¿Cuánta gente habla bien el español?
Es obvio que todas las lenguas evolucionan. Pueden hacerlo por motivos prácticos, como ganar en capacidad expresiva o adaptarse a nuevas realidades, inexistentes hasta el momento. Pero también, y más a menudo, lo hacen por la pereza de sus hablantes, que van desechando las formas que encuentran más complicadas de pronunciar o conjugar, o que directamente desconocen debido a una formación deficiente. Se produce entonces un inevitable conflicto, que tiene en un lado a la mayoría de hablantes -que van imponiendo las formas incorrectas a fuerza de su uso generalizado-, y en el otro a los hablantes más cultos, que se niegan a adoptar lo que según el buen uso del lenguaje no son más que vulgarismos o barbarismos.
En la España actual este conflicto se ha hecho especialmente acusado, pues la comodidad material no ha redundado en una mejora de la educación, más bien al contrario. Una actitud demasiado laxa por parte de educadores y padres, así como una igualación de las clases sociales hacia abajo, han propiciado un uso relajado e impropio de la lengua, aquejada en de multitud de formas vulgares que no es ya que se hayan extendido, sino que se están imponiendo claramente, amenazando con extinguir y dejar en el olvido a las expresiones correctas. A lo largo de dos artículos voy repasar las formas incorrectas más extendidas actualmente en nuestro país. En esta primer entrega me centraré en la lengua hablada, mientras que el segundo estará dedicado a las aberraciones escritas. Empecemos sin más dilación:
Imperativo plural: «Sentaros» por «sentaos»
El ámbito geográfico de este vulgarismo alcanza todo el país. Es sin duda el más extendido, y puede estimarse que entre un 75% y un 80% de la población lo usa. Desgraciadamente, los docente de todos los niveles no sólo no corrigen a sus alumnos cuando les escuchan usarlo, sino que ellos mismos lo utilizan de forma habitual, en forma escrita y sobre todo oral. Así, a lo largo del día escucharemos imperativos mal hechos docenas de veces: «Sentaros», «callaros», «juntaros», «veniros», etc., etc. Si bien todos los verbos se ven maltratados por este vulgarismo, hay algunos en los que incluso la forma correcta se ha extinguido en la prática. Es el caso de «ir», cuya forma imperativa plural es «idos», pero es invariablemente dicha como «iros», incluso por personas que pronuncian correctamente el resto de los verbos. El porcentaje de personas que en la actualidad conocen y usan correctamente la forma imperativa este verbo es degraciadamente anecdótico. En cuanto al resto de imperativos, es perfectamente posible que hayan desaparecido como norma en el plazo de unos cincuenta años.
Más imperativo: «Callar» por «callad», «oír» por «oíd».
Es una variante del anterior caso: el hablante opta por usar la forma infinitiva del verbo para hacer el imperativo, ya que la «r» le resulta más fácil de pronunciar que la «d.» Se da la curiosa circunstancia de que algunos fabricantes de rótulos para puertas evitan usar las formas infinitivas «Empujar» y «Tirar» para que no se las confunda con un imperativo vulgarizado, por lo que en sus letreros se lee «Empujad» y «Tirad». Sin embargo, el infinitivo en este caso sí estaría bien usado, y además usar el tuteo en un rótulo no es demasiado propio.
El jotismo o ejqueísmo:
Ante la relativa dificultad de pronunciar la «s» antes de una «c» o «q», el hablante opta por convertir la primera en una «j», mucho más fácil de pronunciar, de forma que acaba diciendo «ejque», «majcar», «ejcuchar»… Deformación muy extendida en la zona centro del país, especialmente en Madrid. Aunque antes se podía considerar propia de la zona sur de la comunidad o de las clases más populares, su uso se ha extendido enormemente y puede escucharse incluso entre miembros de la clase media-alta y titulados universitarios. Resulta especialmente desagradable al oído y denota bastante descuido en la expresión hablada. Su incidencia alcanza a entre un 50% y un 60% de la población de la zona centro.
La muerte del sufijo superlativo en favor del prefijo «súper»
Este es un vicio que se ha extendido con enorme fuerza y que denota gran pereza al hablar. En español, la forma correcta de hacer el superlativo es añadir el sufijo «ísimo» al final, o bien usar una palabra específica equivalente. Por ejemplo, el superlativo de «grande» sería «grandísimo» o bien «enorme». Parece que para el hablante actual buscar la forma superlativa correcta, que además suele ser una palabra cuatrisílaba, suponen un esfuerzo que no merece la pena, por lo que se ha impuesto una forma que, si bien es malsonante, resulta harto sencilla: utilizar el prefijo «súper» cada vez que debe hacer un superlativo. Así, a lo largo del día podemos hartarnos de escuchar expresiones del tipo «súperbonito», «súpergordo», «súperlimpio», «súperbarato», etc., etc. Tal es la implantación de esta nueva fórmula (correcta en el sentido estricto, pero vulgar) que el sufijo «ísimo» está en trance de desaparición, lo cual podría ocurrir en el plazo de 50 años. Estimo que este vicio afecta aproximadamente a un 80% de los hablantes españoles.
Mencionar en este apartado una variante aún más vulgar observada en la gente más joven, que usa el vocablo «mazo» de forma muy parecida al súper: «Mazo difícil», «mazo de caro», «mazo de gente»…
«Mama» y «Papa» por «Mamá» y «Papá».
