas escribir risueñas salutaciones como «Hola!!!!!», o preguntar incrédulas «Qué me dices????». Es importante aclarar que, cuando se usan correctamente, el número de exclamaciones o interrogantes expresan un grado variable de emoción o énfasi: una exclamación indica una sorpresa moderada, dos indican gran sorpresa y tres estupefacción. Todo lo que pase de ahí resulta superfluo y decididamente antiestético. Ocurre un fenómeno similar con los puntos suspensivos, para los cuales la norma ortográfica es clara y sencilla: se usan tres puntos suspensivos, ni más ni menos, por mucho que algunos piensen que con ocho puntos seguidos se logra algún tipo de énfasis especial. La incidencia de estos fenómenos puede fijarse en un 60% de los escribientes, mayor cuanto más jóvenes son.

– La arroba como indicadora de género doble. No se puede insistir lo bastante: la arroba no es una letra del alfabeto español, y no se puede aceptar de ningún modo usarla para formar palabras. Es lamentable que, en virtud de un afán de igualitarismo lingüístico mal entendido se utilice este signo para expresar el género neutro. Desde hace siglos se usa la forma masculina con resultados satisfactorios, no por un fabulado machismo sino por simple practicidad. Además, a la hora de introducir novedades escritas en una lengua, existe la regla de oro de rechazar cualquiera que no pueda expresarse en voz alta. Y desde luego, no es aceptable leer la arroba desdoblando el género: pocas cosas hay más irritantes que sufrir una alocución plagada de expresiones como «todos y todas», «ciudadanos y ciudadanas», «españoles y españolas», etc. Hay que recordar una vez más que el uso adecuado del lenguaje y la corrección política se llevan muy mal, y es siempre preferible lo primero. La arroba es un fenómeno que parece retroceder, pero diría que entre el 40 y el 50% de los escribientes la usa en mayor o menor medida (con una indicencia mucho mayor en mujeres).

– Acentos. A diferencia de los demás errores listados en este artículo, esto es algo que viene de largo: la mala colocación de los acentos o tildes es quizá el error ortográfico más clásico. Si bien acentuar correctamente tiene su dificultad, sólo existen un puñado de reglas básicas, que pueden ser memorizadas en pocos días con algo de estudio. Los acentos son importantes no por una obsesión formalista, sino porque resulta imposible expresarse por escrito de forma clara, precisa y agradable de leer sin una correcta acentuación. Una vez más el mayor enemigo es la pereza, y el ver unas normas que en realidad no tiene mucho misterio como un muro insuperable o algo sin importancia. Últimamente la academia ha tomado medidas para simplificar las normas, algunas quizá acertadas -como eliminar la acentuación en pronombres como «este», «esta», «estos»…- y otras totalmente erróneas, como eliminarlo en el adverbio «sólo». Si bien el léxico español es muy vasto y no se puede aspirar a una acentuación perfecta en todos los casos, incido en que se puede acentuar de forma aceptable poniendo un mínimo de empeño. Estimo que tan sólo un 20% de la población es capaz de usar los acentos correctamente.

Conclusiones:

Cuando la gran mayoría de personas que han terminado la educación secundaria o el bachillerato son incapaces de completar un dictado de medio folio sin cometer varios errores ortográficos y de puntuación, la sociedad que las ha formado debe iniciar una profunda reflexión. Si este estudiante incapaz de escribir bien posee un título universitario, debe reconoerse que el sistema que lo ha formado es simplemente esperpéntico. Los daños producidos en España por nuestros planes de estudios han sido gravísimos -bien podemos hablar de una o dos generaciones perdidas-, pero más que lamentarse hay que centrarse en el futuro, en la solución a este despropósito. Y ésta tan sólo puede ser una selección mucho más estricta del personal docente, y que éste a su vez cumpla su trabajo con el rigor y la exigencia que se han desterrado de las aulas. Simplemente, no puede ser que un alumno que no lea y escriba correctamente vaya superando cursos, cuando éste debería ser el requisito básico para asimilar cualquier materia. Es imperativo suprimir la obsesión por el aprobado y sustituirla por el antiguo afán de enseñar. Además, una vez terminada la educación secundaria, es importante que los alumnos sin inquietud por el estudio pasen a aprender un oficio o al mercado laboral, para no retrasar a los que pasan a bachillerato. Si no todo el mundo vale para estudiar, que al menos los que lo hagan, lo hagan bien.

Aquí también apelaría a la responsabilidad de los padres, pero como muchos de ellos ya pertenecen a una de las generaciones perdida, malamente podrán enseñar lo que ellos ignoran. No obstante, es imprescinible un esfuerzo de todos los que comprenden lo fundamental de este asunto, y que las palabras son los ladrillos del pensamiento: sin un dominio adecuado del lenguaje, resulta imposible un desarrollo pleno del intelecto. Es desolador que el ciudadano medio sólo sepa transcribir fonéticamente su discurso hablado, sin comprender la estructura de lo que escribe, o que por desidia economice tanto los caracteres que sus escritos se conviertan en el equivalente digital de los gruñidos. La expresión correcta y la cultura deben recuperar su antiguo prestigio, o de lo contrario estaremos condenados  a ser un país zafio y rezagado durante varias generaciones más.
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The Hudsucker Proxy – El Capra de los Coen

The Hudsucker Proxy Dir: Joel Coen – EEUU, 1994
Título español: El gran salto

En esta película los Coen Bros. no abandonan el ámbito temporal de sus dos anteriores trabajos (la América de los años 30-50), pero se alejan del tono un tanto lúgubre de Barton Fink para volver a la comedia. Aunque The Hudsucker Proxy tiene buenas dosis de humor negro, se trata esencialmente una historia optimista, y de hecho cualquier espectador veterano se dará cuenta de que es un homenaje al cine de Frank Capra. De hecho, a veces el guión copia tan fielmente al modelo original que parece estar usando una plantilla, siendo la insipiración más obvia el film de 1941 John Doe (Juan Nadie). El Gary Cooper de los Coen es Tim Robbins, que al igual que el mítico actor  da vida a un hombre de orígenes muy humildes.

Norville Barnes, el personaje de Robbins, es un joven procedente de un pueblo de la América profunda, que llega a Nueva York con el sueño de triunfar en la gran ciudad, como tantos otros. Aunque busca empleo decididamente, para casi todos los trabajos se exige experiencia previa, precisamente lo que menos tiene Norbert. Finalmente, la casualidad le llevará a obtener un puesto en las poderosas Industrias Hudsucker, pero tendrá que empezar desde lo más bajo, en la infernal planta de mensajería. Sin embargo, es un joven trabajador y entusiasta, y además tiene una idea genial. Si tan sólo alguien se parase a escucharla… Pero en la última planta del edificio esas pequeñeces importan muy poco: la empresa ha alcanzado su máximo de beneficios y sigue subiendo, todo va a pedir de boca. No obstante, ese mismo día la presidencia queda vacante de forma totalmente imprevista, y el desconcierto cunde entre los directivos, que pronto podrían perder el porcentaje mayoritario de las acciones. Pero Sidney Mussburger, el vicepresidente, idea un plan en el que Norbert va a tener un inesperado e importante lugar, y que podrá significar su ruina o su fortuna.

The Hudsucker Proxy (que podemos traducir literalmente como El apoderado de Hudsucker) funciona bien como comedia, gracias a su buen ritmo y a las situaciones y personajes chocantes que presenta. Es interesante la escena del departamento de mensajería, cuna caldera de estética sucia y caótica sumida en el frenesí, donde todo el mundo habla a gritos y el trabajo tiene que estar para ayer, sin ningún tiempo para la pausa o la razón (quizá este segmento es también un homenaje, en este caso a Metrópolis). Otra escena, en la que el nuevo producto de Hudsucker logra alcanzar con gran éxito a las masas, resulta francamente cómica. Por lo demás, como mencionaba antes, el tono es muy Capra: el protagonista es ingenuo y bondadoso, pero también corrompible, en parte por las malas influencias, en parte por la propia debilidad humana. Pero como en buena película capriana, existen segundas oportunidades, que llegan de la mano de personajes redentores o de intervenciones sobrenaturales (siguiendo fielmente el modelo imitado). Hay que destacar la buena factura técnica del film, con su interesante estética decó y su eficaz evocación de la época que representa (año 1959). Es un periodo histórico que ejerce una justa fascinación, y siempre agrada verlo bien recreado. En el apartado de efectos, están logradísimas las escenas que representan la caída al vacío desde lo alto de un rascacielos.