Hay que reconocer que «Mama» y «Papa» con el acento en la primera sílaba son dos de las palabras más universales en todo el mundo, siendo usadas de forma habitual en idiomas tan dispares como el inglés o el japonés. No obstante, en español siempre fueron, y a día de hoy lo siguen siendo, un vulgarismo, propio sobre todo de la etnia gitana y de las clases más bajas del sur del país. Pese a ello, ambas formas se han ido filtrando a otras capas de la población, y hoy resultan tremendamente habituales entre los niños, que obviamente siempre optan por los vocablos más fáciles, especialmente si sus padres no les corrigen. Entre el 40 y el 50% de los niños se dirigen así a sus progenitores en la actualidad.
Laísmo y leísmo
Al referirse a una mujer, el hablante descarta el pronombre «le» y lo convierte en «la». Por ejemplo: «La pedí que me acompañara» o «La regalé un vestido», no distinguiendo si este pronombre es complemento directo o indirecto (por ejemplo, «la despedí» o «la mandé a hacer un recado» sí son correctos). Defecto muy extendido en las clases populares, especialmente en el género femenino. Puede decirse que afecta a entre un 35 y un 40% de la población. El leísmo, fenómeno similar, consiste en confundir el «lo» con el «le», normalmente refiriéndose a objetos. Por ejemplo, hablando de un coche: «Le aparqué cerca de casa». Es menos frecuente que el laísmo.
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Estos son probablemente los barbarismos extendidos de forma más general y que afectan realmente a la integridad del español, aunque hay multitud de «ofensas menores», como los siguientes ejemplos:
«Fuistes» por «fuiste»
Se añade una «s» al final de forma como «fuiste», «hiciste», «trajiste», etc. No es uno de los errores más extendidos, pero sí de los más antiguos. Propio de las personas de menor formación, aunque ocasionalmente se escucha entre gente de clase media o media-alta. Afecta a entre un 15% y un 20% de la población.
Sustitución de «adiós» por «ciao»
Esta es curiosamente una aberración que afecta principalmente a la población femenina. Este grupo encuentra, por algún motivo, más estiloso o chic despedirse usando el vocablo italiano ciao que el español adiós. Si bien el uso ocasional de una fórmula extranjera tan breve sería inofensivo, hemos llegado al punto en que el extranjerismo ha sustituido a la palabra española. La academia ya ha claudicado, y ha aceptado «ciao» en su forma españolizada «chao».
«Contra más» por «cuanto más»
Frase sin ningún sentido gramatical pero pasada de padres a hijos, que la adoptan sin pararse a pensar mucho. Generalmente muy ligada a las clases bajas, aunque con alguna excepción deconcertante. Usada por entre un 10% y un 15% de la población.
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Como digo, hacer una lista completa sería casi imposible. A todas estas degeneraciones habría que añadir lo mal que se suele vocalizar, lo que baja aun más la calidad de la comunicación.Son, en suma, malos tiempos para la lengua española. Si bien es evidente que siempre han existido vulgarismos y que las clases populares son perezosas al hablar, en etapas no tan lejanas la expresión oral era muchísimo más correcta. Podemos decir sin miedo a equivocarnos que la educación impartida entre los años 30 y 80 del siglo pasado era mucho más cuidadosa en este aspecto, y los maestros incidían especialmente en la importancia de hablar y escribir bien. Hoy en día, encontrar a un alumno de primaria o secundaria capaz de realizar un dictado perfecto es una verdadera quimera.
¿Qué se puede hacer en contra de esta nefasta corriente? Mi recomendación, estimado lector, es que en su vida diaria procure hablar de la forma más correcta posible, intentando servir de ejemplo a los demás, especialmente a los que son más jóvenes, y escuchar atentamente a los que hablan mejor. Esto, por supuesto sin desechar las formas coloquiales que tan útiles son y que tanta vida dan al español. En cuanto a la educación de los hijos, recomiendo ser estricto en este aspecto y corregir a los pequeños en cualquier ocasión en que usen estas formas, tan fáciles de imitar y al tiempo tan incorrectas. A una edad temprana son fáciles de eliminar, pero una vez instaladas en los hábitos de habla resultará mucho más difícil. Como en tantas cosas, un pequeño esfuerzo puede resultar muy fructífero a la larga.
También le recomiendo, amigo lector, que deje a sus hijos ver bastante televisión, pero no la realizada en directo (telerealidad, concursos, talk shows e incluso informativos), donde se habla igual o peor que en la calle, sino cualquier película o serie doblada (siempre que juzgue su contenido adecuado, claro). Puede decirse que los actores de doblaje son la pequeñísima minoría que en España conserva una dicción perfecta y una gramática impecable, aunque sólo sea cuando sigue un guión. Así pues, ya sabe: déjeles ver tantas buenas películas y series como quieran, es una excelente educación. Incluso el hablante adulto puede beneficiarse de este hábito, y usar el doblaje como referencia para hablar mejor en su vida diaria.
Habrá, claro, quien me acuse a mí y otros como yo de carcas, de oponernos a la evolución del idioma, pero de la pereza y la vulgaridad difícilmente pueden surgir avances para nuestra lengua. Quizá sea una batalla perdida, pero desde luego vale la pena librarla. Afirma rotundamente que un español pulcro y correcto hace nuestra vida más agradable, y además mejora enormemente la comunicación y el flujo de nuestros pensamientos. En el siguiente artículo de esta serie me ocuparé de los horrores escritos.
¿Y qué decir de otras barbaridades, como «lo bien que lo pasemos», la eliminación de la letra «d» en el participio («se ha marchao») o la incapacidad para pronunciar la «x» («he cogido un tasi»)?
Por lo que respecta al español escrito, me gustaría destacar algo que hasta la prensa hace mal, y es el hecho de no poner tilde a los pronombres demostrativos. Incluso en este escrito anterior se puede observa algún ejemplo.
Un saludo.
¿Y qué me dices del «sin en cambio»? Entre tanta puta Belén Esteban y la estulticia de padres y profesores nos estamos cargando el español.
Saludos