Las interpretaciones alcanzan un gran nivel: Robbins da vida con eficacia al ingenuo Barnes, y pese a contar con 35 años se logró que aparentara muchos menos. Huelga decir que la gran estrella del film es Paul Newman, intepretando al maquiavélico Pressburger, seguramente uno de los mejores papeles de su madurez. Newman parece pasárselo muy bien en esta rara oportunidad de interpretar a un «malo», usando una voz cascada y profunda como arma de caracterización. No obstante, hay que destacar muy especialmente a Jennifer Jason Leigh, que logra robar la película en su papel de avezada periodista que intuye que tras la historia de Barnes hay algo muy raro. Es un personaje casi idéntico al de Barbara Stanwick en John Doe, y que bebe de otras fuentes clásicas de la época, como la Lois Lane de Supermán. La interpretación de Jason Leigh resulta realmente encantadora, dotando a su personaje de un habla rapidísima que marca mucho su carácter y le imprime originalidad. Igual que me ocurrió al ver a Gabriel Byrne en Miller’s Crossing, tengo la impresión de que esta actriz ha sido algo desaprovechada por la industria americana.

Siguiendo con el reparto, los amantes del cine de serie B reconocerán instantaneamente a uno de los secundarios, Bruce Campbell – protagonista de la saga Evil Dead, de Sam Raimi-, una presencia poco habitual en films de alto perfil. La explicación es que uno de los autores del guión es el propio Raimi, que tiene a Campbell como actor fetiche, y pediría incluirlo en reparto. Aquí interpreta a uno de los compañeros de la periodista, un reportero socarrón y escéptico. También tienen pequeños papeles el estupendo John Mahoney -el padre de la serie Frasier– y los habituales de los Coen Steve Buscemi y Jon Polito (que aparece aproximadamente dos segundos). También tienen cameos el mencionado Raimi y John Goodman, aunque éste último debía estar tan camuflado que sólo me enteré al ver la lista del reparto. El último cameo digno de señalar es el de la malograda sex-symbol Anna-Nicole Smith, que ilumina la pantalla en su breve aparición.

La conclusión del la historia, sin ser tremendamente original, sí ofrece las suficientes sorpresas como para rematar satisfactoriamente el film, que puede calificarse de bastante más redondo que el anterior trabajo de los Coen, Barton Fink. Puesto que el tono general y la moraleja ya se los proporcionó Capra varias décadas antes, de Hudsucker Proxy quedan para el recuerdo la estética, la interpretación de Jason Leigh y los brillantes efectos mencionados. Recomendada a los fans del señor Capra y, más generalmente, del cine americano de mediados de siglo.
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Revolución twittera


«¡Mira mami, soy inconformista!»

Es el tema del momento, el trending topic, que dicen ahora: unos cuantos miles de individuos variopintos han decidido okupar la Puerta del Sol con el único nexo común del descontento. A través de mis propias observaciones y examinando múltiples opiniones, he intentado vislumbrar qué podría haber de meritorio o duradero en este tan improvisado movimiento, y finalmente he sacado unas conclusiones bastante claras: es ésta una revolución de poquísimo peso y calado, con una fecha de caducidad tan cercana como el próximo domingo. Entiendo -de verdad lo hago- a los que quieren buscar un contenido significativo a esta protesta, remitiéndonos a su germen allá por noviembre, tras la aprobación de la ley Sinde, y nos repiten los tres supuestos puntos básicos que aglutinan a todos los que la apoyan. Lamento decir que vale más la buena voluntad de estos defensores que lo que en realidad se está cociendo en la emblemática y maltratada plaza madrileña.

Parece que, efectivamente, hay tres puntos son comunes a todo el batiburrillo ideológico de la acampada (cambio de ley electoral, separación de poderes y listas abiertas). El problema es el abundante y pesadísimo equipaje que los heterogéneos manifestantes han añadido a ese esqueleto principal. Basta con dar un rápido vistazo a la congregación para ver que, más allá de una supuesta neutralidad ideológica, hay una aplastante predominancia de las múltiples variantes de la izquierda, desde sus versiones supuestamente ligeras como las juventudes de IU (comunistas, aunque se avergüencen de decirlo) al puro y llano perroflautismo; y si nos paramos a escucharles, obviamente ya no es tan fácil estar de acuerdo con lo que se demanda. Además, para ser un grupo que supuestamente llama al debate y la reflexión, se han visto lamentables muestras de intolerancia (un «representante» de uno de los subgrupos espetaba a una reportera: «¿Sois de Telemadrid? Vete a la mierda de aquí» (sic)). Imposible también ignorar la presencia de personajes que llevan años haciendo bandera del sectarismo más insufrible, como Guillermo Toledo, y la de otros que no producen tanto rechazo, pero sí cierto sonrojo por seguir fantaseando con la revolución ya en los albores de la cincuentena, como Álex de la Iglesia.

Y claro, me dirán: lo que importa no es quién se sube al carro, quién mete ruido, sino las ideas meritorias que se están defendiendo. Pues no, al contrario: cuando se proponen modelos a la sociedad, es fundamental con quién te juntas y con quién apareces a la hora de haerlo. Las ideas son transmitidas por personas, que las avalan con su trayectoria personal. Poco o nada provechoso pueden avalar personajes como Toledo, ni tampoco ningún representante de la totalitaria y confiscatoria ideología del comunismo. ¿Cómo es posible quedarse sólo con los 200, 300 o 500 que únicamente defienden los tres puntos básicos de la protesta e ignorar a los otros 5000 que se descuelgan reclamando viviendas gratis, nacionalizaciones, servicios sociales y demás lista de la compra de los estadoadictos? La protesta-propuesta de Sol es demasiado heterogénea, carece de articulación y se sostiene en pilares demasiado frágiles, a saber: muchas personas compartiendo el mismo espacio físico, un tiempo que acompaña -de momento- y el atractivo para unos medios deseosos de llevarse algo a la boca en una campaña electoral mayormente anodina. Es una revolución de usar y tirar, que se resume en dos minutos de telediario y un puñado de tweets, transmitidos -aunque no neesariamente- desde el propio lugar de la acción, porque es «donde hay que estar». Y si se puede resumir en píldoras de 140 caracteres es porque realmente no hay más que contar. Un mayo del 68 igual de vacuo que el original, pero ni siquiera con el drama de la violencia, con smartphones en vez de adoquines.

El horizonte, como decía antes, llega hasta el domingo, día de las elecciones municipales, por supuesto violando la «jornada de reflexión», concepto por otra parte ya ridículo y obsoleto. Hay quien teme que esto no sea más que otra maniobra teledirigida para intentar amortiguar el batacazo del PSOE. No sé qué habrá de cierto, pero sinceramente lo dudo, como dudo que vaya a tener una influencia más allá de lo anecdótico en los resultados. Llegamos pues a la gran pregunta: ¿qué hacemos con nuestro descontento, a quién votamos para romper la rueda infernal del bipartidismo? Pues oye, son unas municipales/autonómicas: al que más convenga donde vivas. Si eres de Leganés, igual te molesta, entre otras cosas, que haya un busto del terrorista Ernesto Guevara en la calle; si vives en el País Vasco, quizá tu voto contribuya a frenar la definitiva deriva de la región writing an essay al totalitarismo; puede que te haga tilín el candidato a alcalde de UPyD en tu pueblo; o si miras el programa de un partido de esos que llaman de «ultraderecha», igual se identifica con tus ideas y necesidades más de lo que pensabas.

En suma: vota, a quien te salga del nabo, pero hazlo, aunque sea en blanco. Y si te sabe a poco, si piensas que así nada cambia, movilízate, pero no tocando los cojones en la Puerta del Sol: forma un grupo de canción protesta rock o punk; escribe un ensayo y cuélgalo en internet; habla con libertad y claridad a los de tu círculo; lee y fórmate; estudia una carrera de verdad y con demanda en el mercado; haz un blog como el genial «Destruir Zaragoza«; busca una idea y abre una empresa; ten hijos y edúcalos. Resumiendo, sé sociedad civil y pregúntate lo que puedes hacer, no lo que pueden hacer por ti. Y si realmente estás hasta los huevos de España, puedes intentar emigrar y empezar de cero. Tampoco estará de más recordar que la vida no es perfecta, y que crisis y descontentos ha habido siempre. Esperanza aún queda (no es homenaje a Aguirre), y cosas que hacer también; pero en las que yo haga, desde luego no tendré a los campistas de Sol como compañeros de viaje. Al acabar esta micromoda, cuando se despeje la vía pública y surjan los nuevos trending topics, sólo pido dos cosas: que devuelvan el cartel de Tío Pepe a su sitio y que Gallardón impida la mendicidad encubierta en una plaza que tras su reforma iba a ser teóricamente un lugar de solaz y paseo. A ver si de su afición a prohibir acaba saliendo algo bueno.
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